viernes, diciembre 29, 2006

Chiuso

Como en el cuadro de Judy Morris, echo el chiuso durante algunos días a esta bitácora. Quisiera, no obstante, añadirle al cartelito unos versos de Alberto Caeiro.

Saludo a todos los que me lean,
les saludo y les deseo sol,
y lluvia, cuando la lluvia es necesaria,
y que en sus casas tengan
al pie de una ventana abierta
una silla predilecta
en la que se sienten a leer mis versos.
Y que al leer mis versos piensen
que soy algo natural:
por ejemplo, el árbol antiguo
a cuya sombra, cuando eran niños,
se sentaban de golpe, cansados de jugar,
y se limpiaban el sudor de la cabeza ardiente
con la manga de su guardapolvos a rayas.
La belleza es el nombre de algo que no existe,
que yo doy a las cosas a cambio del placer que me producen.


Pues eso, que a Vds. les permita el año entrante ponerle esa belleza a muchos de sus días.

jueves, diciembre 28, 2006

De la mano

Desde el comienzo del nuevo curso, cada vez que acompaño a mi hijo a sus clases particulares de inglés, se zafa de mí unos cuantos metros antes de llegar al portal de la academia: suelta su mano de la mía, emprende una breve carrera y se despide con un displicente movimiento de cabeza, sin darme siquiera ocasión de besarlo antes de irme. Si bien las primeras veces no le di apenas importancia a este inesperado desapego, al cabo de dos o tres semanas le interrogué sobre él. Con cierto embarazo y bajando la mirada, me reveló que prefería que no le besara delante de otros niños.
Posiblemente llegará el día en que mi hijo también haga suyas estas palabras que ahora rescato y que aparecen en el último libro de Muñoz Molina: "Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre". Hasta entonces y cuando me deja, disfruto de sus besos y tomo su mano como quien rebaña las ascuas de un día inolvidable.

Malentendidos

En los malentendidos como en la mala literatura, la polisemia es involuntaria.

miércoles, diciembre 27, 2006

Prisas

El polizón de nuestras prisas suele tener mala conciencia.

Lectura

Hay quien lee como quien corre, con la vista puesta en la meta. A mí me gusta leer como paseo.

Ángeles

La belleza de los ángeles debe de ser ambigua y arrebatadora: si se cuelan en medio de las conversaciones, si pasa un ángel, todos callan.

miércoles, diciembre 20, 2006

Il divino Marcello


Al final de los informativos de ayer se daba cuenta del décimo aniversario de la muerte de Mastroianni. Recordé entonces su libro Sí, ya me acuerdo... En septiembre de 1996, mientras trabajaba en el Viaje al principio del mundo con el director Manoel de Oliveira en un recóndito paraje portugués, Anna Maria Tató, su última compañera, realizó en paralelo un documental sobre el actor aprovechando los descansos del rodaje, captando sus testimonios íntimos, sus reflexiones. Apenas le quedaban dos meses de vida al actor. El libro, un hermoso libro, es la transcripción literaria de estas confesiones. De él entresaco ahora algunos párrafos:


Nostalgia del futuro

Cuando somos pequeños, los países que no conocemos y sobre los que tanto fantaseamos nos parecen siempre más bellos y misteriosos, incluso más reales que las ciudades donde vivimos. Tal vez la profunda fascinación de viajar permanece siempre ligada a esta especie de perspectiva fantástica que vuelve los lugares lejanos a la vez más misteriosos y reales que los que tenemos ante nuestros ojos. Según Proust, "los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos". Es una frase justamente famosa. Yo me permito añadir que acaso existen paraísos más atractivos aún que los paraísos perdidos: son los que no hemos visto nunca, los lugares y las aventuras que entrevemos a lo lejos; no a nuestra espalda, sino delante de nosotros, en un futuro que quizás un día, como en los sueños que se hacen realidad, conseguiremos alcanzar, tocar. Quién sabe, tal vez la fascinación de viajar radique en este encanto, en esta paradójica nostalgia del futuro. Es la fuerza que nos mueve a imaginar -o a ilusionarnos con ello- que haremos un viaje y encontraremos, en una estación desconocida, algo que podría cambiar nuestra vida. Acaso uno deja realmente de de ser joven cuando tan sólo es capaz de añorar y amar los paraísos perdidos.


El pueblo más cercano

Hay un hermoso relato de Kafka titulado El pueblo más cercano: “Mi abuelo solía decir: ‘La vida es asombrosamente corta. Ahora, al recordarla, me aparece tan condensada que, por ejemplo, casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más cercano sin temer incluso que el espacio de tiempo en el que transcurre felizmente la vida no sea suficiente ni para emprender semejante viaje’. Cuando yo era joven me parecía que la vida era larguísima, eterna. Ahora, en cambio, cuando miro hacia atrás, a veces digo: ‘Pero, esa película, ¿cuándo la hicimos? ¿Hace cinco años? ¿Cinco años? ¡Qué va! ¡Hace quince! ¿Hace quince años?’ De joven, cuanto montas a caballo para hacer ese viaje, piensas que no tendrá fin, que será largísimo. Y luego en cambio, llegado a cierta edad, te das cuenta de que ‘el pueblo más cercano’ no estaba muy lejos, que realmente ha sido un viaje corto, ¡cortísimo! La vida: sí, a cierta edad nos damos cuenta de que ha pasado como una exhalación. Y el pueblo está ahí, muy cerca.

martes, diciembre 19, 2006

Café Gregorio

Suelo tomarme el café de media mañana en el Gregorio. Cuando anda tras la barra Chano y alguien le menta la pesca, puedes tirarte un buen rato esperando por la consumición. Se le va el santo al cielo. Ayer conversaba telefónicamente acerca de un libro de fotografías aéreas de la costa gallega. Si Chano habla por teléfono, es fácil enterarse de lo que dice: eleva el tono de voz tanto como si quisiera asegurarse de que la distancia con su interlocutor debe salvarla a medias con Telefónica. “Son unes fotos precioses –gritaba entusiasmado-. Ves toda la costa y cada una de les playes con una nitidez acojonante. Paez que están saltando les chopes nel agua.”. Chano habla de chopes y de furagañes como de sirenas. Va haber que atarlo a la cafetera como a Ulises al mástil; en cuanto oye la marea pierde el sentido y desatiende el negocio.

lunes, diciembre 18, 2006

Una cuenta pendiente


Al nieto del General Prats.






Ha pasado ya casi una semana y aún sigo dolorido. Tengo moretones por la espalda y a lo largo de las piernas. Si los presiono noto una punzada de dolor. Es real y concreta. Sin embargo, todo lo que recuerdo de aquel día es impreciso, como la memoria de las resacas. Sé que anduve rondando durante un buen rato la cola. Que finalmente me situé en ella. La corriente me arrastró entonces y caminé casi por inercia desde la calle hasta el interior del cuartel. Aunque a mi alrededor se hablaba, para mí eran todas aquellas palabras apenas un murmullo ininteligible: el curso rumoroso de la corriente. Cuando lo tuve bajo mis ojos, le sobrepuse por un momento el rostro de mi abuelo a su máscara, blanda pese a la rigidez, se lo sobrepuse a su ceño, marcial pese a la postración, y también a toda su chatarra condecorativa. Cuando se me fue el recuerdo y se quedó sólo el muerto, le escupí. Con la torpeza de un acto no premeditado y repentino, le escupí. Justo entonces, antes de que me clavaran sus uñas los que me rodeaban, juro por Dios que ví bajo la saliva esparcida de mi asco, cómo se empañaba desde dentro el cristal que lo protegía. No era sino el aliento póstumo de su rabia, por fin ya inútil.

viernes, diciembre 15, 2006

Un par de apuntes

De camino al trabajo vi grafiteada en una pared la palabra rencor. Traté de imaginármela al tacto y la hallé áspera. Me pareció, además, que aunque finalmente se borrara, la mano de quien la escribió siempre recordaría sus trazos.

A llegar a la oficina abro un correo de J.P. Termina así: Ayer vimos Un día de campo de Jean Renoir. Una preciosa película. Media docena de actores, un día de sol, un río, unas barcas y un chaparrón. Treinta y nueve minutos que nos llevan de la ilusión a la decepción.

jueves, diciembre 14, 2006

Cuento incendiario de Navidad


En la playa del Cervigón, las mañanas del verano son una delicia. Sus guijarros se extienden hasta un poco más allá del final del paseo marítimo. En esa prolongación recóndita buscamos acomodo. A nuestras espaldas se levanta una pequeña e inestable pendiente de tierra y vegetación por la que hasta hace tres o cuatro años todavía se podía ascender a través de una rudimentaria escalera de barro. Supongo que las lluvias terminaron con ella. Delante nuestro siempre se bate el océano. Y a nuestra izquierda, cuando sube la marea, nos aísla una hilera de rocas que parte la cala en dos mitades: la vertiente occidental suele ocuparse sobre todo en los días festivos y sobre ella se tienden los menos habituales; al otro lado de esa frontera de piedra andamos los asiduos, porque justo es allí donde la playa se vuelve milagrosamente silenciosa. Se hace, por ello, muy placentero recostarse al sol con un libro entre las manos o simplemente cerrar los ojos, avivar el fuego en el azogue de los párpados y guardar en la memoria para el abeto de la Navidad las chiribitas de esa hoguera. Por ver si hay suerte y arde.

Smoke

Al final del día,
cuando nuestro pequeño duerme ya en su habitación,
en la cocina se anuncia el café
como un tren esperado.
Vapor tibio
y aroma de reposo.
Quemamos en el andén
los últimos cigarrillos,
las últimas palabras.

Qué dulce puede ser el humo en la noche
si el sueño de los ángeles
no agita los posos ni las cenizas.

miércoles, diciembre 13, 2006

Sobreactuación


Oigo en la radio a un naturalista referirse a una rara mariposa que posee la facultad de camuflarse volviéndose transparente. Tan extraordinaria habilidad le hace exclamar, con entusiasmo lírico, que la dicha mariposa “se vuelve luz”. Y por si el tono no fuese suficientemente explícito, el entomólogo redunda: “es auténtica poesía de la naturaleza”.
De repente, ese innecesario subrayado final le ha quitado toda la magia al disfraz del lepidóptero.

martes, diciembre 12, 2006

Microtaxopoética

Porque en Montale y en cualquier otro poeta un poema no sólo dice, también suena. Suena a lo que dice y dice también una música, de manera que sentido y sonido son indisociables, tan esencial uno como otro.

