domingo, diciembre 16, 2007

En la Casa del Chino


La noche era fría. Por las calles no había gente. Estaban en silencio. Y sin embargo la casa latía por dentro como un organismo vivo. Caliente. Salimos a la terraza. A la Plaza de la Soledad. Venía un olor a musgo del solar recién derribado donde hasta hace sólo unos días resistían las dos últimas bodegas del barrio. Brillaba muy sola la luna menguante. Gimi tocó el saxo asomándose por encima de la balaustrada. Tres o cuatro chavales apostados en un soportal próximo aplaudieron la música. Reímos. Adentro la gente iba llegando. Esther llenaba un montoncito de vasos con leche de pantera. Fría y espolvoreada de canela. Con pajita. Qué mejor cosa que estar en la Casa del Chino con una leche de pantera en la mano. Sólo faltaron los faroles. Hubiesen lucido hermosos colgando como antaño de las ventanas y las vigas del techo. Un montoncito de fanales de papel y vivos colores recibiéndonos. Se presentaba Cimavilla, de retornos, pasiones y canallas. Y se hacía en el corazón mismo del barrio al que se le han dedicado las fotografías y los textos de esas páginas. Habló primero Emilio. Conoce bien esto. Su abuela vivió aquí. Y él siempre se ha dejado caer por estas calles. Con la inercia que le dan a nuestros pasos los sitios que amamos. Leyó en alto una charla que mantuvo con Mati hace un tiempo y que se transcribe en el libro. Mati es uno de los pocos personajes auténticos que van quedando de la vieja Cimavilla. Debe de tener ya casi noventa años. Yo la veo a menudo por las mañana en el que fuera el bar del minero. Se sienta en una de sus mesas. Muy erguida y maquillada. Con cejas espúreas de lápiz, labios encarnados, pómulos grana y bien remarcada la línea de los ojos. El pelo recogido y unos pendientes largos de plata. Descarada como sólo pueden serlo las mujeres de mucha vida. “Ay fiu, a los tus años jodía yo más que meaba”. Nada más y nada menos. Así termina el diálogo. Ella ya tiene el libro. Mira satisfecha esa página que ocupa enteramente su foto. Lo lleva consigo como oro en paño. Habló luego Nacho. Se extendió más que Emilio. Tiene soltura, tablas. Glosó su larga vinculación con Cimavilla. Hasta jugó en el equipo de fútbol del barrio. Relató las noches de farra por sus bares de música andina y letras rebeldes, barras de absenta y gatas de escote generoso. Cantó incluso una estrofa de aquella canción que decía “yankee, acuérdate de Vietnam, que Angola ya no está sola y la libertad de Angola muy cara te va a costar”. Y pidió una calle para Rambal, el maricón del barrio, que a mucha honra así se presentaba y como tal ejercía. Hasta que lo mataron y se perdió a uno de los más insignes canallas que dio este rincón del mundo. Mi amigo se metió al público en el bolsillo con su evocación nostálgica y su tono cómplice y sentimental. Terminó leyendo dos de sus textos. Y qué bien los lee el jodido. Aplausos a rabiar. Para cuando llegó mi turno ya me había metido entre pecho y espalda dos vasos de leche de pantera. Ni rastro de temblor en la voz. De cualquier modo, y sabiendo que no hay que tentar la suerte, fui breve. Me limité a leer el texto que le hice al Chino hace unos meses. Y lo hice en su propia casa y estando él de fantasma presente. Compartiendo todos su afamada leche. Leí con respeto. Casi con miedo. Allí había gente que lo conoció, que conoció a Wei Hsiao Niu. Y uno, cuando escribe de quien se ha ido hace tanto tiempo, tiende a exagerar, a buscarle al muerto un hueco en la leyenda. Cerró el acto Juan. El fotógrafo. Siempre dice que cuando oye el clic del disparador se acaba la foto. Para qué hablar entonces de ellas. Pero termina animando a los amigos a que lo hagamos. Y le ponemos palabras a sus imágenes. No sé si las mejoran. Quizás las vuelven distintas. Las interpretan. En cualquier caso, éste es, un libro sobre todo suyo. Por eso siempre se puede olvidar cuanto ha quedado escrito en sus márgenes. Dejarse llevar tan sólo por lo que las fotos nos sugieran y convertir en paspartú la cháchara literaria. Lo mejor de todo fue el final. Gimi se arrancó de nuevo con la polca que es canción del barrio. Cimadevilla tu eres el barrio mejor. Las olas te bañan de babor a estribor. Y la cantamos todos tan contentos. Como si anduviéramos celebrando las fiestas de la Soledad, alegres de lecha pantera y mirando la fotos del libro como se miran los paisajes de un hermoso viaje del que recién hemos llegado.

11 comentarios:

conde-duque dijo...

Qué envidia: el barrio, la gente, los bares y los recuerdos, poder hacer libros bonitos sobre el barrio, con fotos, y presentarlos por la noche entre amigos o conocidos tomando leche de pantera... Muy bonito el texto.
Por cierto, Diarios, que me he quedado con ganas de saber más cosas del Chino. El enlace lleva a esta misma página.
Un saludo.

conde-duque dijo...

Ah, coño, que estaba debajo, ahora lo he visto...

amart dijo...

Ya me gustó, DR, en su día, el texto referido al Chino. Lo que puedo decirte del de hoy es que me hubiera gustado estar ahí, compartiendo momentos, sensaciones, gente (genial, Mati) y leche de pantera.
Tienes la habilidad, y no solo por este texto, de hacer películas con los relatos.
Un abrazo.

Manuel Ángel Candelas Colodrón dijo...

Daí ye'l mi primu. Recuerdos deses bares de cheiro a sidra, oricios e serrín. Pena que agora xa non haxa rula. Ou si? Grande Xixón.

koolauleproso dijo...

Me asomo por primera vez a este rincón, y lo que veo me gusta. De gijonés a gijonés.
Hace mucho que no me tomo una leche de pantera en cimadevilla. Que recuerdos de adolescencia.
Y, ahora, después de mi accidente, el alcohol se acabó para mi.
Saludos "playos" desde la "leprosería".

Sir John More dijo...

El otro día, ante unos amigos, conté un chiste muy antiguo que me encanta. Un mariquita se asoma a la puerta de un estanco y le pregunta al estanquero: "perdona, ¿tiene Bisontes sueltos?". El estanquero le dice que sí, y entonces el mariquita responde: "pues amárralos que voy a entrar a comprar un sello". Uno de mis amigos, muy buena persona, me reconvino y apuntó que podía haber sido un mariquita o cualquiera. Yo repuse que no, que el chiste era sobre un mariquita, y recordé a la Rafaela, que era con orgullo el maricón de mi barrio, y a la que las vecinas querían porque se reían mucho con ella. Y eran tiempos en los que un homosexual, y mucho más uno vestido prácticamente de mujer, era considerado un enfermo. Pero lo siento, soy de los que piensan que aprender a respetar a los demás no pasa por cambios radicales y artificiales del lenguaje, sino por reconocer las diferencias y echarle humor a la vida. Al fin y al cabo, hay chistes sobre todos y cada uno de los tipos de persona de este mundo... He disfrutado mucho con tu historia y con tu forma tan asombrosa de escribir.

No podremos vernos por tu tierra: nuestras dudas se zanjaron con unas notas nefastas de estos dos malditos enanos que tan distraída están haciendo nuestra vejez. Pero Gijón ya siempre estará más cerca, y con historias como ésta mucho más. Un abrazo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

No es mala cosa, no, Conde-Duque, compartir esos instantes con gente a la que uno quiere. Ha de reconocerse, no obstante, que uno se vuelve más cariñoso siempre con un vaso de leche de pantera entre las manos.
Un abrazo, amigo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Seguro, Amart, que hubieras disfrutado de la reunión, y nosotros de tu compañía. Algún día será.
Un abrazo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Arume, Arume, hay que mejorar ese bable. Aunque lo que, desde luego, no necesita mejora alguna es el cariño que demuestras por esta ciudad. No sé si lo merece. Es la mía y uno se lo tiene. Y complace que sea acogedora. Según lo que uno cree, el mejor de sus encantos.
Un fuerte abrazo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Sr. Koolauleproso es un placer recibirlo. Que yo sepa, no se pasa por aquí mucho gijonés. Al menos pocos han dejado hasta ahora comentarios. Bienvenido. Espero devolverle la visita en breve. Un cordial saludo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Querido Sir John, tu comentario, al que supongo dio pie mi recuerdo de Rambal, maricón ilustre de Cimavilla, querido y recordado, es como siempre sensato y razonado. La verdad es que a uno en ocasiones le gustaría decir, de modo políticamente incorrecto, que está hasta los mismísimos cojones de lo políticamente correcto. Las palabras medidas valen nada si no se acompañan de hechos que les den sentido.
Un abrazo (y ya sabes lo que lamento que no hayáis podido venir por aquí estas Navidades).