miércoles, diciembre 20, 2017

Sangría y la afición

Sangría era un aficionado muy popular que en los setenta, antes de los partidos corría las bandas de El Molinón portando una pequeña bandera rojiblanca bajo los aplausos socarrones de los aficionados.  Yo era socio infantil por entonces. Me llevaba al campo un amigo de mi padre que aparcaba su Seat 850 por detrás de La Asunción. Ocupábamos escalón en la grada este. Olía a puro, se vendían a las puertas del estadio almendras garrapiñadas y en las cantinas botellines de Fundador.  Yo conocía a Sangría porque lo veía a menudo por mi barrio, era de El Llano y parroquiano más que asiduo de los bares de la zona. Vivía del pequeño sablazo consentido. Recuerdo que José Manuel, aquel capitán educado y de fútbol sobrio, que fue luego gerente deportivo y murió muy joven,  era uno de los patrocinadores menos reticentes del bueno de Sangría. Lolín, como llamábamos los vecinos a José Manuel, también era del barrio y le gustaba ayudar a los suyos. A Sangría lo encontraron muerto una mañana en La Campona, al lado del viejo campo de Los Fresno. Aquello estaba por entonces sin urbanizar y los charcos eran como cráteres de miseria. Sangría se ahogó en uno. Posiblemente calló de bruces rendido por el alcohol y ya no pudo levantarse. A veces pienso que la afición del Sporting tiene mucho de Sangría, pasea la bandera ebria de ilusión antes de que empiece el espectáculo y se deja morir a la mínima a la orilla del desencanto.  Se acaba de elevar a los altares a un jugador de la casa, Nacho, al que uno, de momento, lo ve como un pelotero aseado y merecedor de continuidad, la que nos dará la justa medida de su valía. La afición corre la banda portándolo en estandarte como Sangría portaba su bandera.  Si el guaje termina por no cuajar, tendremos otro juguete roto y un nuevo charco donde ahogarnos, aunque el PERI del Llano haya asfaltado hace años las viejas calles de mi barrio y hoy sean casi el centro de la ciudad.

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