miércoles, agosto 31, 2011

Dos

Cuando está saciado, el dos cisnea elegantemente sobre el espejo del estanque; pero cuando el hambre lo urge a la pesca, naufraga su compostura por debajo del azogue quebrado de las aguas.

martes, agosto 30, 2011

Uno

Si el uno es como el mástil al que se hizo atar Ulises, ¿no desconfiarán las sirenas de todos los muchachos que renuncian a las letras por las cuentas?

lunes, agosto 29, 2011

Cero

Si el cero es un brocal que asoma al vacío, ¿no será partir de cero echarse andar acuciado por la sed y espantado por la nada?

lunes, agosto 22, 2011

Blanco nocturno

 Blanco nocturno, de Ricardo Piglia, Anagrama.
A quienes tenemos la mala costumbre de rendir cuentas con casi todo a base de renglones, suele sucedernos que la envidia literaria nos despierta el apetito: cada vez que leemos un buen libro nos dan unas incontenibles ganas de ponernos a escribir. Lo que viene a continuación del prurito, aun intuido, no nos bromura sin embargo el impulso: el resultado de esa fiebre por contagio nunca se acerca al original que la trasmite. Eso se sintió con la lectura de Blanco nocturno, de Ricardo Piglia, sobre todo en esa primera parte de corte negro y narración ágil y absorbente, cuando se seguía la trama pero se le buscaba al relato los mecanismos que permiten a ciertas novelas discurrir con la soltura de los fluidos ligeros. Hay un asesinato y un policía viejo e intuitivo que lo investiga y un inculpado que sabemos inocente y unas mujeres con aire fatal y una trama de intereses económicos y una familia sobre cuya historia gira el devenir del lugar y un periodista que llega con mirada curiosa de extranjero para ordenar ante el lector los acontecimientos y sus motivaciones. Y cuando todo parece apuntar a un desenlace clásico de ficción policial, donde las piezas del rompecabezas se ajustan y complementan, la segunda parte toma derroteros inesperados y se vuelve sorprendentemente inaprensible, levanta el vuelo y mira desde una distancia casi onírica el deambular de unos personajes que ya no actúan tanto desde la lógica negra como desde la pasión del carácter. Todo se vuelve entonces demasiado incierto como para componer un final cerrado. Pero incluso así sigue el pulso de lo narrado manteniéndose sin desmayo y concitando la atención del lector.
Esa deriva del relato tiene que ver con la falta de certezas. En su mitad, el comisario Croce le dice a Renzi, el periodista, que le interesa mostrar que las cosas que parecen lo mismo son, en realidad, diferentes. Dibuja para demostrárselo un pato que, mirado desde otra perspectiva, se vuelve un conejo. Según Piglia esa es la clave de Blanco nocturno: “Pequeñas distorsiones en la percepción. Eso era el nudo secreto de la novela”.
Cabe añadir que bajo ese propósito último van sucediéndose además un total de cuarenta y dos notas a pie de página que funcionan como complementos que informan sobre algún aspecto de lo narrado o aportan un respiro divertido, un apunte literario o histórico, o una pincelada tan poética y hermosa como la que desvela de un personaje que: “Cuando se acostaba a tomar el sol en el pasto sobre una lona blanca, las gallinas trataban siempre de picotearle las pecas”. Incluso algunas de estas notas podrían ser por si solas pequeñas narraciones o constituirse como embriones para empresas literarias de mayor aliento. En cualquier caso sus deliciosos bosquejos confirman la finalidad caleidoscópica que se persigue en la obra, la posibilidad de acercarse a distintas realidades con sólo variar el punto de vista, con sólo agitar en un espacio cerrado, mente o novela, las esquirlas de cuanto sucede.

viernes, agosto 19, 2011

Casualidades

Será casualidad (no obstante, el asunto, según me cuenta un amigo, se agrava hoy al conocerse que el periodista y diseñador valenciano que ha hecho el logo ganador reside desde hace años en Asturias). De cualquier manera, sería bueno que esto se supiera lejos, de modo que llegara allende el Pajares la obra de Mingotes, un tipo grande pero minimalista, que del mismo modo que se pasea por las bajamares, reposadamente y haciéndose con pecios minúsculos y hermosos, va tejiendo una obra ingeniosa, vagamente brossiana, divertida, tierna a veces, casi infantil a menudo. Imprescindible siempre para limpiarse las telarañas de lo diario.

La mirada líquida

Aun no estando demasiado lejos de casa, la sensación era la de encontrarse casi en otro país, si me apuran incluso casi en otro tiempo. Se llega allí venciendo el puerto, ganando altura, perspectiva, vértigo, y cuando se alcanza por fin el otro lado, aparece en un desvío a la derecha un pequeño cartel de madera con la distancia al pueblo. Ochocientos metros a S. E, dice (Si confiaban en que precisase el lugar estaban verdaderamente confundidos. Un viajero cuenta experiencias y desvela a su través el alma que lo habita. Su carácter queda desnudo al contacto con paisajes desacostumbrados y con gentes desconocidas. En eso consiste la literatura de viajes, no en escribir guías geográficas).
 
S. E. está cerca del río. No se ha dejado tentar en muchos años por casi nada nuevo. Sigue empeñado en la piedra, la pizarra y el castaño. Oscuro y constreñido. Salpicada sólo esa austeridad cromática de muros y tejados por los geranios rojos y sobre todo por las parras verdes y amarillas, cargadas ya de racimos aún tan inmaduros y tensos que no parecen reales. En los huertos, en cambio, la fruta está en sazón y las higueras ya huelen. En un antiguo barril de vino florece una mata abundante de perejil. En el silencio absoluto de la aldea se oye sólo el juego de media docena de críos. Aquí casi no queda nadie en el invierno, pero en agosto el cuidado abandono del caserío se repuebla con vecinos ocasionales. La carretera que lleva al pueblo se para a las puertas. Como todo lo que resulta novedoso, tampoco ella ha logrado meterse adentro. Los pocos viejos que resisten aquí todo el año salen al umbral de sus casas en el verano por ver ese atisbo de vida que de pronto se hace chiquillería en las calles, y crece en el emparrado, y madura en los bancales, y se cuela entre los aleros de los tejados con la luz azul del sol. Pensarán quizás que dura nada. Como la propia vida. S. E. se libró hace sesenta años del pantano. Muy por encima lo sobrevuela una línea de alta tensión que lleva electricidad a la meseta. A los pies del pueblo, desciende el delgado trazo de un río estrujado cauce arriba por las turbinas. A S. E. no lo anegaron las aguas, ni lo maleó la prosperidad que no alcanzaron nunca estas tierras. Se fue quedando quieto, como un reflejo vivo de los pueblos que se hundieron bajo el embalse. Por eso es tan líquida la mirada de los viejos que ven correr a estos niños estivales y curiosear a este visitante ensimismado que ha llegado hoy aquí casi por casualidad, para pisar un país desconocido y casi también un tiempo anterior y detenido.