miércoles, junio 27, 2007

El ojo de Dios

He venido paseando por la playa hasta el trabajo. Hacia el levante, justo encima de la casa de Rosario Acuña, Dios oteaba la mañana. Se le precipitaban oblicuos los haces de la mirada sobre la bajamar. Sé bien de que hablo, son los mismos haces que me fascinaban de crío en la Enciclopedia Álvarez. Supongo que alguna nube ocultaba el triángulo del ojo. A la arena mojada parecía que le hubieran pasado una llana. Un paseante madrugador se descalzaba sin prisa. Me imaginé por un momento que la felicidad tenía algo que ver con esa sensación inaugural de hollar por vez primera un planeta recién descubierto, el que había dejado por orilla la marea al retirarse.

5 comentarios:

FPC dijo...

Sí, de mayor se descubre que el triángulo no existe. Sólo los rayos y las nubes.
Un abrazo.

Alexandrós dijo...

Nosotros, mis amigos, lo conocemos por el irónico nombre de "El efecto Dios"
Un abrazo

Portarosa dijo...

La playa y la arena mojada por la mañana. Qué maravilla.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Supongo que todos guardamos en el recuerdo la imagen del triángulo divino, la mirada de Dios desparramándose en haces de luz sobre la tierra. Lo hermosos que pueden llegar a ser ciertos paisajes en determinadas circunstancias, su magia, hacen que adquieran una especie de inaprensibilidad razonable, un cierto misticismo, un halo poético, una suerte de síndrome stendhaliano. Y dan ganas de contarlo.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Es curioso, me has hecho recordar.

Cuando tenía trece o catorce años, descubrí un universo nuevo, un pueblo abandonado. Las puertas de las casas no tenían cerraduras, cualquiera podía entrar.
Allí seguían los muebles, los cacharros de cocina, faltaban lo que supuse eran, las fotos de familia...
Un pueblo entero que había emigrado, para buscar una vida mejor ¿volverían sus propietarios algun día? volví al cabo de los años..
Saludos