Extraigo de la web de la Diputación de Málaga parte de un bello texto de José A. Mesa Toré, que lleva por título El encuentro de la máquina con la poesía:
Junto al mar, que les dará a Emilio Prados y a Manuel Altolaguirre la palabra con la que nombrar su revista y el color azul oscuro para su portada, se abre la imprenta Sur. Esta es la imprenta con forma de barco, con sus barandas, salvavidas, faroles, vigas de azul y blanco, cartas marinas, cajas de galletas y vino para los naufragios, como nos la mostraba Manuel Altolaguirre en sus memorias. Esta es la imprenta Sur, después Dardo, ahora Antigua Imprenta Sur, en la que, por obra de un grupo de poetas malagueños (Prados, Altolaguirre, Hinojosa), se produjo el encuentro de la máquina con la poesía, el encuentro de Málaga con la modernidad, con la vanguardia artística, con el surrealismo. Esta es la imprenta de la Generación del 27, la imprenta que le dio alas a la poesía y creó una escuela de maestros impresores, de editores artesanales, de tipógrafos llenos de ilusión, paciencia y sabiduría, alguno de ellos nombrado impresor del Paraíso.
Heredera de todo aquello es la que hoy llaman Antigua Imprenta Sur, que viene publicando muy cuidadas ediciones en la colección El Castillo del Inglés. Su número quince –que me ha llegado dedicado y que leo ávidamente-, es La puerta del año, integrado por unos cuantos apuntes del diario que Jordi Doce viene escribiendo desde 1997. Debe de ser un placer publicar en máquinas con tanto pedigrí, ver que las palabras de uno se vierten a tan buen papel, se imprimen con aquellos viejos caracteres elzevirianos que se usaron ya en algunos incunables del XVI. Y no ha de ser menor el gusto de la Sur cuando edita tan hermosos textos como los de La puerta del año. A pesar de sus pocas páginas, no se hace difícil vislumbrar en estos jirones de dietario aquello de lo que va nutriéndose el proceso creador de su autor. Hay reflexiones sobre la escritura, relato de lo afectivo, memoria y hasta hormigas blancas. No en vano ya dejó escrito en otro lugar Jordi que “el diarista tiene algo de coche escoba”. Me han parecido particularmente hermosos tanto los párrafos iniciales en los que Doce describe un paseo por el Muro de Gijón, como las referencias a su pequeña hija Paula. Supongo que ello ha sido así porque suele unir mucho el compartir sensaciones similares ante experiencias parecidas; en este caso, la luz de una ciudad que es la del autor y también la mía, y el disfrute de unos hijos que se llevan pocos años y que tan a menudo nos hacen pensar sobre cuanto dicen o les pasa.
“Yo volvía a casa con mi hija en un estado de perfecta felicidad, envueltos los dos en nuestra propia estación de alivios y complicidades. En una mano sostenía una mandarina, y con la otra iba dándole gajos que ella comía con avidez. El olor de la fruta nos acompañaba como una suerte de aura olfativa, el breve filamento de bombilla que ambos habíamos encendido sin darnos cuenta.”
Sobre ese filamento, como un funambulista dichoso y sin prisa, llega el lector hasta el final de las páginas de La puerta del año.
Junto al mar, que les dará a Emilio Prados y a Manuel Altolaguirre la palabra con la que nombrar su revista y el color azul oscuro para su portada, se abre la imprenta Sur. Esta es la imprenta con forma de barco, con sus barandas, salvavidas, faroles, vigas de azul y blanco, cartas marinas, cajas de galletas y vino para los naufragios, como nos la mostraba Manuel Altolaguirre en sus memorias. Esta es la imprenta Sur, después Dardo, ahora Antigua Imprenta Sur, en la que, por obra de un grupo de poetas malagueños (Prados, Altolaguirre, Hinojosa), se produjo el encuentro de la máquina con la poesía, el encuentro de Málaga con la modernidad, con la vanguardia artística, con el surrealismo. Esta es la imprenta de la Generación del 27, la imprenta que le dio alas a la poesía y creó una escuela de maestros impresores, de editores artesanales, de tipógrafos llenos de ilusión, paciencia y sabiduría, alguno de ellos nombrado impresor del Paraíso.
Heredera de todo aquello es la que hoy llaman Antigua Imprenta Sur, que viene publicando muy cuidadas ediciones en la colección El Castillo del Inglés. Su número quince –que me ha llegado dedicado y que leo ávidamente-, es La puerta del año, integrado por unos cuantos apuntes del diario que Jordi Doce viene escribiendo desde 1997. Debe de ser un placer publicar en máquinas con tanto pedigrí, ver que las palabras de uno se vierten a tan buen papel, se imprimen con aquellos viejos caracteres elzevirianos que se usaron ya en algunos incunables del XVI. Y no ha de ser menor el gusto de la Sur cuando edita tan hermosos textos como los de La puerta del año. A pesar de sus pocas páginas, no se hace difícil vislumbrar en estos jirones de dietario aquello de lo que va nutriéndose el proceso creador de su autor. Hay reflexiones sobre la escritura, relato de lo afectivo, memoria y hasta hormigas blancas. No en vano ya dejó escrito en otro lugar Jordi que “el diarista tiene algo de coche escoba”. Me han parecido particularmente hermosos tanto los párrafos iniciales en los que Doce describe un paseo por el Muro de Gijón, como las referencias a su pequeña hija Paula. Supongo que ello ha sido así porque suele unir mucho el compartir sensaciones similares ante experiencias parecidas; en este caso, la luz de una ciudad que es la del autor y también la mía, y el disfrute de unos hijos que se llevan pocos años y que tan a menudo nos hacen pensar sobre cuanto dicen o les pasa.
“Yo volvía a casa con mi hija en un estado de perfecta felicidad, envueltos los dos en nuestra propia estación de alivios y complicidades. En una mano sostenía una mandarina, y con la otra iba dándole gajos que ella comía con avidez. El olor de la fruta nos acompañaba como una suerte de aura olfativa, el breve filamento de bombilla que ambos habíamos encendido sin darnos cuenta.”
Sobre ese filamento, como un funambulista dichoso y sin prisa, llega el lector hasta el final de las páginas de La puerta del año.
2 comentarios:
Sin duda un fragmento hermoso, tan visual.
Recuerdo que cierta vez, cuando iba yo a la escuela (solía aprovechar el camino para terminar o iniciar lecturas mientras el microbús avanzaba), sentí un calor insoportable, me desesperé al punto tal de querer bajarme del transporte... para efectivamente hacerlo.
Y es que leía yo "El coronel no tiene quién le escriba", una escena agobiante pues se describía la habitación, el sol, la humedad del cuarto, la soledad, el fracaso tal vez...
Es algo que no olvido, esa calor y esa ansiedad provocada por la lectura.
Ahora Rayuela. mientras leía tu entrada (suena mejor que post)... pensaba en mí, en mí andando de la mano con Miguel (mi padre) y en mí andando de la mano con Andrey (mi hijo).
Algún aroma a frutas también invade el cuarto y es seguro que, así como sucedería con García Márquez, tampoco se olvide fácilmente.
Ojalá y esas publicaciones pudieran conseguirse en México, yo sería feliz haciéndome de los ejemplares.
Lindo inicio de semana querido diario, mis mejores deseos para tu día.
Rox.
No creo que lo leas....
Hablas de papel y máquinas, hablas de Artes Gráficas.
No te imaginas lo que me estoy sonriendo.
Saludos
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