jueves, febrero 28, 2008

Historia de un haiku

Me acerco al Muro. Día cálido. Mar calma. Hace sólo unos días que escribía un correo a un amigo hablándole de esta placidez de la bahía, de estas pleamares que alcanzan la orilla con el ritmo lento de lo vivo en descanso, con igual palpitación que los organismos tibios sobre los que es agradable reposar la mano. Por el pedrero el agua tiene hoy, además, una transparencia azul casi mediterránea. Andan entre las rocas los vuelvepiedras. Lo picotean todo frenéticamente. Marisquean. Subo hacia la Providencia. No sopla el aire. El océano calla. Apenas si me cruzo a nadie en el camino. Es sorprendente el peso que adquiere lo que uno va pensando cuando pasea solo en medio de la naturaleza y casi en el más absoluto silencio. Las pequeñas reflexiones, que son casi siempre como trazos borrosos, toman entonces cuerpo, perfil. Un par de millas mar adentro, un pesquero parado se balancea mientras echa redes. Lo sobrevuela una pequeña turbulencia de gaviotas. Chillan. Huelen el cebo o presienten la captura. Al borde del sendero un pequeño azulejo marca la distancia que media hasta las termas romanas. Cuatro kilómetros y doscientos cincuenta metros. Sigo subiendo. Antes de Peñarrubia me desvío hacia el pequeño parque asomado sobre el acantilado. Media docena de bancos vacíos. Un enorme trozo de chatarra oxidada. Fue parte de la proa del Castillo de Salas. Un barco cargado de carbón que se hundió frente a la playa hace más de veinte años. Aún sigue desde entonces el Cantábrico arrojando hollín algunos días al arenal de San Lorenzo. Dice la canción que la mina de La Camocha va bajo el mar, que por eso los mineros oyen las olas bramar. Pero ese ocasional rastro negro que tizna la playa no es del pozo, sino del pecio. Sacaron a la superficie lo que pudieron del barco no hace mucho. Un trocito se lo llevó Rubio Camín a este paraje. Lo posó sobre una base de hormigón. Lo convirtió en una escultura herrumbrosa por cuyos ojales se columpia el horizonte. Llevo casi una hora caminando. Vuelvo ya sobre mis pasos. No luce el mismo sol. No tiene el día igual transparencia. Paso al lado de unos viejos que conversan sentados cara al mar. Un perro grande de lanas, sucio y añoso se despereza a sus pies. Empieza a enfríar, dice uno. Ye que ta bajando la neblina, dice el otro. Es cierto. Ya no se precisa allá lejos la juntura. Esa de la que se hablaba al comienzo de El corazón de las tinieblas: “en la lejanía, el mar y el cielo se soldaban sin juntura”. Tan impreciso se vuelve el horizonte, que tal parece que ese mercante que va camino del puerto navega como suspendido, más trazo impreciso de carboncillo que casco sólido de buque. Qué deprisa a veces se nos precipitan por dentro las palabras calladas cuando vamos solos y a gusto. Traía conmigo un libro. Tenía la intención de leer unas páginas más del El ruido y la furia en algún rincón del sendero. Pero elijo sin arrepentimiento este paisaje callado y en bonanza. El silencio me ha acompañado durante toda la caminata. Tengo la intución de que es como un aire ingrávido y sin embargo sólido que soplara hacia el interior de las gentes. Le doy a esa sensación la forma escasa de un haiku. Se hace el silencio, / un modo de brisa / que sopla hacia dentro. Tres kilómetros para las termas, dice un nuevo azulejo. El sendero se dobla y cuelga su codo sobre el mar.

Allí mismo, abandonados y enigmáticos, casi como en una acampada provisional de domingo, se asientan unos cubos y unas vasijas de mármol blanco. Adolfo Manzano, el autor, los llamó Cantu de los díes fuxíos. Así lo parece, pues la soledad de ese inamovible grupo de mesas y platos, tiene el aspecto de que se le ha volado el alma, de que ha huído el tiempo feliz en que fue posible compartir ese lugar y la pitanza a que convocaba. Queda por rastro de aquello el frío mármol. Sigo descendiendo. Más abajo, se abraza a uno de los postes de luz una extraña forma animal. Me divierte pensar por un momento que se tratara de un koala. De un peluche vivo. Y al acercarme veo que no es sino una bolsa de basura tapando un registro eléctrico, hinchada caprichosamente por un poco de viento litoral. Me sale al paso un pájaro hermoso, confiado. Picotea la hierba muy cerca. Es casi negro. De plumaje brillante y visos naranjas. No sé su nombre. Para mi vergüenza casi no conozco el nombre de los pájaros. Y me da por pensar que hoy daría a las olas incluso a Faulkner por conocer el nombre de ese pájaro.

martes, febrero 26, 2008

De vate(s)

No, no hay error ortográfico. Y sí, sí va del debate. No quisiera yo que se quedaran con lo que en éste hubo de tenso, de desafecto, de trazos gruesos. También sucedió, no se olviden de ello, que ya en el final los contendientes se envainaron los floretes y aflojaron las mandíbulas. Tres minutos en que a ambos les dío por la poesía -o algo así-. Un pequeño debate de vates. Que si una niña -tal que Alicia- se pasearía por el país de las maravillas. Que si aquí está mi hombro para todo al que no le vaya bonito. En fin.
El ejercicio extemporáneo de la sentimentalidad, como de cualquier otra práctica deportiva, genera dolorosas inflamaciones musculares. La denominación médica con que se conoce a la producida por el abuso de aquélla, dado que afecta al músculo cardíaco, no es otra que cardiocursilitis. Como lo oyen (si leen en alto).

Contra corriente

Una intuición. El voto, a estas alturas de la película, ya lo tiene decidido la mayor parte del electorado. Creo, además, que no pocos ciudadanos votan repetidamente en las citas electorales, más que a favor de una opción política, en contra de alguna otra. Aceptada esta premisa, los debates como el de ayer influyen sobre todo en ese pequeño porcentaje de la población que aún no tiene certeza sobre cuál será el sentido de su voto. Los entendidos cifran en, aproximadamente, un tres por ciento a estos indecisos. Particularmente, creo en la efectiva relevancia que estas confrontaciones entre los cabezas de lista de las fuerzas mayoritarias tiene sobre quienes dudan su voto: les empujan a decantarse por el bipartidismo. Porque si bien en los días previos al inicio formal de la campaña quizás hubiera un número no desdeñable de electores que albergaban la intención de apoyar a partidos minoritarios en el panorama nacional -algunos tradicionales ya como Izquierda Unida, otros de reciente formación como Unión, Progreso y Democracia-, la apabullante presencia en los medios de la bipolaridad electiva, su puesta en escena con un enfrentamiento del que no otra cosa se deduce que para los electores donde no hay alternativas nacionalistas sólo queda el recurso del voto al PSOE o al PP, hace que en las reflexiones del votante indeciso pese mucho la corriente del voto útil. Por eso, y a medida que se acerca la fecha del nueve de marzo, intuyo que no votar en el sentido al que desde todos los ámbitos parece forzarse, el de la elección entre socialistas y populares, empieza a ser un encomiable pero fatigoso ejercicio de nado contra corriente.

domingo, febrero 24, 2008

El palacio oscuro de don Miguel

Don Miguel Indalecio Bances levantó una casa indiana que poco o nada se parecía al resto de palacetes que aquellos emigrantes que hicieran fortuna en América construyeron por estos parajes. No tenía palmera, ni grandes ventanales, ni paredes de vivos colores. Era un edificio sobrio, oscuro y con tejado de pizarra. Miraba al río, no al mediodía. Y sólo se adornaba por un blasón extraño. No era la glosa de sus apellidos. No había en él armas, yelmos o estrellas. Sólo un árbol desnudo, otoñal, y una esquemática lluvia menuda. Aquel apunte del natural en piedra se encerraba en una mandorla. En su base lucía un lema igualmente misterioso: dignidad y sosiego. De aquella construcción hoy sólo quedan las ruinas. Unas paredes sólidas que guardan el esqueleto desvencijado de techumbre y pisos, sobre las que se enreda la hiedra y a las que se abraza la maleza. Me dice Andrés, el anciano de Serandinas con quien me siento a contemplar toda esta hermosa devastación, que el escudo lució muchos años sobre la entrada. Que allí estuvo aun después de muerto el dueño y abandonada a su suerte la casa. Supone que alguien debió de llevárselo en la oscuridad de una noche. Queda sólo su huella sobre el muro y el recuerdo de su letanía en la memoria de los viejos del pueblo. Dignidad y sosiego. Dicen que decía don Miguel que aquellos cuartos que del otro mundo se trajera le habían costado demasiados apuros, penalidades varias y no pocas humillaciones. Que no era de bien nacido alardear de lo que se alcanzara con una vida tan poco recomendable. Honrada sí, pero nunca dichosa. Que no había vuelto sino para recuperar la paz gris y lluviosa de sus años mozos. Tal vez otros la hallaran triste, casi desoladora, pero en ella se sentía a gusto aquel indiano retornado. Aseguraba que allí tenía la certeza de que para la almendra dura del raro escudo que se había mandado hacer no tenía muelas bastantes su pasado americano. Y que igual que el árbol desnudo quería él vivir el resto de sus días. Se le había ido al ramaje el verde y la vida con el sol, como a él mismo en el luminoso trópico, pero ambos estaban en pie, dignos y ya por fin sosegados bajo el agua bendita de la aldea. Tábache un pouco tollo. Mira que deixar o Caribe e as mulatas por o Navia, me dice Andrés mientras enarca las cejas y deja que se le pierda la mirada entre las ruinas de lo que fuera el palacio oscuro de don Miguel.

