martes, diciembre 21, 2010

Carta

Querido Serandinas: A veces —muy de vez en cuando, pero desasosiega— siento en la distancia tu mirada inquisitiva. Incluso más que inquisitiva: de reproche. ¿Dónde se fue —te imagino preguntando con un tono manriqueño acorde con el río que transcurre tan próximo a tus predios— aquella constancia que promediaba casi un apunte diario, un esbozo en lo íntimo del paisaje, de la lectura o de las cosas de la república? Pereza, amigo, pereza. Pero no la pereza a que aboca la desidia. Sino la pereza en que nos sume el fruto escaso o agostado. La pereza con que nos aquieta la incertidumbre. Así que no te asombre que recurra al hurto consentido de lo ajeno, de la rama que cuelga sobre el camino y ofrece carga y sombra a quien pasa cerca. Hoy mismo, mientras me afeitaba y oía en la radio a la Concostrina —qué lujo sus apuntes diarios de la Historia—, tramaba traerme a la bitácora la referencia de su comentario: Iquique. Un lugar del norte de Chile. Quilapayún popularizó la cantata que recuerda la matanza allí ocurrida: Señoras y Señores / venimos a contar / aquello que la historia / no quiere recordar. / Pasó en el Norte Grande, / fue Iquique la ciudad. / Mil novecientos siete / marcó fatalidad. / Allí al pampino pobre / mataron por matar. Música emotiva para entrañas aún sin fermentar. Las nuestras de entonces. Sucedió el 21 de diciembre de 1907. El ejército acometió una represión sangrienta de la huelga de los empleados del salitre, un mineral que les procuraba enormes beneficios a los empresarios ingleses que lo explotaban. Los mineros sólo obtenían por su trabajo fichas que canjeaban en las tiendas de la propia compañía. Esclavitud encubierta. La rebelión terminó en masacre. Murieron casi tres mil. Busco una foto de entonces. Hay en ella, en los retratados a pie de mina, un aire oriental. Una miseria vagamente asiática. Los cuerpos sin grasa, los bigotes ligeros, los sombreros apagodados, las casullas amplias y sin cuello. Como si cayeran las indias orientales por lo más alto del Chile escuálido. Se levantaron suicida y dignamente. No hay ahora, en lo que uno conoce de cerca, la urgencia por el orgullo. Importa más la supervivencia. Vivir, aunque sea peor, para contarlo. Pasamos por el aro. El domador nos gobierna. El circo impone sus reglas. Te confesaré algo: creo haberme detenido a tiempo. Una suerte de deriva lenta y supuestamente argumentada me estaba llevando al otro lado. Es hora de que reme a contracorriente. De que venza la pereza. De que no olvide de qué lado está más que la verdad, el consuelo. El que hay que dar mientras se sigue bregando contra el agravio y el que se necesita igual que el aire respirado. Hoy, como verás, querido Serandinas., me he sobrepuesto a la desgana. Quizás te resulte confuso cuanto te cuento. Si fuera así, considera que Iquique, al menos como sinécdoque, me ganó las ganas y la memoria. Algo es algo. De lo demás, te diré que al invierno por aquí le ponen guirnaldas, y luces, y hasta fiesta. Será por combatirlo en la alegría, por muy forzada que resulte. Quizás tú también encuentres tiempo para reparar ensimismado en las nieves. Antes, lo sabrás por los viejos que aguantan todavía a duras penas por su osamenta en esos pueblos, se renegaba del frío y hasta de la estación entera. Porque era dura e interminable como esa ausencia de la que hablan los versos de Berta Piñán que he leído hace nada: "los brotos del xardín yá podrecieren / y el ríu medrara na to ausencia, / como miedren les hores / na cama d'un enfermu". Son del libro La mancadura, palabra con que le decimos al daño. Suenan bien en esa lengua que uno no acaba de ver como suya, pero que, sin embargo, parece dócil y muy viva en los poemas de Berta Piñán, siempre escritos en voz baja y despojados de adornos. A la manera en como se habla ahí a donde te escribo. Más largo que otras veces. Por compensar pasados silencios.

lunes, diciembre 20, 2010

Del ruido

"En las casas de los pobres, uno está condenado a oír los ruidos del otro. Lo escucha cuando grita, cuando cocina, cuando abofetea a su mujer, cuando va al baño, cuando la patrona le reprocha, llorando a los alaridos, su impotencia. Incluso se escucha, con todo detalle, el pormenor de sus actos sexuales. No hay privacidad entre los pobres. Siempre he vivido en casas así: apartamentos de mala muerte, chozas con paredes de hard borrad y otras pocilgas. Más aún: siendo pobre, uno ignora que existe el silencio. No sabe lo que es. No comprende por qué el silencio puede ser agradable. Juzga que los demás merecen oír nuestros ruidos, nuestra música a todo volumen, nuestros gritos destemplados, nuestras carcajadas sin gracia. Por haber sido pobre la vida entera, hablo en voz alta y expreso ruidosamente todas mis emociones. Estoy convencido de que los vecinos (y el prójimo, en general) deben compartir mis experiencias digestivas, eróticas y familiares. Es lo que nos pasa a las personas que tenemos poca educación y bajo nivel de vida".

Charles Bukowsky

De la Lindo

Ah, los talibanes de la certidumbre (buen artículo de la Lindo):
Hay personas a las que no les cabe la menor duda. Tiene su lógica. Son personas tan sobradas de razones que no tienen sitio en su cerebro para albergar una duda, por muy pequeña que sea. A ese tipo de personas las llevo rehuyendo desde niña. En mi juventud me acomplejaban; ahora, me aburren. Fundamentalmente. Creo que a ese tipo de personas se las observa con más claridad cuando se llega a la madurez: tienes la oportunidad de ver cómo actúan en un ciclo de vida amplio. A mí me ha dado tiempo, por ejemplo, a tener que soportar la intransigencia de un militante de izquierdas y ver a ese mismo individuo, años después, transformado en un intransigente de derechas...

miércoles, diciembre 15, 2010

Autocombustión navideña

Apretados como parejas que se revuelcan después de un armisticio. Así deberían estar siempre los renglones que se escriben. Sin dobles espacios abismales provocando el horror al vacío. Párrafos y párrafos de letra menuda y muy junta. Estrofas constreñidas en la vastedad del papel. Como oasis. Como rebaños amparados por una sombra en medio de la árida inclemencia. Así debería ser también el oropel de estas fechas. Un precipitado de luz. Intensa y concentrada. Ardiente. Insular. Sol o vela. En las cocinas de carbón, al levantar con el gancho las arandelas de la plancha, asistíamos a la combustión de su magma, un minúsculo círculo que nos llevaba, como Verne, al centro de la tierra. El corazón es un quicio sobre el que giran los años al doblarse. Un quicio forjado en la fragua de un volcán íntimo. Nada prospera sin calor. Nada se olvida sin ceniza. Llamas bailando muy pegadas. Ascuas como cuentas de pulsera. Polvo de hoguera perfilado en pasos. Los que se dieron. Los que están por dar. Eco de pasos en cuartos. En medias. En horas. Campanas de pasos tocando a fuego. Para que ardan como yesca estos días puñeteros. Consumidos por el mismo replandor que los adorna.

jueves, diciembre 09, 2010

La bilis

Cuándo comenzó a convertirse todo en el palo de un gallinero. Cuándo se subieron definitivamente los salvapatrias a ese madero rebozado de guano. Cuándo se convencieron de que no había nada mejor para hacerse con la audiencia que imitar como simios rijosos en lo alto las procacidades de los corrales más zafios. Llegaron las nuevas cadenas digitales y sus espacios de opinión política, y como nunca despertaron pasiones los debates sesudos, sino el acopio sexudo de imprecaciones, medias verdades y apocalipsis, a eso se aplicaron los inquilinos de la caverna y los convidados temporales —que no asisten al aquelarre como mártires de nobleza ingenua sino como contrapunto al que se brindan por soldada espuria—. La piedra arrojada al lodo mueve ondas lentas pero pertinaces. Llegan incluso a las orillas. Las desbordan. Esa piedra remueve lo peor de lo profundo: fetidez y miasmas. Desgraciadamente, los salarios que se ganan exprimiendo la propia bilis no suelen generar mala conciencia sino poder adquisitivo. Quién nos regenerará de políticos y opìnadores. Quién nos regenerará de lo peor de nosotros mismos. Cuándo será cacofonía la rima audiencia / indecencia.

viernes, diciembre 03, 2010

Dickensiana

Según parece, Henry James, y Virginia Woolf le achacaban a Dickens un sentimentalismo demasiado efusivo en su prosa. Bien, a riesgo de que esto pase por dickensiano ante los que aplauden hasta con la orejas cada nueva medida restrictiva del Gobierno sin pararse a pensar si cabrían soluciones alternativas a las mismas, reproduzco aquí una noticia de la prensa que me ha enviado con alarma mi buen amigo R. Dice así: Ingresa en prisión el parado que atracó un banco en La Calzada con un cuchillo. «Lo hice por necesidad, los 400 euros de la ayuda familiar no me dan para cubrir los gastos». El gijonés de 54 años acusado de asaltar una oficina de la Caja Rural armado con un cuchillo ingresó el pasado martes en prisión por orden del juez de guardia. El reo intentó defenderse ante el magistrado asegurando que había robado «por necesidad»: «Los 400 euros de la ayuda familiar no me dan para cubrir los gastos», declaró. Los hechos tuvieron lugar el jueves 11 de noviembre alrededor de las seis de la tarde en una sucursal situada en La Calzada. El ahora detenido, al que la Policía siguió la pista durante cuatro días, entró entonces en la oficina, se posicionó ante la trabajadora que estaba atendiendo en la ventanilla y sacó un cuchillo que tenía guardado en su chaqueta. El acusado amenazó entonces a la cajera pidiéndole mil euros. La víctima accedió a la petición del atracador y le entregó todos los billetes que tenía en su puesto. Tras recibir el dinero el asaltante se percató de que el botín no llegaba a la cantidad solicitada por lo que se llevó además las monedas que encontró. El ahora encarcelado accedió al banco a cara descubierta y abandonó la sucursal «a paso tranquilo», según los testigos de los hechos. La Policía le localizó cuatro días después del suceso. Los agentes consiguieron dar con el presunto autor del robo después de analizar los perfiles de varios vecinos de la zona con necesidades económicas agudas. La «poca profesionalidad» del acusado a la hora de cometer el atraco guió los pasos de los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía. El arrestado aseguró ante el juez que lleva «un año en paro y buscando trabajo sin ningún éxito». La desesperación de este gijonés, que tiene un hijo menor de edad «al que mantener», le llevó a cometer el delito por el que ahora debe cumplir la orden de prisión provisional. Reparen en el hecho de que a partir de hoy a los parados de larga duración no se les abonarán los cuatrocientos veintiséis euros que hasta ahora percibían. Ayer subió la bolsa.

