jueves, octubre 29, 2015

Días lectivos, de Ángel Francisco Casado (XXIX Premio Cálamo)

DÍAS LECTIVOS
Ángel Francisco Casado
XXIX Premio Cálamo de Poesía Erótica
Cuaderno núm. 31, Cálamo/Gesto. Gijón.

El próximo viernes, en el Antiguo Instituto Jovellanos se presentará el libro Días lectivos, de Ángel Francisco Casado, ganador del XXIX Premio de Poesía Erótica Cálamo/Gesto. Treinta y tres poemas en los que el autor adopta una voz femenina para hacernos partícipes de cierta relación amorosa que avanza desde la pregunta inicial, retórica, planteada en los primeros versos: “¿Te imaginas exprimiendo mis frutos / entre oraciones yuxtapuestas, / tú y yo copulativos?”; hasta  el momento final en que los cuerpos alcanzan, a la “amanerada forma, a lo escolar”, un progreso adecuado en el conocimiento de pieles y deseos. Todo ello discurriendo en el período comprendido por un curso escolar, en sus días lectivos. Y forjado a la vez que el transcurso de las estaciones, imbricándose éstas en el propio discurrir lectivo, al modo en que se avanza en los estudios a través de las etapas fijadas por el otoño, el invierno, la primavera y el punto final que pone el verano. Ese decorado urdido con estaciones y asignaturas se refleja bien en los títulos de los poemas: Primeras lluvias, Hojas que caen, Primavera o Arquitectura de verano, por un lado; y Geografía, Lección, Estudio, Dibujo, Genética o Química, por otro. Pero no sólo se extiende esta alegoría por las páginas del poemario, hay también un uso metafórico recurrente de la guerra y la muerte, que transforma en bélicos los lances del amor y en “petite morte” su consumación. Ese empleo se aprecia palmariamente en el poema titulado Guerra Civil:

Tristemente feliz quedas entonces,
y abatido, tal vez.
Yo, no; yo seguiría planteándote batalla,
procurando de nuevo
desenvainar tu espada.
Soy guerrera.
Una guerra civil civlizada, hermano,
pondría en nuestra historia, ¿te imaginas?
Una guerra de conciliación,
una guerra de amor:
luchando cuerpo a cuerpo,
sedientos de más vida.

Como puede advertirse, se trata de una lección de historia felizmente revisada a la luz de la ética amorosa. El autor finge la perspectiva desde la que aborda la creación —una voz de mujer—, pero se mantiene fiel a lo largo del libro a la verdad de su condición docente, pues Ángel Francisco ha sido profesor durante muchos años, lo que le dota de la experiencia precisa para abordar esta obra en un ámbito, con un léxico y en unos tiempos propios de la práctica escolar. Pero si ese fue su oficio, la vocación del poeta ha sido y es la musical, y de ello también se nutre con acierto el ritmo, las medidas —clásicas, en ocasiones, cuando intercala algunos bien abordados sonetos— y hasta el vocabulario de sus versos. En el propio papel pautado de una partitura parece escribirse el siguiente poema, titulado, además, Música:

Música, tú; batuta que dirige
el primer movimiento entre mi boca,
los primeros compases que preludian
el total desarrollo de mi cuerpo.
Diriges lentamente —adagio ma non troppo—
los sonidos crecientes, los audaces
colores de mi almendro; melodías
mi espalda, audaz silencias
en mi nuca un pasaje delicado;
abres al viento scherzos de mis labios,
contra mi corazón percute el tuyeo.
Hacia el final —tutti presto—, dentro,
eres yo misma y mueres porque muero,
y los violines de los cuerpos, con sordina,
en el último acorde.

Es, en fin, un placer volver a la escuela de la mano de estos Días lectivos, apostarse en los rincones apartados donde se imparte el aprendizaje alternativo de estos amantes que no dejan ni un instante de estudiarse y que hasta invitan a participar a veces de su íntima experiencia —resulta divertidamente delicioso el poema Nueva buena—.  Las ilustraciones de Chelo Sanjurjo, de línea clara, de trazo limpio, concilian bien con el decir de Ángel Francisco, siempre transparente en la intención, comedido en las alusiones y diestro en la escritura de unos versos que cuentan habiendo sido antes adecuadamente contados, ahormados al ritmo narrativo pero poético de un hermoso libro.

En la presentación del viernes no estará, por primera vez en la historia del Premio Cálamo, quien fue su impulsor, Juan Garay. Ha tenido el autor de Días lectivos el delicado gesto de tener presente a Juan en uno de sus poemas, Lección, supongo que otorgándole así a este título la doble intención de mantener el tono escolar del libro a la vez que la de aludir al recuerdo que nuestro amigo nos legó: una auténtica lección de vida, la que los versos le devuelven a la ceniza de su recuerdo.

Regálame esa muerte:
la ceniza dormida que se esconde
en tus arcos salinos.
Tengo un oasis,
sé devolver la vida;
escondo manantiales,
murmullos que reclaman tu desierto.
Te daré una lección


José Carlos Díaz

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