No sé nada de arañas. En realidad, no sé nada de casi nada. Y sin embargo sí que he aprendido el asombro, esa suerte de humildad en la ignorancia. ¿Qué peso logra soportar la tela de una araña tejida entre brezos? ¿Sería exagerado afirmar que puede con el amanecer?
Allí arriba, entre los pinos que se levantan muy juntos a lomos del Pico Pousadoiro, una red de redes sostenía el rocío del día reciente. En cada una de aquellas urdimbres brillaban colmenas de minúsculas esferas cristalinas, huevos fragilísimos que aguardaban por la incubación del sol. Por debajo de todas esas criaturas latentes, que echarían a volar en cuanto escampase, las telas de araña seguían siendo una trampa mortal. En sus hilos se columpiaba el equilibrio entre la vida y la muerte.