Subimos a Las Tuerces. El día está despejado. El cielo azul. Pero, aún con todo, el frío sigue siendo intenso. Nos sopla en el rostro como invitándonos a permanecer atentos a cuanto nos sale al encuentro. Al paisaje de estas rocas calizas sobre las que la erosión ha ido enroscándose a su antojo. Al bosque de pinos por el que los críos quisieran ver de repente ciervos o lobos. A la nieve que va siendo más según subimos el empinado sendero y que está blanca, sin mácula, poniéndole una puntilla de hielo a todo. Y ya arriba, tras una hora larga de buena marcha, al barranco que a lo lejos hurga el curso del Pisuerga. Llaman a ese tramo La Horadada, y a fe que lo está la tierra allí abajo, en el surco profundo del cauce fluvial. Sobre el roquedal esponjoso que la escarcha ha ido agrietando nos hacemos una foto después de mirar a lo lejos los picachos blancos de la cordillera, los campos verdes, la tierra parda, los pueblos pequeños y maduros como frutas que se hubieran desprendido del cielo. Es Semana Santa. Al descender, nos encontramos una procesión. Lenta y concurrida: caídas del algún pino, unas cuantas orugas forman una cadena lenta que intenta volver al bosque.
1 comentario:
Me has dado más ganas todavía de conocer Castilla-León.
Un abrazo.
Publicar un comentario