La Universidad Laboral se levanta en un pequeño altozano de Cabueñes, a las afueras de Gijón. Parece un gran saurio del jurásico franquista irguiendo su cabeza-vigía por encima de la ciudad. Pero hace tiempo que no es más que una torpe taxidermia llena de escamas tatuadas con yugos y flechas. Un animal prehistórico con una raída bolsa marsupial donde dormitan viejas águilas imperiales. Una piel de piedra cosida con torpes pespuntes por donde el aire se ha filtrado pudriendo lentamente sus órganos vitales. Ahora le han abierto por fin todas las costuras, le han quitado el pútrido relleno y la están reconstruyendo por entero. A la nueva Laboral la están dejando sin los símbolos del antiguo régimen, puliéndole los sillares, ocultando frescos y amputando forjas. Y a uno le parece que todas esas señas de rancia identidad no estorbarían en la nueva construcción. Conjurada definitivamente su perversa sombra, serían ya sólo un recuerdo histórico. Permítaseme la analogía: como si en ARCO a algún artista le diera por exponer una estatua ecuestre del dictador pintada de rosa y atándole a su saludo fascista una bandera arcoiris. Muerto el perro, la rabia es materia forense.
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