jueves, octubre 16, 2008

Cartas desde Selva

Cartas desde Selva es una selección de la correspondencia mantenida por Avelino Hernández en los últimos seis años de su vida, los que transcurrieron en su retiro mallorquín. No pretendiendo ser un libro mayor —no hay en estas cartas una primordial intención literaria—, su prosa desnuda, sincera y contagiosamente animosa atrapa la más noble atención del lector. Lo pone en la pista de una biografía singular, la de un escritor al que le apasionaba su trabajo, pero al que sobre todo le podía la amistad y la vida. Un tipo valiente que en 1996, con ya más de cincuenta años, deja la seguridad de sus trabajos administrativos y de su residencia urbana por un lugar en el Mediterráneo donde dedicarse a lo que verdaderamente le importaba, disfrutar de la vida en la compañía de su mujer Teresa Ordinas, escribir y navegar. El pueblo elegido fue Selva, en la ladera sur de la Tramontana mallorquina. Poco más de mil habitantes. Allí se hacen con la casa que fuera de María Stomnichka, una polaca de origen judío, nacida en 1910 e hija de terratenientes, a la que las guerras y los exilios la hicieron recorrer Europa hasta que recaló en la isla tras contraer matrimonio con un diplomático inglés pobre y muy educado. Desde lo que fuera la casa de esta mujer de vida azarosa escribió incansable Avelino Hernández a un montón de amigos y familiares. Va contándoles las pequeñas cosas de su vida, de su huerto, de su jardín, del paisaje y de la mar a la que regularmente acude a bordo de un llaut. Asistimos, al tiempo, al entusiasmo con que habla de los textos que escribe y que van poco a poco teniendo acogida en las editoriales. Libros de narrativa infantil, novelas, poesía. Y nos conmueve la compañía alegre y querida de su mujer Teresa, que intermitentemente aparece en todo cuanto emprende, intuyendo el lector que es ella siempre partícipe jovial y laboriosa de todas las dichas y de todas las empresas. A Teresa incluso le dirige una de las cartas: “Todo es azul en la isla: el cielo, el mar, las montañas, el humo que sube de las hojas del otoño quemándose al atardecer… Sólo en la horabaixa el horizonte se llena de todos los colores. Tu también eres azul y cada día te llenas de todos los colores”.
Pero de repente, esa dicha apacible que ambos disfrutan en Selva se ve sombríamente amenazada por la irrupción de una enfermedad terrible. En una carta tan precisa como estremecedora, Avelino Hernández le cuenta el 29 de mayo de 2002 a Carina Pons, de la Agencia Literaria Balcells, lo que sigue: “Querida Carina. Te voy a contar un asunto que me/nos a llevar a tomar algunas decisiones. Tengo cáncer de riñón, maligno, con metástasis varias por ahí dentro. Francamente feo, estadísticamente, meses –me han dicho. Lo supe hace una semana”. Avelino Hernández murió en julio de 2003. Pues bien, hasta entonces, aun bregando con el mal y con la terapia agresiva con que lo combatió, tuvo ánimo suficiente para escribir, oír música (“los viejos cantantes que nos dieron alas y ahora nos dan nostalgia”), leer, proyectar libros, ordenar sus cosas por si acaso y disfrutar de todo lo que la isla le ponía al paso: “hemos cogido la primera cosecha de vino en la plantación nueva de unos amigos; hemos recogido la cosecha de almendras, pendientes de elaboración en casa y de, en su momento, hacer el turrón; está en la bodega, aliñada, la cosecha de olivas del año, queda hacer el aceite. Y ahora mismo, en cuanto suelte el ordenador, está ahí al lado Teresa esperándome para una sesión más de la tradición que llamamos ´Los viernes se va a los puertos`. La iniciamos al llegar a Mallorca; cada viernes nos íbamos a comer y a pasar la tarde, viernes a viernes y uno a uno, en todos los puertos de la isla. El recorrido de hoy es bellísimo: Orient, un pueblecito precioso, el más alto en la montaña de la Tramontana, y la mansión renacentista de Raixa”. En esos años insulares, hubo para Avelino Hernández, en el modo en que afrontó su existencia, antes y después de conocer la enfermedad que terminó llevándoselo, varios referentes literarios a los que alude en algunas de sus cartas. Horacio le puso en la pista de cómo debía ser aquella estancia en Selva: “Dichoso el que, alejado de los negocios / cultiva la tierra con sus manos / no le sobresalta el ánimo la ambición del éxito / y rehuye el foro, las puertas de las ciudades demasiado poderosas”. Li Po fue un referente vital: “Es un tipo que me va. Materialista, amante de la naturaleza, el gozo, el vino y los amigos, y socialmente comprometido”. Y, por último, tuvo siempre presentes las citas de Gil de Biedma: “ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra”, y de Oscar Wilde: “hay que poner la inteligencia en la vida, y si algo sobra, aplicarlo al arte”.
Esta recopilación de cartas muy probablemente sea para quienes lo trataron más que el libro de un escritor conocido, el registro de la voz más natural de un amigo, la de su conversación, la de la confidencia, la del aliento. Para los demás, los que hemos llegado casualmente a sus páginas, el testimonio de un hombre que se empeñó en vivir por encima de cualquier otra cosa, y que lo hizo, digno y entusiasta, aún en los trances más difíciles.

