viernes, marzo 30, 2007

Románico

Los próximos días viajaremos al norte de Palencia. Visitaremos sus pequeñas iglesias románicas. Siempre me ha parecido un misterio la poderosa seducción que ejerce este estilo arquitectónico. Pintura y escultura se adaptan a las formas de sus construcciones y no tienen por tanto vocación de obras exentas; no forman por sí mismas un discurso artístico completo; se violentan hasta acomodarse al espacio donde se ubican, sirven a intereses pedagógicos. Y sin embargo, muchos de esos capiteles, canecillos, ménsulas, tímpanos, dinteles, arquivoltas, jambas, parteluces o frescos polícromos, que no son sino la labor de artesanos anónimos, tienen la irrefutable hechura de la obra artística; y en no contadas ocasiones, la irrefutable hechura de una conmovedora obra artística. La arquitectura románica es una suerte de minimalismo contundente que se trufa de pinceladas expresionistas en aquellos rincones donde moran esos seres desproporcionados que le retuercen las costuras al sencillo trazo constructivo de sus moradas. Esos cofres de piedra con apariencia modesta, de hábitos silenciosos, de interior umbrío y recogidos sobre sí mismos, encierran, como los sueños o los delirios, cualquiera de nuestros más íntimos fantasmas, vida, muerte, ángeles y demonios, sexo y religión, oficios y paisajes, animales domésticos, fieros o míticos. Pienso, en fin, que quizás haya en ese apego a lo románico la vocación de estar en el mundo al modo en como lo están sus más pequeños templos: hacia fuera con la firme consistencia de lo humilde; y tatuados por los adentros con las historias íntimas de los pliegues del alma.

Hasta la vuelta.

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"Hermosísimo atardecer invernal en La Armedilla: ruinas invadidas por las zarzas, el pequeño bosquecillo, los muertos sepultados en el viejo templo, estas bóvedas en las que resonaron súplicas y esperanzas, algunas alimañas, y las ovejas atravesando la nave como monjes antiguos, camino del aprisco: todo ha pasado como el humo. ¿Desaparecerá el hombre y continuará este planeta con sus admirables atardeceres para contemplación de nadie?"
José Jiménez Lozano, Segundo abecedario, Anthropos.
Me incorporo a la conga. Me anima Ismael Rozalén -un abrazo-. No es el libro del que entresaco el pasaje transcrito el más cimero en la pila. Pero ni Oz, ni Auden, ni Pla (se escalonan así en este momento) tenían párrafos breves. En cambio, encuentro en Jiménez Lozano, cuyos diarios andan también por la mesa, esta breve y apañada reflexión para salir del trance. Y ya que estoy en danza, me desinhibo y llamo a voces desde la pista para que se nos agarren a la cintura -si tienen ganas, que esto del baile es muy personal- a Jardines Secretos, Obiter Dicta y Olissipo.

miércoles, marzo 28, 2007

Les fabes risueñes

Estábamos comiendo cuando mi hijo, después de llevarse a la boca la primera cucharada de su plato, comentó que les fabes estaban risueñes. Quería avisarnos, me imaginé, de que las encontraba algo picantes. En casa solemos decir en esas ocasiones que la comida está alegre. Y la risa proviene de la alegría. Eso, supongo, fue lo que pensó mi pequeño. Nunca le ha hablado aún de Charlie Rivel, aquel payaso que se ganaba al público con unos sollozos tristes, como de lobo, con los que todos se reían.

