lunes, noviembre 06, 2006

De retornos y canallas (3)


Es cierto que ahora están por todas partes. Que si bien yo las conocí disputándose las vísceras de la pesca cuando al alba regresaban a puerto los mareantes, ahora incluso anidan entre las tejas, le arrebatan las migas de pan a los gorriones y a las palomas y anuncian, como sirenas estridentes, los amaneceres. No son ya las aves que presagiaban la costa y clareaban el cielo en las tormentas; se han vuelto clochards de pluma blanca y arrastran elegantemente entre sus patas un rastro de limo urbano.

Pero poco importa este creciente descrédito cuando ella arriesga todas las mañanas el filo de sus alas al volar hasta este alfeizar tapizado de verdín. Cuando espera sin recelo alguno que salga la anciana a su encuentro y le acerque los restos de la cena. Porque justo aquí, donde nunca se posó el sol del mediodía, sonríe puntual y luminosa una gaviota.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando llegamos a Sanlucar abandonamos el asfalto y rodamos por un camino agrícola sin asfaltar que iba paralelo al Guadalquivir, no siempre visible detrás del cañaveral. Cuando era posible ver el río asomaban en la otra orilla las dunas suaves y doradas de Doñana.

Unos pajaros grandes salían constantemente del matorral y volaban un trecho en círculo sobre nosotros, picando de vez en cuando; como intentando amedrentarnos. Acababan perdiendo el interés en nosotros cuando nos alejábamos pero inmediatamente salía otra ave y el proceso volvía a empezar.

Estaban criando y, sencillamente, salían a proteger lo suyo. Nos dimos cuenta de que estábamos molestando.


Me hubiera gustado escribir algo acerca de Cimavilla pero no me venían imágenes apropiadas.

¿Cuándo fue que convirtieron la juventud en una secta?

K

Anónimo dijo...

Hay algo que siempre es visible. ¿De qué manera mirar el cielo al despuntar el alba? Eres el cielo, un ave gravita sobre tu frente, planea en tus labios y con las alas como aserrando al viento los divide: Ahora el aire fresco en el collado, ahora el susurro.
En un zigzag casi fortuito sobre ese mismo aire, arquear el ángulo de la ceja ya dorada por el sol, complica a la gaviota (torpe gaviota).
Esos nobles gestos, cada detalle a la profusa nube, se corresponde con las múltiples formas que tienes de amanecer, redimiendo al vuelo en picada.


Roxana.


(vale... espero pronto el 4)

Saludos.

Anónimo dijo...

(por cierto... gracias, siempre es grato leer tus historias)

Anónimo dijo...

Ahora vengo a recordar que mi madre compartía los últimos trocitos de su almuerzo con los gorriones que la visitaban en aquella planta séptima de la residencia de Cabueñes donde pasó un tiempo. Unos tiempos varios.

Las personas pueden morir más de una vez...

K

Una sugerencia Sr. Blogger: Esperanza Sorribas.

Probablemente compartamos su recuerdo. ¿Vive todavía?

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Lo de Esperanza eran las palomas, mi querido amigo. Claro que comparto su recuerdo. Pelo oxigenado, maquillaje excesivo, defensa violenta de sus bichos... Todo un personaje. Hace años que nos dejó.

Un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

"De las ventanas de la torre, colocadas de dos en dos, unas encima de las otras, con esa justa y original proporción en las distancias que no sólo da belleza y dignidad a los rostros humanos, soltaba, dejaba caer a intervalos regulares bandadas de cuervos, que durante un instante daban vueltas chillando, como si las viejas piedras que los dejaban retozar sin verlos, al parecer, se hubieran tornado de pronto inhabitables, y exhalando un germen de agitación infinita los hubieran pegado y echado de allí. Y después de haber rayado en todas direcciones el terciopelo morado del aire, se calmaban de pronto y volvían a absorberse en la torre, que de nefasta se había convertido en propicia..."

M. Proust

Siempre he estado enamorado de este fragmento. Lo tenía reservado pero aquí casa y puede gustar.


K

Anónimo dijo...

Buscando comentarios sobre "El temblor" llegué de casualidad a este blog. Hurgando y hurgando en el mismo en busca del autor, encontré a mi familia en la foto. La gaviota no, la casa. Tampoco es cierto del todo, la casa donde vive mi tía y antes mi abuela. La gaviota es alimentada por mi tía, que también se ocupa de algún gato. El perro creo que ya murió. Gracias por evitar el encuadre típico e inevitable en todos los libros de Cimadevilla: sacan el paredón completo con la ropa colgando del tendal. ¡Qué poca delicadeza!

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

La foto, querido César, es de Juan Garay. El mérito del encuadre es de él. La historia es una recreación de la imagen. No tenía por tanto ni idea de que efectivamente alguien alimentara realmente a la gaviota. Como ves, la literatura puede tener ramalazos adivinatorios. Por cierto, cuál era el interés perseguido en tu búsqueda de referencias sobre El temblor. ¿Te gustó el libro? A mí, como dejé ya dicho, me pareció magnífico.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Leí "El temblor" y también me ha gustado mucho, tanto la forma como el contenido. Versos que hacen sonreir a la inteligencia y dan empujoncitos a los sentimientos anquilosados. Que resaltan aspectos olvidados en las catástrofes:

"(cuántos, cómo, sus nombres,
sus virtudes y sus tachas, qué
tenían, qué perdieron, qué vestían,
a quiénes recordaron
con su último suspiro,
a quiénes
amaban o no amaban: cada agudo
pormenor de la desgracia)"

Me recuerdan los constantes párrafos al respecto de Saramago en sus obras.

Busqué comentarios en las opiniones de los expertos para ilustrarme un poco. Doy por supuesto que sus explicaciones permitirán comprender mejor y captar aspectos que un profano apenas vislumbra.
Otro abrazo.