11 comentarios:

Luna dijo...

Buenos días:
Lamento decir que no me gustan demasiado los libros póstumos, tengo la impresión de que se manipulan -cosas mías, por supuesto.
Podrías mirar el blog de Alejandro Aura.
Lo descubrí hace aproximadamente un año y me ha servido para comprender o aceptar de la mejor manera posible, algunas cosas.

Buen finde

Anónimo dijo...

Buscas la tranquilidad, la vida... y te encuentras que otros buscan tu eternidad.
Los libros póstumos son eso, además de la búsqueda de una explicación, la disculpa íntima a la vida que uno ha llevado y a la que abandonó.

la luz tenue dijo...

Qué bueno, Diarios.
No sabía nada de Avelino Hernández, pero después de leer este magnífico texto tuyo (qué maravilla) me he ido corriendo a Google a buscar su página web.

La literatura, los amigos. No desfallecer nunca. Escribir para seguir viviendo. Este hombre debió ser muy fuerte y muy feliz.
Estoy deseando leer algo suyo.
Un saludo.

Sebastián Puig dijo...

Tomo nota, amigo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

No conozco, Luna, el blog al que aludes. Intentaré, si hay tiempo, echarle una ojeada -siempre que con sólo el nombre apuntado se pueda localizar-. Ah, y respecto a los libros póstumos, la historia de la literatura esta plagada de obras maestras póstumas. Qué hubiera sido de la obra de Kafka si Max Brod no nos la hubiera dado a conocer tras la prematura muerte del escritor checo.
Un abrazo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Quízás, Pau, haya en ellos algo de traición. Bendita tración, replicarían por lo bajinis muchos lectores.
Un asunto en verdad complejo.
Un abrazo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Querido José Manuel este libro ha sido como esa moneda a la que aludes en tu último post. Uno la encuentra al acabar el día y lo da por bien empleado.
Un abrazo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Gracias, Sebas. Aunque me temo que es difícil encontrar el libro. A mi me ha llegado en préstamo por unos amigos.
Un abrazo.

Luna dijo...

Tocada...
siempre me explico fatal.

Se edulcoran. Se deja ver lo mejor de la persona, su entereza ante la enfermedad y esas cosas que pueden agradar a los posibles lectores.

Hoy otra parte que no se suele poner. Es esa parte de lo que me quejo.
Creo que con el nombre se puede acceder, si no, miraré la forma.

Buen día a todos.

¡¡¡horror !!! ocho letritas tengo que poner para que salga mi comentario.

Anónimo dijo...

Sin entrar en valoraciones acerca de los libros póstumos en general, me parece admirable lo de este hombre. Mucho. Así que esperemos que haya más suerte con las bibliotecas que con las librerías y pueda conseguirse de algún modo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Quizás tengas razón, Luna.

Espero que así sea, Kivah (gracias por su visita).

Un abrazo a ambos.