martes, marzo 27, 2007

Como un martillazo

Ayer noche en los informativos de television se mostraban las imágenes de la comparecencia del lehendakari ante los tribunales. La jauría humana concentrada a las puertas del edificio judicial arremetía contra quienes han ejercido la acusación popular en la causa, el Foro de Ermua, a uno de cuyos siete miembros allí personados llegaron a agredir cobarde e impunemente -no se detuvo al agresor-. Era una masa vociferante y enajenada por el odio hacia el otro y el fervor hacia su lider. Sin poder quitarme aún de la cabeza el bochornoso espectáculo, me enfrasqué en la lectura. Ando estos días gozando del libro Una historia de amor y oscuridad, del escritor israelí, pacifista, Amos Oz. Descubrí de pronto entre sus páginas el siguiente pasaje: "La soledad es como un fuerte martillazo: hace añicos al cristal pero templa el acero". Y al hilo de lo visto y lo leído pensé en que ojalá conserven un temple de acero quienes ayer estuvieron tan solos y fueron de ese modo agredidos. Que ojalá lo conservemos todos ante la demasiada gente que anda las por calles afilando los colmillos en el mástil de las banderas (la de la patria grande y las de las patrias chicas).

lunes, marzo 26, 2007

Escuchantes

Desde hace cuatro o cinco años, la periodista Pepa Fernández dirige y presenta en Radio Nacional de España un programa matinal los sabados y domingos que lleva por título Hoy no es un día cualquiera. Se trata de un raro producto. Se leen en él los titulares de la prensa sin ironías ni comentarios tendeciosos. Se debate sobre los más diversos asuntos sin recurrir a la política y con unos muy respetables contertulios que ni levantan la voz ni se pisan la palabra. Se cuenta, además, con la colaboración de tipos tan bienhumorados e inteligentes como Alex Grijelmo -al frente de una sección sobre las palabras moribundas de nuestra lengua-; o de criaturas tan a la vez académicas y quevedescas como Pancracio Celdrán -una especie de compendio enciclopédico andante y carraspeante-. Se trata, en fin, de un poco corriente y elogiable ejemplo de radio publica. Un programa que desea que sus seguidores sean "escuchantes", distinguiendo así entre quienes matan el miedo al silencio con la radio y los que, por contra, la escuchan. En los tiempos que corren, debería dársele la importancia debida a este detalle aparentemente insignificante. Aprendiendo a escuchar, se aprende a la vez a despreciar el ruido.

viernes, marzo 23, 2007

Um poema de Xuan Serandinas

Materia impresa

Sin todas estas palabras,
sin el trazo impreciso de lo que cuentan,
temo que de nuevo
se hundiría el suelo de los días,
que a través de las ventanas
que nunca cierran del todo
volaría vigoroso un viento
sobre el castillo de naipes,
que ni yo ni nada haría ya pie
y que muy por encima de mi cabeza,
a una altura casi cruel,
romperían las olas en espuma leve,
tan leve como la tierra que se desea para los muertos.

(Traído del asturiano en versión de JCD)

miércoles, marzo 21, 2007

Sobre conciencias

Ayer noche, en un debate televisivo, un periodista y una política, ambos conservadores, intentaban convencer a la audiencia de que la guerra de Irak era un episodio del pasado. Es más, llegaron a decir que hablar de tal conflicto hoy era casi como hacerlo del de Corea. No sé si en este rebrote de protestas contra lo que allí está sucediendo hay hilos invisibles que agitan la indignación. Me temo que algo de eso también se cuece. Pero de lo que no tengo duda alguna es de que cuatro años después de aquel inmenso error, de aquella cascada de mentiras, sus secuelas abofetean la conciencia de cualquier bien nacido que cada día escuche u oiga en los informativos las noticias del horror allí instalado.

Elogio de la mala conciencia de uno mismo

El ratonero no tiene nada que reprocharse.
Los escrúpulos le son ajenos a la pantera negra.
No dudan de lo apropiado de sus actos las pirañas.
El crótalo se acepta sin complejos a sí mismo.

No existe un chacal autocrítico.
El tábano, la langosta, la tenia y el caimán
viven como viven y así están satisfechos.

Cien kilos pesa el corazón de la orca,
pero en otro sentido es ligero.

No hay nada más bestial
que una conciencia limpia
en el tercer planeta del sol.

