miércoles, enero 26, 2011

Malos tiempos para la lástima

Uno no conoce personalmente al detenido. Sabe de él por terceros. Terceros de fiar que atestiguan su austeridad. Y tiene, también, constancia de lo que ha sido su vida política. De mucho riesgo en los malos tiempos. En el trance por el que ahora pasa, aflora el ensañamiento y el ajuste mezquino de cuentas y parece lo más natural quitarle todo dique a la corriente. Dejar que fluya lo peor y con la mayor fuerza posible. Trocear el árbol y prender la hoguera. Arrimar el fuego a instituciones y personas. Desde la Conciergerie a la Place de la Concorde hay un pasillo de rostros airados y vociferantes. “Fin al régimen”, claman. En la fotografía borrosa del periódico no se ve a una enjoyada María Antonieta, sino a un anciano cabizbajo del que uno ignora al menos tantas cosas como las que parecen saber de él quienes lo esperan jubilosos en la guillotina. Malos tiempos para la lástima.

jueves, enero 20, 2011

Algo de Treme

Hay muchas maneras de tentar la dicha —me siento más cómodo empleando esta palabra; “felicidad” suele resultar demasiado ampulosa—. Después de comer seguí con El sueño del celta, de Vargas Llosa. Una envolvente historia que pone sobre la pista del mal. En el Congo y en la Amazonia. Exterminio por codicia. Se narra con mano ágil. Disfruto lo bien que se cuenta, aunque en el cómo hay más oficio que “chispa”. A media tarde, me subo a la estática y me pongo el primer capítulo de la serie Treme mientras pedaleo. Una pequeña maravilla ambientada en las ruinas del Katrina. Música de Nueva Orleans y buenos diálogos. Hay un pequeño cameo de Elvis Costello (nunca había reparado hasta ahora en el parecido que tiene con Menéndez Salmón). Un conjunto de jazz toca en un garito por la noche. Alguien le dice al trompetista que en la sala está Costello. No lo conoce. Insiste:
—Sería bueno que lo saludaras antes de que se fuese.
—Tío, no sé quién es.
—Es Elvis Costello, joder, uno de los grandes. ¿Te imaginas ir de telonero en su gira?
—¿Y se llama Elvis? —risas.
—Vamos, hombre, no me digas que te quieres pasar la vida fumando, tocando la trompeta en este bar por las noches y haciendo barbacoas en Nueva Orleans.
—No estaría mal, tío —más risas.
Lo dicho, maneras de encarar los días.

martes, enero 18, 2011

Arboleda en la niebla

Ocho troncos sin raíz ni copa. Temblando casi como si fueran un reflejo en el agua. Ofreciendo en medio del frío la llama de su corteza otoñal. Ayer mismo colgué este trozo de bosque en las paredes del salón. Se me iba cada poco la vista desde el libro que leía al lienzo que me reclamaba como una ventana abierta a un paisaje nuevo y misterioso. En esta arboleda de Ramón Fernández, la niebla tiene la consistencia de todo lo que nos confunde, de cuanto nos perturba. Por debajo uno intuye una fauna abisal y submarina, por encima el cielorraso del ramaje entrelazado y desnudo. Y en medio, el silencio opaco donde golpea como el oleaje la respiración asustada de quien se ha perdido en el bosque y no encuentra el camino a casa, al sillón desde donde sólo un momento antes se sabía a salvo bajo una luz tibia y con una novela en su regazo.