domingo, octubre 21, 2007

Cimavilla

El viernes se presentó el libro Cimavilla de retornos, pasiones y canallas. Fotos de Juan Garay y textos de mis amigos Emilio Amor y Juan Ignacio González. Se proyectaron en el salón de actos del Centro Municipal de La Arena las imágenes. Se extractaron para la lectura algunos párrafos. Fue un acto breve y aseado. Se unen en la obra sensibilidades distintas. Convergen en ese rincón de la ciudad que se volvía isla cuando las mareonas convertían la rocosa península donde nació nuestra ciudad en un pedazo de tierra a la deriva. Conforme se sucedían en la pantalla los bellísimos encuadres que se incluyen en el libro, fueron hablando los autores de las partes de que el libro consta. De retornos, porque todo lugar que convoca regresos merece una elegía. De pasiones, porque allí donde la temperatura del corazón o de las ingles escala grados hay un montón de historias encarnizadas. Y de canallas, que si transita gente de mirada turbia, solapa enhiesta y tatuajes que ponen “amor de madre” suele haber un puerto cerca, mucho polizón sin amarras y un dédalo angosto de calles con peligro. De todo eso y mucho más se escribe y se fotografía en Cimavilla.

De los retornos

Soñé durante años con este regreso. Y si nunca volví hasta ahora no fue razón la pereza, sino el hondo temor con que a veces nos acobardan los presentimientos. El aventurar, por ejemplo, que esa cruel desposesión que es el tiempo habría convertido las calles, los rostros y los muelles que el formol de mi memoria conserva intactos, en lugares distintos y difícilmente reconocibles, donde ya nunca le hallaría acomodo cierto a los recuerdos: a las rederas oficiando su labor de penélopes en el puerto, al olor de amoníaco de la fábrica de hielo y a la plata rutilante de los bocartes cubiertos por la escarcha y los felechos. La añoranza es mucho más que un museo de cera. Tiene aromas, sonidos y hasta estaciones por donde transitan primaveras de dichas y otoños de desdichas. He vuelto porque, finalmente, me ha podido el deseo de alojar por unos días entre la carcoma de mis huesos el más pequeño resquicio que pudiera hallar de cuando aquí viví y era joven; aun sabiendo, como sabía, que todo aquello hoy yace en profundo bajo la arena de los días.

José Carlos Díaz

Una pasión

Al final de todo la luna llena sobre la noche fría
Como un
sombrero en una esquina oscura,
Como un espejo entre las sábanas

Tal vez me hables como un ángel, con palabras tendidas
Desde tu corazón en el extremo de un ancla,
Y esos ojos de risa, gatopardos

Tal vez me hables de un amor que no exige palabras

Emilio Amor

Un ambiente canalla

Hay bares que redimen del mal de la vida y bares que apuran el mal de la muerte, bares que amanecen contigo y resuelven las duras llamadas del lado del tiempo, bares con noches canallas y bares con tipos sanguíneos que tiran de faca. Bares que te buscan y bares que anuncian las últimas horas de la madrugada, bares que prometen robarte la vida y cumplen promesas y pagan la cuenta, y bares que buscas pero no hallas nunca, y bares que quieren que nunca los halles. Hay bares de esquina y bares de infancia y del último trago. Bares de ignominias y de escapularios, de putas y artistas y de confidentes. Bares de borrachos y de malos tragos que ronda la dura verdad del suicida. Hay bares que duermen con la luz prendida por si necesitas la ruina y la calma, bares de la noche y bares del día que clavan la duda y hurgan en la herida, bares con la música pegada a la barra, lánguida de noche y ávida de cama. Bares que se esconden y bares que acechan, bares con idus de marzo que aguardan a que te descuides pa matarte el alma. Hay bares de sombras y bares de luces que cierran persianas y abren madrugadas. Bares donde hallarte y donde dejarte, de escotes de gatas, de rubias de frasco, de tipos cretinos y tipos cetrinos. Bares de chaperos, de cuero y de napa, bares donde amarse, y bares de Chueca y de Malasaña. Bares sol y sombra de las madrugadas, llenos de albañiles con hembra en la barra. Hay bares que huyen conmigo y hay bares que acaban la noche con la mar en calma, y bares de sueños que anuncian el alba, y lloran contigo porque es medianoche y aún hay esperanza. Hay bares que alumbran criaturas de hambre, bares de muchachas con ojos de selva y sal en el vientre, de ritos y danzas, y bares que nunca sabrás que te aguardan. Bares que te duelen de tanta nostalgia y bares que te matan de muerte barata. Bares que no existen aunque hayas estado, bares que te acechan y bares que te espantan. Y hay bares de todos y bares de nadie, bares que prometen pero luego nada.
Juan Ignacio González

3 comentarios:

Sir John More dijo...

Tienes una ciudad profundamente fotogénica, amigo mío. Algún día la visitaré sin jaleos y me traeré todos los rincones posibles en mi cámara y, probablemente, en mi corazón...

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Sí que lo es, en efecto, Juanma, y espero que acogedora también.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

No conozco a ninguno de los autores...¿puedes felicitarles de mi parte? son magnífico los tres.

Saludos