Wislawa Szymborska
( Traducción de Abel Murcia)

Sobremesa

Ayer no trabajé. Bajé al mediodía a por pan y fruta. Antes de las dos preparé la mesa. Comí con mi hijo. A los postres tomamos fresas con zumo de naranja. Recogimos y nos sentamos a leer en el salón. Él se tendió sobre el sofá, apoyando en la barriga un grueso volumen de aventuras, Eragon. Antes de abrirlo, se colocó sus gafitas de montura roja. Le dan un divertido aire de pitagorín. Puse un disco de Art Tatum y Ben Webster. Tomé asiento y abrí yo también mi libro, No digas noche, de Amos Oz -una muy recomendable novela-. Afuera tan pronto granizaba como lucía por sorpresa un sol breve que iluminaba apenas unos segundos toda la casa. Sonaba la música como el día: pluvial el piano, tibio el saxo. Estábamos solos, en silencio, atentos a nuestras lecturas y oyendo de fondo My one and only love cuando el sol de nuevo, y por sólo un instante, brilló más que la lámpara de pie que compartíamos.

martes, marzo 20, 2007

Urueña

Leo en EL PAÍS del sábado una pequeña noticia sobre Urueña. La titulan Pasión por los libros y en ella se cuenta que este pequeño municipio vallisoletano ha entrado a formar parte desde hace sólo unos días de las denominadas book-towns, una pequeña red de localidades europeas enfocadas al turismo de la lectura y el sector editorial. Se le han abierto de repente diez librerías gracias a este proyecto institucional. Algo sabía de todo ello porque el año pasado, por estas fechas, visité Urueña y se estaban acondicionando algunas de sus casas para tal fin. El pueblo es muy hermoso. Está en Tierra de Campos, conserva su muralla y es lugar idóneo desde donde emprender la llamada ruta de los Montes Torozos. Apenas lo habitan doscientos vecinos. Eso sí, algunos tan ilustres como el folklorista Joaquín Díaz, el músico Luís Delgado o el cantante Amancio Prada. Tiene un museo etnográfico, otro de instrumentos musicales y una de las más bellas jugueterías que uno pueda imaginarse. De aquel viaje me he puesto a leer, por recordar, algunos párrafos que entonces escribí sobre el lugar:

Al final de la tarde y en un alcor coronado de cielos azules e hilachas de nubes, vimos a lo lejos una muralla bien conservada, apenas sobrepasada por las construcciones de su interior y a cuyos pies se desplegaba una alfombra verde por la que serpenteaba la carretera que nos la iba acercando. Así descubrimos Urueña, con la apariencia de un cofre de piedra. La paseamos a esa hora en que ya no quedaba mucha gente por sus angostas calles de casas bajas y muros de mampostería, ladrillo o adobe. Esas rúas tienen nombres que se explican en los azulejos de sus esquinas. Del Oro, donde se hallaban los cambistas. Marbana, que parece era apellido gallego asentado en Villalpando. Corro Bolinche, por ser allí donde se reunían los vecinos para jugar a los bolos. Lagares, porque cuando las bodegas no estaban en las casas, se hacía un barrio de lagares en una zona alejada del centro. Corro de Santo Domingo, y es que Tomás López, famoso cartógrafo, menciona un monasterio de dominicos en Urueña, lo cual podría explicar esta advocación. Catahuevos, por ser el sitio donde los recoveros solían catar los huevos que estaban frescos poniéndoselos en el hueco del ojo y mirando la luz del sol. Real, o también llamada Principal por cruzar la villa de Sur a Norte enlazando las dos puertas de su muralla. Corro de San Andrés, al hallarse en este lugar la iglesia de San Andrés hasta que en el siglo XIV sobrevino su derrumbe. Del Azogue, que era el nombre del mercado diario, que solía estar cerca de la parroquia más importante, siendo el centro de la vida social de la villa. De las Cuatro Esquinas, las de la Parra, la Real, la del Corro de San Andrés y la del Oro. Plaza Mayor o de las carnicerías. El paseo nos llevó hasta la muralla de poniente. Desde allí vimos como el sol se licuaba en mercurio espeso sobre los campos. Se hizo de noche y enfrió repentinamente. Cenamos en el pequeño comedor de la casa rural donde habíamos reservado alojamiento. Hubo ensalada de canónigos, queso y nueces, albóndigas de arroz y merluza, codornices escabechadas y cuajada de oveja. El vino de la casa era espeso, pero untoso y de buen paso en boca.