La cuestión va más allá de los problemas de la traducción y podría servir para diferenciar tres tipos de poesía: dos que representan el extremo de la elección por el sonido o el sentido y una opción intermedia y equilibrada.”

Santos Domínguez Ramos

Luces

Se han encendido desde hace días las luces que adornan las calles de la ciudad. Este año se han renovado totalmente. Se ha elegido una iluminación minimalista y laica. No parece haber gustado mucho, sobre todo a los comerciantes. Ciertamente es ésta una ciudad a la que le placen más los excesos, que emplea generosamente los aumentativos, que disfruta de las celebraciones pantagruélicas, del ruido de los chigres, de la pátina de perfume y humedad de la sidra escanciada. Quizás por ello estos nuevos y escuetos adornos lumínicos no se avengan al carácter playu. Nadie echa en falta a los angelotes, a las estrellas de oriente, a los Magos. Pero se añoran las grandes bombillas con que se les daba forma, los aparatosos arcos de luz que ocupaban todo el ancho de las calzadas. Parece preferirse el granel al detalle. O será, tal vez, que se advierte en los nuevos adornos un arriesgado toque de austeridad decorativa que si, milagrosamente, contagiara de sobriedad al ciudadano pondría en peligro la orgía del despilfarro. Bendita luz tenue.

lunes, diciembre 11, 2006

La vida privada de Sherlock Holmes


Hace un par de días pasaron por televisión La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder. Se narra en esta pequeña joya, una aventura que Watson, el fiel amigo, confidente y cronista, no habría publicado en vida por afectar, según se nos desvela al comienzo del film, a la propia intimidad del investigador, a su vida privada. La película comienza presentándonos a un Sherlock Holmes abatido por la inactividad, incluso entregado por momentos al coqueteo con algunos alucinógenos por no tener entre manos ningún caso relevante que aclarar, una falta de ocupación de la que, no obstante, se libra pronto al verse envuelto en una trama de espionaje, en la que el mismo sirve involuntariamente a los propósitos del enemigo alemán, puesto que es engañado por una espía que logra seducirlo. El retrato del imperturbable y perspicaz sabueso no puede ser más lacerante: no sólo no acierta a descubrir la trama que investiga sino que él mismo se convierte en una de sus víctimas; y en esas indagaciones, para más inri, se deja engatusar por una mujer que resulta ser, finalmente, una fiel servidora del Káiser. Engañado y enamorado de quien le engaña. Sin embargo, en una pirueta final de la historia, se le permite a Sherlock Holmes descubrir en la prensa, como algún tiempo después, aquella misma espía alemana, en su último acto de servicio en el Japón, una misión por la que finalmente es ajusticiada al ser descubierta, había adoptado el nombre que durante algunos días compartió en Inglaterra con el propio Holmes cuando ambos debieron simular ser matrimonio en el curso de la aventura que la película cuenta. La utilización de ese apellido es un guiño que revela que el amor del detective había sido correspondido, aunque fuera imposible. Saberlo sume a Sherlock Holmes en la desesperación y le lleva a recurrir, de nuevo, a unas inyecciones con una rara solución de cocaína rebajada. Pero en ese recurso no vemos los espectadores un vicio ocioso, sino un consuelo, quizás al modo en que lo era el vino para François Mauriac, cuando afirmaba que él “conoce nuestra miseria, se compadece de nosotros y, cuando nuestras fuerzas desfallecen, nos ofrece abnegadamente su vitalidad”.

Así parece describir la soledad del héroe Billy Wilder, sus debilidades humanas, sus errores, su amor no consumado, su desconsuelo final. El más inteligente de los investigadores es, en la intimidad, un hombre que no ha encontrado una solución satisfactoria a su propia vida. Y quizás lo más sorprendente es que todo ello se narra con un guión ágil y lleno de gracia, y se asiste a esta introspección en la privacidad descarnada de Sherlock Holmes sin que perdamos la sonrisa. Supongo que no hay nada más serio que el humor inteligente.

martes, diciembre 05, 2006

Versión poética del rey desnudo

Y llegó el comandante y mandó parar…

A mí el poeta como Sibila, exactamente como las sibilas y el género sacerdotal, me causa horror. Y no deja de ser sintomático que en tiempos tan seculares haya una tal floración y un tal aprecio de poetas que son herméticos como emisores de oráculos y mantras. Así que, al amparo de esta noche en que todos los gatos son pardos hay verdaderos ejércitos de versos crípticos e ininteligibles, de simulaciones verbales, de hondas profundidades y “misterios” de los que los profanos estamos excluidos. Y adobados además con la jerga crítica al uso, otorgarían la impresión de que hemos vuelto a Delfos o estamos ante los hijos de Heráclito. Pero basta encender una candela, y no digamos ya un buen foco de luz, para que veamos que allí no hay nada, absolutamente nada.”

José Jiménez Lozano (Segundo Abecedario)

Poética de la nada


Las palabras que pudieras grabar en nieve
tendrían la consistencia exacta del silencio,
su invisible trama,
su imposible tacto,
y el final mismo de cualquiera otra de las grafías:
sombra, aire, nada.

lunes, diciembre 04, 2006

Amaneció lloviendo...

Amaneció lloviendo abundantemente. Por el trozo de carretera que baja entre el eucaliptal hacia la Playa de España el agua descendía en regatos caudalosos buscando la línea recta hacia el río. Se había desprendido la tierra en algún tramo, y sobre el asfalto se desparramaban algunos terrones oscuros. La marea andaba alta y convulsa. Hasta muy adentro, tenían las aguas color de barro. Llegamos a casa de nuestros amigos al mediodía. A la puerta, el furgón ambulante de la fruta pregonaba su mercancía. El prado estaba encharcado. Adentro, la chimenea debía de estar encendida desde hacía ya horas. Se estaba bien. Los niños se concentraron pronto en sus juegos y nosotros en la charla y en la lectura de los periódicos del día. Estuvimos dentro de la casa hasta bien entrada la tarde. P. hizo verduras al horno y fabes con codornices. Bebimos un tinto de olor intenso que embotellan en una pequeña bodega riojana, Ostatu. A través de las ventanas que dan a poniente se veía el robusto esqueleto de la higuera. Hace años, en una inolvidable estancia en Formentera, durante un mayo caluroso, escribí un pequeño poema a una de las hermosas higueras de la isla. A su sombra, unas cuentas ovejas se refugiaban del sol de la mañana. Decía: Es primavera y ahora su sombra / es estanque de agua muy calma; / pero llegará el otoño / y entonces será / el confuso esbozo / de una tormenta dormida, / de cien rayos de leña desnuda. Así de despojada estaba ahora la higuera de Villaverde, sin frutos, sin hojas, como un garabato oscuro de ramas retorcidas recortándose contra el cielo.

Serían quizas las cinco o cinco y media de la tarde cuando el cielo se abrió durante un buen rato. Lució incluso un sol que era ya flojo y venía muy bajo. Paseamos hasta Marianes. Charlamos con algún vecino y volvimos ya casi de noche. Nos sentamos cerca del fuego. Extraje de entre los estantes de la biblioteca, un libro de diarios de García Martín. Lo abrí al azar. Leí un apunte muy corrosivo sobre los Cuadernos de Lanzarote de Saramago. Recuerdo haber leído los dos volúmenes que Alfaguara editó con los apuntes personales del portugués entre los años 1993 y 1997. Ciertamente eran unas anotaciones escritas a su mayor gloria y tan evidente era ello que el propio Saramago en la entrada del 9 de abril de 1994 decía: “Gente maliciosa verá estas páginas como un ejercicio de narcisismo en frío, y no seré yo quien vaya a negar la parte de verdad que haya en el sumario juicio, si lo mismo he pensado algunas veces ante otros ejemplos de esta forma particular de complacencia propia que es el diario”.

Surgió luego en la conversación el cierre temporal que le ha echado a su bitácora Félix de Azúa. Recordamos los buenos ratos que nos han proporcionado durante un año sus comentarios imaginativos, cultos pero no pedantes, valientes y comprometidos en muchas ocasiones, irónicos las más de las veces, y siempre manteniendo una muy alta calidad literaria, a pesar de tratarse de un ejercicio de estilo impuesto día tras día. No serán ya, dese luego, las mañanas iguales sin el estímulo de Azúa.

Antes de irnos, J. me regaló un pequeño libro de Néstor Luján titulado Viaje a Francia, recopilación de una viejas crónicas publicadas por la revista Destino. En la introducción, dice su autor que “la única justificación de este libro es que a su autor, que se divirtió mucho viajando y escribiendo estos reportajes, le agradaría hacer partícipe al lector de esta honesta diversión, en la medida de sus frágiles pero bien intencionadas fuerzas literarias”. Y no es éste mal propósito, que no otro persiguen también estos diarios.

viernes, diciembre 01, 2006

Premonición

En Hamlet, de William Shakespeare, acto segundo, escena primera:

Polonio.- Pues adiós, buen viaje.

(Y no era a Alexander Litvinenko, sino a Reinaldo.)

Ella

Desde las ventanas de la oficina se veía un hermoso amanecer de otoño, hilachado en rojos, polarizado por las primeras luces de la mañana. Dejaron todos sus primeros quehaceres del día e hicieron piña ante el hipnótico espectáculo. Dijo ella entonces: seguro que va a llover. Y se rompió la magia. Se deshizo el grupo y cada uno volvió a su mesa de trabajo. Alguien explicó más tarde, en un corrillo de máquina de café, en uno de esos descansos al que ella nunca acude porque la cafeína le produce taquicardias, que siempre había sido así, desde pequeñita. Fijate que cuenta su hermana que jugaban de niñas en casa a las excursiones. Que preparaban bajo la mesa del comedor el mantelito, los cubiertos y la comida, que emprendían a continuación un largo viaje hasta la mitad del salón y desplegaban todo aquello como si hubieran llegado a una pradería hermosa al lado del río, como si se dispusieran a disfrutar de un hermoso día de campo. Y de repente, ella urgía a recogerlo todo porque le habían caído las primeras gotas gruesas de una tormenta épica.

jueves, noviembre 30, 2006

Varia

En ocasiones una disculpa elegante justifica sobradamente una espera demorada. Me escribe J.:

Acabo de leer una frase del recientemente premiado Raúl Guerra Garrido: "De entre dos puertas, elige la cerrada; entre dos cerradas, la que esté prohibida, y entre dos prohibidas, la que más miedo te dé". Cualquiera diría que yo tardo más en contestar los correos que quien se encontrara ante tales dilemas. Procuraré enmendarme.

* * *

El otoño en el parque
ensarta brochetas de luna
con las ramas desnudas de un árbol.
* * *

Le están poniendo espejos a las casas que miran al Muro:
¿se asustará la marea en los días de mucho oleaje?

miércoles, noviembre 29, 2006

Revisión Poética (haiku con coda)

Diario de ascuas,
poso de las hogueras
que son los días.
(Algunos días.)

De retornos y canallas (5)


Durante un verano de hace ya años viajé a Venecia. Cuando allí vayáis no os demoréis en San Marcos por mucho tiempo. Comprad mejor una postal que le haga justicia a la plaza y que vuestros pasos os lleven enseguida a lugares menos concurridos. Porque Venecia está escondida en tránsitos sin salida, en canales de aguas sucias y quietas por donde nunca se aventuran ni góndolas ni turistas, en muros ocres raídos por los atardeceres y el orín. Perdido en esos rincones húmedos, que son como las llagas ocultas de un rey leproso, comprendí que algunas de mis añoradas calles de Cimadevilla bien pudieran haber sido un digno barrio de la propia Venecia.

martes, noviembre 28, 2006

Sherlock Holmes de andar por casa

Ayer cuando llegué a casa a la hora de comer, mi hijo me abordó entusiasmado con el relato de lo que él y un compañero suyo de la escuela se traen entre manos. Nada más, y nada menos, que la resolución de un caso propio de detectives. En su misma aula, sobre la mesa de una niña, apareció una nota anónima. Del contenido de la misma no he llegado a conocer más que vaguedades: que si en ella el que firmaba se declaraba admirador secreto de la destinataria, que si le proponía algo así como una relación epistolar de papelitos a dejar en sitios previamente acordados… En realidad, lo que a mi hijo le interesa es saber quién escribió la nota. Y en ello está, acompañado de su particular Watson, y aplicándose en métodos deductivos que detalla en hojas manuscritas en las que se enumeran los avances de la investigación y los nombres de los sospechosos. Tengo con él, sin embargo, un conflicto de prioridades, pues mi pequeño considera más importante descubrir al autor del anónimo que investigar el móvil. Es lógico, la gracia para él está en quitarle la máscara al compi; la preocupación de su padre es conocer si mocosos de diez años se escriben ya recados de amor.

Poética (haiku)

Diario de ascuas,
poso de las hogueras
que son los días.

lunes, noviembre 27, 2006

Web Cam al mediodía

Ayer pronosticaron olas de cuatro y cinco metros. También recomendaron no acercarse a los rompeolas. Vengo del Muro. Hace un día espléndido. Temperatura primaveral, luz de otoño, sol clemente. Pero es cierto que hay olas musculosas. Se levantan con un vigor de materia densa, opaca, verde. Anda la marea a medio camino y viene rompiendo ya por ambos brazos de la bahía, hacia San Pedro y también hacia el Cervigón. Y lo más desconcertante es que este arrebatamiento se produzca en una mañana tan plácida. Que se manifieste de improviso y tan violentamente bajo un cielo despejado. Y que los paseantes disfrutemos de esa cólera en mangas de camisa, asumiéndola con la empatía propia de quien le aplica a las cosas del océano las dosis justas de inteligencia emocional.

Globalizaciones varias

Anoche en la 2 de Televisión Española se emitió un programa titulado Voces contra la globalización. Una tras otra se fueron sucediendo las intervenciones críticas contra la política imperialista norteamericana: Nair, Saramago, Galeano, Manu Chao, Ramonet... Tal era la unanimidad en los planteamientos de los intervinientes que bien pudiera pensarse que todos ellos habían sido, paradójicamente, contagiados por alguna suerte de globalización del parecer. Eso o que alguien tomó partido -partido hasta mancharse- cuando cursó las invitaciones.

(Aunque se pudiera estar de acuerdo con lo argumentado por los intervinientes seleccionados, la parcialidad del programa se volvía finalmente en su contra al ofender la inteligencia del espectador.)

viernes, noviembre 24, 2006

Gramática complicada

Por mucho que se empeñe Alex Grijelmo, siguen existiendo gramáticas complejas, cuyas normas se rigen por el miedo, la cobardía o la supervivencia. No hace falta más que leer hoy –y siempre- a Maite Pagazaurtundua: “Existe toda una gramática de la palabra y del silencio en el País Vasco”.

Vida eterna

Dejé a mi mujer y a mi hijo en la consulta de la dentista y me fui a pasear por la orilla de la playa. Ya era de noche. Hacía una temperatura muy agradable para ser casi finales de noviembre. El río llegaba al mar crecido y turbio por las lluvias de los últimos días. Era bajamar y sobre el escote de la playa brillaban como perlas las farolas del Muro. Me cruzaba a la gente y la dividía en dos tipos: gozadores y penitentes. Quienes como yo paseaban sin prisa, buscando un poco de silencio y un paisaje al que asirse, formaban la vertiente tranquila del carpe diem. Los otros, los que corrían sudorosos, atentos sólo al ritmo de su zancada y al pálpito del corazón, pertenecían a una suerte de moderno ascetismo que quizás ya no aspira como el antiguo a la vida eterna, pero que sin duda pretende eternizar los restos de la que se posee mediante la privación (del aliento).

jueves, noviembre 23, 2006

Moby Dick

Ayer al mediodía cuando dejé la oficina, un informático me informó de que, por la tarde, me iba a cambiar el ordenador de mi despacho por uno más potente. Hoy cuando he llegado a mi mesa de trabajo me he encontrado, efectivamente, con un aparato nuevo. Tiene una pantalla más grande y la carcasa es de otro color. Lo he encendido y lo primero que he apreciado es que el fondo de escritorio que mantenía en mi viejo computador, una hermosísima fotografía tomada por Juan Garay en el muelle de Gijón una tarde oscura en la que el cielo amenazaba tormenta y los veleros amarrados a los pantalanes lucían por ello mucho más blancos, había desaparecido. A cambio, el informático me había dejado por pantalla un trozo de desvaído océano verde en el que aparece la cola de una ballena que se va a las profundidades dejando una cascada de agua por rastro. Me temo que antes de emprender la inmersión, el tremendo cachalote se ha tragado los veleros del muelle, la mitad de los programas de mi viejo ordenador y todo lo que en éste tenía a mano y me era útil. Y lo peor es que ahora tendré que llamar de nuevo al informático para que me arregle el desaguisado. Procuraré no estar cerca cuando se ponga manos a la obra, porque es capaz de volver el bicho y dejarme tan tullido como al capitán Ahab.

miércoles, noviembre 22, 2006

Amigos

Con el paso del tiempo se consigue disfrutar cada vez más de las cenas con los amigos. Primero porque los que hemos conservado al cabo del tiempo son ya como los restos más preciados del naufragio de los años y el afecto que por ellos sentimos es tan definitivo y gustosamente irrenunciable como un pacto de sangre. Y segundo, porque, a poco que nos hayamos ido puliendo con las cosas que nos mejoran, disfrutamos mucho más de su compañía, de su conversación y de cuanto con ellos comemos y bebemos.

Hace tiempo leí en un libro de artículos de Francisco García Pérez, Lo que hay que oír, una reflexión que viene a cuento de lo que digo: “La cultura personal no es otra cosa que una consideración armónica del mundo y jamás una acumulación de lecturas, un modo de demostrarlo es hacerse fuerte en la amenidad de la charla, en el ingenio oportuno, en la anécdota demorada".

Y ya puestos, puede añadirse a esta entrada una poesía que también le viene bien. Es, como en otras ocasiones, de Darío de R. (poeta especular):
Amigos

Conversas hasta la madrugada,
bebes largamente,
fumas…
Y mientras tanto,
llega en silencio la noche.

Vuelves feliz a casa,
en medio del frío y bajo la luna.
Pero atesoras un dulce pálpito en el pecho
con el que confías,
sólo por un momento que se te antoja eterno,
en el resto de tus días.

lunes, noviembre 20, 2006

Sabelotod@s

Hace ya algunas semanas que el trabajo nos impedía mantener la correspondencia electrónica que casi a diario nos hemos ido enviando en los últimos meses. Hoy, por suerte, recupero a mi buen amigo J. a través de sus e-mails, que no es poca cosa porque, de alguna manera, sus mensajes tienen algo de bitácoras para un solo lector. Espero que no se moleste si en el futuro cuelgo en este diario algunos comentarios de sus correos. Merece la pena.

Te voy a relatar una anécdota que me ocurrió hace unos días en El Corte Inglés y que tiene que ver con la tontería humana. Ví unos libros muy atractivos de una colección de divulgación científica para niños. Uno de ellos era una especie de biografía de Darwin, por el que tengo un particular interés. Me puse a hojear el libro para ver si merecía la pena, pues el autor y la editorial me eran desconocidos. Ya al mirar la cubierta me sorprendió el nombre de la colección "Sabelotod@s". Yo había oído hablar de los sabelotodo y de las sabelotodo, pero nunca me había encontrado con las sabelotodas. Bueno, pues no era esta la tontería más gorda. Abrí el libro por la mitad y me encontré algo maravilloso. Decía el autor del libro que Darwin había escrito un ensayo muy importante titulado El origen del Hombre y que lo había titulado de esta forma porque le tocó vivir en una época muy machista, y que el pobre Charles de haber vivido hoy lo habría titulado o bien El origen del Hombre y de la Mujer o bien El origen de las personas. ¡Toma evolución de las especi@s!

Ventanas altas

La mañana del viernes me visitó en el trabajo B. Siempre tiene el buen detalle de traer bajo el brazo algún libro recién salido de la imprenta. En esta ocasión me obsequia con el titulado Ventanas altas. Vertientes de la poesía actual en Asturias, un esbozo de los últimos años de la poesía en nuestra región pergeñado por el profesor universitario y poeta Leopoldo Sánchez Torre, y que ha sido editado conjuntamente por la Asociación de Escritores y el Gremio de Editores de Asturias.

Supongo que debe de ser difícil realizar un estudio de esta naturaleza. Se trabaja sin demasiada perspectiva temporal y quizás el inventario de nombres elegido sufra inevitables alteraciones en los próximos años; por otro lado, los poetas más que tendencias muchas veces ocupan trincheras y siendo quien emprende esta labor parte interesada, a buen seguro que ha tenido que debatirse entre el deber y la devoción.

El resultado es un breviario de lectura amena pero escasamente sistematizado en sus poco más de cincuenta páginas. No entro a valorar el nomenclátor, lo doy por bueno y por completo. Aunque quizás sea este aspecto el que más recelos provoca entre los interesados cuando tales obras salen a la luz, no conozco la poesía asturiana con la profundidad necesaria como para echar en falta nombres o como para considerar desacertada la inclusión de alguno de los que aparecen. Pero creo que lo que sí se le debe exigir a este tipo de estudios es un método, una pauta regulada por criterios cronológicos, estéticos o de lengua -también posibles en este caso por hallarnos ante una literatura bilingüe-. Por contra, lo que Leopoldo Sánchez Torre realiza es un apresurado recorrido por autores y obras que tiene vagamente algo de temporal, algo, escaso a mi juicio, de aclaración sobre cuáles son las diferentes líneas estéticas y, finalmente, un remate, apenas ensamblado con lo que le precede, sobre la producción en asturiano. Todo ello prologado por unas breves líneas introductorias en las que se aclara de dónde viene la idea del título del libro: un recorte de una de las anotaciones publicadas por Jordi Doce como Hormigas blancas (Bartleby, 2005), que dice “no hay poema sin ventana”. Así pues, alentado por esta cita, dice el autor: “En estas páginas trataré de mirar y hacer mirar desde y hacia las ventanas más altas y mejor orientadas de este vigoroso inmueble, pero intentaré también ser justo con las que, si algo más bajas y tupidas, no impiden sin embargo la contemplación de magníficas vistas”. Pues bien, comienza aquí un itinerario que viene dividido en las siguientes etapas (al índice me remito): La tela: tertulias y publicaciones / El hilo: los poetas / El hilo: ventanas altas / La segunda promoción / Cuatro poetas / Los nuevos / Las lenguas: el Surdimientu / Canon, arquetipo, generaciones / Cuatro más cuatro poetas / Los que son. La mera reproducción de cómo se intitulan las partes de este estudio ofrece, creo, pistas sobre la ya aludida falta de una exposición más estructurada de lo que se cuenta o pretende contar.

De cualquier modo, al libro ha de reconocérsele el mérito de haber iniciado el desbrozamiento del panorama poético de estos últimos años en Asturias desde posiciones que pretenden ser, y parece que lo consiguen, no alineadas; de hacerlo además con conocimiento de causa; y de ponernos a los lectores en el rastro de una amplia nómina de autores a los que continuar leyendo o a los que empezar a conocer. De todos ellos se repasa someramente su trayectoria literaria y son los que siguen -según su orden de aparición-: Víctor Botas, Alberto Vega, Francisco Velasco, José Luís García Martín, Ángel Guache, Herme G. Donis, Ricardo Labra, Olvido García Valdés, Fernando Beltrán, David González, Martín López Vega, José Luis Piquero, Jordi Doce, Silvia Ungidos, Pelayo Fueyo, Fruela Fernández, Xosé Manuel Valdés Costales, Xuan Bello, Berta Piñán, Lourdes Álvares y Antón García.

viernes, noviembre 17, 2006

Cadaverina

Leo en la prensa la azarosa vida (valga la paradoja) del cadáver de Perón. En 1987, trece años después de su muerte, se profanó el sarcófago donde reposaba el general y se le mutilaron las manos, por las que se exigía a su partido alrededor de ocho millones de dólares de rescate. Nunca más aparecieron. Ahora, transcurridos treinta y dos años de su fallecimiento, se le ha renovado el ataúd, sustituyendo el viejo cajón de roble que lo contenía. Además se ha aprovechado la muda para buscarle una nueva ubicación, llevándolo desde el cementerio donde se hallaba hasta un mausoleo temático que se está instalando en la que fuera su residencia de fin de semana; y también para arrancarle a la momia algunos pedacitos con los que analizar su ADN, a ver si coincidía con el una supuesta hija que venía litigando por derechos hereditarios. Finalmente se ha desechado cualquier parentesco entre ellos. Pero, lo más divertido de todo este trajín es que ha estado dirigido por el supuesto tanatólogo oficial del Perón, don Alfredo Péculo, quien ya había sometido al cadáver, en ocasiones anteriores, a diversos liftings con el fin de que los años a la sombra no le deslucieran el apresto. "Para mi -confesó Péculo-, haber vuelto a ver el cuerpo del general tiene gran valor afectivo, fue el máster de mi carrera como tanatólogo".

Leyendo esta historia, recordé un relato breve de Darío de R. publicado en Ágora hace unos meses y que ahora transcribo:
A la noche, subimos al coche de Julián. Me tocó sentarme en la parte de atrás, entre Manuel y Ariel. Llevaba puesta una deliciosa música de jazz. Julián conducía despacio por las calles iluminadas de la ciudad. Manuel hablaba jocosamente de muertos y tanatoestética. Yo iba encogido en el asientro trasero del Audi, oprimido, silencioso. Pedí que abriesen las ventanillas. Julián decició, sin embargo, conectar el aire acondicionado. Pero no era frío lo que yo necesitaba, sino oxígeno, espacio. Oía como en un sueño la música y la historia que Manuel contaba: "Era un agente funerario magnífico. Los parientes de los fallecidos siempre le quedaban agradecidos. A los hombres les dejaba el rostro como el culo de un crío. Llevaba consigo permanentemente una máquina eléctrica de afeitar. Peinaba al muerto, le arreglaba el traje y lo rasuraba con pericia de barbero". Me dolía el pecho y no deseaba otra cosa que en el próximo semáforo nos detuviera una luz roja salvadora. Entonces, y aunque me tomasen por loco, me bajaría del coche y me iría andando. "Un día me hizo una confidencia. Lo que no llevo, Manuel, son los suicidios. Un suicidio es lo último, Manuel, lo último. Y va el cabrón, y unos meses más tarde, se nos mata con gas. Ja, ja, ja. Cortó la goma con una navaja y se dejó morir. Pero lo más curioso del caso es que, según nos confirmó la policía, no sólo pretendía suicidarse, sino llevarse también por delante a su mujer y a su hija. Algo falló, pero se fue de este mundo convencido de que cuando ellas volvieran a casa y apretasen el interruptor de la luz, volarían los tres. La chavala era yonqui y lo volvió loco. Pero no os imagináis lo mejor. Cuando lo encontraron muerto, tenía en la mano todavía la maquinilla de afeitar y se había engominado el cabello. Nos dejó el trabajo hecho el muy capullo. Ja, ja, ja". Llegamos por fin. Me caía el sudor por las sienes, pero no había dicho ni palabra de mi angustia. Tenía entumecido hasta el paladar. Puta claustrofobia.

Höfn

Ayer en EL CULTURAL se anunciaba la publicación del útlimo libro de Seamus Heaney, District and Circle. Con este motivo se anticipan dos poemas de esta obra en la versión de Jordi Doce. Quienes visitamos a diario su blog ya sabíamos que andaba enfrascado en esta traducción, de la que el mismo había adelantado la composición que habla del glaciar de Vatnajökull, en Höfn (Islandia), cuyos últimos versos dicen:

(...) y me dio miedo su frialdad, que aún parecía suficiente
para helar las ventanillas empañadas de aliento,
congelar sedimentos de una labranza inquebrantable
y todas las palabras cálidas y gustosas que van de boca en boca.

Seamus Heaney
De District and Circle (Faber & Faber, 2006)

Versión de J. D.

jueves, noviembre 16, 2006

Así nacieron Las Edades del Hombre


Rescato esta deliciosa curiosidad del libro Segundo Abecedario, de José Jiménez Lozano, editado por Anthropos. Corresponde a un apunte fechado en 1986. V, que no es otro que el sacerdote José Velicia, fallecido unos años después, le habla a Jiménez Lozano de una exposición de arte sacro catalán. De repente, y espoleados, supongo, por el deseo de que también sean conocidos los tesoros de la Iglesia castellana, profundos conocedores ambos de lo que ésta alberga no sólo en sus catedrales, sino también en las pequeñas iglesias de los pueblos, en los más recónditos monasterios, idean lo que hoy todavía sigue siendo uno de los más hermosos proyectos culturales de este país: Las Edades del Hombre.

Un proyecto. V. me habla de una exposición de las obras de arte que guardan las iglesias, museos y monasterios catalanes. ¿No se podría hacer algo parecido aquí? Pero de otro modo a como se suele hacer. No se trata de sacar los trastos y ponerlos ahí, a la ventana, en exposición, y tampoco necesariamente de recurrir al esquema de supuesta evolución de las formas, que implica la idea muy agradecida pero falsa de que en arte hay progreso como en las máquinas de los trenes. Se trataría de sacar pintura, escultura, libros y música de una altísima categoría que están diseminados y a veces ocultos y desconocidos, y situar la obra de arte o la escritura en su Sitz in Leben para decirlo pedantemente; y con una cierta narración. No haría falta más que abrir los ojos para, viendo como un artista romántico y otro barroco pintan o esculpen un Cristo Crucificado, comprender lo que hay detrás en cada caso: una teología, una estética, una sensibilidad, una concepción del hombre, y del mundo tan distintas. Y comparar las obras de prestigio con las que no tienen ninguno, y a ver qué pasa. A ver qué es lo que se nos ocurre, primero. Y a ver dónde están los dineros, después. Y a ver cómo se logra realizar lo que uno se imagina. Pero, por escribir unas páginas más y levantar un castillo en el aire con palabras, que no quede.


