martes, abril 14, 2009

La marea de las palabras


Por Segovia el tiempo nos deparó un poco de todo. Sol, lluvia y frío. Será por eso que nos hemos traído catarro. Y un malestar como de galbana sin causa. Si hasta leer le costaba a uno este fin de semana. De lo visto ya se ha dejado rastro en el diario. Y sobre alguna emoción se ha escrito más extenso. Como la de recorrer durante un buen rato la casa en que vivió don Antonio Machado. Esa pensión de techos bajos, paredes encaladas y habitaciones frías de la calle de los Desamparados. J. me regala una edición de Cátedra con la obra de Mairena. La compra en la pequeña librería de viejo que está a la entrada del museo. Uno había traído para la noche los relatos Anna María Ortese. El mar no baña Nápoles, tampoco Segovia, aunque parezca casi una isla cuando se la ve desde la distancia. Tan recogida sobre si misma. El viaje es la voluntad de la sorpresa. Siempre hay que procurar imponerse al tedio como sea. Genera desidia y acaba ofreciéndonos una ruinosa imagen propia que nos hace creernos peor, mucho peor, de lo que somos y actuar en consecuencia. Eso me parece al menos. Así que también apunto la reflexión en el cuaderno, como tantas otras cosas. Como esa cita de Alan Pauls que leo por azar en el periódico: “Se escribe un diario para dar testimonio de una época (coartada histórica), para confesar lo inconfesable (coartada religiosa), para "extirpar la ansiedad" (Kafka), recobrar la salud, conjurar fantasmas (coartada terapéutica), para mantener entrenados el pulso, la imaginación, el poder de observación (coartada profesional).” Habla el argentino de la finalidad. Medita uno sobre la forma, que tantas veces se asemeja al flujo de las mareas, gobernado desde lo oculto; ingobernable, por tanto.

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