Era portugués. Retraído, pero un tipo noble. Eso sí, sin muchas luces. Hacia una buena figura sobre la lona. Cuando llegó al gimnasio le pusieron aquel nombre de guerra. O al menos, supuestamente de guerra. Nadie reparó en su significado. Se estuvo más pendiente de la música, de la contundencia fonética, que de su verdad. Fue todo un presagio. El primer combate enfrentó al Anticiclón de las Azores con un mulato cubano que respondía por Anticristo de Camagüey. El debutante aguantó de pie apenas dos asaltos. Dos tortuosos e inmisericordes asaltos. Aquel demonio caribeño se lo llevó finalmente al suelo del ring con un fulminante gancho de izquierda. Los prefijos, como la alquimia, no deben dejarse en manos de cualquiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario