jueves, agosto 14, 2008

Siempre las mismas señas


En Moissac ya es mediodía y la gente va camino de sus casas. El mercado está a punto de cerrar. Nos da tiempo a comprar unos magrets y fruta. Hacemos la comida a eso de las dos. Son ahora las cuatro. Los niños se han estado bañando en la piscina. Luce un sol espléndido. Leemos a la sombra y apuramos el poso de un gintonic. Siento como si por un momento nos cobijaran los más indulgentes pliegues del mundo. Me ronda la cabeza una idea para un poema: un viajero escribe postales que tienen por destino su propia casa.

Las páginas de un cuaderno de viaje
son como postales escritas
desde cada uno de los lugares
a donde nos llevan nuestros pasos.
Arrastran la letra imprecisa
de quien se apoya en viejas piedras,
en mesas de café, belvederes de mármol,
bancos de parque o asientos de tren.
La consistencia ósea
de un apunte cualquiera al natural
que tomara el lápiz de un paisajista.
La emoción desnuda de todo lo íntimo.
Y siempre iguales señas por destino,
las del lugar de donde una mañana partimos
con la secreta esperanza
de contar nuestro viaje, la vida,
en descoloridas postales de kiosko.

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