martes, septiembre 29, 2009

Verde y humilde

Leo en El País que Juan Goytisolo sentenció en Formentor que "si no se crea un lenguaje nuevo, escribir no tiene interés". Siempre le han parecido a uno estas rotundidades de los consagrados como una (im)postura frente al espejo. La barbilla en proa, el gesto áspero, la mirada desafiante. La palabra literaria es el fruto de una combinación en la que se mezclan con proporciones diversas el sentimiento que la inspira, la experiencia sobre la que se impulsa y el medio en que se incuba y crece. Los matices que tal amalgama ofrece son casi infinitos. Y el interés que pueden despertar estará en relación con las expectativas que satisfagan. No es fin menor que, si el propio autor es exigente, lo que escriba le consuele, pues, a buen seguro, procurará igual consuelo a muchos de sus lectores —y entiéndase por tal no sólo alivio de un ánimo decaído, sino reparación de la pérdida que está tantas veces en el impulso de la escritura—. Para darle sentido a la vida, que es, según Magris, el objeto último de la literatura, debe conocerse mejor nuestra naturaleza, debe exponerse en la bonanza, pero sobre todo en medio de las circunstancias extremas que la desvelan. Y hemos de ayudarnos para ello de la ficción, de la intución o del detalle de la experiencia. Incluso de la experimentación formal, que puede abrir nuevas vías también en el proceloso acceso a la metáfora del alma. Pero el lenguaje nunca es fin sino medio. El interés de lo literario se instrumenta en la retórica, pero apunta siempre a la semántica. “Cuentan que Ulises, harto de prodigios, / lloró de amor al divisar su Itaca / verde y humilde. El arte es esa Itaca / de verde eternidad, no de prodigios” (Jorge Luís Borges).

viernes, septiembre 25, 2009

De lo inquietante

Pasa en no pocas ocasiones con los poemas, más raramente en las narraciones extensas —aunque suele ser recurso de muchos cuentos—, pasa con ciertas melodías y con no pocas fotografías, principalmente de paisajes —en particular con los desolados, con los desérticos o con los que sabemos a ciencia cierta que yacen silentes como tumbas—, y, pasa, sobre todo, con la pintura. Hablo de la inquietud. De lo inquietante. De lo que se nos pone en los ojos como una mácula obsesiva. La Lisbeth Salander de Millennium —uno cayó en la tentación de la primera de las tres partes y descubrió ese personaje fascinante en medio de muchas páginas de relleno— será siempre Tamara Villoslada. El retrato que de ella hizo quien era por entonces su pareja, Gino Rubert, un pintor permanentemente inquietante.

miércoles, septiembre 23, 2009

Letras canallas

A uno le da apuro hablar de estas cosas. Y sin embargo creo que debo hacerlo. Quienes seguís estos diarios desde hace tiempo sabéis que sólo con el paso de los días han ido desvelando el rostro de quien los escribe. Ya no son, por tanto, tan anónimos como nacieron. Al inicio la intención en ellos era poco más que hacer dedos. Ejercicios de aproximación a lo literario. En eso se anduvo con mejor o peor fortuna. Y en eso se anda aún. Sin dar más señas de identidad que las de la mi sensibilidad, que no es sino la manera en que se está en el mundo respondiendo a sus reclamos. No creo que me hubiera sentido cómodo en otro tipo de bitácora, dando sobre mi más allá de lo imprescindible. Pero no constituiría ya sino una discreción casi patológica tener por vez primera una novela, una breve novela en las librerías, y no dar noticia de ella. No animar a su lectura. Se escribe y se publica, entre otras razones no menores tampoco, para que se nos lea. Y hay en el resultado final del libro que llega a las manos del lector no sólo el esfuerzo de su creador, sino la apuesta de un editor. Alentado en estas reflexiones, me animo a hablar de mi novela Letras canallas, publicada por la editorial Septem y que recién empieza a distribuirse por las librerías. En ella se combina algo de humor, posesiones casi diabólicas, pequeñas dosis de tragedia en tono parco, bastante parodia y una pertinaz auto-conmiseración del narrador, que, aclaro, no es quien la escribe, aunque, me temo, algo tendrá de él. Decía en una entrevista reciente mi paisano Ricardo Menéndez Salmón que la literatura no es un oficio sino una enfermedad, que uno no escribe para ganar dinero o caer bien a la gente, sino porque intenta curarse, porque está infectado, porque lo ha ganado la tristeza. No le faltaba razón. De esa, la tristeza, o de otras carencias nace siempre lo que escribimos. El protagonista de Letras canallas cuenta por alivio, narra para justificarse, escribe para entender el mundo. No es un héroe intachable. Es, más bien, un pobre hombre. Las letras le son canallas, pero, aún así, las necesita como el aire que respira. Lo condenan, sí. Pero también lo salvan. Esta obrita es pues, dejadme que os ponga en la pista, una alegoría del propio oficio de escritor. Como aclara la cita de Claudio Magris que antecede la trama de la novela: “La literatura no salva la vida, pero puede darle sentido.