Y se realizó. Y justamente el día en que se hizo esa entrada en el diario, se inició la aventura. Bendita –nunca mejor dicho- aventura.

miércoles, noviembre 15, 2006

Nuestra más sensible zona erógena

Después de consultar con su pediatra, decidimos buscar un dentista infantil para nuestro hijo. Nos recomendaron una doctora cuya consulta se halla próxima al parque. Allí acudimos por primera vez hace casi un mes. En aquella primera cita, después de reconocerlo, nos llamó a su despacho y nos informó de cuál debería ser, en caso de que aprobáramos su diagnóstico, el plan de ataque para enmendar el avieso crecimiento de los dientes en nuestro pequeño, para modificar el ancho de su paladar. La explicación fue prolija, detalladísima. Y, contrariamente a lo que pudiera pensarse, lo más hipnotizante de cuanto nos iba desgranando no tenía que ver con la salud bucodental del crío, sino con cómo se nos narraba, con la modulación y estructura del discurso de la dentista. Era como asistir al monólogo de un actor profesional, y además argentino. Los primeros psicoanalistas de Buenos Aires nos convencieron de la necesidad de la ortodoncia freudiana. Ahora nos rendimos a la persuasión de sus odontólogos. El secreto, entonces como ahora, siempre estuvo en su habilidad para acariciarnos los oídos, nuestra más sensible zona erógena.

De retornos y canallas (4)

Para K. y R. (por riguroso orden alfabético)


Cierro los ojos al pie del cerro y escucho como se sobreponen dos respiraciones desacompasadas. Es el mar que golpea con la insistencia de un batán los diques del mundo, como si Neptuno albergara un metrónomo entre sus pulmones; y es, al mismo tiempo, el ahogo jadeante con que el cansancio castiga el tránsito de mi vejez y mi memoria por estas calles empinadas.

Justo por aquí bajábamos de niños al pedreru, a por llámpares. El mar se retiraba dejando sobre el rastro húmedo de su lengua un sarpullido de conchas aferradas a las rocas con tan desproporcionada e inútil fuerza como la que ahora empleo en recordar todos y cada uno de los días de mi infancia, cuando me temo que son ya más que el escaso resto de mi vida.

martes, noviembre 14, 2006

Las criadas

Ayer, en el Centro Municipal de La Arena, asistí a la representación de Las criadas, de Jean Genet, en versión coproducida por los grupos Sostén Teatro y La Galerna.

Jean Genet transmite siempre a través de su obra un halo de malditismo romántico. Vivió durante su adolescencia y juventud en la delincuencia, la prostitución y la cárcel. Allí empezó a forjar su carrera literaria y de allí fue rescatado gracias al interés que la misma despertó en autores como Sartre o Cocteau. De esa marginalidad se nutren sus personajes, que se inclinan al crimen con facilidad. A través de ellos Genet reflexiona sobre el poder y las convenciones e hipocresías sociales. Recurre en esa denuncia al travestismo de personalidades y de roles. Así sucede en Las criadas, cuyas protagonistas adoptan, en ausencia de la dueña de la casa, los papeles de señora y criada, en una representación de su odio, frustración, sometimiento, dominio y envidia, emociones todas ellas que nos acercan a su lado oscuro, a nuestro lado oscuro. Fueron las Papin, dos hermanas huérfanas que trabajaban como sirvientas, y que asesinaron a su señora y a su hija en Le Mans en 1933, hecho real sobre el que se inspira la obra teatral del Genet.

La de ayer fue una representación meritoria por lo que entraña de amor al teatro empeñarse en llevar a la escena, desde el amateurismo y sin más compensación que la que otorga el aliento de algunos pequeños auditorios, obras que, como las de Genet, nos explican; echándose a las tablas como al ruedo no por hacer lo que se quiere, sino queriendo lo que se hace.

En la versión de la directora de la obra, Gemma de Luis, se advierte, a mi juicio, un tono de tragedia griega que creo que enlaza adecuadamente con la vocación trágica que se respira en los diálogos, con esa rebelión inútil contra el destino en la que se comprometen las criadas, con la representación, en definitiva, de las pasiones universales que encarnan las hermanas Lea y Cristina. Incluso al personaje de la Señora, a través de sus túnicas brillantes y de su altísimo coturno, se le adivina una pátina de Yocasta revivida.

El escenario de la representación, reducido y sin demasiada altura, muy próximo al espectador, quizás impidió el distanciamiento que la obra, en la intención trágica de su dirección, hubiera requerido. Pero lo que no logró mermar en ningún caso fue la magnífica labor interpretativa de las actrices. Puri G. Bermejo, que representó a Lea, posee el oficio necesario para modular sus intervenciones con excelente claridad y tono dramático. Mary Chely F. Marino, convertida para la ocasión en la Señora cuya preeminencia mueve al crimen, se movió con la elegancia no sólo requerida por su personaje, sino con la que le otorgan los muchos años de profesión y amor al género, con esa prestancia, en fin, que de haber dispuesto de mejor plaza, nos hubiera transmitido incluso de modo más exacto ese perfil de gran dama de la escena que tan bien se aviene con la dueña sacrificada por Genet. Por último, Geni García, la más joven de las intérpretes no desmereció de sus compañeras de reparto, es más, al oírla decir sus diálogos uno pensaba en cuánto darían tantas pseudo actrices que se pasean por escenarios y platós gracias a su palmito por tener, al menos, su precisa vocalización, algo que debiera ser imprescindible en este oficio y que, sin embargo, tantas veces se echa en falta.

Fue, en definitiva, una digna puesta en escena de Las criadas, y así tuvo a bien el público reconocerlo con sus aplausos.

lunes, noviembre 13, 2006

Licencia patética

De la entrevista a José Manuel Caballero Bonald publicada ayer en EL PAÍS:

"La guerra de Irak a mí me produjo indignación. Me pareció un atropello, entraron a saco en otro país, fuera de la ley, matando... Un atropello. Esa foto de las Azores me produjo mucha indignación. Desde que cayó el muro de Berlín todo va de mal en peor."

¿Se puede condenar la invasión de Irak añorando el totalitarismo soviético?
En verdad que en ocasiones, ciertas licencias son mucho más patéticas que poéticas.

viernes, noviembre 10, 2006

Moscas

Pequeñas miserias cotidianas. Cuando ciertamente son pequeñas, hacen la puñeta al modo de las moscas en verano. Se posan sobre la ceja, en la nariz, en el brazo quieto. Se las espanta pero vuelven. Reinciden con una persistencia que en verdad puede llegar a ser irritante. Pero no debe cederse a la tentación de emprenderla a bofetadas con unas simples moscas. No hay mejor defensa que el moderado desahogo discursivo, el agitarse como cola de vaca y el seguir, muy digno, con lo que uno está, sin ponernos nunca a la altura de las moscas, mucho menos si fueran éstas cojoneras.

Cambio climático

Después de comer oriento mi sillón hacia el sol, que entra franco a través de las ventanas, y, como decía Álvaro Valverde en un hermoso poema, “me leo a mi mismo en estos versos”:

Sol de noviembre

En esa luz caliente
que difícilmente salva
los tejados de mi barrio
a esta altura del año,
pero que aún muere en brillo
en los suelos del salón
como un fuego extinguido,
se adivina por pecio
todo un rastro de inextinguible estío.

Así fue hasta media tarde. Luego hizo un frío del carajo.

jueves, noviembre 09, 2006

Leyendo a Torga


De los Diarios de Miguel Torga:
Coimbra, 20 de julio de 1969. El hombre ha pisado la luna. Enfundado en un traje espacial y con un cohete en el trasero, se ha empeñado de tal manera en ello que ha conseguido poner los pies fuera de la Tierra. Y allá va él, a saltitos, luchando contra la ingravidez, ridículo pero triunfante. Como es natural, he vivido intensamente las diferentes fases del viaje, y he oído la noticia de su feliz desenlace con alivio y orgullo al mismo tiempo. Sólo que ahora, cuando ya se me ha pasado la ansiedad y el entusiasmo, me siento triste. ¡Qué monótonas y desconsoladas son las aventuras que nos quedan por vivir en en este mundo! En primer lugar, dirigidas por ordenadores; y después, en vez de perseguir sueños de perfeccionamiento de la fraternidad, nos marcamos como objetivo el ensanchamiento de la soledad...
Con los mismos mimbres se han tejido el apunte en un diario escrito por quien había cumplido ya sesenta y dos años y miraba aquello con sabio distanciamiento, y también el libro de quien era entonces un adolescente y veía en la misión espacial lunar la mayor hazaña de la humanidad.

miércoles, noviembre 08, 2006

Residencias para la espera

Así se titulaba el artículo publicado por Ramón Bayés hace un par de semanas en EL PAÍS. Merece una lectura atenta.

Imaginemos que llegamos a la sala de espera de una estación muy confortable pero sin trenes; a un aeropuerto moderno sin aviones; que esperamos un taxi día y noche en el banco de la esquina ajardinada de una ciudad sin taxis. Y que nuestra única misión en la vida consista ya en permanecer allí durante meses, tal vez años, esperando simplemente a que nuestro corazón deje de latir. Y conociendo que, en el futuro, ningún tren, ningún avión, ningún taxi, nunca nos llevará hasta una tarea o unas personas que den sentido a nuestras vidas; que no se materializará ningún sueño; que nunca iremos a otra ciudad; que no conoceremos a nuevos amigos. De repente, en un momento, nos damos cuenta con tristeza de que nuestras historias, nuestra experiencia, nuestra sabiduría de la vida -al revés de lo que ocurría con los consejos de ancianos de las tribus indias de las viejas novelas de Zane Grey- no le interesan a nadie.”

martes, noviembre 07, 2006

Mañanita

La Iglesiona, a la que recientemente se le ha otorgado el título de basílica, fue edificada entre 1918 y 1922 según un proyecto del arquitecto catalán Joan Rubió i Bellver, discípulo de Gaudí. Se trata de un templo de una sola planta con grandes arcos parabólicos que culmina en girola en torno al presbiterio. Exteriormente, la fachada tiene a sus pies un atrio oscuro donde los mendicantes ejercen de sampedros; sobre él se abre un óculo y una ventana triple en la zona superior. Coronando la iglesia se asienta una enorme estatua del Sagrado Corazón de Jesús, al que se le conoce por el Santón, esculpida con mármol blanco de Carrara por Serafín Basterra y que resulta visible desde muchos lugares de la ciudad.

Desde hace unos ocho o diez años comenzaron a aparecerle a la Iglesiona unas preocupantes grietas en su fachada. Recientemente se iniciaron las obras para su cimentación, colocándose dentro del templo un apeo que sujeta las bóvedas y arcos, y anclándose el Sagrado Corazón mediante eslingas a los contrafuertes posteriores de la basílica.

Esta mañana cuando llegaba al trabajo, lucía todavía una redonda luna llena frente al Santón. Se recortaban ambos en su claridad de espejo y mármol contra el cielo todavía oscuro. Tal parecía que el Cristo se hubiera subido por encima de los tejados de la ciudad para cantarle a Catalina, que su brazo derecho alzado hacia el cielo modulase la entonación de una mañanita y que los arneses lo anclasen no porque se fuera a caer sino por que intentara volar.

lunes, noviembre 06, 2006

De retornos y canallas (3)


Es cierto que ahora están por todas partes. Que si bien yo las conocí disputándose las vísceras de la pesca cuando al alba regresaban a puerto los mareantes, ahora incluso anidan entre las tejas, le arrebatan las migas de pan a los gorriones y a las palomas y anuncian, como sirenas estridentes, los amaneceres. No son ya las aves que presagiaban la costa y clareaban el cielo en las tormentas; se han vuelto clochards de pluma blanca y arrastran elegantemente entre sus patas un rastro de limo urbano.

Pero poco importa este creciente descrédito cuando ella arriesga todas las mañanas el filo de sus alas al volar hasta este alfeizar tapizado de verdín. Cuando espera sin recelo alguno que salga la anciana a su encuentro y le acerque los restos de la cena. Porque justo aquí, donde nunca se posó el sol del mediodía, sonríe puntual y luminosa una gaviota.

viernes, noviembre 03, 2006

Premio Cálamo (y 2ª)

Lo prometido es deuda. Se acaba de redactar el acta del fallo de la XXI Edición del Premio Cálamo de Poesía Erótica. Ganó A. No le ladraré a la luna. Abierta la plica, la autora ha resultado ser Verónica García Moreno, que envió su poemario desde Montana, en Estados Unidos. Se titula Carne de Dios. Adelanto unos versos:

ESTANDARTES

Con el vientre lleno de ángeles o peces
luchando
a embestidas feroces contra el mar,
susurraste mi nombre con los ojos abiertos.
Descubriéndolo
entre todas las voces
como la tierra perfecta y prometida,
las costas deseadas,
el secreto destino de tu estirpe.

Quedó así
mi nombre
poblado de estandartes.

Ciutadans de Catalunya

A modo de interpretación de lo que está opción política puede representar, me permito reproducir un pequeño escrito que publiqué hace unos meses y que decía:

Desde que ocupa columna en la última página de los miércoles, sigo con mucho interés los artículos de Elvira Lindo en EL PAÍS. En un tono contenido, juicioso, muy distinto a la pose frívola que adopta en su sección neoyorquina dominical, reflexiona en apuntes breves sobre la actualidad. Es, además, muy interesante una idea que flota en muchos ellos y que se intuye como una marca de agua que se dejara adivinar por detrás de la letra impresa: la certeza de que existe una tercera España (en acepción tomada de Paul Preston) constituida por esos muchos ciudadanos que asistimos atónitos e impotentes al maniqueísmo de todo cuanto nos rodea, al alineamiento de políticos, medios de comunicación, articulistas, tertulianos y, hasta si me apuran, de compañeros de trabajo; una España que considerándose progresista reniega de ciertos progresistas instalados en el poder y de los arrebujados a su sombra en el pesebre; una España invisible a la que ninguna opción política parece tener intención de representar y que posee una visión de cuanto la rodea no tamizada por corsés ideológicos, sino por el sentido común. Y como muestra de esta manera de opinar y escribir baste recordar cómo terminaba uno de sus artículos la Lindo: "Se trata de decir una vez más que no todas las personas que opinamos que el nacionalismo tiende por su propia naturaleza a la insolidaridad somos peligrosos derechistas, ni nostálgicos del franquismo, ni carcas, ni antiguos. Si acaso un poco aguafiestas, porque en esta España en la que los nacionalistas llevan ganando desde hace veinticinco años mucho más de lo que perdieron, estamos aquí para recordar que nos quedamos hace tiempo sin equipo, que nadie nos quiere".

Premio Cálamo (1ª)

Añado el ordinal al título porque esta entrada tendrá, necesariamente, una segunda parte (y 2ª). Me explico. Junto a Ángel Francisco Casado y Emilo Amor, formo parte del jurado que debe fallar hoy la XXI Edición del Premio Cálamo de Poesía Erótica. Estos últimos días he leído durante horas los trabajos finalistas. Distinguía Virginia Wolf tres fases en la lectura de un libro:
  1. Leer con sensibilidad, recogiendo impresiones y experiencias.
  2. Juzgar.
  3. Deducir de los casos concretos cualidades abstractas e incluso formularlas como normas generales.

Me he aplicado en la lectura con el mejor de mis ánimos. He tomado notas en los márgenes de los poemas. He creído distinguir qué obras son las mejores. Y entre ellas, aprecio en dos que aquello que cuentan se proyecta más allá de la anécdota sobre la que se construyen sus versos (Quand je parle de moi, je parle de vous).

Son mis favoritos dos libros muy distintos. El A (permítaseme que por la discreción con la que debo proceder no de título ni lema) es más poético, utiliza composiciones breves, explicita en sus títulos el asunto que los poemas tratan y por muy rudo que éste sea los versos que lo desarrollan tienen una encomiable austeridad expresiva. El B es más narrativo, más barroco; el verso se alarga y también las estrofas. Tiene una envolvente ambientación onírica. Cualquiera de los dos sería un justo vencedor. Parece evidente tras su lectura que sus autores son, respectivamente, una mujer y un hombre; pero juro por mi sensatez que nada ha tenido que ver en este equilibrio de fuerzas entre sexos la paridad en moda.

En cuanto el premio se falle, trasladaré aquí el nombre del autor, el título de la obra y algún extracto de su contenido. Esta tarde comprobaré si mis elegidos coinciden con los del resto del jurado. Si así no fuera, le ladraré a la luna como Marsé al planeta.

jueves, noviembre 02, 2006

Ironía

Teórica
Kierkegaard: “La ironía es la posición de quien ha dejado de creer en los viejos dioses, pero no puede aún creer en los nuevos”.

Práctica
Alberto Vega: “Dios ha muerto, Marx ha muerto (y yo últimamente no me encuentro nada bien)”.

martes, octubre 31, 2006

De retornos y canallas (2)


Eran en mi niñez calles mugrientas con olor a tripas de sardina, con ropa barata tendida en los balcones y tiznada por el hollín de las chimeneas, con gatos recelosos y maulladores, con restos ajados de guirnaldas de fiesta sobre el tendido eléctrico. Eran calles en las que aguzando el oído de la memoria siempre sonaba de fondo una morna muy triste en el balanceo de los barcos y sin embargo un descaro alegre en las voces de las mujeres del barrio. Calles que tenían sobre su piel húmeda de lluvia menuda y eterna un tatuaje canalla de puerto de paso y una voz ronca de tabaco y alcohol estraperlados.

lunes, octubre 30, 2006

El perro de Goya

El sábado asistimos resignados a la agonía del perro de Goya. Esa cabeza suplicante que emerge en un plano inclinado en medio de la oscura nada y en la que algunos teóricos del arte han creído ver el inicio de la modernidad pictórica.
Salimos temprano de La Isla. Tomamos en dirección oeste la senda costera que arranca justo en la misma playa. Estaban los prados empapados de rocío, los tojos salpicados de salitre, le daba contraste al verde el azafrán silvestre, el sol iba ganando lentamente altura y fuerza, iluminando las laderas orientales del Sueve, y la mar había amanecido en calma. Era una hermosa mañana de octubre que nos dejaba ver, desde el acantilado que íbamos bordeando, el abigarrado escalonamiento de las casas de Lastres hacia su puerto y la bruma, que como una amenaza aún remota, comenzaba a diluir el horizonte.
A la mitad del camino pasamos por Huerres, que es un pueblo de hórreos antiguos y pomares de sidra. Luego subimos a San Juan de Duz, que tiene una enorme iglesia de principios del XX en la base de cuyo campanario se arrodillan dos ángeles custodios que han perdido sus cabezas. Desde Duz se desciende a través de un sendero empedrado y umbrío sobre el que los castaños van arrojando su fruto. A su término aparece la ría de Colunga, empantanada en un meandro final entre las arenas de la playa de La Griega.
Mientras los niños corrían ya descalzos de un lado para otro, nos tumbamos a leer bajo el sol.
Fue ya después de comer cuando se nos acercó renqueante un viejo perro que arrastraba trabajosamente sus patas traseras y husmeaba sin apenas fuerzas la arena con un cansino movimiento de cabeza. Parecía un cazador abandonado por su olfato, un viejo rastreador que sólo distinguiera ya el propio olor de sus llagas. Así anduvo durante un buen rato observado con recelo y curiosidad por quienes disfrutaban de la playa, con lástima infinita por mi hijo, que había dejado de jugar y me preguntaba qué podíamos hacer por el pobre chucho.
Entretanto, la niebla había ido acercándose rápida, cayendo espesa sobre la bajamar y como un humo ralo y acuoso sobre nosotros.
El perro se fue caminando con un esfuerzo doloroso hacia la orilla. Por el camino quedó atrapado en un charco del que no parecía capaz de escapar. Hasta allí fuimos con alimento y agua para prestarle ayuda. Pero siguió empozado, sin prestar atención siquiera a nuestra presencia, empeñado en hundirse en aquel rastro de un océano que venía tenazmente a su encuentro.
Lo último que vi cuando nos íbamos fue un lunar oscuro y aún palpitante al que la niebla y el mar iban envolviendo. Miento, lo último que vi en realidad antes de dejar la playa fueron las lágrimas desconsoladas de mi hijo. Lloraba, sin saberlo, por una vieja pintura de Goya.

viernes, octubre 27, 2006

Pan

Dejé ya dicho en otro apunte cuánto me gustan los poemas dedicados a las hogazas por Paco Velasco en su libro Noche.
Hogacita caliente
que se enfría en el alba.
A trabajo del hombre
huele ya la mañana.