martes, noviembre 30, 2010

Wikileaks

El desmedido afán por los inconfesables secretos de los camerinos se llevaba antaño con esmerada discreción. Ni más ni menos que como cualquier otra perversión de la que no resulta elegante vanagloriarse. Lo relevante era la obra teatral. Texto, interpretación, atrezzo y mensaje. De la malsana curiosidad de las bambalinas tan sólo daba cuenta la confidencia o el relato pícaro. Había, por tanto, para la materia el trato cuidado de lo que requiere media voz o especialización de estilo. Me refiero, claro, a gente cultivada. La que no lo estaba aireaba estos trapos como el resto de la colada, por patios y balcones. De un tiempo a esta parte, se ha ido asistiendo a la paulatina globalización del oreo ruin. La obra ya no es nada sino incorpora el acto supletorio del biombo transparente: a la vista del auditorio, la desnudez del elenco. Qué es sino este acopio en bruto de papeles.

viernes, noviembre 26, 2010

El turista accidental

Como un regalo. Después de un viaje obligado, de una visita al hospital, de acompañar por un rato junto a su cama a un hombre por cuya edad, más de ochenta años, quizás entre quienes le atiendan pase por un anciano, pero al que, debido a esa naturaleza suya casi arrogante, erguida, no resignada, nunca había visto yo como tal hasta ahora. Después, digo, de ese trance al que le dediqué la tarde y del que volví conduciendo a la noche, pasando por debajo de ese viaducto ciclópeo en construcción de la Concha de Artedo que se alzaba iluminado a esa hora muy por encima del tráfico como una via láctea de la que colgaban en andamiajes pequeños operarios fosforescentes. Después de cenar con los míos y tras sentarme al calor del fuego como un perro que llega mojado y exhausto de un trote atolondrado, vi de nuevo, por casualidad pero agradecido al azar, la película El turista accidental. No hace nada que leí de nuevo la novela de Anne Tyler en la que se basa. Que C. la leyó también contagiada por el entusiasmo con que le hablé de esa relectura. Y de pronto, como la llamada de un amigo en el que estábamos pensando, como un regalo que no se esperaba, la cinta de Kasdan se asomó a nuestro televisor. “En los viajes, como en la vida, no hay que llevar nada de valor y, más importante aún, no hay que llevar nada ni tan valioso ni tan estimado como para que su pérdida pueda suponer un disgusto.” A ese turista que afronta los viajes como una metáfora de la vida y que se enfrenta a ellos con una resignación desesperanzada, le aguarda por sorpresa en una esquina el asombro de la voluntad. La novela atrapa al lector con una urdimbre tejida a través de personajes paradigmáticos pero creíbles. Es una historia de más de trescientas páginas que tiene el mérito de no ser en el fondo más que un poema sobre la pérdida y la redención. La película resume acertadamente el argumento del libro y tiene, además, el mérito añadido de ponerle rostro adecuado a sus personajes. Como un regalo. Ayer vi ese film como un regalo, casi como un consuelo después de ese viaje en el que pensaba, al volver a casa, como en otra metáfora, la de quien regresa tras pasar la tarde junto a un anciano finalmente rendido y transita de pronto muy por debajo de una imponente autopista en construcción.

miércoles, noviembre 24, 2010

Acetre puro de Olivenza

Los oí tocar en Hervás hace unos años. Me gustaron. Aquí interpretan un fado que es al tiempo alegre y triste. Cinco minutos largos de buena música.

lunes, noviembre 22, 2010

Realismo mágico

M. me envía este enlace del diario colombiano El Tiempo. En su correo, me dice: En Colombia llueve y llueve. Todo se inunda. La realidad es más irreal que un cuento de García Márquez.

El invierno convirtió al municipio de Sucre en la 'Venecia' colombiana
Por Alberto Mario Suárez
La cancha de baloncesto del colegio Las Mercedes es una pecera gigante, donde decenas de bocachicos plateados, mojarras rojas y hasta una nutria nadan todo el día, mientras los niños reciben clases, arrumados, en el segundo piso. El profesor de filosofía, Isidro Álvarez, mira desde el techo del plantel cómo naufraga su pueblo, Sucre (en el departamento del mismo nombre), y sentencia: "No hay duda: esto es Macondo". El maestro, que lleva puesto un collar marcado con la leyenda 'pata de agua', como les dicen a los nativos de este municipio, cuenta que las inundaciones comenzaron el 7 de agosto pasado, cuando cayó un diluvio y el río Cauca, crecido, se metió por el caño Mojana. Todo quedó entre el agua. La escuela, la alcaldía, la Policía, el hospital, la iglesia, el restaurante Alfredosky, el hotel Venecia y las 5.000 casas nadan en el Cauca, que no sólo inundó el casco urbano, sino también los 36 corregimientos, 27 veredas y dos caseríos. Hoy, no hay una calle de este pueblo -donde el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez pasó parte de su adolescencia con sus padres- por donde no naden peces de colores. Casi la mitad de los 33.994 damnificados abandonaron sus viviendas y se refugiaron en Barranquilla, Magangué y Sincelejo. La otra mitad armó unas tarimas de maderas en sus casas, que llaman tambos, y siguió la vida al ritmo de las canoas, que ahora sirven para llevar a los niños al colegio y los muertos, al cementerio. Desde bien temprano, en la calle Junín, al frente de un pequeño puerto a donde llegan los viajeros de la región, se ve a decenas de 'mototaxistas' que cambiaron sus motos por canoas. "Aquí tenemos 'motocanoas'. Nos inventamos esta 'película' porque podemos hacer lo mismo que con las motos: llevar a la gente al hospital, a los sitios del pueblo, por 1.000 ó 2.000 pesos", explica Heriberto. El sacerdote Eduardo Arce confiesa que la situación es muy extraña: "Jamás había visto peces nadando dentro de una iglesia". La parroquia está cerrada. Las bancas yacen apiladas unas encima de otras. Las misas se realizan en la Casa del Adulto Mayor y las puertas sólo se abren cuando alguien muere. Los curas, para no mojarse, no se ponen sotana sino jean y botas pantaneras. "El último que sepultamos fue un señor al que degollaron, misteriosamente, en una cuadra que está abandonada. Nos tocó llevarlo en canoa hasta el cementerio, porque ya tenía tres días de fallecido", cuenta el padre Arce, otro damnificado del invierno. El camposanto es una piscina cubierta de plantas acuáticas que tapan las bóvedas más bajas. Las familias les rezan a sus muertos desde las canoas. A unos remos de allí está el colegio Las Mercedes, que funciona a medias. La mayoría de los niños que estaban en primaria dejaron de ir a clases desde finales de julio. En los salones de preescolar, primero y segundo, el agua les llegaba a las rodillas. En cuarto y quinto era igual. En esa institución estudiaron varios hermanos de García Márquez, afirma el profesor Álvarez antes de subrayar que en estas mismas calles, ahora inundadas, los hermanos Chica Salas asesinaron hace casi 60 años al joven Cayetano Gentile, el personaje en el que se basó 'Gabo' para escribir Crónica de una muerte anunciada. "De aquí salieron muchas de sus historias -agrega Álvarez-. Mira que en el cuento de Isabel viendo llover en Macondo dice una parte que el agua rompió las sepulturas y los pobrecitos muertos están flotando en el cementerio. En Aracataca -donde nació el escritor- el cementerio no se inunda. En Sucre sí". Aguas abajo, en el hospital, el jefe de recursos humanos, Rafael Salas, dice que debido al invierno se han presentado brotes de fiebre, enfermedades cutáneas y distintos males virales, por lo que han enviado a Sincelejo a más de 270 pacientes. Cuando las lluvias arrecian, las canoas alcanzan a entrar al hospital y a dejar a los enfermos en la sala de espera. En maternidad tuvieron que montar unas camas sobre otras para poder atender a las parturientas sin que se mojaran. "En el área de urgencias, una niña se cayó de la camilla y terminó en el agua, pero no pasó a mayores", recuerda Salas. En la alcaldía trasladaron las oficinas de la Personería del primero al segundo piso, y ahora comparten un cuarto con el Concejo. Y en los pasillos de la misma planta se instalaron las secretarías de Planeación y Educación. "La Alcaldesa se fue para Sincelejo y sólo viene los jueves", informa un empleado de la administración. Para otros, la vida sigue normal. La mujeres, con sus sombrillas de siempre, van de compras en las 'motocanoas', mientras algunos caminan por improvisados andenes de tablas. El peluquero hace sus cortes entre el agua, el café Internet está levantado en un tambo y atiende hasta la noche, y en el Alfredosky los comensales se sientan con el agua a las rodillas y les arrojan la comida que les sobra a las arencas (peces pequeños, como sardinas), que velan como perros. Los niños tampoco se han dejado ganar de la inundación ni del tedio que produce no tener un sitio seco para jugar un partido de fútbol o a las escondidas. Cuando acaban las clases, Luis Alfredo se dedica al juego de moda: pescar en la cancha de baloncesto. Amarra un hilo a un anzuelo con "un animalito" y espera a que pique una mojarra, un bocachico o un moncholo. La inundación del pueblo es un tema de todos los días. Pedro Sampayo, director de Emergencias de Sucre, dice que las crecientes ocurren todos los años, entre octubre y diciembre, pero antes sólo llegaban hasta la periferia.El funcionario añade que el desastre es consecuencia de la sedimentación del río Cauca. Otros señalan al Invías por obras de infraestructura que habrían quedado mal hechas. Y no falta quien ofrezca una explicación mágica. Alfredo Rafael Támara, administrador de Alfredosky, dice, como si se tratara de una profecía, que desde hace mucho tiempo esta inundación se veía venir. "Ya el profesor lo había dicho en su libro, que este es 'El país de las aguas' ", dice sobre el libro del mismo nombre, escrito por Álvarez para mostrar la influencia de Sucre en la obra de 'Gabo'. Aunque el maestro no buscaba ser profético, muchos se quedaron con el título y le achacan el desastre que viven. "Acá creen que yo soy como un chamán", dice el escritor, burlón, sentado en una mesa del restaurante de Alfredo. "Hasta un señor me dijo que por culpa mía era que estábamos inundados. Me tocó decirle que se leyera el libro", se queja. Y Andrés Artencia, dueño del hotel Venecia, donde está el único inodoro que funciona en todo el pueblo (usarlo cuesta 500 pesos), cuenta que la mayoría de los pescadores creen que si a la Luna se le ve una 'línea' delgada a un costado es que se viene la lluvia. "Acá la gente cree más en la Luna que en el Ideam", remata entes de reírse. La tarde termina y las canoas hacen su últimos recorridos. Por las calles inundadas se ve a policías patrullando en una. Uno de los uniformados, de apellido Arroyo, confiesa que fue difícil aprender a manejar el nuevo transporte: "Para ir a cualquier lugar toca coger la canoa y aquí la mayoría de los policías somos de otra parte. Lo más difícil era llevarla derechita; al principio me iba para los lados y 'me reventaba' contra las puertas de los negocios". Las luces se encienden, pues la energía eléctrica no se ha suspendido, y en el balcón del hotel Venecia Artencia y su amigo Víctor pasan otra noche contando historias de brujas, de espantos que se aparecen si uno sale de un velorio antes de medianoche y de la extraña luz que persigue a los pescadores en la ciénaga. Según Víctor, pocos se animan a salir en la oscuridad. Los bebedores se quedan, a lo mucho, hasta las 9 ó 10 de la noche en el par de bares que tienen las mesas entre el agua, y en la calle "ya casi no se ven peladitas". "A mí me produce dolor todo esto de la inundación -admite Víctor-, pero uno tiene que ponerle sentido del humor. Mire: si usted va por la plaza ahora y se cae al agua todo el mundo se caga de la risa. Ni siquiera le dan la mano. Usted se tiene que parar y luego llegar a la casa y sobarse. Aquí es así; parece mentira, pero es así". Las crecientes en casi todos los ríos del país tienen en alerta roja a sus poblaciones ribereñas. El Cauca ha provocado inundaciones desde La Virginia (Risaralda), pasando por Venecia hasta La Mojana sucreña, en la parte baja. El Magdalena provoca inundaciones desde Honda hasta Puerto Wilches (Santander) y Cantagallo, en el sur de Bolívar. Hay alertas en otros ríos más pequeños como en el San Juan (Chocó); el Negro (Cundinamarca); Nare (Antioquia); Sogamoso y Carare (Santander), y Gualí y Guarinó (Tolima).

