miércoles, febrero 09, 2011

Memoria de la sombra

La poesía es memoria de la sombra de la memoria, dice la cita de Gelman que abre el nuevo libro de Paco Velasco, quien, además, en sus primeros versos, se afirma en la idea axial que se desprende del poema citado y de toda su escritura: Dice verdad quien dice sombra. Y pues la poesía es un andar casi a ciegas en busca de la luz, los versos de este libro no pretenden sino la verdad, buscan la narración precisa, pero a la vez elegiaca, de lo que la vida ha sido, de lo que de la vida queda en esa trocha que el poeta ha ido abriendo en las páginas en blanco de cada uno de sus días. La palabra del hombre / hacia la muerte / comienza en aquel cuaderno de rayas / y se tuerce en los versos / con que abres / la trocha entre las ramas de la página blanca. De aquel cuaderno, o de otro parecido al menos, se habla otra vez más tarde, ya en los regresos, esa parte del libro en que, de una manera honda, sentida y literariamente exquisita, se vuelve al pueblo, a la infancia, al principio de todo, pero sobre cualquier otra cosa, a la educación de una sensibilidad fraguada en el contacto con el paisaje y el hogar: La cartilla de rayas / esperándote está sobre la mesa / y la hogaza reciente / y el cazuelo de leche / que se enfría. / (…) Escucha las alondras como mil corazones palpitando / al lado del camino / al empezar el día. Ese pan es la madre, y está caliente más que de horno por el tacto de las manos que lo han amasado en la artesa. Decía Paco Velasco en las dedicatorias de su libro Noche, explicando unos hermosos heptasílabos (Hogacita caliente / que se enfría en el alba. / A trabajo del hombre / huele ya la mañana) que su madre hacía las mejores hogazas del mundo. No creo que sea casual que esta recuperación de la infancia, del pueblo, de sus paisajes, de sus pájaros, de su río, de la pizarra donde se dibujaba ordenado un mundo simple y feliz, que este hatillo de poemas que constituyen los Regresos ocupen el corazón del libro y arranquen, además, con un indisimulado tono manriqueño: ¿Qué se hizo la piedra de la honda / del niño cazador / y el aire en que la hundía? Allí se forjó, en gran medida, el hombre que luego fue, y escribió, y recopiló finalmente su camino en esta edad en la que se hace memoria, de la sombra de la memoria, justo, además, cuando otra sombra se cierne amenazante en el horizonte. Del mar viene la sombra; / desde el monte, / la luz de la mañana / que a la tarde se apaga. / (…) Sobre la mar, la muerte. Así se va armando el libro. Con la poética misma en que se constituye su primer capítulo, Palabras de la sombra: Con las luces caídas, / es más larga que el cuerpo / la sombra que te sigue. Con la evidencia de la vejez que transita los poemas de la segunda parte, Memoria de los ojos: “(…) avanzan los días / y el tiempo se te borra y las arrugas / y la mano lejana. / Y el rostro y la memoria. Hasta alcanzar su hermosísima cima en los Regresos, que uno cree que tanto tienen de aquellas “aguas silenciosas” que fluyeron por el anterior libro de Paco Velasco. El descenso de ese particular monte Carmelo se precipita con una desesperada Negación del tiempo (Llega la lluvia lenta / y la hierba que crece en las macetas / se levanta a beber.) hacia El fuego y la ceniza, la última estación que todo lo consume y ante la que sólo cabe seguir, como última esperanza (según la cita de Claudio Rodríguez), apurando la “página en blanco”. La poesía de Paco Velasco, ese viejísimo jugo de la tierra, se destila más puro que nunca, concentrado, intenso y, sobre todo, auténtico, en esta Memoria de la sombra.

Francisco Álvarez Velasco
Instituto Cultural «El Brocense»
Colección AbeZeterio, Cáceres, 2010

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