domingo, octubre 03, 2010

Lux antiquior amore

Cuando a media noche terminé de leer la última obra de Salmón me hallaba fascinado por el discurso final que el personaje Bocanegra, verdadero trasunto del autor, pronuncia al recoger el Nobel de Literatura en el año 2040. Las palabras del escritor hacen una mención especial a la que considera su mejor obra: La luz es más antigua que el amor. De ese parlamento extraje algunos párrafos, los escribí casi febrilmente y se los envié por correo electrónico a algunos amigos. Me pudo ese tipo de impulso que arranca de lo que nos conmueve: necesitamos compartirlo urgentemente. Hacerles partícipes del descubrimiento a la gente que sabemos que también lo apreciará.
Esta última obra de Ricardo Menéndez Salmón anda a caballo entre lo ensayístico y lo narrativo. Trata de justificar la literatura, el arte, como camino de búsqueda hacia la belleza y el consuelo. Tras la trilogía del mal, tras su trato y atracción, llega ahora el cauterio. Un tránsito por la historia del arte comprometido. “De los demonios que acechan al creador a lo largo y ancho de su tarea, ninguno tan angustioso como la carencia de sentido”. Por eso los protagonistas son tres pintores a los que un escritor, Bocanegara, trata de situar en una misma línea sobrepuesta al tiempo y al espacio pero no a la inquietud obsesiva de todo gran creador. A De Robertis la muerte de su hijo por la peste negra de siglo XIV le hizo meditar sobre la posibilidad de pintar la vida “tal y como sucede”. Rothko no pudo dejar de representar nunca en sus lienzos la desolación de una línea en el horizonte que vio durante un viaje en tren que transformó su vida (y quizás, de una manera aún inconsciente, su manera de mirar el mundo). Y acaso, en el último escalón de la conciencia creadora, Vsévolod Semiasin se decide a engullir sus cuadros. En las recreaciones de los dos pintores ficticios se manifiesta no sólo un pulso memorable con la propia obra sino también con el poder, encarnado en el Quatroccento por la Iglesia y en el siglo XX por uno de sus detentadores absolutos, el padrecito Stalin. Finalmente, el arte resulta no sólo apasionante, sino también, siempre que ahonda en el misterio, proporcionalmente incómodo.
Terminé de leer la obra de Salmón muy tarde, solo bajo la luz de la biblioteca y con unas enormes ganas de contarle a alguien cuánto me había gustado. Escribí correos y me entretuve incluso ilustrando la propia novela al indagar en la red tras las imágenes sobre las que se levanta la narración y que uno o no había visto o no recordaba o quería volver a ver enseguida.
Emoción de una lectura. Ilustración que la recrea. Reflexión que la alarga. Correos urgentes. Tres vidas en raya. Un autor premiado que en la vejez medita sobre su obra, sobre la literatura, sobre la creación. Y por encima de todo, el gusto de un escritor por la palabra, por otorgarle una forma exquisita a lo que escribe y a lo que se plantea en lo que escribe, una apariencia hermosa, precisa en la descripción y tenaz en los interrogantes.

Apéndice ilustrado
"Sus ojos esquivos, ocultos bajo unos párpados dolientes e hinchados, párpados de fantasma o de resucitada, que anticipan los que un siglo más tarde cierto compatriota del cardenal diácono, de nombre Jean Fouquet, regalará a su Virgen del Díptico de Melun."


"Como la Virgen de Simone Martini, que en su anunciación parecer expresar un punto de repugnancia ante el logos engendrador que el arcángel le traslada per auricula."




"La fotografía tomada en 1912, quizá para conmemorar un cumpleaños, una petición de mano o, sencillamente, el hecho de estar vivos. Los cinco retratados posan ante un falso tapiz que hubiera arrancado una sonrisa a Hans Memling, tan grande es la ingenuidad y probreza material de la estampa. Al fondo se insinúa una colina con árboles, probablemente hayas en una primavera toscana. El suave declive invita a la reflexión, el murmullo de lo vivo, el consuelo de la paz. El paisaje es contemplado desde un adarve ruinoso, abierto a la calma de semejante panorama: un balcón de privilegio, un tanto decadente, sobre una naturaleza sosegada. (...) ¿Y no es cierto que, en el ángulo de la cabeza de Markus, en la pureza blanca de su cutis, late algo femenino, una dejadez de ninfa, la liviandad de una carne que atesora el secreto de lo bello? ¿Y no es cierto también que sus manos, que se agarran al respaldo de la silla suavemente, con delicadeza, como temerosas de romper el equilibrio entre la madera y la geometría por ella sugerida, prometen contener un mundo de posibilidades?"
"The Houston Chapel, una obra que, no en vano, ha sido comparada por los historiadores del arte con la Capilla Sixtina. Rothko, que acababa de cumplir sesenta años, ha encontrado su Lascaux. (...) Resulta tentador pensar que la depresión que devoraba a Rohtko se encarna para la eternidad en esas catorce majestades, que combinan el raro prodigio de la tiniebla de que están hechas con la paz que su contemplación regala, como si el precipitado de toda la angustia que cabe en el corazón de un hombre diera como resultado la conquista de la dicha por parte de quienes la contemplan."

"En la fotografía de Van Vechten, Faulkner tiene el pelo blanco y su nariz destaca como esas narices de viejo que acaban invadiendo el rostro igual que un cáncer. Hay cierto hastío en su gesto, como si la comida le hubiera provocado acidez de estómago, lleva un traje que no le sienta del todo bien y un pañuelo nada primorosamente planchado asoma de su bolsillo izquierdo. Su mano izquierda está doblada en una postura sin duda incómoda y a su espalda, como en el resto de la sesión, hay una pared de ladrillo o que remeda el ladrillo, una especie de muro de las lamentaciones. Se advierte que el escritor no está a gusto en la pose, pero podemos dar fe de que esa nariz ha olido sabe dios qué fondos de vaso y que esas manos han mecanografiado algunas de las mejores páginas de la literatura de todos los tiempos. Porque ese hombre, el Verbo, William, es una de las encarnaciones más majestuosas del misterio que llamamos escritura, uno de sus demiurgos más poderosos, una de sus potestades."

"No creo que la belleza haya gozado nunca de muchos adeptos entre la élite de patronos y consejeros áulicos que dirige el mundo. La belleza no tiene bandera conocida, la belleza no cotiza en Bolsa, la belleza no es un combustible ni una materia prima. Su misterio radica en su inutilidad, en ser un camino que viene de ninguna parte y a ninguna parte conduce. Pero entonces, me pregunto humildemente, ¿para qué sirve la Crucifixión de Perugino de Santa Maria Maddalena dei Pazzi, que imagino sigue allí, treinta y cinco años después de mi visita, casi cinco siglos y medio después de haber sido concebida, arrojando su luz sobre quien la contempla? Y humildemente respondo que, como la literatura, como cada palabra que he escrito a lo largo de toda mi vida, la Crucifixión de Perugino de Santa Maria Maddalena dei Pazzi sirve para consolar, para librarnos de la aflicción de un mundo en el que la dignidad humana es crucificada todos y cada uno de los días."

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