martes, julio 25, 2017

A Cecilio Testón




El último día en que uno lo vio,
nada que no fuese otra vez sonrisa,
que no fuese una mano abierta
y una cordial palabra,
nada que no fuese de nuevo
la natural disposición
de un hombre entregado al ánimo,
ninguna pista siquiera de dolor alguno
—cuando ya el dolor dolía—,
nada distinto insisto,
y nada por tanto tampoco aciago,
le adivine, ni por asomo, al saludarle.

Me senté justo detrás suyo
y vi cómo se le posó en el hombro,
como una mariposa,
el amor sin peso de una mejilla,
la de su compañera.

Asistíamos esa tarde
a una lectura de versos,
asistíamos al fluir de un río de palabras
que al igual que todos los ríos,
como también el río de la vida,
encuentran demasiado pronto,
tantas veces, su estuario.


JCD

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