A la mañana nos recomendó el hospedero una exposición temporal que sobre el juego de la oca permanecía abierta desde unos meses atrás en la Fundación Joaquín Díaz. La oca es como la vida, dijo. Sus peligros, los propios de nuestro paso por el mundo. Sus sesenta y tres casillas, la edad media que se alcanzaba cuando el juego se inventó. Abrió el museo a las diez. La mañana aún no se había entibiado y el frío era intenso. Nos recibió en la casona que alberga los fondos de Joaquín Díaz una guapa moza que nos fue detallando lo que allí se custodia: una colección divertidísima de coplas de ciego, una biblioteca bien nutrida a disposición de los especialistas de la materia, bastantes grabados sobre los trajes regionales de toda Castilla y un magnífico muestrario de instrumentos tradicionales de la zona (rabeles, flautas, castañuelas, violines, matracas, guitarras, acordeones…). Nos acercamos después al Museo de las Campanas, cerca de la calle del Azogue. Allí se explica tanto la historia de las campanas como la forma en que se funden, qué tipos existen, cuáles son sus principales aleaciones o cuáles sus toques más habituales. Se exponen alrededor de dos docenas de campanas y atiende el lugar Aurora, que se mostró encantadora con los niños.
Fuimos luego a la juguetería Oriente. Enredamos entre los cachivaches. Hay mucho juguete de cuerda, reproducciones acertadas de aquellos trastos de hojalata anteriores incluso a nuestra propia infancia. Venden también recortables, espadas de madera, peonzas, muñecas de cartón, cocinitas y cacharros, títeres, canicas, carruseles, cajas de música... La tienda es diminuta pero está abarrotada de pequeñas maravillas que casi nos sorprenden más a los mayores, por su poder de evocación, que a los propios niños. Mi hijo eligió un robot de hojalata y cuerda. Compramos también unas peonzas y un carrusel con música. Al salir intentamos rodar las peonzas. Sólo después de muchos intentos, y cuando al fin recordamos que la cuerda ha de enroscarse en sentido inverso, como la memoria, logramos nuestro propósito.

jueves, marzo 15, 2007

La puerta del año

Extraigo de la web de la Diputación de Málaga parte de un bello texto de José A. Mesa Toré, que lleva por título El encuentro de la máquina con la poesía:

Junto al mar, que les dará a Emilio Prados y a Manuel Altolaguirre la palabra con la que nombrar su revista y el color azul oscuro para su portada, se abre la imprenta Sur. Esta es la imprenta con forma de barco, con sus barandas, salvavidas, faroles, vigas de azul y blanco, cartas marinas, cajas de galletas y vino para los naufragios, como nos la mostraba Manuel Altolaguirre en sus memorias. Esta es la imprenta Sur, después Dardo, ahora Antigua Imprenta Sur, en la que, por obra de un grupo de poetas malagueños (Prados, Altolaguirre, Hinojosa), se produjo el encuentro de la máquina con la poesía, el encuentro de Málaga con la modernidad, con la vanguardia artística, con el surrealismo. Esta es la imprenta de la Generación del 27, la imprenta que le dio alas a la poesía y creó una escuela de maestros impresores, de editores artesanales, de tipógrafos llenos de ilusión, paciencia y sabiduría, alguno de ellos nombrado impresor del Paraíso.

Heredera de todo aquello es la que hoy llaman Antigua Imprenta Sur, que viene publicando muy cuidadas ediciones en la colección El Castillo del Inglés. Su número quince –que me ha llegado dedicado y que leo ávidamente-, es La puerta del año, integrado por unos cuantos apuntes del diario que Jordi Doce viene escribiendo desde 1997. Debe de ser un placer publicar en máquinas con tanto pedigrí, ver que las palabras de uno se vierten a tan buen papel, se imprimen con aquellos viejos caracteres elzevirianos que se usaron ya en algunos incunables del XVI. Y no ha de ser menor el gusto de la Sur cuando edita tan hermosos textos como los de La puerta del año. A pesar de sus pocas páginas, no se hace difícil vislumbrar en estos jirones de dietario aquello de lo que va nutriéndose el proceso creador de su autor. Hay reflexiones sobre la escritura, relato de lo afectivo, memoria y hasta hormigas blancas. No en vano ya dejó escrito en otro lugar Jordi que “el diarista tiene algo de coche escoba”. Me han parecido particularmente hermosos tanto los párrafos iniciales en los que Doce describe un paseo por el Muro de Gijón, como las referencias a su pequeña hija Paula. Supongo que ello ha sido así porque suele unir mucho el compartir sensaciones similares ante experiencias parecidas; en este caso, la luz de una ciudad que es la del autor y también la mía, y el disfrute de unos hijos que se llevan pocos años y que tan a menudo nos hacen pensar sobre cuanto dicen o les pasa.

Yo volvía a casa con mi hija en un estado de perfecta felicidad, envueltos los dos en nuestra propia estación de alivios y complicidades. En una mano sostenía una mandarina, y con la otra iba dándole gajos que ella comía con avidez. El olor de la fruta nos acompañaba como una suerte de aura olfativa, el breve filamento de bombilla que ambos habíamos encendido sin darnos cuenta.”

Sobre ese filamento, como un funambulista dichoso y sin prisa, llega el lector hasta el final de las páginas de La puerta del año.

lunes, marzo 12, 2007

Villaverde

El sábado fuimos de nuevo a Villaverde. Estaba el día hermoso. Soleado y limpio por la brisa, que era como de ventanas abiertas de par en par. Una corriente fría que mantenía el cielo limpio y el ánimo alegre. Paseamos hasta Marianes. Los prados lucían un verde intenso y una humedad rezumante. Comimos luego dentro de la casa de nuestros amigos. Despacio. A gusto. Al calor de la chimenea. Se bebió largo y se charlo mucho. Risas. Café. Los niños se fueron a jugar cerca de la iglesia. Quedamos sus padres hundidos en los sofás. Pesado el párpado, blandos los cuerpos. Incluso me traspuse durante un rato en que supongo apenas no se oyó en el salón más que la combustión de la leña. Al despabilarme, no sabía de pronto muy bien dónde lo hacía. Sonrisas. Se había ido cayendo la tarde Oscureciéndose el cielo. Extendimos sobre la mesa un mapa, algunas reseñas de alojamientos, de lugares a visitar, de senderos por donde perderse, de paisajes. Los viajes comienzan mucho antes de partir. Se van haciendo con las ganas, las lecturas; continúan ya en la carretera y se van cumpliendo como los deseos, a medida que alcanzamos lo hitos marcados de la ruta, esos lugares que por mucho que sepamos de ellos siempre terminan siendo distintos a como los imagináramos, para bien o para mal. Cuando volvieron los críos de sus juegos, embarrados y risueños, aún estábamos decidiendo dónde ir en Semana Santa. Así quedó la cosa, entre el románico palentino y los cañones del Ebro. Cualquiera de ambos lugares merece un viaje demorado; y mil sitios más nos parecían igualmente apetecibles viajando en tan buena compañía. No se pide más para el camino que hacerlo con quien uno quiere bien, con quien bien te quiere. Antes de irnos, anduve hurgando por a biblioteca de J. Me hice con un libro voluminoso titulado Diccionario Pla de literatura, una edición que en 2001 preparó Valentín Puig para Destino. En algo más de cuatrocientas páginas se van refiriendo a través de voces ordenadas alfabéticamente las opiniones de Josep Pla sobre muy diversas materias, fundamentalmente sobre un importante número de escritores. Tras leer lo que sobre Chejov o Borges allí se decía, pedí en préstamo la obra. En casa la tengo y la ando leyendo a salto de mata, como, creo, se han de leer los diccionarios. Dice en una de sus entradas que la literatura no es más que un esfuerzo contra el olvido. Como algunos de los apuntes de estos diarios.

