Decía Martín López Vega en un hermoso libro, Cartas portuguesas, que publicó a una edad insultantemente joven –el adverbio se justifica atendiendo a la calidad de los textos que en él se incluían, más propia de un autor que tuviera ya a sus espaldas una dilatada carrera literaria-, que "el diario tiene una ventaja sobre cualquier otro formato que podamos elegir para la escritura, y es que en él son utilizables todos los demás”. Mis diarios, los que escribo desde hace ya unos cuantos años se van nutriendo, al modo en que se describe en la cita apuntada, de un montón de pequeñas cosas: notas de los días, poemas, recortes de prensa, reseñas de lecturas, películas, miserias cotidianas, cartas y correos de amigos, ocurrencias de mi hijo, asuntos de familia, vida en fin. Lo que primero fue Rayuela y luego Diarios de Rayuela era, es, la sangría que uno le hace al canal por donde viaja lo que se escribe de continuo. Estos aliviaderos empezaron a publicarse ya hace ocho años en un revista trimestral que se edita por estos lares. Y hace ahora casi medio año en esta bitácora. Si se les dio ese título no fue por homenajear a Cortázar –nada vergonzante habría en ello; mucho he disfrutado en ocasiones de su literatura-, sino porque en el juego de la rayuela uno anda de casilla en casilla, saltando como puede, y siempre con la sana y pretenciosa intención de llegar al cielo. Así andan, pues, estos escritos, de escaque en escaque, ocupándose de lo que sale al paso mientras pasan los días. A veces, como ha ocurrido en los últimos apuntes, esta costumbre de convertir el papel en un negativo de lo que se observa se convierte en un remedo de cuaderno de viaje. Ciertamente disfruto mucho cuando ello sucede. Soy un viajero modesto, de pequeñas distancias, muy dado a las carreteras secundarias y los pequeños pueblos, que con el tiempo cree haber aprendido a apreciar especialmente ese tipo de paisajes que dan silencio cuando alguien los pinta y abrigo cuando se recuerdan. Supongo que ya es momento de que empiece a llevar a mi hijo a lugares como el Prado, de que cruce con él alguna frontera, de que viajemos juntos en metro y nos sintamos a la vez confundidos por los ruidos, las luces y el gentío de ciertas grandes ciudades. Pero sólo de pensar en ello me descubro penosamente transido por una invencible pereza. Así que en tanto llegan esos otros viajes inevitables, apuro las menudas cosas en las que uno piensa mientras anda por rincones menos concurridos y más acogedores.
El último de los días que amanecimos en Cordovilla de Aguilar, la mañana estaba nublada. Mientras desayunábamos parecía incluso que se columpiaba al otro lado de las ventanas una lluvia de aguanieve. Hay veces en que uno sale como de sí y es capaz de verse desde arriba, en una toma casi aérea. Sucede así en esas ocasiones en la que nos sentimos especialmente a gusto o, por el contrario, en las que estamos tan derrotados que hasta parece que ese desgraciado que queda abajo no tiene con nosotros más que un leve parecido físico. Estos días de vacaciones, mientras desayunaba lograba despegarme por unos segundos del suelo y me daba una dicha enorme pasearme por encima de la mesa donde compartía el desayuno al lado a mis amigos y sus hijas, al lado de mi mujer y de nuestro pequeño, juntos, descansados, bien avenidos y sin más obligaciones por delante que disfrutar del viaje. Contemplaba la escena imaginándome que así debe de ser la cara amable de las familias numerosas. Otra cosa, claro, sería que en realidad lo fuéramos. Por la noche, de vuelta ya en casa, me pareció que se nos hacía un poco raro cenar sin la misma compañía, sin el bendito bullicio de las mañanas.
12 comentarios:
Por un momento me ha dado un vuelco el corazón creyendo que era tu última entrada. Ya veo que el viaje se refiere a la Semana Santa. El Prado o las fornteras o el pueblo de al lado, qué más da. El caso es compartirlo como tú lo haces.
Un abrazo.
!Ay¡ Y a mí casi un infarto. ¡Qué susto!
Querido Diario, Rayuelita (señalo que lo anterior tiene copyright, más lo comparto contigo, y lo comparto porque es desde el cariño, el cariño quien te nombra, valiéndose de mi teclado y de mis manos -habría que tener veinte manos para nombrarte veinte veces, o hacer de este pedacito de hoja una resma-).
Es que quizá el viaje se realiza a medida que se avanza o se retrocede, acaso cuando se permanece estático. La vida asume sus formas, y el camino también, no es más camino el que se traza de la puerta hacia el trabajo, ni menos el que llega un día de mucho viento frío en alguna primavera lejana.
