lunes, diciembre 04, 2006

Amaneció lloviendo...

Amaneció lloviendo abundantemente. Por el trozo de carretera que baja entre el eucaliptal hacia la Playa de España el agua descendía en regatos caudalosos buscando la línea recta hacia el río. Se había desprendido la tierra en algún tramo, y sobre el asfalto se desparramaban algunos terrones oscuros. La marea andaba alta y convulsa. Hasta muy adentro, tenían las aguas color de barro. Llegamos a casa de nuestros amigos al mediodía. A la puerta, el furgón ambulante de la fruta pregonaba su mercancía. El prado estaba encharcado. Adentro, la chimenea debía de estar encendida desde hacía ya horas. Se estaba bien. Los niños se concentraron pronto en sus juegos y nosotros en la charla y en la lectura de los periódicos del día. Estuvimos dentro de la casa hasta bien entrada la tarde. P. hizo verduras al horno y fabes con codornices. Bebimos un tinto de olor intenso que embotellan en una pequeña bodega riojana, Ostatu. A través de las ventanas que dan a poniente se veía el robusto esqueleto de la higuera. Hace años, en una inolvidable estancia en Formentera, durante un mayo caluroso, escribí un pequeño poema a una de las hermosas higueras de la isla. A su sombra, unas cuentas ovejas se refugiaban del sol de la mañana. Decía: Es primavera y ahora su sombra / es estanque de agua muy calma; / pero llegará el otoño / y entonces será / el confuso esbozo / de una tormenta dormida, / de cien rayos de leña desnuda. Así de despojada estaba ahora la higuera de Villaverde, sin frutos, sin hojas, como un garabato oscuro de ramas retorcidas recortándose contra el cielo.

Serían quizas las cinco o cinco y media de la tarde cuando el cielo se abrió durante un buen rato. Lució incluso un sol que era ya flojo y venía muy bajo. Paseamos hasta Marianes. Charlamos con algún vecino y volvimos ya casi de noche. Nos sentamos cerca del fuego. Extraje de entre los estantes de la biblioteca, un libro de diarios de García Martín. Lo abrí al azar. Leí un apunte muy corrosivo sobre los Cuadernos de Lanzarote de Saramago. Recuerdo haber leído los dos volúmenes que Alfaguara editó con los apuntes personales del portugués entre los años 1993 y 1997. Ciertamente eran unas anotaciones escritas a su mayor gloria y tan evidente era ello que el propio Saramago en la entrada del 9 de abril de 1994 decía: “Gente maliciosa verá estas páginas como un ejercicio de narcisismo en frío, y no seré yo quien vaya a negar la parte de verdad que haya en el sumario juicio, si lo mismo he pensado algunas veces ante otros ejemplos de esta forma particular de complacencia propia que es el diario”.

Surgió luego en la conversación el cierre temporal que le ha echado a su bitácora Félix de Azúa. Recordamos los buenos ratos que nos han proporcionado durante un año sus comentarios imaginativos, cultos pero no pedantes, valientes y comprometidos en muchas ocasiones, irónicos las más de las veces, y siempre manteniendo una muy alta calidad literaria, a pesar de tratarse de un ejercicio de estilo impuesto día tras día. No serán ya, dese luego, las mañanas iguales sin el estímulo de Azúa.

Antes de irnos, J. me regaló un pequeño libro de Néstor Luján titulado Viaje a Francia, recopilación de una viejas crónicas publicadas por la revista Destino. En la introducción, dice su autor que “la única justificación de este libro es que a su autor, que se divirtió mucho viajando y escribiendo estos reportajes, le agradaría hacer partícipe al lector de esta honesta diversión, en la medida de sus frágiles pero bien intencionadas fuerzas literarias”. Y no es éste mal propósito, que no otro persiguen también estos diarios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es siempre grato leerle querido(s) Diario(s) de Rayuela, sobre todo cuando nos regala fragmentos tan bellos de poesía (desde ayer estoy buscando un poema que recuerdo sobre una higuera para acompañar la suya, y no, que no lo encuentro)

=(

Lindo inicio de semana.

R.