Xuan Serandinas

miércoles, febrero 20, 2008

Agresiones


Así, a vuela pluma, según venía caminando hasta el trabajo. Sobre las palabras. Aquello tan estudiado de significado y significante. Saussure en el recuerdo. Fácil cuando de un objeto de trata. Identificable. Correspondencia univoca. Se complica en definiciones, categorías, conceptos abstractos. Si no hay seguridad sobre lo que uno cree que se esconde tras una calificación, mejor gritarla. Sobre todo si es ofensiva. Fascista, por ejemplo. En grupo, barbilla enhiesta, a voces, empujando, hasta agrediendo si llega el caso. Lo que era duda se transforma en verdad. La confortabilidad del rebaño, la fuerza argumental de la fuerza bruta. Qué quedaría de ello en el remanso de una mesa de café. Sin más compañía que la del vituperado. Los ojos a la misma altura. La voz también. Es posible que la barbilla se volviera blanda, se contrajera contra el pecho. La fragilidad de la duda. La más dura de las verdades, la incertidumbre de la razón. Tiene ámbito académico, el de la universidad. Y sin embargo… San Gil, Nadal, Díez. Que no se confundan esos muchachos de greñas rebeldes y gesto airado. A pesar del desaliño, son carne de guardia rojo.

lunes, febrero 18, 2008

Centro de Arte y Creación Industrial


El sábado reservamos una visita guiada a la Laboral. Luego recorrimos las salas del Centro de Arte y Creación Industrial. Fui a él receloso. La desconfianza, supongo, hacia ciertas manifestaciones artísticas. Los espacios del nuevo Centro de Arte son amplios, diáfanos. Transmiten una mezcla de sensaciones diversas: de libertad, de desnudez, de provisionalidad, de modernidad. Paseamos casi solos. Las salas parecían aún mayores. Se mantiene allí estos meses una muestra titulada Emergentes. Diez instalaciones de jóvenes artistas latinoamericanos, exponentes de las nuevas tendencias del arte electrónico. De entre ellas, tres me parecieron especialmente sugestivas. Recomputing Espace, del peruano Rodrigo Derteano sobre los sonidos urbanos. Un montón de pequeños altavoces distribuidos ordenadamente por el suelo reproducen los ruidos y voces de la ciudad. El sonido se traslada de un lado a otro, en forma análoga al movimiento de quienes realizaron la grabación. En medio de la oscuridad y soledad del espacio expositivo es inquietante cerrar los ojos y dejarse llevar por esa mezcla de conversaciones sorprendidas al azar, de motores que se ponen en marcha a nuestras espaldas. Ese murmullo cotidiano que de repente nos resulta totalmente nuevo en el aislamiento del contexto en que se materializa. Almacén de Corazonadas, del mexicano Rafael Lozano Hemmer, es la obra más poética. El visitante graba los latidos de su corazón en una bombilla. De modo que cada uno de los casi cien focos dispuestos que cuelgan aparentemente sin más vida que su luz intermitente desde lo alto de la gran sala, centellea a un ritmo distinto, transidos por el pulso de todos los que toman parte activa de la instalación. Por último, los peruanos José Carlos Martinat y Enrique Mayorga montan un recinto cúbico, Ambiente de Estereo Realidad 4, que oculta en lo alto de sus paredes tres impresoras que emergen a través de pequeñas ventanas, tanto hacia el interior como hacia el exterior. Desde ellas se precipitan papelillos con textos breves. Un sistema de algoritmos genera cadenas de búsquedas en la web para armar composiciones casi surrealistas. En la angosta intimidad del cubo, el visitante, como un Nabokov que hubiera olvidado su cazamariposas, manotea el aire tratando de atrapar el vuelo de esos poemas casuales que caen tan lentamente como copos de nieve.
De vuelta a casa pensaba en el enorme formato que a menudo precisan las nuevas piezas artísticas. La esquemática representación de cazadores y bestias en las grutas prehistóricas, la pedagogía románica, las tablas flamencas o la inquietante abstracción pictórica o escultórica de las vanguardias de principios del XX tenían la proporción del espectador. El nuevo arte precisa de enormes recintos. El artista jibariza al visitante, que debe adaptarse a la obra y tratar de entenderla. No es más, creo, que una inclinación vertiginosa del fiel de la balanza. El peso del arte, su protagonismo, reside, más que nunca, en el artista. Su tiranía –no se malinterprete el concepto- lo condiciona todo. Su prestigio social le permite crear mundos a la medida desproporcionada de la vanidad que el arte inocula. A veces el resultado es apasionante. A veces.