domingo, noviembre 21, 2010

Contar historias

El sábado cenamos en casa con algunos amigos. El domingo resultó abúlico por comparación y por su propia naturaleza crepuscular. Por la tarde, tirado sobre el sofá, mientras leía a ratos el periódico, fijé la mirada en el ramo de flores y en el trozo de madera pintado que estaban sobre la mesa del salón. Regalos de esa noche. Eso quedaba de la cena del día anterior. Eso y un rastro de olor a tabaco. Al cabo de una semana sobrevivirá tan sólo el tronco seco al que las pinturas le dan una nueva vida. Y, tal vez permanezca también, lo que ahora escribo. El diario es como una maroma que fija la memoria a los norays. Me acerco al muelle y oigo las risas. Los cubiertos y las copas. El barco de los recuerdos es como un pequeño crucero iluminado de fiesta. Se sientan todos los viajeros en torno a la mesa. Afuera llueve y ventea. Recordar y contar al calor del fuego es refugiarse contra la inclemencia: la del tiempo y la de los años. Dice Vargas Llosa que la literatura es una hija tardía de ese quehacer primitivo que es inventar y contar historias.

lunes, noviembre 15, 2010

Un afondo

Ayer por la tarde vi la entrevista que Joaquín Soler Serrano le hizo a Juan Carlos Onetti en A fondo, aquel viejo programa de la televisión por el que pasaron tantos personajes interesantes, sobre todo del ámbito literario. Fue curioso ver a un Onetti de sesenta y pico años enfrentarse al entrevistador confesando de antemano que era un hombre tan radicalmente tímido que tales puestas en escena lo aterraban. No dejó de fumar en los tres cuartos de hora que duró el programa. De vez en cuando también se llevaba a los labios un sorbo de agua, como para tragarse las hebras del tabaco o pensarse un momento las siguientes palabras. Sus respuestas eran lentas y a veces llevaban a la incertidumbre en el entrevistador, que no sabía cuándo había terminado de contestar el autor uruguayo. Hubo, por tanto a menudo, silencios inciertos, espectantes. Y quedaron en el aire, como prendidas en el humo espeso del tabaco en el blanco y negro, algunas frases memorables: “En toda relación amorosa hay siempre un sordo, sino los dos”. O aquella explicación de sus comienzos en la literatura: “¿Cuándo empezó a escribir? No puedo saberlo exactamente. Lo que sí sé es que en mi infancia empecé a mentir”. Se declaraba amigo de todos los autores del bomm: Gabo, Cortázar o Llosa. Pero dijo admirar más que nada los cuentos de Julio Cortázar. Explicó también, a propósito de la caótica manera de enfrentarse a la elaboración de sus textos, la diferente relación que mantenían con la literatura Vargas Llosa y él mismo. Creía que el peruano, con sus horarios definidos de trabajo y su laboriosa constancia, mantenia una relación conyugal con la obra literaria. Él, en cambio, con su forma de hilvanar las partes de los relatos y las novelas, escritas en arrebatos, manuscritas en cuadernos o papeles sueltos, urdidas sin demasiado plan previo, tenía a la literatura más bien por una amante. Qué joya de documento, qué retrato más bien trazado y que respeto por quien llevaba la manija del programa hacia la particular manera en que Onetti se enfrentaba a las entrevistas: con timidez, casi con miedo, demoradamente reflexivo, escondiéndose en las volutas de los cigarrillos, revelándose, como siempre hemos intuido, un letraherido encerrado a cal y canto de por vida en cuanto leía y escribía.

miércoles, noviembre 10, 2010

A dónde fuimos los días en que llegaron las lluvias

Casi como un confinamiento gustoso. Con esa sensación se reciben a veces las primeras inclemencias duras del invierno. Como si después de un tramo de vida demasiado expuesta, nos tentase el retiro. Sobre la claraboya del tejado percutía la lluvia como una ráfaga interminable de fuego enemigo. Leía sentado de espaldas a la calle. Me resultaba incluso agradable oír ese ruido de fondo desde el regazo de mi orejero. La casa era un libro, la luz cálida de una lámpara iluminando sus páginas y el acomodo en un asiento convertido en trinchera. Afuera, la estación hostil proseguía un asedio inútil. Cuando se hacía el silencio de la lluvia, me llegaban los acordes de una canción alegre. Mi hijo tocaba a la guitarra su particular versión de Brown eyed girl, de Van Morrinson. Una canción que en sus primera notas se pregunta Where did we go days when the rains came.

viernes, noviembre 05, 2010

De Toulouse-Lautrec

La condesa de Toulouse-Lautrec, madre del pintor, tenía decidido quemar en los jardines del castillo familiar de Malromé los seiscientos cuadros y los miles de litografías que, como heredera de su hijo, obraban en su poder. Un mundo para ella incomprensible de burdeles, chulos de baja estofa, bailarinas de cabaret, borrachos, poetas y otras gentes de parecida ralea. La obra de Toulouse-Lautrec siempre inquietó a los burgueses conservadores de su época. Cuando en 1901 el pintor murió en Malromé, cerca de Albi, Adèle de Toulouse-Lautrec estaba decidida a que no quedara ni rastro de la obra de su hijo. Dicha obra fue salvada in extremis por Maurice Joyant, un editor y marchante de arte amigo de la familia que logró convencer a la condesa de que aquel tesoro, aunque heredado por ella, pertenecía al patrimonio artístico de todos los franceses. La condesa cedió y los cuadros, debidamente inventariados por Joyant, quedaron almacenados en el estudio que el pintor poseía en la rue Frochot. Adèle de Toulouse-Lautrec no era ni mucho menos la única que se espantaba al contemplar la obra de su hijo. Poco antes de la muerte del pintor, un respetable crítico de “Le Courrier de France” escribía: “Así como hay gentes a quienes les gustan las corridas de toros (sic), las ejecuciones capitales y otros espectáculos bochornosos, también las hay que gustan de la pintura de Toulouse-Lautrec. Felizmente para la humanidad existen pocos pintores parecidos a este aristócrata cínico y degenerado”. Cuando Joyant, de acuerdo con la condesa, ofrece el conjunto de la obra del pintor a la Biblioteca Nacional y al Museo de Luxemburgo no recibirá contestación alguna de las dos prestigiosas instituciones. Cuando años más tarde Joyant insiste ofreciendo algunos cuadros al museo, Bonnat, célebre por su retrato del cardenal Lavigerie y director de losMuseos Nacionales, se negó a que entrara “en esta antecámara del Louvre ni una sola obra de un pintor que como Toulouse-Lautrec apenas sabía dibujar”. Joyant se indigna y se desespera ante la incomprensión y la hostilidad hacia una de las obras que con toda evidencia iban a marcar un hilo en la historia del arte francés. La condesa Adèle, que poco a poco se había ido impregnando de la atmósfera que tan bien había reproducido el genial enano, escribe a Joyant: “No estoy dispuesta a convertirme en una admiradora de la obra de mi hijo, ni a ensalzar, ahora que él ha muerto, algo que tanto detesté cuando todavía estaba en vida. Pero...”. Y en ese “pero” de la condesa Joyant ponía todas sus esperanzas. Porque ese “pero” Francia entera también lo diría un día. El milagro se realizó por fin cuando Emile Combes, presidente del consejo y antiguo profesor del seminario de Albi, feudo ancestral de los condes de Toulouse-Lautrec, promulgó, en 1904, la separación de la Iglesia y del Estado. Gran parte de los bienes de la Iglesia pasaron a ser propiedad del patrimonio nacional de los franceses. Entre ellos el magnífico palacio de los Arzobispos de Albi, que fue convertido en museo. Pero, ¿qué se podía exponer allí? Excepción hecha de un Guardi, sólo se ofrecía al público una serie de pinturas de segundo orden y algunas copias en yeso de estatuas griegas. Joyant vuelve a escribir a ministros, a diputados y pide incluso audiencia al presidente de la República. “¿No es monstruoso –les pregunta– que Henri de Toulouse-Lautrec, cuya familia tanto significa desde hace siglos para la ciudad de Albi, no tenga su museo precisamente en este palacio de los Arzobispos tan obviamente desaprovechado?” Entre tanto, la guerra había transformado profundamente a la sociedad francesa. Las mentalidades habían cambiado. La óptica de los críticos también. Joyant acabó saliéndose con la suya. En 1921, a la edad de 81 años, la condesa de Toulouse-Lautrec inaugura, por fin, en el palacio de los Arzobispos el Museo Henri de Toulouse-Lautrec. “El público desfila, mudo de asombro, ante los cuadros malditos: ‘La femme au boa’, ‘Valentin le Desossé’, ‘La Golue’, ‘La toilette’, ‘Portrail de monsieur Delaporte’ –rechazado años atrás por Bonnard–, todo un mundo canallesco e inocente en el que Henri de Toulouse-Lautrec, el aristócrata sensible y refinado, había vivido desde que una caída de caballo le convirtió en enano al quebrarse las dos piernas. Un enano que hacía reír a los chulos y llorar a las mujeres ‘de petite vertu’. ‘La herejía de Albi’ –así llamaron los conservadores de la época al nuevo museo– se ha convertido con el tiempo en una de las joyas que más enorgullece a los franceses.”
In extremis, de José Luís de Vilallonga

viernes, octubre 29, 2010

Noticias de Tachia


Tachia Quintanar estrenará el 8 de noviembre en Cartagena de Colombia el monólogo Isabel viendo llover en Macondo, de García Márquez. “Tachia bella: Cuando nos conocimos en el helado otoño de 1955, en París, lo primero que se me ocurrió, al ver tu abrigo de tigre y al oír tu voz, fue que quería escribir un texto para oírtelo a ti. Esa misma noche me acordé que ya lo tenía: es el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. Por eso me alegra tanto de que tú lo digas por ahí, por el mundo, porque todo fue como una premonición.Te mando, pues, un beso de bendición con todo el amor. Gabriel." De ese estreno y de su vida habla Tachia en esta magnífica entrevista que le realiza Margarita Vidal para El País. ¡Qué mujer!

jueves, octubre 28, 2010

Enlace y caxigalín(e)a

La Biblioteca Nacional ha digitilizado El Quijote: lectura de sus páginas, distintas ediciones, vida en el siglo XVII, grabados de la obra, música de la época y mapas de las aventuras del ingenioso hidalgo y su escudero. Una joya.

* * *

Alinearse con los soberbios, aun si están cargados de razón, alienta su tiranía intelectual y degrada hasta la servidumbre nuestro espíritu crítico.

lunes, octubre 25, 2010

Bauman dixit

Hacer pedazos el velo, comprender la vida… ¿Qué significa esto? Nosotros, humanos, preferiríamos habitar un mundo ordenado, limpio y transparente donde el bien y el mal, la belleza y la fealdad, la verdad y la mentira estén nítidamente separados entre sí y donde jamás se entremezclen, para poder estar seguros de cómo son las cosas, hacia dónde ir y cómo proceder. Soñamos con un mundo donde las valoraciones puedan hacerse y las decisiones puedan tomarse sin la ardua tarea de intentar comprender. De este sueño nuestro nacen las ideologías, esos densos velos que hacen que miremos sin llegar a ver. Es a esta inclinación incapacitadora nuestra a la que Étienne de la Boétie denominó «servidumbre voluntaria». Y fue el camino de salida que nos aleja de esa servidumbre el que Cervantes abrió para que pudiésemos seguirlo, presentando el mundo en toda su desnuda, incómoda, pero liberadora realidad: la realidad de una multitud de significados y una irremediable escasez de verdades absolutas. Es en dicho mundo, en un mundo donde la única certeza es la certeza de la incertidumbre, en el que estamos destinados a intentar, una y otra vez y siempre de forma inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y comprender a los demás, destinados a comunicar y de ese modo, a vivir el uno con y para el otro.
Extracto del discurso de Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Comunicación y Humanidades

domingo, octubre 24, 2010

La vida secreta de las palabras

Abierta de par en par la ventana. Qué trae adentro: el polvo húmedo del domingo y un roce intermitente de neumáticos sobre el asfalto mojado. He puesto a Tom Waits. ¿Alguien conoce una música mejor para estas horas mustias de los días? No hace nada que he apagado la pantalla. El último fundido en negro. Prolongado. Añorante. A continuación iba a escribir algo así como que acabo de ver una película muy hermosa, La vida secreta de las palabras, pero me doy cuenta de que quizás no esté siendo suficientemente preciso, de que "hermosa" quizás no sea la palabra. Y sin embargo, ese espejo levantado en medio del mar, ese pequeño cofre de imágenes insulares, de soledad, de personajes asomados al oleaje de la vida, me han procurado un confortable —y vergonzante— consuelo de belleza.


martes, octubre 12, 2010

El cerco de Leningrado

Sábado. Teatro Prendes. Obra: El cerco de Leningrado, de José Sanchís Sinisterra. Por La Galerna. Hubo en la representación un nivel escénico sigiloso, casi escondido, difícilmente visible, y que quizás no entraba en el propósito de la compañía, pero que uno vio desde el principio, cuando llegó al pequeño teatro de Candás, con un aforo escaso y un público que apenas lo llenaba, que uno presintió al descubrir a media luz sobre el escenario un atrezzo que se presumía demasiado escueto. El cerco no era bélico. Pero había, como en todo cerco, asedio (el paso del tiempo, la caducidad de las certezas) y había, a la vez, resistencia (la de un teatro en ruinas a cuyo cuidado se aferraban, igual que a la vida, igual que a la memoria, dos mujeres entradas en años, Natalia y Priscila, que conocieron el esplendor de esas tablas en el pasado y que tuvieron fe en las viejas ideas de la solidaridad y el justo reparto de la riqueza). Teatro dentro del teatro. Esos son los dos niveles con los que juega el autor en su obra, pero a su vez, ese metateatro puede representarse, como ocurrió el sábado, en unas tablas con un punto de precariedad que le viene bien a lo que el texto pretende decir, y por una compañía de provincias, con medios limitados por tanto, pero con la verdad de dos majestuosas comediantes (Puri García y Mary Chely Fernández) que bregan por darle sentido a su vocación en una obra en la que son un poco como las protagonistas, idealistas, soñadoras y ejemplares. Actrices solventes que pulsan con tino el sentido del humor en medio del desengaño de la vida, de las ideas y del teatro. Dos personajes ricos en matices, que mezclan desilusión, recuerdos, ironías, sarcasmos, realidad y espejismos. Viven en El Teatro del Fantasma, aquel viejo fantasma con que amenazaban los marxistas y que decían recorrería el mundo. Finalmente el ectoplasma exhausto se ha venido a refugiar entre los muros de un viejo local de representaciones. Cerrado. Sitiado por la voracidad externa. Defendido por dos viejas damas que fueron actriz y empresaria y comparten en la vejez manías, símbolos que son ya sólo utillería, memoria y rebeldía contra un fracaso que saben finalmente irreversible cuando descubren, veinte años después, el libreto escrito por Néstor (el que fuera esposo y amante respectivamente de ambas); un libreto titulado El cerco de Leningrado, en el que se tergiversa la historia real, dándole un triunfo profético y resignado a las tropas del mal. Aplausos. Muchos aplausos. Merecidos aplausos. La alegoría llega así a ese nivel imprevisto, el de la propia representación a la que asistimos, donde una vocación, la de estas soberbias actrices que saludan sobre el escenario, se sobrepone al pequeño escenario, al elemental atrezzo y hasta a la falta de un lleno en las butacas, para seguir poniendo en pie, una noche más, el teatro y con él la necesidad de amotinarse contra un mundo siempre mucho peor de lo deseable.

domingo, octubre 03, 2010

Lux antiquior amore

Cuando a media noche terminé de leer la última obra de Salmón me hallaba fascinado por el discurso final que el personaje Bocanegra, verdadero trasunto del autor, pronuncia al recoger el Nobel de Literatura en el año 2040. Las palabras del escritor hacen una mención especial a la que considera su mejor obra: La luz es más antigua que el amor. De ese parlamento extraje algunos párrafos, los escribí casi febrilmente y se los envié por correo electrónico a algunos amigos. Me pudo ese tipo de impulso que arranca de lo que nos conmueve: necesitamos compartirlo urgentemente. Hacerles partícipes del descubrimiento a la gente que sabemos que también lo apreciará.
Esta última obra de Ricardo Menéndez Salmón anda a caballo entre lo ensayístico y lo narrativo. Trata de justificar la literatura, el arte, como camino de búsqueda hacia la belleza y el consuelo. Tras la trilogía del mal, tras su trato y atracción, llega ahora el cauterio. Un tránsito por la historia del arte comprometido. “De los demonios que acechan al creador a lo largo y ancho de su tarea, ninguno tan angustioso como la carencia de sentido”. Por eso los protagonistas son tres pintores a los que un escritor, Bocanegara, trata de situar en una misma línea sobrepuesta al tiempo y al espacio pero no a la inquietud obsesiva de todo gran creador. A De Robertis la muerte de su hijo por la peste negra de siglo XIV le hizo meditar sobre la posibilidad de pintar la vida “tal y como sucede”. Rothko no pudo dejar de representar nunca en sus lienzos la desolación de una línea en el horizonte que vio durante un viaje en tren que transformó su vida (y quizás, de una manera aún inconsciente, su manera de mirar el mundo). Y acaso, en el último escalón de la conciencia creadora, Vsévolod Semiasin se decide a engullir sus cuadros. En las recreaciones de los dos pintores ficticios se manifiesta no sólo un pulso memorable con la propia obra sino también con el poder, encarnado en el Quatroccento por la Iglesia y en el siglo XX por uno de sus detentadores absolutos, el padrecito Stalin. Finalmente, el arte resulta no sólo apasionante, sino también, siempre que ahonda en el misterio, proporcionalmente incómodo.
Terminé de leer la obra de Salmón muy tarde, solo bajo la luz de la biblioteca y con unas enormes ganas de contarle a alguien cuánto me había gustado. Escribí correos y me entretuve incluso ilustrando la propia novela al indagar en la red tras las imágenes sobre las que se levanta la narración y que uno o no había visto o no recordaba o quería volver a ver enseguida.
Emoción de una lectura. Ilustración que la recrea. Reflexión que la alarga. Correos urgentes. Tres vidas en raya. Un autor premiado que en la vejez medita sobre su obra, sobre la literatura, sobre la creación. Y por encima de todo, el gusto de un escritor por la palabra, por otorgarle una forma exquisita a lo que escribe y a lo que se plantea en lo que escribe, una apariencia hermosa, precisa en la descripción y tenaz en los interrogantes.

Apéndice ilustrado
"Sus ojos esquivos, ocultos bajo unos párpados dolientes e hinchados, párpados de fantasma o de resucitada, que anticipan los que un siglo más tarde cierto compatriota del cardenal diácono, de nombre Jean Fouquet, regalará a su Virgen del Díptico de Melun."


"Como la Virgen de Simone Martini, que en su anunciación parecer expresar un punto de repugnancia ante el logos engendrador que el arcángel le traslada per auricula."




"La fotografía tomada en 1912, quizá para conmemorar un cumpleaños, una petición de mano o, sencillamente, el hecho de estar vivos. Los cinco retratados posan ante un falso tapiz que hubiera arrancado una sonrisa a Hans Memling, tan grande es la ingenuidad y probreza material de la estampa. Al fondo se insinúa una colina con árboles, probablemente hayas en una primavera toscana. El suave declive invita a la reflexión, el murmullo de lo vivo, el consuelo de la paz. El paisaje es contemplado desde un adarve ruinoso, abierto a la calma de semejante panorama: un balcón de privilegio, un tanto decadente, sobre una naturaleza sosegada. (...) ¿Y no es cierto que, en el ángulo de la cabeza de Markus, en la pureza blanca de su cutis, late algo femenino, una dejadez de ninfa, la liviandad de una carne que atesora el secreto de lo bello? ¿Y no es cierto también que sus manos, que se agarran al respaldo de la silla suavemente, con delicadeza, como temerosas de romper el equilibrio entre la madera y la geometría por ella sugerida, prometen contener un mundo de posibilidades?"
"The Houston Chapel, una obra que, no en vano, ha sido comparada por los historiadores del arte con la Capilla Sixtina. Rothko, que acababa de cumplir sesenta años, ha encontrado su Lascaux. (...) Resulta tentador pensar que la depresión que devoraba a Rohtko se encarna para la eternidad en esas catorce majestades, que combinan el raro prodigio de la tiniebla de que están hechas con la paz que su contemplación regala, como si el precipitado de toda la angustia que cabe en el corazón de un hombre diera como resultado la conquista de la dicha por parte de quienes la contemplan."

"En la fotografía de Van Vechten, Faulkner tiene el pelo blanco y su nariz destaca como esas narices de viejo que acaban invadiendo el rostro igual que un cáncer. Hay cierto hastío en su gesto, como si la comida le hubiera provocado acidez de estómago, lleva un traje que no le sienta del todo bien y un pañuelo nada primorosamente planchado asoma de su bolsillo izquierdo. Su mano izquierda está doblada en una postura sin duda incómoda y a su espalda, como en el resto de la sesión, hay una pared de ladrillo o que remeda el ladrillo, una especie de muro de las lamentaciones. Se advierte que el escritor no está a gusto en la pose, pero podemos dar fe de que esa nariz ha olido sabe dios qué fondos de vaso y que esas manos han mecanografiado algunas de las mejores páginas de la literatura de todos los tiempos. Porque ese hombre, el Verbo, William, es una de las encarnaciones más majestuosas del misterio que llamamos escritura, uno de sus demiurgos más poderosos, una de sus potestades."

"No creo que la belleza haya gozado nunca de muchos adeptos entre la élite de patronos y consejeros áulicos que dirige el mundo. La belleza no tiene bandera conocida, la belleza no cotiza en Bolsa, la belleza no es un combustible ni una materia prima. Su misterio radica en su inutilidad, en ser un camino que viene de ninguna parte y a ninguna parte conduce. Pero entonces, me pregunto humildemente, ¿para qué sirve la Crucifixión de Perugino de Santa Maria Maddalena dei Pazzi, que imagino sigue allí, treinta y cinco años después de mi visita, casi cinco siglos y medio después de haber sido concebida, arrojando su luz sobre quien la contempla? Y humildemente respondo que, como la literatura, como cada palabra que he escrito a lo largo de toda mi vida, la Crucifixión de Perugino de Santa Maria Maddalena dei Pazzi sirve para consolar, para librarnos de la aflicción de un mundo en el que la dignidad humana es crucificada todos y cada uno de los días."

viernes, septiembre 24, 2010

Sin modales

A ratos le puede a uno la insolencia de la réplica. Qué pérdida de tiempo y de energía. Qué mengua para el ánimo y el humor. Aprende, me digo, de tus muchos arrepentimientos (pero apenas sirve de nada). Estríñete de verbo y no la cagues de nuevo (pero vuelve la burra al trigo). Y es que contra dos asuntos, al menos, me puede la reincidencia: política y familia. Actividades que suelen ser gremiales y castrantes; en las que nos ciegan el dogma y la sangre; la fidelidad y la afectividad acríticas. Así que a uno, que está casi de vuelta de ambas, y ni le interesa añadirse a grey alguna ni soportar a más parientes que los precisos, le hierve el tránsito sanguíneo tanto con los iluminados y los conversos, como con la obligación de llevarse bien con quien apenas se tolera malamente. Así que o salto o pongo caras, y paso por lo que me temo que en el fondo soy: un tipo de modales muy mejorables al que le toca sobremanera las pelotas que nadie se corte en darte lecciones morales a propósito de cualquier cosa y que nadie prohíba de una vez por todas las entrañables veladas tribales.

miércoles, septiembre 22, 2010

Certezas

Es demasiado a menudo ilusoria la certeza. Por eso conviene recordar las muchas mudanzas que han precedido su última apariencia. Así, cuando se nos llene la boca de certezas, no olvidaremos que nunca alcanzan formas definitivas, que siempre venimos de antiguas, distintas y sucesivas certezas.

domingo, septiembre 19, 2010

Domingo de contrastes

En estos domingos para los que nada se tiene previsto de antemano, a los que uno amanece pendiente del tiempo que traen consigo y que adelanta no poco el propio ánimo, hay veces que los sacude lo inesperado. Todo domingo tiende a ser por definición remanso insular. Todo domingo seda las pulsaciones de la prisa. Busca playas, campo, jardines, paseos o el regazo de un sillón. Tiene periódicos de muchas hojas y comidas que se prolongan en la sobremesa. Vermús con aceitunas y tardes a veces demasiado largas. Por eso la noticia de la muerte sobrecoge quizás más en un domingo. Cae con la misma sorpresa y estrépito que un meteorito en medio de las aguas quietas de un lago. Añica el reflejo del mundo desde el impacto a las orillas. Ha sido éste un domingo empeñado en ser verano todavia. Que nos echó pronto a la calle, a la luz. Que nos hizo olvidar por instantes la bofetada temprana de la radio, cuando Pepa Fernández anunció la muerte de Labordeta, y desayunamos en silencio y con un cuajo de café y pena en la garganta. Quizás también por eso escapamos pronto de casa. Por el mayán de tierra, vimos a E. Secándose en el muro al aire del mar. Venía del pulpo. Con gancho y sin pesca. Descalzo y curtido de pedreros. Hasta echamos con él unas risas. No traía la noticia el diario que leímos en la terraza del arenal, con la bahía entera por paisaje y la marea retirándose lenta y transparente. Sí hablaron largo de ello los informativos del mediodía. Imágenes, viejas entrevistas, canciones. Escribo estas líneas ya a la tarde bajo una sombrilla. Me guía una especie de deber, me guía la gratitud. Todo hombre de bien debería saber rezar en ciertos momentos. Debería encontrar las palabras precisas con las que hablarse a solas. Contar, por ejemplo, en el silencio de unas cuartillas que se siente mellado a la altura del pecho, donde otras veces lo calentaba hasta la alegría este sol resistente de los días finales del verano. Se nos ha muerto Labordeta, con quien tanto quisimos. En su recuerdo resuena el verso de uno de sus cantares: recuérdame como un verano ido. El de dos mil diez, en un domingo luminoso y paseable a pesar de todo. Como de costumbre, la vida nunca mira a sus espaldas.

miércoles, septiembre 15, 2010

A la tarde...

A la tarde, sentado al último sol, apenas si podía seguir atento a lo que leía. La intensidad estaba en el aire, no en las páginas del libro. Era una certeza que se mantenía en lo alto como esas aves que parecen abandonarse a las corrientes del cielo. Iba tamizándose la luz en la brisa que levantan a menudo los atardeceres apacibles. Conviene llegar a esa hora con aplomo. Conviene concluir jornada y estaciones sabiéndose recogido. Junto a una pared de poniente. Contra todo temblor. Apenas quedan bañistas. Ni risas de chiquillos. En el agua bracea un nadador solitario. Cómo remansan el ánimo esas presencias insulares de velas y de hombres en medio de lo inabarcable. Mientras nos sabemos a salvo, nada cuesta reconocerse desde la orilla en ese tránsito aventurado de ulises. Nuestro viaje ya ha concluido. Llegados a puerto, nos vence el consuelo de dar por mitigada antes de la noche toda acechanza sobre la vida, de haber calmado por un tiempo la nomadía que nos echó a los mares. La certeza era el final. Cernido como un desfallecimiento desde las mismas carnes del sol hasta el follaje reciente del suelo. Da frío pisarlo descalzo. El verano tiene por frontera una sombra húmeda en la tierra. Creciente. Recordé una cita de Chatwin: “La Iglesia medieval instituyó la peregrinación a pie como cura de la melancolía homicida”.