Pues bien, también en Jiménez Lozano encontré algunos memorables versos que al Pan se dicen:

Se quema la tostada
de pan: mas si no se quemase
no habría tal olor a casa,
a consuelo, a paraíso.
Leerlos es volver, siquiera en el recuerdo, al olor de las tahonas, a su aliento cálido, a la miga espesa que recién sale del horno, a la corteza tibia y quebradiza y al sabor de todo ello que es como morder las dichas solo.

Swarovsky

Pasarelas de París al cierre de los informativos. Desfilan escuálidas muchachas con vestidos salpicados de falsos diamantes de Swarovsky, esos cristales de orfebre bisutero que tienen precio de joya cara. La novedad reside en la articulación de las prendas. Como si se hubieran incorporado a la entrañas del tejido unos cuantos tramoyistas minúsculos y rijosos, las faldas, en apariencia por sí solas, ganan o pierden largo, las hombreras se hinchan o desmayan, los escotes se muestran espléndidos o avaros... Y como número final, traca para boquiabrir, la última de las sílfides desfilantes se detiene en la proa de la pasarela y espera a que se obre el milagro en su vestido: como una vela que se recogiera en la bocana del puerto sobre su arboladura, se le va plegando la ropa hacia arriba, recogiéndose por la desparramada pamela que la muchacha sostiene sobre su cabeza, desapareciendo en los entresijos del tocado y dejándola desnuda bajo los focos que se apagan cómplices para velar la carne blanca, el pubis que ella misma tapa pudorosa con su mano, los pechos sobre los que se abraza.

Daba la muchacha así desnuda tanto frío que se le adivinaban por dentro, entre las costillas y la cintura, algunos cristales de Swarovsky tintineándole los huesos como cubitos de hielo en un gin tonic.

miércoles, octubre 25, 2006

Santa Cristina de Lena

La antigua estación de tren de La Cobertoria, un edificio de principios del siglo XX y de estilo montañés, alberga ahora un pequeño museo al que, siguiendo la pretenciosa moda denominativa instaurada por las autoridades culturales, se le llama Centro de Interpretación del Prerrománico. Justo allí tomamos un sendero que lleva a Santa Cristina de Lena, un camino empinado y tapizado de erizos de castañas recién caídos. Alrededor del templo hay un prado hermoso que unas cuantas cabras y ovejas, atadas equidistantes, mantienen como una alfombra verde.

Una guía con prisas nos enseñó el interior de la iglesia. La creíamos más grande y algo más luminosa. Se visita en penumbra y sus pequeños vanos son tan angostos que la luz al traspasarlos no es más que el frágil hilo por el que Dios camina como un funambulista hasta el altar.

martes, octubre 24, 2006

Fingiendo

Leí ayer un artículo titulado Los falsos días hermosos: La poesía como género de ficción, publicado por Irene Sánchez Carrón en una nueva revista de filología que lleva por nombre Per Abbat. No se pretende en este trabajo sino aclarar que la poesía, tanto como el teatro o la novela, es un género de ficciones, de fingidores –si utilizamos la definición que Pessoa hizo de los poetas-. Un juego de artificios y convenciones que se ha mantenido a lo largo de la historia de la literatura con la sola excepción del período romántico, cuando “el yo se sitúa en el centro del poema, desdibujando la barrera entre lo real y lo ficticio”.

Tan sólo un par de horas más tarde, releyendo a Zagajewski, me detengo en su Autorretrato e intento descubrir al fingidor. Y quizás no sea una tarea difícil si se emprende con el adecuado sentido crítico. Pero me temo que los libros me conmueven mucho más cuando finjo –ciertamente casi sin esfuerzo- que soy un lector romántico.

Oxímoron galaico

Aquellos fuegos trajeron estos lodos.

© X.C. Gil

lunes, octubre 23, 2006

Alberto Vega

Con motivo de los actos que la Sociedad Cultural GESTO celebra en torno al XXI Premio Cálamo de Poesía Erótica, el viernes 27 de octubre de 2006, a las 20:00 horas, en el Centro Municipal Integrado de La Arena se homenajeará al poeta Alberto Vega, fallecido hace unos meses. Evocarán su vida y obra Javier García, Ana Vanesa Gutiérrez, Rosa Fernández y Juan Ignacio González.

Alberto Vega fue miembro fundador del Colectivo de Poesía Luna de Abajo, junto a Ricardo Labra, Miguel Munárriz, Noelí Puente y el diseñador Helios Pandiella. Había nacido en Langreo en 1956 y en los últimos años ocupó la Dirección del Área de Cultura y Juventud de ese ayuntamiento. Su obra poética está recogida en los siguientes libros: Brisas ligeras, Memoria de la noche, Trilogía hermética, Cuaderno de la ciudad, Para matar el Tiempo, Historia de un nudo (Premio Ateneo Jovellanos en 1992) y Estudio melódico del grito.


Quizás un corazón recoja lluvia

Es probable
que buceando bajo el escritorio
reúna las letras de mi nuevo abecedario.

Tal vez en el fondo
del vaso largo de gin con agua tónica
o en la página cien de los libros más cercanos,
aquellos que al abrirlos cada día
crecen al ritmo de mi propia historia.

Quizá ni estén en este cuarto, han de traer
el aroma cabal de lo que ya no es
o el presagio futuro de lo que aún no ha sido.

Unas palabras, encontrar tan sólo unas palabras
y dirigirlas a todos y a cualquiera.
Pero de uno en uno: irrepetibles y secretas.

Alberto Vega

Fuegos fatuos

Se murió el sábado una vieja vecina a la que le guardábamos mucho aprecio. Mi hijo, que tiene diez años, me preguntó por la mañana si asistiría al entierro. Le comenté que la fallecida no sería enterrada, sino incinerada. Esta aclaración le sorprendió tanto que de repente caí en la cuenta de que quizás, hasta ahora, mi hijo no sabía que a los muertos también se les puede quemar. Le expliqué entonces, pacientemente, que la incineración es una opción que elige cada vez más gente, y así se deja ordenado para cuando llegue el día. Meneando la cabeza con gesto de disconformidad, me aseguró que no era ésa una decisión inteligente. Le pregunté por qué y me respondió: “¿Y si todos están confundidos y el muerto en realidad aún no está del todo muerto? Si lo queman…

Yo también fui niño y tardé en asumir que la muerte es inapelable. Me angustiaba pensar, como ahora a mi hijo, que el sueño profundo de un enfermo pudiera confundirse con su fallecimiento. Creía incluso que los fuegos fatuos no eran sino agónicas llamadas de quienes fueron enterrados vivos.

viernes, octubre 20, 2006

El otoño de una plañidera

Está lloviendo de repente tanto y durante tantas horas que esta agua casi olvidada ha adquirido un protagonismo inmediato, trasladando al recuerdo el pertinaz calor sufrido durante el verano. Hace tan sólo unos días, cuatro o cinco a lo sumo, había en el ambiente una sensación incómoda ante la insistencia estival, hacia ese prolongamiento de sequía y bochornos. Hoy pesa más la amenaza del invierno, el presagio de una nostalgia que acude puntual siempre a su cita, añoranza de la luz, el cielo azul y el ocio de los días veraniegos. A este inconformismo estacional le sacan mucho juego los poetas. Lo llaman lirismo, cuando, las más de las veces, no es más que desahogo gimnástico de plañidera.
Otoño
A esta altura del año,
quien habita sin remedio
los países de largas lluvias menudas
mira deshojarse desde el cielo
las últimas islas azules.

Llega el otoño arrastrando
con ruido de carpa destrozada por los viajes
el humo de los días grises
que se expande espeso,
como aliento de resaca,
desde las alas de los pájaros
hasta la sombra de las uñas.

jueves, octubre 19, 2006

Colombine

Está a punto de publicarse un nuevo número de la revista Ágora. El trigésimo tercero. Tengo entre mis manos la última galerada. Corrijo su ortografía. De entre los artículos que incluye y que hasta ahora no había leído, me detengo en el recuerdo que Julio Calzada hace de Carmen de Burgos, Colombine (1867-1931). En él se dice entre otras cosas: “(…) fue una mujer que a principios del siglo pasado brilló con luz propia debido a su incansable quehacer en el campo de las letras y en la actividad social y feminista, pero el fin de la guerra civil y el acceso de Franco al poder dio lugar a la prohibición de toda su considerable obra”.

Tan sólo hace unos días se conmemoraba el setenta y cinco aniversario del reconocimiento, por el Congreso de los Diputados, del derecho al voto de las mujeres en España. Fue el 1 de octubre de 1931. Con tal motivo se ha hablado mucho y merecidamente de la diputada que entonces defendió aquel logro, Clara Campoamor. Otras mujeres, en otros ámbitos, animaron aquella lucha. Colombine, antimonárquica apasionada, fue una de las más ardientes defensoras del voto para la mujer.

Carmen de Burgos fue profesora de la Escuela Normal del Magisterio de Madrid. Se distinguió como periodista comprometida con la causa republicana y feminista (en 1904, en las páginas del Diario Universal realizó la primera encuesta española sobre el divorcio). También fue la primera mujer corresponsal de guerra, cubriendo el conflicto de Marruecos. Escribió de belleza, de cocina, de cómo debía redactarse una carta, de labores hogareñas, persiguiendo siempre la reivindicación del papel de la mujer en la sociedad. Publicó novelas en las colecciones populares de tanto arraigo en aquellos años, como fueron El Cuento Semanal y La Novela de Hoy. Como investigadora, le debemos la biografía de Larra y muchas páginas sobre el General Riego. Y como traductora, las versiones castellanas de diversas obras de Nerval, Ruskin o Renán.

Una de sus novelas, Puñal de claveles, aparecida en La Novela de Hoy, en 1931, narra un crimen sucedido en tierras almerienses: una novia, en el mismo día de su boda, se escapa a caballo con un primo, abandonando al prometido; un hermano de éste persigue a los amantes huidos y mata al raptor. Será la historia en la que se basará el propio Lorca, dos años después, para escribir su tragedia Bodas de sangre. Ambas obras representan dos modos distintos de entender la literatura. Carmen de Burgos escribe desde la denuncia, pretende la regeneración del país, su aproximación a la cultura racionalista europea. Lorca ahonda en la pasión sexual, en los amores prohibidos, descontextualiza la anécdota, universaliza sus desencadenantes.