Banderías

No es lo mismo bandera en mástil que en driza. Empuñada que colgada. El pulgar a modo de tenaza fue un hito en la evolución de la especie. El desarrollo de las herramientas y el adecuado uso del arma como defensa instrumental, lo fue aún mayor. Hay quien se aferra a lo que blande con la fiereza de un primate amenazado, usando con pericia su pulgar pero sin haber llegado a tiempo al resto de las bendiciones evolutivas. Eso sucede cuando se "levantan banderas", que así se decía figuradamente si se convocaba a la gente de guerra. Y es que anda mucho abanderado con los mástiles de proa, como picas buscándole las mantecas al contrario.

jueves, marzo 08, 2007

La clac

Se han escrito a menudo las crónicas parlamentarias siguiendo las pautas de la reseña teatral. Obra representada, interpretación de los actores, puesta en escena y juicio crítico de lo visto. De la acogida del público poco cuentan sin embargo, las tribunas son reducidas y están ocupadas por amigos o familiares. Y el auditorio, sobre todo en los grandes estrenos, es espectador televisivo. Sus reacciones son materia de encuesta, no de crítico de espectáculos. Choca, no obstante, en medio de los dichos paralelismos entre parlamento y escena, la actitud del coro. Decía Roland Barhtes que en la tragedia griega tenía aquél por función preguntar e incitar a la meditación. Los coros de las Cortes Generales son algo distinto ahora, tienen más que ver con la clac del viejo teatro, aquel conjunto de paniaguados que aplaudían a cambio de remuneración o entrada gratuita. Y aún a pesar de ese parecido, también hay diferencia entre aquella clac y ésta. Entonces la soldada era a costa del dueño de la sala de representaciones; ahora es a escote entre todos.

miércoles, marzo 07, 2007

Ex malo, carmina

El temblor, Juan Carlos Gea. Ediciones Trea, 2005.

A las nueve y veinte de la mañana del día 1 de noviembre de 1755, festividad de Todos los Santos, la tierra tembló trágicamente en Lisboa. Fue uno de los terremotos más mortíferos del que haya noticia, y a él le siguieron maremotos e incendios.

Lisboa es lo que resta
después de que su suelo
se haya quebrantado con temblor nunca sentido,
y las llamas de decenas
de incendios reducido
las ruinas y los cuerpos a cal viva,
y el océano baldeado por tres veces la ceniza
y los muertos y el escombro
apagando los incendios y la cal.

Este poemario de Juan Carlos Gea surge, según parece, tras viajar el autor a Portugal en 1994. Allí visita el Monasterio del Carmo, un lugar que se conserva tal como quedó después del fatal seísmo. El contraste entre la belleza de esas ruinas y el hecho de que constituyeran la huella misma de tan terrible suceso es el germen de El temblor.

No hay memento ni réquiem que consigan mejorar
la elocuencia de los arcos vaciados
por de dentro y por fuera, perfilados con pulso,
en su ritmo, perfectos,
sin cesuras y sin mellas, sucesivos
como versos bien medidos:
una serie dispuesta
con tan obvia y delicada voluntad de decir algo…

Al libro se le van añadiendo versos a lo largo de diez años, un tiempo suficiente para que en él se albergue no sólo la memoria de un hecho acaecido más de dos siglos atrás, sino también, por alegoría, el estupor que los cataclismos sucesivos debidos a la naturaleza o a la crueldad humana fueron generando mientras la obra crecía (onces de septiembre y de marzo, tsunamis maléficos).