Tus diarios, es cierto, conservan un poquito de esto y aquello, tus diarios son un conjunto de palabras con peso y forma, aroma... sustancia. Yo -ya te lo había dicho en algún comentario- disfruto cuando compartes conmigo (porque hago para mí la lectura por egoísta que soy) esos matices de casa, quizá por la simplísima razón de que al igual que tú, yo me suspendo y en la mirada abarco la mesa servida y los comentarios tan tiernos y sabios de tu hijo, porque quizá de alguna manera, siendo tú tan generoso, pienso, o me gusta pensar, que me invitas a tomar parte en la cena... y bebo mucho, mucho, hasta que los cántaros rezuman, silencios, palabras.
Por eso me gusta entrar aquí, sin mencionar que he aprendido en este lugar tantas cosas. Confesaré algo para ti, querido J., desde que he comenzado a leerte, incluso he sentido el impulso de escribir -dejando un poco la poesía-, algo de prosa, y aunque muchas veces, quizá por inseguridad todos esos escritos se quedan guardados en el ordenador, yo te lo agradezco... porque sin proponértelo y sin saberlo siquiera, ya estás haciendo algo por mí, pues me motiva la idea de que alguna vez, algún día, yo pueda escribir algo tan bello como lo que escribes a diario; así... sensible, divertido, sobrio, tierno, bondadoso, amigable, sereno, complejo, dinámico, cargado de sentimiento, vivencia, experiencia, conocimiento (seguiría ampliando la lista, pero ya me extendí mucho)
Excelente semana.
=)
(no hagas caso de los signos de admiración despistados, por favor)
También me he asustado, no he tenido tiempo de leer todo lo escrito.
Estoy viajando contigo por sitios conocidos y algunos, ya, olvidados.
Me voy emocionando y recordando los campos de Castilla.
Te agradezco el que me hayas hecho recordar esos hermosos tiempos de toda la familia.
Saludos
No estaba en mi ánimo dar a entender que el fin del título aludiera a otra cosa que no fuera un breve remate al pequeño periplo palentino, del cual se han pergeñado aquí algunos apuntes -me temo que no convenientemente dosificados-.
Se agradece el cariño -a todos nos gusta que nos quieran-. A Paco y a Rox, porque ya se les nombra en casa como si fueran de la familia. Y a Luna, que ha empezado a leer este diario con tanta generosidad.
Un fuerte abrazo.
Gracias mi niño, te lo agradezco. Saludos y mis mejores deseos para hoy.
(Ya tendré que acostumbrarme entonces a alargar las entradas en tanto van llegando las siguientes)
=(
Esa declaración de principios (casi como una poética, ¿no?) se compadece bien con los resultados; así que enhorabuena: casan los propósitos y el fruto, el plan y la cosecha.
Un saludo.
Muchas cosas de estos días tuyos me parecen envidiables.
Con respecto a esto, Soy un viajero modesto, de pequeñas distancias, muy dado a las carreteras secundarias y los pequeños pueblos..., no puedo más que felicitarte.
Un abrazo.
Al hilo de estos apuntes de viaje, Juan Domingo, me encontré escribiendo, casi sin plan previo, esa reflexión que denomina "declaración de principios" o "poética". No creo que llegue a tanto. Los diarios son también, aunque no quede dicho en esos párrafos iniciales, una manera de entenderse mejor a uno mismo y lo que hace. Por ahí, supongo, van los tiros.
Muchas gracias por sus visitas. Le leo igualmente siempre que puedo. En ocasiones a esas horas en que anda uno pegándole patadas en los tobillos a la mañana (permítame el plagio) y busca el alivio de un café calentito o unas palabras bien engarzadas.
Un abrazo.
Querido Porto, uno escribe muchas veces por miedo, creo, a que aquello que le procuro dicha pueda perderse definitivamente. La memoria no tiene cuerpo de genio bueno y, por ello, no siempre sale del interior de las lámparas de aceite o de los frascos de colonia. Así que bien vale el esfuerzo de retratarla en palabras cuando merece la pena.
Respecto a las carreteras secundarias, voy a hacerle una confidencia: antes de nacer mi hijo, viajé mucho por España con mi mujer, en coches no siempre muy fiables y evitando las vías rápidas. Nada me daba más placer que disfrutar del paisaje transitando a poca velocidad, con el cristal de la ventanilla bajado y el codo al aire, con esa displicencia un poco chulesca de quien no tiene prisa ni ganas de tenerla.
Un abrazo.
Sin ninguna duda tu blog es una de mis lecturas favoritas.
Un fuerte abrazo
Pues este comentario último tuyo me hace insisitr en felicitarte por tu actitud, por saber cuál es la buena...
Un abrazo.
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