jueves, abril 28, 2011

Caxigaline(a)s

En la urna de estos días, mi voto de silencio.

Qué es un aforista sino un filosofo aquejado de pereza.

Hay quien cede ingenuamente a la provocación y termina empleando su artillería contra los fanáticos suicidas. Pobre idiota: lo tendrán por asesino mientras que sus víctimas fingidoras alcanzarán, en cambio, la eternidad heroica.

Los retos son la cara norte de las ambiciones.

martes, abril 26, 2011

Un aire impresionista

Por este mismo camino, en el otoño se salpican los prados de azafrán silvestre. Hace un par de días, lo abordamos más pendientes del cielo que del sendero. Habían anunciado lluvia. Finalmente, apenas si cayó un orbayu breve a primera hora. El resol se filtró enseguida como un caldo espeso a través de las nubes. Le daba un relieve de óleo a los acantilados. Unas pinceladas sólidas al horizonte. Un color de arcilla a las playas. Un aire impresionista. Una despreocupada calma a nuestros pasos y palabras. Sobre ciertas piedras dos brochazos indican al caminante el buen sentido de su marcha: la tensión del alambre dispuesto sobre el acantilado. Por debajo, la mar llegaba callada. Sobre la frente del Sueve se ceñían jirones de niebla. A la puerta de algunas casas florecía la glicina. Llegados ya al pedrero, sorprendía comprobar que las violentas raíces de los eucaliptos próximos, que todo lo pueden, no podían sin embargo con las huellas milenarias de los dinosaurios. X. tomó la foto de una niña cuyo pie menudo tildaba esos cráteres. Ese acento de color aligeraba el verso fósil. En el pueblo nos esperaba un plato de caza y unas sartenes de pobre. Sidra fresca y charla animada. El sol había salido y uno pensó por un momento hasta en renunciar al regreso; hasta en acomodarse con los ojos cerrados recostado sobre una silla de la terraza del bar dejando que la tarde se consumiera como astillas en el relumbre tibio del cielo. Pereza de sobremesa que sólo demoró un poco más el camino de vuelta. A su final, un par de cometas sobre el arenal de La Isla le daban un cierre de candil exiguo al día. Como de falta de aliento. La perra melancolía de todo lo que se goza y se termina.

lunes, abril 18, 2011

Porto (6)

Canaletto do Porto

Porto (5)

Los tapices de nuestra infancia adornaban los salones con escenas interiores de jaimas: un té escanciado por un beduino y el rostro curioso de un camello asomándose por la puerta mientras al fondo se ponía el sol tras las dunas. Los tapices de nuestra infancia, a pesar de aquellas escenas tórridas de desierto, terminaban arruinados por la humedad de las casas. Vivíamos en una ciudad portuaria y gris, con estibadores, polvo de carbón y olor a tripas de sardina. También hubo un tiempo en que se estarcían las paredes con un rodillo de relieves chinos. Sobre un puente ligero cruzaba un oriental con sombrero triangular de paja llevando sobre sus hombros una carga dividida en dos fardos de igual peso colgados en los extremos de una pértiga. Una y otra vez, se mirase para donde se mirase, se veía repetida interminablemente la misma escena. Aquel gusto por lo exótico era como un remedo tardío de las tendencias en los salones de buen gusto. Es sabido que los más pobres imitan con retraso y malamente el refinamiento de las aristocracias. C. se echó sobre los hombros la rebeca. En cuanto llega el final del día a orillas del Douro se levanta desde sus aguas una corriente de humedad que lo traspasa todo. Nos habíamos levantado de la terraza desde donde nos dejamos hipnotizar por el vino y los paseantes. Nos unimos a sus perfiles vueltos poco a poco sombras contra el estuario del río, por donde se fue yendo la luz y su último poso dorado, por donde se encendieron las ascuas como filamentos. Rodilla en tierra, me rendí a ese gusto plebeyo por los atardeceres. Me hice con mi propia chinoiserie. Un tapiz oriental —cómo no— y portuense.

viernes, abril 15, 2011

Porto (4)

Después de pasear por los cais de Gaia. De beber a la sombra de las bodegas. De navegar el río en un rabelo para turistas. Después de que la foz se tragase despacio la tarde. Después de que las ruinas cambiasen su oro sucio por un telón de fin de acto. Aun después también de que el río le ciñera la cintura con un aire frío de plata. A esa hora en que la retraté, permanecía abierto su cuaderno a la luz menguante, al caserío y a los puentes, al Duero y a la ropa tendida, a la ciudad desconchada y a la noche en ciernes; tan abierto como un objetivo de una cámara avara que confundiera un boceto con la vida en tránsito.

Porto (3)

Traducción simultánea.

Porto (2)

Mi pequeña dosis art decó de insomnio nocturno.

Porto


A minha cidade não se chama Lisboa, não tem cheiro a sul e nem por ela passa o Tejo, mas como ela, tem Nascentes leitosos e marmóreos... Na minha cidade os Poentes são de ouro sobre o Douro e o mar e só ela tem a luz do entardecer a enfeitar o granito... Na minha cidade, tal como em Lisboa há gaivotas e maresia mas não há cacilheiros no rio há rabelos transportando nectar e almas... Da minha cidade nasce o Norte alcantilado, insubmisso e o sol, quando chega, penetra-a delicadamente, carinhosamente, depois de vencido o nevoeiro... Na minha cidade também há pregões, gatos, pombas, castanhas assadas e iscas e fado pelas vielas, pendurado com molas, como roupa a secar nos arames... A minha cidade tem também tardes languescentes, coretos nas praças velhos jogando cartas em mesas de jardim e o revivalismo de viuvas e solteironas passeando de eléctrico... É bem verdade que na minha cidade a luz, não é como a de Lisboa mas a luz da minha cidade é um frémito de amor do astro-rei a beijá-la na fronte, cada manhã!...

María Mamede


(Mi ciudad no se llama Lisboa, ni huele a sur, ni por ella pasa el Tajo; pero como Lisboa, tiene manantiales de leche y de mármol. En mi ciudad las puestas de sol son de oro sobre el río Duero y sobre la mar, y sólo en ella tiene una luz el atardecer que adorna el granito. En mi ciudad, como en Lisboa, hay gaviotas y aire de mar, pero no hay transbordadores, en el río sólo hay rabelos que transportan néctar y almas. De mi ciudad nace el Norte acantilado e insumiso, y el sol, cuando llega a ella, la penetra delicada y cariñosamente tras vencer a la niebla… En mi ciudad también hay pregones, gatos, palomas, castañas asadas, higado y fado por las calles, adornadas con fuentes, con ropa secando en los tendales... Mi ciudad tiene también tardes languidecientes, quioscos en las plazas, viejos jugando a las cartas en mesas de jardín. Y en ella renacen las viudas y las solteronas cuando pasean en el tranvía. Es bien cierto que en mi ciudad la luz no es como la de Lisboa, pero la luz de mi ciudad es un aleteo de amor del astro rey que la besa en la frente todas las mañanas.)

martes, abril 05, 2011

La ola

Ayer vi La ola. Película alemana que retrata, con ritmo enérgico y eficacia narrativa, una semana en la vida de unos bachilleres alemanes. La historia es la siguiente: un profesor al que le toca en suerte explicar el concepto de autocracia, decide, para una mejor comprensión de los rasgos que identifican a todo sistema dictatorial, poner en práctica en su propia aula los métodos que engendran formaciones totalitarias. Curiosamente, la implicación del alumnado, y del propio docente, es tal que al cabo de tres o cuatro días todo adquiere una uniformidad absorbente y peligrosa, la de un grupo que toma por nombre La ola. El final es trágico. La parábola se exprime hasta la entraña y deja un poso de amargor y, en sus justos términos, una inquietud, la de que en todo lo grupal siempre se desarrolla una tendencia excluyente, tanto de lo que se singulariza al margen, como de lo que siendo parte termina por carecer de autonomía y sólo adquiere sentido como engranaje.

Leo también el último artículo de Cercas en El País Semanal, Antes de la política, donde se hace eco de unas opiniones mantenidas por Irene Lozano, en las que viene a concluir que el remedio contra la mala política no es menos política, sino más. Y que las democracias más sanas son aquellas en las que los ciudadanos contemplan no como un derecho, sino como un deber cívico, el dedicar algunos años de su vida a la política.

Recuerdo a la vez, como contrapunto, aquello que escribió Zygmunt Bauman: las ideologías son esos densos velos que hacen que miremos sin llegar a ver. Es a esta inclinación incapacitadora nuestra a la que Étienne de la Boétie denominó servidumbre voluntaria.

¿Cómo conciliarlo todo? ¿Cómo afrontar un compromiso político -al que parece obvio que no debemos sustraernos-, sin el sometimiento a la castrante disciplina de partido? A esa simbología rancia, infantil o castrense, de colorines, logos, musiquillas y mítines. A ese culto adolescente a referentes de verbo fácil o imagen atildada. A ese atrincheramiento entre afines que nos hunde los pies en el barro y nos empuja a disparar hacia el otro lado por mera supervivencia, sin atender a razones. Volviendo a La Boétie: servidumbre voluntaria. Ola.

lunes, abril 04, 2011

Teoría de la empatía

Unos niños que juegan en las orillas de un río que desciende rápido y caudaloso. Un cuerpo de chiquilla que flota boca abajo. Una mujer de avanzada edad que acude al médico de un hospital y se encuentra a la salida con la desesperación de una madre que se arrastra por los suelos al saber que su hija acaba de morir. Poesía es una película coreana dirigida por Lee Chang-dong que arranca en la tragedia y se columpia durante dos horas en un arriesgado equilibrio sobre la oscura trama que sobrevuela y las delicadas maneras y aspiraciones que guían la vida de su protagonista. Porque Mi-Ja, la abuela encarnada por esa liviana y elegante actriz llamada Yoon Jeong-Hee, quiere aprender a escribir poesía. Y persiste en ese empeño aun después de saber que su nieto adolescente, con quien convive, es responsable, junto a otros cinco muchachos de su clase, de las terribles vejaciones infligidas a una adolescente a la que abocaron al suicidio. Mi-Ja incluso mantiene la voluntad de escribir un primer poema en su vida después de saber también que esas incipientes pérdidas de memoria que la llevan a la consulta de un doctor son el principio de un alzheimer. Mi-Ja sigue tomando notas en una pequeña libreta que guarda consigo a todas horas en su bolso de mano y en la que trata de apuntar las sensaciones que le despierta el contacto con la naturaleza hasta en ese corto y doloroso viaje que la lleva a la casa en el campo de la adolescente muerta. Su voluntad tardía de escritora no persigue sino poner en práctica los consejos del profesor del taller de escritura: ver las cosas con tal intensidad que por un momento se pueda uno hasta sentir dentro de ellas. Por eso el final de la película vuelve a las aguas del río. Todo se cierra sobre su cauce. Y una voz que es la de Mi-Ja recita el poema entregado al profesor como trabajo final de curso. No habla de ella. Tampoco de las flores y los árboles de sus apuntes. El poema habla del dolor de una mujer en ciernes que al cabo de unos versos le toma el relevo a la recitante. Mi-Ja ha sabido encarnarse en el alma de Agnes, la niña suicida. Se sintió dentro de ella y desde allí escribió final y aplicadamente su poesía.