¿Qué batalla de los cielos justifica
una leva tan brutal? ¿Y qué debemos
leer en estas ruinas?
¿Qué debemos descifrar bajo el escombro?
¿Algún tipo de consuelo?
¿Hay alguna admonición, algún aviso
de la Próxima Venida,
del ocaso de los tiempos?
¿Una culpa abismal que equilibre el castigo?
¿Alguna misteriosa
manera de lo bello? ¿Una pauta deducible?
¿Una forma depravada de armonía?
¿La podrida raíz de algún sistema?

El libro es un gran mosaico de treinta y cuatro teselas, la mayor parte historiadas, que no sólo narran lo que sucedió en la Lisboa arrasada, sino que se preguntan por qué y buscan un casi imposible consuelo. El Libro de Job es su referencia literaria más antigua. Aquel poema moral escrito en prosa y perteneciente al Antiguo Testamento que planteaba ya entonces la pregunta de por qué hay buenos que sufren.

Algo así también se interpelaron los teólogos y filósofos europeos después de la destrucción de la capital portuguesa: si la voluntad de Dios se reflejaba en aquel terremoto. Porque tamaño desastre estremeció la posible fe en la teodicea, un término que acuñara Leibniz en 1710, para quien este mundo era el mejor de los posibles, a pesar del mal en él presente, dado que a su través se expresaba la armonía universal; y porque de otro modo Dios no lo hubiera creado. Mientras Kant (aquel pietista con los huesos calados por la bruma del Báltico, que llegó a publicar tres pequeños opúsculos sobre el suceso) rechazaba tanto las interpretaciones teológicas como metafísicas del desastre, recogiendo toda la información disponible entonces y conforme a ella formulando incluso una teoría sobre las posibles causas de los terremotos.

Pero puede
que algo
se haya roto sin remedio
en el orden de este mundo
(en particular el vuestro)
o que esté a punto de hacerlo.
Y algo frágil, ciertamente delicado.
Perdonad que os sobresalte,
que perturbe vuestro idilio
con el mundo y quien lo hizo. Perdonadme
si reclamo vuestro docto peritaje,
pero es también el tiempo
para vos, amigo mío.
Mucho temo que tengáis que despertar.

De todo ello se habla en estas páginas y todo encaja en un discurso narrativo que se vuelve poesía no sólo porque recurre a los versos para contar, sino porque tienen éstos una precisión rítmica hipnótica y un tan rico tratamiento de los recursos literarios, una retórica antigua de tal virtuosismo, que podría afirmarse que el libro es tanto rareza como lujo, pero sobre todo una apabullante pieza de bella literatura.

Una rara elocuencia, que parece exigiros
unos ojos que no existen
todavía. Una música
nonata.
Palabras sin forjar. Un arte nuevo.

Es también un tratado de pesimismo, una descripción de la impotencia de los hombres, de su abandono a la suerte natural y al mal de los otros. Y sin embargo, se escribe todo ello. Hay en esa contradicción el escaso resquicio por donde se filtra el consuelo de la poesía y el del amor. Escasos pero suficientes para levantar las obras de arte y vivir los momentos que de algún modo nos redimen.

Redimirnos con las mañas
que sepamos, ya que nadie nos redime.
O intentarlo, y mañana,
bien entrada la mañana
con la mala
conciencia, las vendijas de niebla,
lo que quede de aguardiente en el regato
de la sangre, más las ruinas
de anoche,
las recetas de la amnesia y la analgesia
y los ruidos normales
después de las catástrofes
buscar en algún sitio aparejo de escribir.

A lo largo del poemario, se exprime el valor polisémico de la palabra “temblor”, que le da título. Es seísmo, pero es también estremecimiento que da vida, que nos mata de placer (la petite morte) y nos sacude de dicha.