domingo, septiembre 12, 2010

Estampa impresionista

Ayer noche, mientras cenábamos en casa de nuestros amigos, Titou se movía inquieto de un lado a otro, tan pronto se nos subía al regazo como escapaba receloso de una caricia o le ladraba a un juguete. Va a ser, queridos, un perro travieso, feliz y consentido como un nieto. A los postres, hablamos de los viajes. Paisajes, chambres y sucedidos. Y hasta trajo M. a la mesa media docena de fotos de una escapada aquí al lado, a la península de la Magdalena. Una serie de imágenes que parecían los fotogramas de un cortometraje mudo, delicado y jovial. Como si unos cuantos personajes de una vieja película playera de Rohmer se hubieran reunido muchos años después para merendar en la hierba con ropas provenzales y una complicidad festiva. Al volver a casa nos trajimos una de esas fotos. En un día luminoso una pareja da la espalda a la cámara frente a la bahía de Santander. Es una toma apaisada. Sobre el horizonte un cielo algo desvaído, como de acuarela, ocupa el ancho de un dedo. Por debajo, el mar aparece apenas rizado por la brisa y luciendo un color profundo. Parte el plano en dos mitades. La inferior es un prado algo agostado. A la derecha, el hombre y la mujer se toman de la cintura. Mira él hacia los acantilados de la lejanía. Lo mira ella mirar. Tienen a un lado, sobre el césped, un capazo de mimbre. Tal parece que descansen de un baile, que tomen por un instante un respiro marítimo. Ella lleva un sombrero redondo de paja y ala corta, con una cinta magenta alrededor de la copa. Usa gafas oscuras de sol y viste de blanco hasta los pies. Calza sandalias de tacón. Tiene él un cabello poderoso y rebelde. De canas y de grises. Lleva camisa clara con los faldones por fuera de un pantalón caído color ceniza al que se le arrugan los bajos sobre los zapatos. Hay fotografías que envidian a la pintura. Quisiera ésta, probablemente, ser un Renoir estival plasmando la alegría de vivir, o de sobrevivir, de un hombre y una mujer amotinados en el ánimo a esa edad en la que suelen comenzar a desfallecer las ganas y hasta las sonrisas. Un cuadro de verano con ropas ligeras y sombreros recién estrenados. De colores radiantes y pinceladas ligeras, con el que el cielo, el mar, un faro blanco sobrepuesto al horizonte y un prado verde se combinan para transmitir el placer inmediato de las sencillas dichas de la vida. Como la de cenar con los amigos y hablar de los viajes.

viernes, septiembre 10, 2010

Entre la elegía y la contraelegía

Contraelegía,
de José Emilio Pacheco

Mi único tema es lo que ya no está
Y mi obsesión se llama lo perdido
Mi punzante estribillo es nunca más
Y sin embargo amo este cambio perpetuo
este variar segundo tras segundo
porque sin él lo que llamamos vida
sería de piedra.
Quizás deba ser así. Quizás no quede otra que aceptar esos silencios prolongados. Esos monosílabos. Ese distanciamiento hosco a que les obliga el hacerse hombres o mujeres. Quizás haya que resignarse a que ha pasado el tiempo de pasear sintiendo entre las nuestras una mano más pequeña. Que ya no será posible la emoción de que se nos arrojen al cuello inesperadamente y con una alegría que nos volvía irremediablemente felices. Que ya no volverá acaso el runrún de su cháchara interminable y atropellada, contando y preguntando, haciéndonos partícipes de la sorpresa y confiando en que podríamos explicárselo todo. No sospechaban entonces ellos, ni tampoco queríamos aventurarlo nosotros, que llegaría un día en que tendrían en tan poco ofrecimientos, consejos y respuestas. Pero llegados aquí, y resignándonos a que en nada hay retorno, debiera uno al menos confiar en la eventualidad de esa metamorfosis dolorosa que supone la pubertad y tiene por edad la adolescencia. Lo más difícil de este tiempo, me temo, es acertar con la distancia. Ni tan cerca que se impida batir las alas, ni tan lejos que no se esté a tiempo de remediar la bisoñez del vuelo. Parece razonable el propósito, suena incluso bien, pero no deja de ser una frase acostada sobre un papel. Ponerla en pie y echarla andar es lo difícil y lo único que cuenta. Queda entre tanto la tarea de acostumbrarse a la mudanza y a pensar que de otro modo la vida sería piedra.

miércoles, septiembre 08, 2010

Secretos

(Foto de L. Sevilla para El Comercio)

Fin de fiesta. Sobre las pistas de tenis explotaron los fuegos artificiales. Se reflejaban en el agua oscura de las piscinas. Más atentos que a los destellos, los adolescentes se preocupaban de tejer una telaraña cómplice de miradas, de gestos y de sonrisas. Punto casi final del verano. La vieja verbena repercutía acordes elementales dentro de los pechos. Ritmo de cortejo. O de adiós. Temblor en todo caso. Por detrás de las palmeras se ceñían parejas furtivas. Más allá, en el campo de hockey comenzaba el concierto de medianoche. Secretos en una celebración de club de provincias. Hay quien pudiera acordarse de Luna de Avellaneda. Las melodías de una banda veterana bajo las banderitas de papel y las bombillas de colores. Olvídense del toque sentimental, de la poesía de la derrota. Fue un concierto memorable. De unos tipos curtidos en treinta años de batallas. Que perdieron por el camino casi el alma: a Enrique Urquijo. Y con él ese glamour de fatalidad que tan bien vende en el espectáculo. Siguen tocando sobre todo las canciones que él compusiera. Simples. Contundentes. Francas. Con el tiempo se han demostrado también imperecederas. Suele suceder con este tipo de letras bien armadas y que tan a menudo hablan de lo que siempre deben hablar las buenas canciones: de desamor. Son una banda, por tanto, sobrepuesta definitivamente a la inclemencia. Unos músicos admirablemente profesionales y generosos en escena. Sobre la hierba artificial se habían echado toldos. Por la tarde la lluvia dejó pequeños charcos sobre ellos. Mientras duró la música hubo por el suelo una imparable cadena de detonaciones. Minas de agua con compás de estribillos entonados con las ganas y la falta de pudor que alimenta la oscuridad a los pies de todo escenario. Quizás en otras sombras cuerpos menos hechos se moviesen al ritmo perezoso de un goce recién estrenado. Ajenos a la música y por los rincones donde Los Secretos eran sólo para ellos la amortiguada banda sonora de un fin de fiesta.

martes, septiembre 07, 2010

Un ser humano acompañado

Informativos de la noche: vídeo sobre la entrega a José Antonio Labordeta de una condecoración institucional. La cámara toma de soslayo el rostro de la ministra Chacón. Se le intuyen lágrimas. Conmueve la enfermedad de quien se quiere. Las contenemos a duras penas en casa. Porque siempre hemos considerado a Labordeta uno de los nuestros. No en la acepción sectaria, sino en la íntima. De los que hemos llevado muy dentro y nos han hecho seguramente un poco mejores. Canciones. Poemas. Relatos. Y una manera distinta y ejemplar de recorrer los paisajes de España. Al bies. Por rincones y sin prisa. Conversando con las gentes desde la curiosidad, el respeto y lo cordial. Una manera, en fin, también ejemplar de andar por el mundo. En las imágenes del telediario estaban cerca sus nietas. A ellas les escribió hace un par de años este poema.

En el lado feliz
mis nietas me saludan
con el jolgorio de los días de fiesta.
Ríen, saltan, se combaten entre ellas mismas
la alegría de ver la vida como un río sin fin,
sin fondo. Como si el mar
llegase a nuestra puerta.
Ante tanto diluvio de alegría
a este viejo poeta abandonado
solo le queda la memoria,
la inestable memoria de los vagos recuerdos
olvidados.
Gracias a que la vida está entre ellas
rompiéndome la cruz de los silencios,
la vaguedad inútil del desierto
y la cumbre final de una montaña
me siento como vivo.
Como un ser humano acompañado.

Ahí quisiéramos no pocos que nos supiera también el viejo poeta. En la compañía y el cariño. En el aliento que anima a la vida.

domingo, septiembre 05, 2010

Reincidencia


El sol sobre los hombros. Y en este trozo sin tinta de una de las páginas del periódico del sábado, la sombra de una mano escribiendo con letra menuda. Esta sombra a la que recuerdo a veces entretenida volviéndose animal. Cuatro dedos estirados podían ser la cresta de un gallo. Dos pulgares erguidos las orejas de un conejo. Hoy es toda ella un topo silencioso que ara a lápiz renglones apretados. Laborioso topo en un empeño sin más objeto que la dicha efímera de las palabras. Al día le ha costado abrirse a la luz. Traía de la noche como un rencor tenaz. Ríe ahora y todo parece olvidado. Es una suerte que así sea. Pule el sol este mar calmo que llega a la arena vuelto vidrio. Cristal que en la distancia es esmeralda y espejo, pero que cuando se entra en él descubrimos tan transparente como el aire. Sombra de una mano al mediodía sobre el papel ya amarillento de un periódico. La cala está casi sola. Por encima del silencio, de estos cuerpos nuestros reblandecidos en la luz, la calma y la arena, se oyen sólo los cencerros de unas vacas que pastan entre el brezo que crece hasta la misma playa. Pienso en aquellos versos de Jorge Guillén que uno tuvo a veces por demasiado exquisitos. Recostado sobre una piedra siento como en el poema que tampoco aquí pasa nada, salvo que uno juraría de pronto que “el mundo está bien / hecho. El instante lo exalta / a marea, de tan alta, / de tan alta, sin vaivén”. De pronto, sí, y por un instante de confortable flaqueza.

miércoles, septiembre 01, 2010

Regando

En la plaza del Marqués un empleado de la limpieza riega el adoquinado. Me encuentro por allí a R. Cómo andan las cosas por la administración, me pregunta. Ya te lo puedes imaginar, le respondo, con muchas apreturas presupuestarias. No me extraña, replica, llevamos años derrochando el dinero público. En Dinamarca, donde he estado hace poco son mucho más austeros que aquí. Y eso se necesita por estos pagos: menos alegrías en el gasto. Me intereso entonces por ese viaje suyo al que ha hecho referencia de pasada. Así que has estado en Dinamarca de vacaciones. Bueno, en realidad, no han sido vacaciones. Hemos ido allí sólo a comer. Han elegido recientemente al restaurante del Moma de Copenhage como el mejor del mundo y fuimos a comprobar si merecía la distinción. Contra la fachada barroca, pero austera, del palacio Revillagigedo resalta la chaquetilla naranja fosforescente del barrendero. Con el agua a presión de la manguera arrastra los restos de la farra nocturna hacia los sumideros. Esa imagen, como de purificación de la ciudad, a esa hora imprecisa del amanecer en que termina la noche para quienes vienen de apurarla y comienza la jornada camino de los quehaceres cotidianos para el resto, abre o cierra a veces algunas películas. Ese torrente de agua que limpia las calles pone un espacio en blanco entre la letra apretada de los días. Se parece a los propósitos de enmienda. Me despido de mi amigo. Se va caminando sobre el pavimento ya regado.

