lunes, agosto 23, 2010

Un día más de verano

La clave suele estar en tomar como referencia algo que sea generosamente significativo. El sábado me lo pareció el último sol y la lluvia que trajo consigo. El día había resultado luminoso. Se estaba bien a la sombra. Con el mundo echado a los pies como un perro dócil. J. disfruta como nadie de esta casa en el campo. Lee en silencio durante horas, cocina por gusto, bebe buen vino, tiene todo lo que más quiere al alcance de la mano, a salvo entre las lindes del cercado. Nos ofreció un rosado del Bierzo que sirvió muy fresco y resultó delicioso. Las horas son como la cuerda de un arco. Describen la parábola de la luz y se tensan o distienden a voluntad del pulso. La jornada terminó cerca de los acantilados. Atardeciendo entre la bruma. El sol era un trozo de tentáculo de pulpo. Apimentonado. Vertía sobre la mar un aceite espeso y teñido. Fue darle la espalda y venir la lluvia. Nos refugiamos bajo un árbol sin demasiada fronda. Llegan a veces inesperadamente las inclemencias. Tormentas de verano. Y ni el arrimo protege. Cuando la nube se fue, era ya de noche. Calma y templada.

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