lunes, noviembre 18, 2013

Ida

Sobre su película Ida, el director Pawel Pawlikowski ha dicho: “Todas las decisiones están al servicio de centrarse en lo esencial, por eso he buscado lo más clásico, el blanco y negro, pero también el formato cuatro tercios o la cámara fija. Quería sugerir, centrarme en lo esencial y que la imaginación ayude al espectador a completar el resto”.  Y a fe que lo ha logrado plenamente. Deudora del cine de Carl Theodor Dreyer, Ida es una apabullante sucesión de encuadres memorables, de fotografías bellísimas obra de Lukasz Zal. Un cine levantado sobre el cuidado extremo de lo que, en origen, es una buena película: la mirada de un artista sobre el mundo. En esta ocasión sobre un pedazo de la historia de Polonia. Ambientada en los sesenta, habla de Ana, una novicia criada en un convento tras quedar huérfana en 1945, que antes de tomar los votos es instada por su superiora a que conozca a su tía Wanda, única familia viva que le queda y que resulta ser una magistrada de alto nivel del sistema judicial comunista polaco. Wanda es una mujer áspera, fumadora empedernida, en el límite del alcoholismo, profundamente castigada por los recuerdos, que le revela a Anna una verdad de la que nada sabía: su verdadero nombre, que no es otro que Ida Lebenstein, y su origen: judío. Ese descubrimiento las une en un viaje a través de angostas y desoladas carreteras, tratando de conocer cómo fue el trágico final de los padres de Ida, pero también dónde comenzó el desarraigo vital en la biografía de Wanda. Tía y sobrina emprenden, pues, una travesía hacia las raíces de su trágica historia familiar, que las lleva, al tiempo, a conocerse y, de un modo silencioso y definitivo, a comprender y respetar su profundo antagonismo.
Nos hallamos ante una película de dicotomías. Blanco y negro. Choque generacional. Fe y ateísmo. Olvido y memoria. La joven actriz Agata Trzebuchowska protagoniza con solvencia el drama, secundada por una magistral Agata Kulesza, en el papel de su tía Wanda, encarnando el fracaso absoluto de una Europa herida mortalmente por la guerra, el holocausto y la desesperanza en que se convirtieron los regímenes redentores surgidos a la sombra del comunismo soviético. Ida es, como ha descrito Pawlikowski, una película esencial, en la que nada sobra, en la que todo se concentra con la emoción de la verdad, sin artificios y ni digresiones, que transmite la sensación de estar rodada con un pulso firme y convencido, que renuncia incluso a parte de la pantalla para proyectarse en un formato cuadrado, académico, antiguo, de cine de otra época, como quizás lo sea en realidad esta cinta proyectada en el 51 Festival de Cine de Gijón, que nos pareció hermosa, imprescindible y sobrecogedora.

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