Lo adivinas
justo a tiempo, que allí viene nuestro taxi,
que ahora pienso renunciar a las palabras
por lo menos mientras dure este temblor
que da vida, que nos mata y nos sacude.

Por eso, en el último capítulo o tesela de El temblor reside el ápice de consuelo que se levanta desde la desolación. Por eso también se exclama que Ex malo, carmina.

lunes, marzo 05, 2007

Antes del eclipse

Al anochecer la luna estaba casi llena. Observarla entre los árboles desnudos era como ver asomada a la ventana de mi infancia el rostro lechoso de la abuela Anastasia. Y era también como si el tiempo se lo hubiera desbordado con arrugas profundas, con la leña en la que ardería el eclipse.

viernes, marzo 02, 2007

De perfil

No quisiera contribuir al ruido. Alimentar la crispación. Nombrar al bicho. Dejar que el fiel de la balanza corporal se incline hacia el intestino dejando en el aire a la razón. No quisiera lanzar arenga alguna desde el fondo enlodado de ninguna trinchera. Me gustaría enfrentarme a los hechos sin más prejuicio previo que el que me inspira el profundo asco por la violencia. Oír respetuosamente a quien argumenta. Ignorar al que vocea. Aplicar, si fuera posible, aquella práctica propuesta por Anatol Rapoport –de la que ya se ha hablado aquí-, que tenía como objeto escribir un buen comentario crítico sobre el trabajo de un oponente, pero que bien puede aplicarse a otro ámbitos de discusión: “Primero se ha de intentar re-expresar la posición del contrario tan clara, vívida y justamente que el oponente diga: gracias, me gustaría haberlo expresado así de claro. Luego, se han de listar todos los puntos de acuerdo (especialmente si no hay asuntos de acuerdo amplio y general) y, tercero, se ha de mencionar cualquier cosa que hayamos podido aprender del contrario. Sólo entonces está permitido proferir palabras de rechazo o de crítica”. Mi contrario, el de todos en esta historia, no debería ser otro que ese mundo airado, cruel, totalitario e irracional que beatifica a asesinos en serie. Interpretar sus posturas –insanos escorzos viscerales-, parafrasearlas en exégesis de acercamiento según la teoría de Rapoport es, decididamente, un esfuerzo inútil. Sí cabría intentarlo, en cambio, entre quienes comparten o respetan la decisión gubernamental y los que no la entienden o la rechazan de plano. Aunque me temo que no hay voluntad ninguna para tal esfuerzo. Porque esa trabajada anemia del preso ha debilitado también a muchos: la compasión obligada es flaqueza, la crítica interesada, mezquindad moral. Quedan expuestos al fuego cruzado, entre otros, quienes siendo contrarios a la medida adoptada y proviniendo además de los ámbitos de la izquierda, muestran su rechazo sin paliativos, pero sin perseguir tampoco rédito espurio alguno. Por ahí andamos, casi de perfil.

Ascuas

He entendido la poesía como un puñado de ascuas. El rescoldo que queda después de tantas cosas. Y mi afán, por tanto, consiste en soplar sobre ese fuego siempre a punto de extinguirse, volverlo por un instante otra vez llama, poema. El inventario de esas hogueras revividas son los libros (rescoldos apenas, / rutilante poso / de lo que fue una hoguera / mientras la vida ardía / y la memoria aguardaba paciente / para rehacer de nuevo / su inventario de ascuas).

Hoy he recibido noticia del nuevo número de la revista Poesía Digital y en ella se publican dos muy hermosos poemas inéditos de Jordi Doce. En el titulado Doble fondo, se juega también -aunque mejor, me temo, y de otro modo- con la idea de las ascuas (Ya sé que muchos días fueron ascuas / dudosa llama, lengua que se arrastra…). Al hilo de su lectura, he pensado que este tratar de avivar las ascuas, quizás no sea sino la voluntad de no extinguirse nunca del todo.