martes, octubre 11, 2016

La Gran Araña

Estar en las redes sociales supone compartir el hilo pegajoso donde nos balanceamos quienes nos hemos rendido al encaje de La Gran Araña.  Es cierto que nuestra vida no pende de ese alambre, como la de los insectos, puesto que siempre es posible un acto de voluntad para lanzarse al vacío o volar, pero esa marginalidad nos impediría tomar el pulso a cierta opinión, la de los más próximos, que, para nuestra perplejidad, suelen expresarse en ese ámbito como un coro búlgaro (por eso de las mayorías de aquel país): una o más voces tenores se acompañan ordenada, casi castrensemente, por un orfeón acólito que, además, es capaz de aplaudir con las orejas, al tiempo, si la partitura exige percusión.
En la telaraña estamos tantos que el espacio resulta reducido y hacerse oír en medio de la cháchara global requiere elevar la voz y el gesto, por lo que suele aplaudirse más la ocurrencia que la reflexión; el insulto que el halago; el exceso que la mesura. Recursos tan burdos como el de la instantánea desfavorecedora, el sarcasmo maledicente o la consigna cuasimilitante son monedas de curso corriente, cebo para el colmillo retorcido de quienes utilizan el medio para desahogar inquinas o complejos.
Empieza a ser habitual, además, que las opiniones políticas se aireen en esos medios y que a su través se contaminen de las burdas maneras que les son propias. Que se recurra a la violencia verbal sin cortapisas aprovechando la apariencia de plaza pública que otorgan la inmediatez e interlocución de las redes sociales. Cuando las diferencias se dirimían en ámbitos institucionales o a través de escritos periodísticos resultaban más infrecuentes los arrebatos imprudentes, lo que permitía que casi nunca se diesen por arrumbados los puentes del acuerdo. Desde que la política se ha vuelto tan, en el mal sentido, “popular”, se tiende a confundir rigor crítico con  improperio, llevando la confrontación a lo irreconciliable.
Existe, además, una extendida alergia entre los “comentaristas sociales” hacia la tibieza. Se tolera mejor el exabrupto que el comedimiento. En estas nuevas ágoras se juzga sin leyes, sin derecho a defensa y con la firmeza sumaria de los tribunales más vengativos. Los nuestros, siempre que lo sigan siendo, son intocables. Los otros, cualquiera que sea su opinión, merecen sólo el desprestigio de la insidia o de la calumnia a la que se da apariencia de verdad.
Qué conveniente sería antes de dar por bueno lo que se dice acerca de un político, cuando se le mancilla o se le ridiculiza en la plaza pública como a un muñeco de feria por el simple hecho, no pocas veces, de mantener ideas de signo contrario, que defendiéramos su derecho no sólo a la discrepancia, sino al honor. Se nos llena la boca de buenas intenciones contra el maltrato animal o el menosprecio de género, y somos incapaces de distinguir el daño gratuito que se le hace a un representante público cuando se le arrastra por la arena del circo en medio del jolgorio popular, acusándolo de todo aquello que exacerba el imaginario indignado.
La corrupción de quienes se han lucrado con sus cargos públicos no otorga carta blanca a nadie para convertirse en fiscal sin pruebas o para extender la sospecha indiscriminada. La corrupción es falta de rigor en el uso de lo público, pero también en el juicio de las personas. Tomarse licencias procurando el lucro personal cuando se administran bienes que son de todos tiene tanto delito como tomarse licencias procurando rendimientos políticos cuando se calumnia al adversario.
¿Ejemplos? Échese un vistazo a la telaraña, a los comentarios que en ella se hacen y a los parabienes que  allí se otorgan. Y juzguen si aún les queda capacidad crítica y sentido de la medida. No se harán muy populares, pero, al menos, estarán contribuyendo a que no les estabule, como al resto del rebaño, el pensamiento. 

2 comentarios:

Manlis dijo...

Me ha encantado. No he podido resistirme y lo he compartido en la "gran araña" Saludos.
Isabel

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Gracias, Isabel.
Hace unos días leí en un artículo de Savater en EL PAÍS una frase que resumen en parte lo que uno quiso decir: "lo que importa no es buscar el bien sino quedar bien...". Pues eso.