miércoles, septiembre 16, 2009

Nudos indesatables

Andar siempre con la mar a cuestas. Sentado al atardecer en una terraza de la plaza mayor de Salamanca veo retirarse el dorado de las fachadas igual que las bajamares del otoño, dejando tras de si una arena húmeda, un montón de piedras poco a poco sombrías.
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El palacio Lis es como una enorme caja de música en cuyo interior, luminoso y colorista, sonara una Billie Holiday casi alegre y bailaran esbeltas criselefantinas.
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En Cáceres el día de fiesta había dejado casi desiertas las aceras. La plaza mayor, a media mañana, era como la calle blanca de un pueblo en hora de siesta. Por el Arco de la Estrella se entraba al sueño.
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En Mérida eran, de nuevo al cabo del tiempo, días de pan y circo. Jugaba la selección de fútbol. Nadie compite ya en torno a la antigua espina romana. Ni los gladiadores ni los aurigas son esclavos. El servicio anda ahora por las gradas. Con trompetas y pinturas de guerra. La arena, como en los relojes, se ha ido precipitando al vacío del tiempo. Se brega en la hierba. Un espejismo de oasis en medio de tanta tierra seca.
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En la cripta del museo romano, bajo un techo bajo y una luz irreal, se yerguen a duras penas del olvido unas cuantas ruinas. Recuerdo al paso los versos de Miguel D´Ors: “Esto es vivir: un porvenir de polvo, / la chispa que sucumbe en el oscuro / reino de la ceniza.”
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De Plasencia guardamos memoria de un rincón umbrío en la plaza. De unas cañas frescas y unas tapas sabrosas. De una conversación amable y de un amigo que no conocíamos aún, pero al que abrazamos como si acudiéramos a un reencuentro largamente esperado.
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En el museo judío de Béjar, en una pequeña estancia de suelo acristalado bajo la que se abre un antiguo pozo del que no se alcanza a ver su fondo, se proyecta un breve cortometraje sobre el edicto de expulsión promulgado en 1492 por los Reyes Católicos. La voz en off que leía el ultimátum real parecía venir de lo más oscuro del suelo.
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El recuerdo deshilacha los viajes. Nos quedan entre los dedos sólo unas hebras con las que urdir algún nudo indesatable.

viernes, septiembre 04, 2009

Sin argamasa

Las palabras que levantan un aforismo deberían unirse unas a otras como los sillares de ciertas obras civiles romanas que se construían sin argamasa. Precisas y complementarias.

miércoles, septiembre 02, 2009

Cita

"A mí me cuesta trabajo declarar un dato así; imagine que va uno a un hotel y en la ficha le preguntan la profesión, resulta difícil decir: "poeta", verdad, una cosa tan impropable."

Antonio Pereira, Una fobia de don Jorge