En el artículo que Julio Calzada escribe para Ágora se extractan algunas de las opiniones vertidas por Colombine en sus escritos. Curiosamente, sigue siendo de actualidad lo que allá por 1906 escribía en torno a las relaciones Iglesia-Estado: “Ninguno de los hombres que hoy llegan al gobierno de la nación será capaz de escribir, como los franceses, al frente de la ley de separación de la Iglesia y el Estado: El Estado no tiene, ni reconoce ni paga ningún culto”.

miércoles, octubre 18, 2006

Mikra

Está justo aquí al lado. Lleva ahí ni se sabe cuántos años. Se llama Mikra y es, como no podía ser de otro modo, pequeña. Una librería minúscula aunque con dos escaparates lucidos. En uno de ellos se expusieron durante mucho tiempo no libros, sino santos. Imaginería religiosa. En el otro, fundamentalmente, bibliografía médica. Tratados para el cuidado del cuerpo, iconos para el cuidado del alma. Se rumoreaba, no obstante, que el dueño había sido un perseguido político durante los primeros años del franquismo. Paradojas comerciales que tuvieron, sin embargo, un final adecuado. De la cristalera sagrada se colgó hace unos meses un cartel que decía: SE LIQUIDAN VÍRGENES, SANTOS E IMAGINERÍA RELIGIOSA EN GENERAL. Y es que estos rojos terminan siempre quemando iglesias.

martes, octubre 17, 2006

Coincidencias

Los niños cazaron una mantis religiosa. Le acondicionaron un balde con hierba fresca. Más tarde se hicieron con un grillo al que también incorporaron al improvisado terrario. Y siguieron buscando por el prado más inquilinos. Al cabo de unos minutos, cuando volvieron a echarle una ojeada a lo capturado, la mantis había cogido al grillo con sus patas delanteras y se lo estaba merendando poco a poco; primero la cabeza, luego el tronco… Los niños miraban la escena con una mezcla de horror y entusiasmo. Debían de ser, más o menos, las cuatro o cuatro y media de la tarde; la hora de los documentales en la 2.

lunes, octubre 16, 2006

De retornos y canallas







Así, parece, se titulará el libro. Hablará de Cimadevilla, el antiguo barrio de pescadores desde donde creció Gijón. Los retornos serán cosa mía. Los canallas son, y seguro que a mucha honra, Emilo Amor y Juan Ignacio González. Las fotografías sobre las que hemos escrito han sido tomadas por Juan Garay. Y como adelanto, ahí va uno de mis textos:
Me he acostumbrado a pasear

por las mañanas hasta este viejo café de paredes amarillas y música apagada. Lo busco como quien persigue un faro en la tormenta y guiado por su luz evita que su nao encalle. Y hacia él pongo proa en soledad, con un recogimiento de oración laica, de periódico de letra menuda bajo la avara luz que se filtra por entre los aleros de las casas en las horas más tempranas y silenciosas.

En él me amparo de las inclemencias que arrastran los días y que misteriosamente aquí nunca me alcanzan, como si transcurrieran por la costa a cabotaje, en un asedio inútil a esta península inabordable que tiene por corazón el sosiego de una plaza.


miércoles, octubre 11, 2006

Noche

Rescato para esta bitácora un comentario que publiqué hace unos meses sobre el último libro de Francisco Velasco, Noche.
He comprado hace unos días en Paradiso el último poemario de Paco Velasco. Se titula Noche, lo edita Hiperión y ha obtenido el IX Premio de Poesía Antonio Machado de Baeza.

Siempre le guardaré gratitud a Paco. Explicaré por qué. Corría el año 1978. Cursaba yo entonces segundo de bachiller en el Instituto Jovellanos. Junto con Fernando Loredo, Francisco Morán, Gilberto González y Francisco Javier de la Fuente Galván –qué habrá sido de ellos-, publicamos un revista literaria mural. Se llamaba Fluído. Era, dios mío, surrealista. Y teníamos tanta ilusión puesta en aquellas seis u ocho hojas de nuestro primer número, que cuando las colgamos de los tablones del instituto corrimos a escondernos bajo el pasamanos de la escalera, aguardando al primer lector que se acercase a nuestros escritos. Desfilaron compañeros y profesores que no se detuvieron, que miraron de refilón y sin interés la revista. El primero que se paró fue Paco Velasco, que enseñaba literatura y era nuevo en el centro, creo recordar, aquel curso. No sólo se aproximó al tablón a ojear la revista; la leyó de cabo a rabo inclinando su osamenta quijotesca hasta poner a la altura de su curiosidad aquellos textos adolescentes. Qué felices nos hizo.

Noche es un libro hermoso, muy hermoso. Se lee con placer y da gusto detenerse en muchos de sus versos, decirlos de nuevo. Evoca sensaciones, recuerdos. Cuando lo leía, al llegar a la Albada de la página 41 -que dice así:

Hogacita caliente
que se enfría en el alba.
A trabajo del hombre
huele ya la mañana
.-,

me acordé de una vieja copla asturiana, que según oí hace tiempo, no recuerdo dónde, a veces canta Ángel González a sus amigos:

Mi madre como era probe
nun tenía pan que me dare.
Fartucábame de besos
luego chábase a llorare
.

En las dedicatorias del libro (pág. 61), Paco Velasco ofrece los poemas con pan y trigo a su madre, que, dice, hacía las mejores hogazas del mundo. Amor maternal que nos sustenta con labios o con pan, alimento de besos en el hambre, de hogazas en la escasez. Pero siempre refugio seguro al calor del hogar de la infancia. Bellísimos versos en ambos casos.

Y son varios los poemas, además de Albada, que evocan en Noche ese recuerdo del pan. Se dice en Luces caídas (pág. 14):

Brizna a brizna las llevan
para el grano y la harina
y la hogaza de luz
que alimenta tu cuerpo.

Y aparece en Mano de nuevo la madre, posando sobre los ojos del hijo su caricia caliente como el pan que hace a la mañana, protegiéndole los sueños al acostarse (pág. 54):

Y tú, mano, que vienes
para cerrar los ojos,
¿en qué pan te posaste?
¿En la harina de cuál de las artesas
te hundías con el alba?
¿En qué trilla?
¿En qué hoz
para segar el trigo?
¿En qué cesta de granos
para sembrar la tierra?
Maternal mano dulce.

Antes, en Éxodo (pág. 28), el peregrino que vaga por una tierra de olvido y fría en noviembre, cargando en el corazón con las ausencias, al hombro con la tristeza, en medio de la bruma y del silencio, va perdiendo en ese camino de renuncias lo más preciado: los panes (¿serán los mismos que eran dicha de la infancia, aroma del hogar, lumbre tibia en el invierno?):

Llevas el saco a rastras,
y perdiendo los panes uno a uno
y en el hombro colgada la tristeza...

Cae la tarde y se entona la Balada de los amantes justo antes de que llegue la noche, que no es más que una paloma triste, un espacio sombrío y el tiempo de un vuelo por donde transitan los poemas de Rubiana, de Abril y otros meses, de Las palabras del tiempo, de Cantares, de Posesión del Cuerpo y, finalmente, los versos que cierran el libro trayendo “la limpia luz del alba”.

La noche es sombra “y la luz que no estaba” (pág. 13), luces caídas por cuyos restos avanzan las hormigas (pág. 14) y ceniza por donde vuela un pájaro viejo: la negra luna nueva (pag. 15), la misma a la que el autor le escribe los bellos haikus de Siete tiempos de mirar la luna (pág. 39)–versos que al final del poemario se dedican a Fernando Menéndez, ese poeta artesano que tan bien moldea las diecisiete sílabas: Ahora mismo / Viajo solo y contento / A la vejez-.

La luna en su redonda y mágica sencillez se acomoda bien a la contención del haiku; sin embargo, tanto en el lubricán o rubiana, esa hora última del día en que arde el horizonte, como en ese otro instante cuando en los rastrojos la luz ya tiñe el manto del rocío, se agolpan demasiados sentimientos para una estrofa corta (se teme la sombría incertidumbre de la noche, su avance irrefrenable, la nada de su cielo desierto; se procura la hoguera del cuerpo que nos cobija contra el miedo a la muerte y, finalmente, se festeja el regreso de la luz al alba), por ello se recurre a poemas más largos, pero a la vez contenidos, a los sonetos (págs. 17 y 56).

Ya era la noche para Paco Velasco, en aquel libro que tituló Del viejísimo jugo de la tierra, una bella pero terrible aliteración: “el espeso espanto del insomnio”. Porque los poemas que vamos escribiendo, por muy diferentes que se nos antojen, guardan siempre el rastro de lo que nunca dejamos de ser, de lo que nunca dejamos de amar, de lo que por oscuras razones que nunca comprenderemos del todo siempre nos persigue con su presencia levemente familiar: los árboles a los que desearíamos abrazarnos antes de morir (como hizo el abuelo de Saramago al despedirse de su huerto cuando viajó enfermo a la ciudad sabiendo que no volvería nunca más), y que para Paco Velasco son alisos, pinos, tejos, almendros y álamos claros; los animales que trabajan la tierra silenciosamente como las lombrices, que la recorren entre los restos del día o enredadas en el pubis rubio de algunas muchachas, como las hormigas, que la estercolan, como los estorninos, que la sobrevuelan a la tarde, abubillas, y la cantan al alba, alondras, y la susurran, abejas, y la gritan, gaviotas, y la graznan, cuervos, y la pueblan a todas horas de sombras gráciles, palomas, ruiseñores y el “ave que incuba los huevos de la vida”; las piedras blancas por donde se precipita el cantar del agua clara, roderas lunares por donde llega el río, bellos cantos pulidos que se descubren tras apartar las algas (y esa presencia de mineral inmaculado nos recuerda de nuevo otros versos de hace años, los que decían: “Marca con piedra blanca esta mañana / si ves que a flor de ojos / la mirada más limpia de los niños / está mirando el mundo”); y el río que siempre nos lleva hasta dar con la mar y que quisiéramos remontar para seguir viviendo junto al “fresco manantial de la mañana”.

Por todo ello, a la noche de este libro hay que abrirle los ojos (ya nos mostró el poeta en La hiedra del silencio cómo se practican estas autopsias) y entrarle dentro, sin miedo a las “heladas perlas del muérdago” ni al “piélago del tiempo”, cavándolo con los dientes justo hasta encontrar “la limpia luz del alba”.

Publicado en Ágora (enero 2006)