martes, julio 19, 2011

Pleamar

Desde que uno viene pinchándole notas al corcho digital, siempre por estas fechas se ha procurado hablar de la cala donde cada verano nos secamos el musgo al sol sintiendo el runrún consolador del mar al fondo, en la quietud de todo lugar poco habitado y mientras se lee contra una piedra que conserva, de un año para otro, la forma aproximada de nuestra espalda. Hemos vuelto de nuevo aquí a la hora propicia en que la luz llega ya al bies. Cuando todo vuelve a tener un relieve de sombra que le devuelve al paisaje la realidad hurtada por los espejismos del mediodía. Estamos solos, hemos bajado a la playa un par de horas y nada nos distrae de nuestros libros. Apenas hace nada —o eso me parece— aún andábamos pendientes de los niños que jugaban y pescaban en el pedrero. Venían de rato en rato a mostrarnos las capturas: pequeños peces, quisquillas, camarones o estrellas de mar. Igual que el tiempo, la marea levantisca de hoy se ha tragado todas las rocas y no queda marisqueo ni tampoco hay niños. Han crecido y ya no hay manera de dejar de leer para encontrárselos a lo lejos, hurgando felices entre las piedras, entre el ocle y los charcos.

No hay comentarios: