Mientras llega el verano, que no es tanto un tiempo como una intención, la de deshilvanar las puntadas rudas del diario desengaño, recuerdo, como un antiguo verano pleno —luz y desenfado—, aquel espejo en que nos vimos reflejados por la ligereza de Jean Seberg triscando bajo los pinos de la Riviera francesa. Adiós tristeza. Al menos mientras duraba el color y la luz quemaba la película de los cuerpos expuestos sobre la arena al objetivo del recuerdo.
Vino después el blanco y negro. Y la añoranza de la plenitud en los veranos. Por más que sepamos que nunca serán los mismos. “Aquellos veranos de la niñez, cuando el calor descendía muy limpio desde el azul hasta el fondo de los alacranes, vuelven a la memoria en la noche de San Juan” *.