lunes, agosto 30, 2010

Lagos

Día de montaña. No suele uno andar mucho de caminata por los altos, así que estas excursiones esporádicas aportan siempre pequeños descubrimientos. El del paisaje que se visita. El de la gente que nos acompaña. El de la propia resistencia a un esfuerzo físico infrecuente. El sábado fue uno de esos días. Estaba soleado. Subimos hasta los lagos de Somiedo. La Cueva, Cerveriz, Calabazosa. Formaciones glaciares, como nos explicaba N., entusiasta irredento, siempre pedagógico señalándonos dolinas y morrenas, antiguos cursos fluviales. El lago de la Cueva tenía un agua esmeralda, transparente en las orillas. Cerveriz estaba sin embargo turbio, atacado por la vegetación. Calaboza parecía misterioso; sus aguas, frías. Por aquí estuve acampado siendo un crío. Recuerdo de entonces que todo me resultaba desproporcionado. Los picos que ascendíamos en las marchas. La profundidad de las aguas cuando nos bañábamos en los lagos. Los mastines que cuidaban de los rebaños y se acercaban a nuestras tiendas al atardecer. La vida de un niño en ciertos ámbitos puede ser un continuo contrapicado. El sábado, sin embargo, procuraba uno todas las distancias. A la pradería agostada le daba color el azafrán silvestre. Posadas en sus estambres había pequeñas mariposas azules. Al caminar levantábamos una turba de saltamontes, como si fuéramos pisando incruentas minas silenciosas. Bordeamos los Albos. Llegamos luego al mirador sobre el valle. Un balcón calizo domina el paisaje desde el pueblo hasta el mayor de los lagos somedanos. Todo se abarca con sólo girar la cabeza muy lentamente. Desde el espejo de las aguas, por el hayedo y el antiguo camino de carros, hasta el caserío lejano. Sobre nosotros volaba un buitre poderoso. Perspectivas. La del crío que descubre con asombro lo inaprensible. La de la trompa voraz de la mariposa sobre el polvo del cólquico. La del caminante que otea la naturaleza como un dios vicario. La del ave para la que toda esta maravilla sólo es costumbre.

martes, agosto 24, 2010

Charla de café

Ha caído esta mañana unos cuantos grados la temperatura. Me acerqué a ver la bajamar desde el paseo marítimo y por la arena apenas si andaban más que algunos viejos mojándose las varices en la orilla. Leí luego el periódico en el café, donde por un instante era el único cliente. Me pareció que L. tenía ganas de conversar. Así era. Se acodó a mi lado al otro lado de la barra. Una cosa llevó a otra. Terminó contándome dónde tiene su refugio. Y no es poco que quien ofrece siempre un perfil rudo comparta con uno esa confidencia, desvele esa dicha y se vuelva de pronto íntimo y por tanto a la vez vulnerable. En cuanto puede, me decía, se va a ese pueblecito costero. Tiene allí una pequeña casa móvil en el camping. Cerca del mar. Con una parcela propia en la que ha instalado recientemente un porche de madera. Pesca por aquellos pedreros. Camina por el arenal, fino y muy blanco. Dice que su familia también disfruta de aquello. Me lo enseña todo en fotos. Pero lo ve uno mejor en sus palabras entusiastas que en las imágenes algo desvaídas de su teléfono. Me conforta esta charla inesperada con un tipo que no se da fácil, pero que hoy se ablanda recordando ese pedazo de tierra donde es feliz. Por el que da la sensación de que pelearía con más arrojo que por cualquier patria. Alta traición, llamó a algo así José Emilio Pacheco en un poema:

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

lunes, agosto 23, 2010

Un día más de verano

La clave suele estar en tomar como referencia algo que sea generosamente significativo. El sábado me lo pareció el último sol y la lluvia que trajo consigo. El día había resultado luminoso. Se estaba bien a la sombra. Con el mundo echado a los pies como un perro dócil. J. disfruta como nadie de esta casa en el campo. Lee en silencio durante horas, cocina por gusto, bebe buen vino, tiene todo lo que más quiere al alcance de la mano, a salvo entre las lindes del cercado. Nos ofreció un rosado del Bierzo que sirvió muy fresco y resultó delicioso. Las horas son como la cuerda de un arco. Describen la parábola de la luz y se tensan o distienden a voluntad del pulso. La jornada terminó cerca de los acantilados. Atardeciendo entre la bruma. El sol era un trozo de tentáculo de pulpo. Apimentonado. Vertía sobre la mar un aceite espeso y teñido. Fue darle la espalda y venir la lluvia. Nos refugiamos bajo un árbol sin demasiada fronda. Llegan a veces inesperadamente las inclemencias. Tormentas de verano. Y ni el arrimo protege. Cuando la nube se fue, era ya de noche. Calma y templada.

domingo, agosto 22, 2010

El Anticiclón de las Azores

Era portugués. Retraído, pero un tipo noble. Eso sí, sin muchas luces. Hacia una buena figura sobre la lona. Cuando llegó al gimnasio le pusieron aquel nombre de guerra. O al menos, supuestamente de guerra. Nadie reparó en su significado. Se estuvo más pendiente de la música, de la contundencia fonética, que de su verdad. Fue todo un presagio. El primer combate enfrentó al Anticiclón de las Azores con un mulato cubano que respondía por Anticristo de Camagüey. El debutante aguantó de pie apenas dos asaltos. Dos tortuosos e inmisericordes asaltos. Aquel demonio caribeño se lo llevó finalmente al suelo del ring con un fulminante gancho de izquierda. Los prefijos, como la alquimia, no deben dejarse en manos de cualquiera.

viernes, agosto 20, 2010

De Durero a Morandi (y tan cerca)

Decía María Kodama que Borges adoraba a Durero: “Recuerdo que una vez estábamos en la National Gallery viendo uno de los autorretratos de Durero. Yo le estaba intentando describir el cuadro y Borges me dijo, “ah, es aquel que está así”. Entonces me giré y fue como un flash que se me quedó grabado para siempre: Borges había puesto la misma expresión, la misma cara del retrato, un retrato que había visto cincuenta años antes.” Borges escribió de hecho sobre el grabado Tod und Tuefel, describiéndolo en su poema Dos Versiones de Ritter, Tod Und Teufel y se refirió al artista de Nuremberg en al menos otros dos poemas: El enamorado y El reloj de arena. En este último no en vano, ya que en los tres más famosos grabados de Durero, El caballero, la muerte y el diablo, San Jerónimo y La Melancolía aparece siempre un reloj de arena: Por el ápice abierto el cono inverso / deja caer la cautelosa arena, / oro gradual que se desprende y llena / el cóncavo cristal de su universo. Símbolo universal del paso del tiempo, para Borges la arena se relaciona también en textura y metáfora con la sombra, la ceniza y el gris propio de los grabados: Surge así el alegórico instrumento / de los grabados de los diccionarios, / la pieza que los grises anticuarios / relegarán al mundo ceniciento. Había en esos versos como un presagio de olvido, una certeza de muerte para la obra gráfica. Viéndola ahora expuesta como resumen del propio paso del tiempo, de las diversas preocupaciones del hombre en ese tránsito, del artista que las decanta y fija, a lo largo de cinco siglos de grabados recopilados y atesorados por la Fundación William Cuendet, queda el consuelo de que no se haya cumplido el presagio, de que, para dicha de los ojos y el entendimiento, se puedan admirar hoy colecciones como la que se expone en Gijón, en el Centro de Cultura Antiguo Instituto bajo el título de De Durero a Morandi. Probablemente, cuando llegue a Madrid provoque largas colas. Habrá incluso quien se desplace desde aquí a ver lo que ahora es en su ciudad, sin demasiado bombo ni platillo, primicia y lujo inesperado que es posible disfrutar durante unas semanas con calma y sin aglomeraciones. En la muestra se recorre la historia del grabado, su evolución desde las primeras ilustraciones bíblicas del siglo XVI hasta nuestros días. Incluye obras de Durero, Rembrandt, Canaletto, Piranesi, Lorrain, Goya, Degas o Morandi. Se debe, además, seguir atendiendo las indicaciones que acompañan a las obras y que ayudan a comprender las distintas y complejas técnicas que los artistas utilizaron a lo largo de la historia: desde la talla de la madera, la piedra mordida, el metal arado o el trazo sobre el vidrio traslúcido. Xilografías, litografías, aguafuertes, aguatintas, buriles, clichés-verres. Sirvieron en el inicio para ilustrar las ediciones bíblicas. Transmitieron luego conocimientos científicos y geográficos en atlas y cosmografías. Dieron más tarde paso a la subjetividad del artista, al estudio de la luz sobre el paisaje o la exploración psicológica de los retratos. De los tres grabados de Durero aludidos al principio, se muestran dos: San Jerónimo en su estudio y La Melancolía. A uno le place más el primero. Hay en él orden, luz, trabajo y retiro gustoso. El rayo de sol que lo ilumina vuela por encima de la calavera apoyada en la ventana. No es poca declaración de principios. Por su parte, La Melancolía es obra de escaso tamaño pero llena de simbolismos. Deja la impresión de que uno nunca la entiende del todo. Reina en ella un desorden acumulativo. El reloj de arena. La balanza. El cometa. Los útiles carpinteros. El perro famélico dormido a los pies de una mujer sentada en un banco de piedra, en un edificio por hacer. Un lugar en soledad, próximo a la mar, en mitad de la noche. Y ese cuadrado enigmático de números que suman siempre y de muchas maneras la cifra treinta y cuatro. Antes de Durero, esta alegoría de la melancolía sólo aparecía en tratados médicos y almanaques. La melancolía era una enfermedad. En el grabado, verdadero manifiesto de modernidad, parece asociarse sin embargo a los estados creativos. La soledad y el tormento del espíritu renacentista, quizás. Unos pasos después nos espera Rembrandt, sus claroscuros. Religioso, pero también mundano en el desnudo de una mujer negra vista de espaldas. Y las ruinas romanas de Piranesi. Y el vedutismo, tan veneciano, tan panorámico, tan Canaletto. Esas postales que alimentaron el interés y gusto por el viaje. Las perspectivas de la ciudad ordenada, floreciente y culta. Y de lo panorámico a lo delicado e íntimo, a Degas y Manet. O a lo formalmente prodigioso, en esa Santa Faz de Claude Mellan, trazada en espirales sin apartar el buril de la plancha. Pulso artesano, quizás, más que pieza de arte. Enseña hasta dónde puede llegar la técnica. Pero, sin embargo, recrea un motivo que ya no era para entonces la razón de ser de la obra gráfica. Y finalmente, en el título expositivo y en la ubicación de lo mostrado, está Morandi. Aguafuertes. Según parece una parte no desdeñable de su creación. De hecho fue profesor de grabado en la academia de Bellas Artes de Bolonia. A uno, que la simplicidad de Morandi y sus naturalezas muertas le parecen de una desolación entrañable, los grabados no le atrajeron tanto. Como si faltase el color de sus óleos, que le otorga a la obra el complemento térmico que la vuelve única. No es un pero, esto último, lo que se le pone a lo visto, sino una observación debida al propio gusto, siempre tan singular y caprichoso. Se volverá de nuevo, sin demora, al Antiguo Instituto a recorrer esta breve maravilla. A pasear entre los grises de estos grabados que no han terminado siendo como en el poema de Borges —en todo caso, inspirada alegoría poética— piezas algo olvidadas de anticuario, sino vívido relato de un arte cimentado, como siempre, en una previa e indispensable destreza técnica.

martes, agosto 17, 2010

The last day (2)

Juro que no diré su nombre. Avaricia de viajero. Tan sólo, y para que los cielos no vean en mi ocultación un pecado absoluto, daré algunas pistas. Que conduje por la carretera de la costa hacia el oriente. Que sonaba en el coche Madeleine Peyroux, acompañándonos como una pasajera delicada y de voz queda, de modo que uno le perdió de pronto el miedo al tráfico y se tomó el camino con una calma de viaje largo, antiguo y sin prisa. Que llegamos al pie del sendero y dejamos el coche en el arcén. Que caminamos hasta llegar a esa cala recóndita, entre praderías y caliza, abierta en medio de los acantilados. Su agua parecía mediterránea. Sobre la arena finísima apenas encontramos bañistas. Un par de parejas de jóvenes desnudos. Quizás hubieran dormido allí. Cuerpos esbeltos y bronceados. Lozanía envidiada. La marea estaba alta. Fue llegando más gente. No mucha. Sombrillas. Periódicos. Libros. Charlas adormecidas bajo el sol. Palas que marcaban con su peloteo un ritmo de metrónomo perezoso. No había apenas olas cuando entramos a la mar. Lo hicimos casi sin recelo. No estaba fría. Fue un placer que prolongamos como amantes avezados. Era el último día de las vacaciones. Al atardecer, cuando dejamos la playa, nos pudo por un instante la melancolía, esa sensación de pérdida que toda dicha deja como rastro al irse. Tomé una foto. Imaginé unos versos.

lunes, agosto 16, 2010

The last day



Todo último día es memoria.
Se abarca con los ojos
y se recorre a solas y en silencio,
por más que a nuestra espalda
alguien nos fije al paisaje,
ya sin rostro
y en el empeño indócil
de no abandonar
la dicha ni la vida.

jueves, agosto 12, 2010

El guía y el marqués

En Ferreirela da Baxo está la que fuera casa donde nació Antonio Raimundo Ibáñez. Cerca andan Ferreira, A Ferrería o Mazonovo. Topónimos que eran dedicación. Nunca faltó el agua, ni los bosques de roble, ni los montes de brezo. Hubo también hierro. Así que surgieron ferrerías, mazos y fraguas. Estamos en los Oscos. Antes, a la altura de Castropol se nos abrieron bien temprano los cielos. Cruzamos luego el Suarón. Carretera arriba subimos La Garganta. El espectáculo en lo alto era hermoso. El día limpio permitía ver hasta la costa. Al este y un poco por encima se recortaba la sierra de la Bobia. Tomamos dirección a Santa Eulalia. Atravesamos el pueblo hacia la casa del marqués de Sargadelos. En Ferreirela da Baxo, como decía. El guía, José Luis Díaz, que es a la vez director de la casa-museo, echa un pitillo a la puerta. Nos muestra primero el hórreo, que en la zona tenía cubierta de paja de centeno, que se restauraba cada cuatro o cinco años, que se hacia con tejados muy pendientes y conseguía una temperatura constante para cosechas y carnes. El marqués nació en este ámbito modesto y recóndito. Estudio de pequeño en el monasterio de Villanueva. Se fue a trabajar de joven a Ribadeo. Y allí hizo fortuna. Hasta fletó pronto barcos propios. Vemos luego la fragua, que en la zona la había casi en cada casa. La bodega, reducida y para el autoconsumo. El vino se hacía con uvas de parras izadas que daban sombra al camino y conseguían en su altura recoger el poco sol del lugar y evitar la excesiva humedad de la tierra. Descubrimos luego una pieza extraordinaria, con aspecto de cabeza disecada de dragón, con tamaño de arca grande, cerrada con herrajes de forja en su testuz y hueca por dentro, porque allí se guardaba el grano. Se trata de una verruga de roble. De una verruga colosal de un roble que debía de ser centenario y que alguien tuvo la paciencia y el vigor de ahuecar. Las verrugas se forman en los troncos de los árboles cuando siendo jóvenes algún insecto los ataca. Es su forma de defenderse. Esas protuberancias crecen lentamente. Debió ésta de necesitar muchos años para hacerse así. Todo nos lo cuenta José Luis con una paciencia y una sabiduría prodigiosas. Desde su físico enjuto. Sus muy pocos kilos. Con su nariz y barbilla apuntadas, su barbita rala y su voz sobria. La cocina es amplia y oscura. Era la estancia más importante del hogar. Donde transcurría toda la vida en común de la familia, en la que podían convivir quince o más personas. Los de la casa: padre, madre, abuelos y hasta nueve hijos. Y los que permanecían por días encargados de los oficios: talabarteros, zoqueros, carpinteros, sastres. Se reunían en torno al llar. Al puchero en el que se hacía el caldo. Los escaños unían en torno a las llamas y al sustento, pero también estaban preparados para ser paritorio y hasta lecho final de difunto. Reparamos en el horno, donde se cocía el pan cada quince días. En los instrumentos para hacer el embutido tras la matanza. En la lavadora.Una pieza rudimentaria compuesta por un trobo, una base de granito y un receptáculo de madera con forma de duerno. Seis años cuenta que le llevó entender por qué la ropa quedaba blanca. Llevó dos líneas de investigación, nos desvela en un tono casi académico: la tradicional por vía oral y la científica, apoyándose en conocimientos químicos. Sobre el trobo un cendal y sobre él las cenizas. Siempre de roble o fresno. Porque según parece son las que más potasa contienen. Luego tres tipos de agua: tibia, caliente e hirviendo. Agua que se recogía y se reutilizaba porque al contacto con el sudor de las ropas se convertía en aguja jabonosa. Y por último la oxidación en el prado, donde se oreaba la ropa al sol y al aire. Y donde se iban las manchas rebeldes. Pasamos a las habitaciones. Dos. Próximo y casi escondido anda el cuarto de aseo de las mujeres. Abajo el establo, donde se cuenta ahora cómo evolucionó la empresa del marqués. Desde el hierro y los instrumentos estandarizados para el quehacer diario hasta la loza industrializada. José Luis vive en esa aldea. Al lado de la casa que muestra, que resulta fue su casa en la niñez, pues la última familia que la habitó fue la suya. Con él, en tan pequeño núcleo, ahora sólo vive un anciano de casi noventa años. Él dice, sin embargo, no sentirse sólo ni aislado. Está todo a un paso. Nos aconseja antes de irnos que probemos el caldo de Ca Rodil, en As Poceiras. Allí nos dirigimos. Allí lo comemos. Suave y delicioso. Lo acompañamos de vino blanco y turbio del país. Le preguntamos a la camarera por José Luis. Nos dice que anduvo de joven lejos de la tierra. Que estudió filosofía. Que volvió ya de hombre al pueblo donde nació. Que es culto y es sabio. Damos luego un paseo por los alrededores de Santaya, por Santaya mismo. El sol aprieta. El marqués fue un hombre de pueblo al que mató el pueblo. No el suyo, pequeño, caserío escaso en gentes y lugar pobre. Lo mató el pueblo vengador y genérico. Masa. Grabado de Solana. Cien años antes de que Solana grabase. Desgarro de ilustrado. España se ha deshilachado a menudo por los costurones abiertos a uñas sucias, a dientes sucios, a filos sucios. Gregorio Morán escribía hace unos años en La Vanguardia un artículo sobre el Marqués: "Antonio Raimundo Ibáñez, futuro marqués de Sargadelos, nació discreto, en familia de escribano y no estudió en la universidad por falta de medios. Llegó al monasterio de Villanueva de Oscos, regido entonces por la orden de San Bernardo, ya leído en su casa. Hay que conocer la zona asturiana de los Oscos para tener una vaga idea de lo que debía de ser aquello a mediados del siglo XVIII. Baste decir que la patata entra por entonces en la alimentación y que el sistema de vida, o de supervivencia, se mantenía prácticamente inmutable desde la Edad Media. Estudios recientes precisan que el mundo asturiano, y más en una zona como los Oscos, vivía con varios siglos de retraso con la España capitalina. El mérito de Antonio Raimundo Ibáñez va a ser desplazarse a Ribadeo y dedicarse al comercio primero y a la industria luego. Algo tan insólito como aprovechar sus buenas relaciones con la Corona y en concreto con el arma de Artillería para hacerse proveedor y fabricante. Creó una herrería, una fundición de hierro colado y una fábrica de loza, la más importante de España, que tras su asesinato se fue al demonio y que en tiempos modernos ha sido recuperada. Tenía pensada una industria del vidrio y otra textil, que no logró concluir. Se le consideró el primer importador de lino de Rusia, de hierro de Suecia, de ollas de Burdeos y de bacalao de Terranova. No hace falta decir que se casó bien, con doña Josefa López Acevedo, y que alcanzó la categoría de inspector general de Artillería, y que construyó su mansión en Ribadeo, pero que la Iglesia y la nobleza local le prepararon el terreno para que fuera acusado de todo. Gozaba de una notable cultura y no menos notable biblioteca. De poco le valió formar parte de la Junta de Defensa contra los invasores napoleónicos, porque hubo de firmar la paz cuando ocuparon la villa, y cuando se fueron, ay, cuando se fueron. La turba animada por los eclesiásticos lo consideró el principal afrancesado y coló la brillante idea de tesoros guardados en su casa. La asaltaron y a él le sacaron y le fueron dando mamporros y cuchilladas hasta que acabaron con su vida, ante su mujer y su hija. Luego vino la leyenda y se inventaron las mil historias del marqués de Sargadelos, pero lo cierto es que le mataron por moderno. El linchamiento del marqués de Sargadelos el 2 de febrero de 1809 es como un símbolo de la utilización del patriotismo para pagar las cuentas de la modernidad; matándole a él se eliminaban muchos males, entre otros, la civilización, la cultura y la libertad. Por eso lo lincharon; no por rico, sino por moderno. Porque los señores siguieron siendo exactamente los mismos después de incitar al linchamiento. Incluso me consta que, pasados muchos años, han sido sus más conspicuos festejadores".