Estaba cansado. Era viernes y la semana había resultado dura. Me senté después de comer en el salón y puse en el vídeo un episodio de La Historia del Jazz, una película dirigida por Ken Burns en la que se narra, a través de doce capítulos, cada uno ellos aproximadamente de una hora de duración, la azarosa evolución de este estilo musical y la vida de muchos de sus intérpretes. Un recorrido que se muestra a través de imágenes y sonidos muy bellos. El episodio que elegí fue el titulado Irresistible, ambientado en la época del bebop, con continuas referencias a Charlie Parker y Dizzie Gillespie. Seguía las imágenes atentamente recostado en el orejero hasta que la narración se detuvo en 1954. La voz en off contó que en marzo de ese año, Charlie Parker estaba tocando en el club Oasis de Holliwood. Que había dejado temporalmente las drogas, pero que hinchado y siempre desaliñado, su salud empeoraba por el mucho alcohol que consumía. Entonces, recibió un telegrama de Chan, su mujer, desde Nueva York, en el que le comunicaba que la hija de ambos, Pree, había muerto de neumonía. Se ve a la pequeña en una foto sonriendo y a Bird en otras cuantas instantáneas visiblemente abatido. A continuación aparece en imágenes, hablando mientras fuma, su viuda, Chan Richardson Parker. Se la ve consumida al cabo de los años y como ajena a una historia, a un hombre y a unas imágenes, las de su marido y su hijita, que no han envejecido a la vez que ella, que se fijaron para siempre con la muerte en aquellos años cincuenta. Dice Chan: “Desde que Pree nació siempre estuvo enferma. Y ningún doctor supo por qué. Un especialista del corazón y pediatra descubrió por fin que tenía un soplo en el corazón. Pero entonces aún no se practicaba la cirugía a corazón abierto.” La noche que recibió la noticia, Parker envió cuatro telegramas a Los Ángeles dirigidos a su mujer. Cada uno de ellos más incoherente que el anterior. Escribió en el primero: “Querida, la muerte de mi hija me ha sorprendido más que a ti. No prepares el funeral hasta que llegue ahí. Debo ser el primero en entrar en la capilla. Perdóname por no estar ahí contigo mientras estabas en el hospital. Sinceramente tuyo, tu marido, Charlie Parker”. Y luego: “Cariño, por el amor de Dios, aguanta. Charles Parker”. El tercero sólo rezaba así: “Chan, ayuda. Charlie Parker”. Y finalmente, en el último y más conmovedor le decía: “Mi hija ha muerto. Lo sé. Estaré ahí lo antes posible. Mi nombre es Bird. Se está muy bien aquí. La gente ha sido muy buena conmigo. Enseguida voy. Tranquila, déjame ser el primero en acercarme a ti. Soy tu marido. Sinceramente. Charlie Parker”. Chan recuerda también en la cinta lo que significaron para ella aquellos mensajes desesperados: “Recibir esos telegramas fue horrible. Estaba en estado de shock. Me estaban dando tranquilizantes. No quería desprenderme de la bata de mi hija, de la bata con la que la llevé al hospital. Y entonces, a cada hora, recibía un nuevo telegrama. Y eso fue horrible para mí, horrible. Estoy segura de que Bird no se daba cuenta. Segura de que estaba pasando por su propio sufrimiento”. Y todo transcurría en la pantalla mientras sonaba al fondo el saxo de Charlie Parker. Son sólo unos minutos, muy pocos, una historia real y una narración sin adornos ni trampas sentimentales. Pero me arrugó la entrañas de tal manea que paré la cinta y busqué una vieja edición de cuentos de Cortázar donde recordaba haber leído hace muchos años la recreación literaria de esa historia, en el relato titulado El perseguidor. Es una narración densa donde los personajes no están al servicio de una historia fantástica –como sucede a menudo en los cuentos de Cortázar-, sino que el mismo protagonista determina el desarrollo del relato. A través de Bruno, un crítico de jazz que escribe sobre la biografía y la música de Johnny Carter -trasunto del propio Charlie Parker-, asistimos al derrumbe final de la corta vida del saxofonista. Su música, como su propia existencia, era una indagación arriesgada. Y el propio narrador nos la describe con una precisión tal que de repente descubrimos, por analogía con otras artes, la revolución que supuso el bebop: “Este jazz desecha todo erotismo fácil, todo wagnerianismo por decirlo así, para situarse en un plano aparentemente desasido donde la música queda en absoluta libertad, así como la pintura sustraída a lo representativo queda en libertad para no ser más que pintura”. Asistimos a una vida condicionada por las adicciones y la genialidad: “Cualquiera puede ser como Johnny, siempre que acepte ser un pobre diablo enfermo y vicioso y sin voluntad y lleno de poesía y de talento”. Ese funambulismo suicida del protagonista del relato de Cortázar lo lleva a un final trágico. En ese recorrido se suceden continuos infortunios. El más terrible de todos es el de la muerte de su hija, que se narra del modo que sigue: “Secuencias. No sé decirlo mejor, es como una noción de que bruscamente se arman secuencias terribles o idiotas en la vida de un hombre, sin que se sepa qué ley fuera de las leyes clasificadas decide que a cierta llamada telefónica va a seguir inmediatamente la llegada de nuestra hermana que vive en Auvernia, o se va a ir la leche al fuego, o vamos a ver desde el balcón a un chico debajo de un auto. (...) Esta mañana, cuando todavía me duraba el contento por saberlo mejorado y contento a Johnny Carter, me telefonean de urgencia al diario, y la noticia es que en Chicago acaba de morirse Bee, la hija menor de Lan y de Johnny, y que naturalmente Johnny está como loco. (...) – Bruno, me duele aquí –ha dicho Johnny al cabo de un rato, tocándose el sitio convencional del corazón-. Bruno, ella era como una piedrecita blanca en mi mano. Y yo no soy nada más que un pobre caballo amarillo, y nadie, nadie, limpiará las lágrimas de mis ojos.” Onetti fue uno de los primeros lectores de El perseguidor y de inmediato le escribió a Cortázar una carta –él que no solía escribir cartas- mostrándole su entusiasmo. Contó en una ocasión Dolly Muhr, la mujer del uruguayo, que cuando terminó de leer el cuento se fue al cuarto de baño de su casa y rompió el espejo de un puñetazo. Tanto le había gustado la descripción de la muerte de Bee. Nadie, dijo al saberlo Cortázar, había tenido una reacción más conmovedora. Y cierto es que El perseguidor sobrecoge por su intensidad y belleza, pero no es menos perturbadora la cruda literatura de los cuatro telegramas de Charlie Parker.
4 comentarios:
Literatura como la vida misma, en efecto. La historia del jazz está repleta de episodios de ese jaez, muchos con un lado tragicómico. Por encima de todos queda la música, si es que algo justifica (o explica) tanto dolor y tanta pasión exhausta en sí misma.
Un abrazo.
Terrible. Todo terrible.
No hay consuelo.
La pequeña compensación: que alguien sepa sacar arte del sufrimiento, ya sea con literatura, ya sea con la música. Para aliviarnos de nuestra condición.
Un saludo.
Tampoco es menos perturbadora la descripción y el ritmo de esta entrada.
Muy interesante, duro y completo episodio.
Vida y Literatura.
Un abrazo.
Parece casi inexplicable que la muerte de niña pequeña, desconocida, acaecida hace cincuenta años me golpeara de repente tan fuerte. Quise saber cómo se contaba eso y leí a Cortázar. Pero creo que la respuesta estaba en los telegramas de Parker.
Un abrazo a los tres.
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