lunes, enero 08, 2007

Resumen navideño

Se ha acabado, por fin, todo este trajín de celebraciones, compras compulsivas, barullos por calles y tiendas, reuniones familiares, comidas desmesuradas... En Blade Runner había una frase final que de modo elegíaco resumía la película: “All those moments will be lost in time, like tears in rain”. Algo así como “todos aquellos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. De la Navidad y sus adiposidades deberíamos, por el contrario, lamentar no el tiempo ido, sino el tiempo perdido.

De los apuntes que he ido pergeñando por los harapos de moleskine que siempre llevo en los bolsillos, rescato ahora algunos extractos fechados.

Sábado, 30 de diciembre de 2006

Por la mañana me levanté temprano y me fui a caminar. Llegué hasta el Rinconín. A la vuelta escuché en la radio que habían ahorcado de madrugada a Sadam Hussein.

Después de desayunar, la radio dio otra nueva última noticia: ETA acababa de romper el alto el fuego con un atentado en el aparcamiento del aeropuerto de Madrid. Precisamente ayer habíamos visto en el canal CTK un documental titulado Trece entre mil, sobrecogedor testimonio de algunas de las víctimas del terrorismo vasco. Al final de la película nos preguntábamos por qué aún no se había emitido a través de alguna de las cadenas públicas estatales a una hora de alta audiencia; por qué se había hablado tan poco de este valiente trabajo del realizador Aurelio Arteta y, sin embargo, tanto del dirigido por Julio Médem, La pelota vasca. A mi juicio, en este último, dando voz e imagen a todas las posturas existentes acerca del mal llamado “conflicto vasco”, tanto a las que se mantienen en el ámbito democrático, como, con extraña y generosa igualdad, a las que deliberadamente se sitúan al margen y lo torpedean, se trataba de que el espectador tuviera una perspectiva plural, de modo que pudiera, al fin, conocer cuáles son los motivos que han generado la sangría etarra. Sin embargo, después de vista la película, lo único que, creo, se lograba no era sino que los demócratas se reafirmaran en su idea sobre la irrecuperable y grave estulticia con que se maneja el mundo abertzale, desde el que, posiblemente, a lo único que se habría prestado atención en toda la cinta sería a los discursos onanistas e iluminados de Madariaga y Otegui. Por el contrario, el documental de Arteta es mucho menos pretencioso y, sin embargo, mucho más efectivo. Se trata sólo de darles la oportunidad de expresar el dolor que aún sienten, muchos años después, a quienes perdieron hijos, esposas o maridos en atentados siempre injustificables. Curiosamente, en casi todos los testimonios se reiteraba una queja común: era ésa la primera vez que alguien les acercaba un micrófono para que pudieran explicar cómo se habían sentido entonces, cómo se sentían todavía hoy, y que de ese modo, compartiendo su dolor, haciéndolo llegar a muchos a través de las imágenes que lo grababan, consiguieran, por fin, liberarse del anonimato, paradójicamente culpable, al que, para vergüenza de este país, se les condenó desde que ETA les privó no sólo de sus seres queridos, sino de gran parte de su futuro.

Más tarde, vi las imágenes de Sadam conducido al patíbulo. Sus verdugos iban encapuchados. El ajusticiado no parecía oponer resistencia alguna a su muerte. Esa postrera dignificación del sátrapa ha sido el despropósito último de una invasión que, a estas alturas, ya nadie duda de que fue un macabro error que el tiempo ha ido convirtiendo en un interminable horror.

Lunes, 1 de enero de 2007

Quizás la sensación más agradable de esta mañana es la absoluta falta de secuelas. Me explico: ni malestar estomacal, ni dolor de cabeza, ni cansancio físico, ni rastro de buen propósito alguno. Decididamente, el fin de año me ha dejado indemne. Para lograr este bienestar en fecha tal, supongo que se precisa haber cumplido unos cuantos años, haber renunciado definitivamente a las fiestas de obligado cumplimiento y, sobre todo, poseer, por fin, una cierta templanza ante la demasía de viandas, vinos, licores, músicas y entusiasmos.

Martes, 2 de enero de 2007

El verano pasado, a la sombra de unos fresnos en Hervás, leí la biografía de Chéjov escrita por Natalia Ginzburg. Ahora, unos meses después y tras enfrascarme en la lectura de los Cuentos imprescindibles de Chéjov, en la edición así titulada por Richard Ford, me he decidido a leer una nueva obra biográfica sobre el autor ruso, La vida de Chéjov, de Irene Nemirovsky. Además, al tiempo que la leía, alternaba su lectura con la obra de la Ginzburg, encontrando que ambas se complementaban bien.

Viernes, 5 de enero de 2007

La condición de víctima del terrorismo no hace necesariamente mejores a las personas. Las vuelve, quizás, más transparentes, permitiendo conocer, de modo mucho más nítido, lo que cada una de ellas guarda en su interior. Allí donde, por mucha que fuera la desolación albergada, siempre debería ser posible echarle arrestos a la razón. Así al menos, intuyo, que lo intenta en todo momento Maite Pagazaurtundúa. Por eso siempre resulta tan conmovedoramente convincente.

Oigo cómo cruje el papel de regalo en las manos de mi mujer. Envuelve los reyes, que eran antiguamente tres señores montados a lomos de dromedarios y son ahora, así sustantivados y empaquetados, una especie de metonimia a través de la que sustituimos al autor por la obra: si un Murillo ya es para siempre un cuadro con Virgen, unos reyes son, sobre todo, unos regalos envueltos con mimo la noche del cinco de enero. Y buen cuidado que se ha de poner en este trabajo nocturno y clandestino, que mi hijo hace nada que ha subido a su habitación tan agitado por los nervios de esta fecha que puede que aún no se haya dormido.

Sábado, 6 de enero de 2007

EL PAÍS nos descubre hoy en su página 33 a quien tradujo al castellano la obra de Tolkien. Tiene 92 años, es argentina y reside en un asilo de Ibiza. Firmó siempre sus traducciones con el nombre de Matilde Horne, aunque su apellido es Zagalsky. “Firmo con el apellido de mis hijos porque me pareció que tenía que dejarles el recuerdo del padre que no estaba”. Leyendo aprendió inglés y francés. Ha traducido a autores como Tolkien, Doris Lessing, Angela Carter, Stanislaw Lem, Ray Bradbury... Trabajó hasta los 86 años, cuando sus ojos dijeron basta. Ahora le gusta recrearse con las palabras que ama: “La palabra llovizna me parece hermosísima, con esa elle como tartamuda y los sonidos que vienen a continuación; me gusta mucho. Otra que me impresiona es muñón; me parece terrible: es un trozo de carne que no está vivo, pero tampoco está muerto. Me estremezco cada vez que la oigo o que lo veo, porque aquí en la residencia...”. En 1978, época en la que las dictaduras militares triunfaban en Sudamérica, Matilde se instaló en Barcelona. Tradujo entonces Las dos torres y El retorno del rey, de la saga de El señor de los anillos. Pero disfrutó más traduciendo Los libros de Terramar, de Ursula K. Le Guin; Solaris, de Santislaw Lem, o La pasión de la nueva Eva, de Angela Carter. Matilde cobra al mes 300 euros de pensión no contributiva. “Unos 240 van a parar a la comida, que tengo que pagar y no me gusta, y el resto me lo guardo para pagar el teléfono móvil; es la única manera de comunicarme con mis amigos y mi familia”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Seas bienvenido querido Diario.

=)

¡Ya se le extrañaba!