Belarmino llegó poco después de que aparcáramos cerca de la iglesia. Eran poco más de las diez. La mañana estaba fría, muy fría. Venía el viejo al trote desde su casa. Menudo, fibroso, vestido con ropas sucias de trabajo agrícola, embozado en un verdugo de lana verde que le dejaba visibles solo los ojillos, calzado con alpargatas y sin embargo llevando calcetines gruesos como de vellón. Se presentó no sin antes descubrirse el rostro arremangando el largo gorro hasta la frente. Nos abrió el templo ufanándose mientras lo hacía de la carrera que le habíamos visto. No está mal para un anciano de ochenta y dos años –afirmó sonriente-. En Revilla de Santullán, un pueblo pequeño y escondido un par de kilómetros al este de la carretera que lleva a Brañosera, se conserva una más de las joyas del románico palentino. Quizás se construyó como todas ellas empezando por el ábside, que una vez levantado se consagraba para que sirviera pronto de lugar de culto. Luego iban creciendo las naves que le daban cuerpo a aquella cabeza, los capiteles, la portada que la abriría al mundo, sus arquivoltas de encaje, la techumbre recia. Y mientras todo ello se iba haciendo a lo largo de los meses, quienes levantaban el milagro en aquel remoto lugar de la montaña fría del norte castellano, vivían nómadas a la vera de sus obras, montando allí las endebles tiendas, los rudimentarios talleres de canteros, carpinteros o herreros. Traían la piedra los bueyes en los carros y le daban forma los hombres en el lugar mismo donde, sin que quizás pudieran ni imaginarlo, iba a permanecer muchos siglos después su obra tan solo erosionada por el tiempo. Belarmino se plantó bajo la portada de la que es hoy la iglesia parroquial de San Cornelio y San Cipriano y nos hizo reparar en la segunda arquivolta, toda ella esculpida con la última cena. Y el viejo nos pidió que contáramos los comensales. Son quince, aclaró enseguida. Quince repitió enfatizando el número para picar la curiosidad de los oyentes. Los doce apóstoles, explicó, Jesús... y el mismísimo artista que talló la piedra, Michaelis, quien se añadió a la mesa, además de incluir también en la misma, para equilibrar figuras y dar simetría al arco, a uno de sus discípulos, situándose ambos en los extremos del medio círculo trazado. Y no sólo se autorretrató el escultor, sino que firmó y reivindicó su autoría escribiendo por encima de la cabeza la frase “Michaelis me fecit”. Cincel en mano, como Velázquez con su pincel en Las Meninas, y también desde uno de los ángulos de la composición, Michaelis, con ese gesto de vanidad, cruzó la frontera que separa al artesano del artista. Nos franqueó luego Belarmino el paso al interior y nos contó que estuvieron las paredes de esta iglesia cubiertas de hermosas pinturas que representaban escenas bíblicas y que un aciago día de mediados del siglo pasado, unos americanos listos y poco escrupulosos le ofrecieron al cura del lugar arreglar el tejado del templo a cambio de los frescos, y que se hizo el trueque, y que quedaron las paredes entonces desnudas y las misas, eso sí, sin goteras. Belarmino también nos subió al coro y nos invitó a ver el templo desde lo alto, a abarcarlo entero como él mismo confesó hace a diario sin jamás cansarse y tantas veces como visitas acompaña, hablándoles a su modo a todos cuantos llegan de estilos arquitectónicos, de arcos fajones, de capiteles historiados, de románico palentino. Belarmino nos contó también sobre su pueblo, donde ya sólo viven tres ancianos, los tres enemistados entre sí, hasta el punto, según relató, de que uno de sus dos vecinos enfermó y no queriendo, por orgullo de enojado, pedir auxilio a los otros, llegó a perder una de sus piernas. Y Belarmino lo llamó pobre imbécil y no dudó en afirmar que le hubiera prestado cuanta ayuda hubiera precisado, que las rencillas de los pueblos son malas, pero que él las soporta entretenido con los turistas, que cada vez vienen más, que lleva de ellos la cuenta y el verano pasado superaron los mil, que le viene bien esta obligacion porque ahora anda más solo, su mujer murió ya van cinco años, que tiene un hijo militar que ve de Pascuas a Ramos, que llevemos cuidado en el viaje, que ha oído en la radio que se han matado ya unos cuantos en la carretera esta Semana Santa, y que se va a mirar el puchero, que lo tiene al fuego. Y uno piensa que bien merecido tendría este Belarmino parlanchín y entrañable que lo tallasen a la vera de Michaelis, con el verdugo de lana arremangado hasta las sienes, para tener así la boca franca, por lo de la cháchara, que la cena la tendrían apóstoles y canteros siempre mucho más animada.
11 comentarios:
Precioso.
Permíteme transcribirte una cita extraída de la entrevista que Jhon Carlin le hace a V.S Naipaul en EPS el 18/5/2002
..."El mismo ha contado que cuando empezó a escribir sobre viajes, hace unos 40 años, hizo lo que habían hecho otros autores del género: escribía eso que desdeñosamente llama ahora "autobiografía", sus reaciones personales ante las cosas, y "paisaje", es decir, la descripción de la superficie de las cosas. Según reconoce, tardó muchos años en comprender que la literatura de viajes sólo tenía un valor perdurable si se ocupaba de la gente y de las circunstancias vitales de esa gente"
Lo dicho: precioso
Un abrazoq
Me sumo a la felicitación. La situación y algunas palabras de tu texto (es verdad, precioso) me han recordado los versos de Ezra Pound en su
Canto XLV
'Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra',
cuando escribe:
"No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis,/
no hubo iglesia de piedra con la firma: Adamo me fecit."
La resonancia de la vieja fórmula latina se multiplica en las piedras y en la poesía. Un abrazo.
Bienvenido.
Estoy disfrutando muchísimo con lo que escribes. Gracias.
Saludos.
Precioso texto. Y la cita de Alexandrós, que viene al pelo.
Rayuelita... ¡Cuánto te admiro niño!
Ya leí estas entradas no sé cuántas veces y mira que no me canso de repasar las líneas cada vez que entro.
Bienvenido querido diario... Vaya que se te extrañó ¡malvado!
=)
Un abrazo a la familia, y otro para ti desde luego.
Bonita semana.
Qué bien escrito, Diarios.
¿Entonces, definitivamente Palencia es la bella desconocida?
Veo que la casi locura causada por la soledad de las aldeas, tan alejada del bucolismo con que nos imaginamos la vida en el campo, no es exclusiva de estas tierras. Qué horror, siempre igual. Pero es lógico, yo creo que es muy lógico; nadie aguanta eso.
Un abrazo.
Pues nada, que muchas gracias a todos por haber vuelto por aquí. Me satisface que estos textos del pequeño viaje realizado en Semana Santa os gusten.
Las citas, tanto la de Alexandrós como la de Juan Domingo, merecerían por sí mismas una entrada. Creo que la reflexión de Naipaul es muy acertada.
Estos diarios que hace años vengo escribiendo, y de los extraigo algunos trozos que cuelgo en esta bitácora, están trufados también de apuntes pergeñados en mis escasos y no muy lejanos viajes. Al final del día, suelo pergeñar esbozos de los sucedidos que a uno o a los suyos le han pasado o se han visto u oído. Sin ese contexto de cosas menudas, lo que se va a ver, paisajes o construcciones, serían sólo la copia de lo que podría alcanzarse a través de la red con sólo pedirle a google que nos lo mostrase.
Querido Porto, supongo que en tu comentario te refieres a la historia que nos narró Belarmino, la de la amputación de una pierna a su vecino. Ya sabes: pueblo pequeño, infierno grande (siempre me lo recuerda mi madre, que es de un pueblo muy pequeñito).
Respecto a Palencia, supongo que le sucede como a cualquier otra provincia que se recorra, en todas pueden hallarse lugares recónditos donde la vida transcurre a otro ritmo y las gentes están deseado que se les hable y, sobre todo, que se les escuche.
Rox, me encanta lo de Rayuelita. Si tuviera menos pudor, firmaría desde ahora con ese nombre.
Abrazos para todos.
Felicidades: unas crónicas bellísimas y una oportunidad, la que nos brindas, de viajar y tocar con las manos los lugares en los que no hemos estado.
Bienvenido y un saludo.
Sí, me refería a lo de la pierna. Y está muy bien la frase, que ahora que la he leído me suena de antes.
Gracias.
Buenas tardes. Yo estuve el verano pasado viendo las iglesias románicas del norte de Palencia. Sus textos y las fotografías me han traído buenos recuerdos, aunque Belarmino también podía ser un viejo malhumorado. Cuando llegué a la aldea, no había nadie en la puerta, sólo un teléfono. Alguien llamó y mientras esperábamos vinieron más turistas. En total seríamos unos quince turistas o familias como decía el viejo. Cuando llegó y abrió la puerta entramos todos corriendo a ver aquella maravilla y a hacer fotografías. El viejo se enfadó porque quería que entrásemos las familias de una en una. Se negó a explicarnos nada y sólo habló para pedirnos un euro por cabeza ante el asombro de algunos y la risa de otros. Después perdí las fotografías en el ordenador y pensé que tenía que volver. Espero que Belarmino esté de mejor humor.
:)
Por lo que cuenta, creo haber tenido la suerte de conocer a Belarmino en uno de sus días buenos.
Gracias por su visita, Neves. Acabo de pasarme por su blog y me ha parecido muy interesante. Repetiré.
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