martes, agosto 10, 2021

Una elegía por todos nosotros. Hilario Barrero lee Aire de lugar y gente.

Reproduzco agradecido la reseña que Hilario Barrero ha escrito de Aire de lugar y gente en su blog, Cuaderno de Humo.

Una elegía por todos nosotros.

El primer poema, “Lugar y gente” nos abre el camino. Lo que el poeta intenta hacer es “Dibujar en la niebla, / como un niño, / con sus mismos trazos elementales, / la forma de una casa. // Y dibujar a su lado luego / la sombra de quien la habitó un día / y la reconstruye ahora / llenando los vacíos de ese esbozo / con ventanas abiertas hacia el río / y bajo el humo de una leña que arde / y da noticia / de que la vida quizás ha vuelto. // Y dibujar además un aire / -si acaso el aire se dibuja- / que sea el del lugar y el de su gente”.

De entrada nos queda claro para lo que sirve la poesía: Para sentir lo imposible, para que veamos cómo el poeta puede dibujar el aire, un aire del lugar, el que respira su gente. Para reconstruir vidas, historias, luces y sombras.

Aire de lugar y gente es un libro sin trampa ni cartón. Nada de alardes en la cuerda floja de la metáfora, nada de malabarismos en la dinámica del ritmo, ni un asomo de magia, nada de “Señoras y señores: ahora lo ve y ahora no lo ve”. Ya desde el título, Aire de lugar y gente, es eso: un retablo de carne y hueso, de gente como nosotros que vive en un lugar donde hay ciruelas amarillas, días dorados, un árbol que crece y habla, un lavadero… Un libro que encierra un universo completo de emociones, esperanzas, recuerdos, sentimientos, vida y muerte. Lo que debe ser la poesía, la poesía que no engaña, que te ayuda a vivir, a ser mejor, a disfrutar de la vida.

Hay libros de poesía que uno deja a su lado por tiempo y los lee y los goza y tiene miedo de escribir algo sobre ellos porque a menudo uno no puede dejar escrito todo lo que siente. Este es uno de ellos. Y lo es porque es un libro escrito por necesidad, no por publicar o añadir un titulo más al curriculum de poeta. Por todo el libro fluye un rio sentimental que sabemos va a desembocar en el mar de la emoción. Un rio en cuyas orillas encontraremos rostros, nombres, tierra, sombras y luces. Junto a la emoción, a la evocación de un “pueblo” (y eso le da al aire un doble valor) encontramos “una biografía, -dice César Iglesias- no solo del autor y los suyos, también la de un tiempo de demoliciones y la de una tierra desolada”.

José Carlos Díaz (Gijón, 1962) es miembro fundador del Grupo Poético Cálamo, editor de la bitácora Los diarios de Rayuela. Ha publicado Velar la arena, La ciudad y las islas, Contra la oscuridad, Convalecencia en Remior y Cantata de los días tasados con el que obtuvo el Premio de Poesía Ramón de Campoamor en 2017.

El libro está dividido en cinco partes, cinco tablas de un retablo civil: “Hacia”, “Flashback”, “Lugar (y gente)”, “René, mon pére”, y “Después”. La parte dedicada al padre del poeta, compuesta de veintidós poemas, es, no solo la más intensa y, para uno, la parte más honda, sino también es una biografía sentimental, una “novela” en verso, una crónica de una época y de un modo de vida. Que sirva este poema, “Día de boda”, como muestra de la simple grandeza de este libro que uno piensa es imprescindible:
 
EL baile de una tarde de boda.
Las costuras alegres de unos trajes de fiesta.
La salud despreocupada de la risa.
Era mayo y lucía el sol.
El amor venia todavía
envuelto en papel de regalo.
Mi padre era feliz.
Brindaba con champán
y palmeaba la espaldas a sus amigos.
Juntos fumaban cohíbas de estraperlo
en la terraza del Bellavista.
Volvía luego él a donde la música,
con ganas de ceñir el talle de mi madre
el ritmo de pasodoble.
 
El baile de una noche de boda.
Como un collar bajo una lupa,
se encendían las luces del paseo.
La vida nos engañaba dulcemente
con aquel pasillo iluminado
por que hubiésemos jurado
que nunca nos alcanzaría lo oscuro.

Si el primer poema nos daba el guion para seguir la mecánica del libro, al final, en “Apunte al margen…” nos da noticia de que fue el despojo lo que alentó el libro. “No de otra manera se siente la muerte. Mi padre falleció en enero de 2018. Los poemas a él dedicados fueron una manera prolongada de duelo. Enterrar sus cenizas allí donde había nacido en ayudo a reflexionar sobre el desarraigo de una vida que quise reconstruir levantando de nuevo los muros derruidos de la casa que fue la de su infancia. Un lugar al que se llega remontando un rio…”

Aire de lugar y gente es, también, una elegía por todos nosotros los que tenemos que remontar un río que siempre llega al mar.


Hilario Barrero

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