viernes, febrero 15, 2008

La nota

Tengo once años. Me gustan las matemáticas, el tenis y las novelas de leyendas. Odio la ortografía. Ayer me fue mal en clase. Le estaba pidiendo unas pinturas a Josu y la profe me riñó. Luego tuve que acercarle la agenda escolar. Escribió una nota que debía entregar en casa para que mis padres la leyesen y la firmasen. Decía en ella que cada vez me porto peor. Mentira. Es la primera vez que me mandan llevar una nota a casa. Margarita siempre está de mal humor. No me cae bien. No le cae bien a nadie. Y ayer la tomó conmigo. Mi padre es el primero que llega a comer. Siempre pregunta lo mismo. Qué tal por el cole, hijo. Pues mal. Hoy mal. No quería llorar, pero se me llenaron los ojos de lágrimas. Mi padre se pone muy burro con estas cosas. Ya sabía cómo se lo iba a tomar. Me levantó la voz. Que no se vuelva a repetir. Que le da igual que la profe sea rara o esté siempre enfadada, que es la que manda y a la que hay que respetar. Debería llegar primero a casa mi madre. Ella lo entiende todo mejor. Mi padre se pone muy burro. Luego se le pasa. Será que llega con hambre. Cuando estaba terminando de comer, me llamó. Ya estaba más calmado. Me besó en la frente. Olía a queso.

jueves, febrero 07, 2008

Blimp

Ya me advirtieron de que no buscara a Blimp en la película. De que no aparecía. Blimp es una categoría. Un paradigma. Se dice en The Oxford Dictionary que el Coronel Blimp es un character invented by the cartoonist David Low representing a pompous, obese, elderly figure popularly interpreted as a type of diehard or reactionary. Esto es, Blimp representaba al pomposo, al tradicionalista y al reaccionario. En efecto, el Coronel Blimp nació hace más de setenta años en las páginas del Evening Standard, de la mano del dibujante satírico David Low, quien perfiló un personaje que se convirtió en un icono de la Gran Bretaña de entreguerras.

Michael Powell y Emeric Pressburger constituyen una de las sociedades creativas más brillantes del cine británico. Juntos escribieron, produjeron y dirigieron conjuntamente las películas inglesas más arriesgadas y experimentales de los años de la II Guerra Mundial y la posguerra. Entre ellas, El espía negro (1939), Los invasores (1941), Coronel Blimp (1943), A vida o muerte (1946), Narciso negro (1947), Las zapatillas rojas (1948) y Corazón salvaje (1950). Según parece es difícil deslindar las contribuciones de ambos personajes a su obra colectiva. Se afirma que por lo general Pressburger armaba las películas y gestionaba su producción, y que Powell redactaba el guión inicial, dirigía en el plató e imaginaba las ideas visuales. Hasta que los nazis lo expulsaron de Alemania, Pressburger había trabajado en la UFA, la principal productora alemana. Powell, por su parte, se había ido curtiendo en películas de bajo presupuesto. Al encontrarse, se mezcla la artesanía visual de Powell con las preocupaciones filosóficas de Pressburger. Pues bien, en medio de la Segunda Guerra Mundial, Michael Powell y Emeric Pressburger ruedan una película memorable, Vida y muerte del Coronel Blimp. Se narra en ella la trayectoria vital de un hombre bueno y anticuado en el mejor sentido de la expresión, Clive Candy. Asistimos por medio de un largo flash back a su ejemplar historia de amistad durante medio siglo con un oficial alemán, Theo Kretschmar-Schuldorff, un relación casi fraterna pero paradójicamente nacida tras un duelo en el que ambos se hieren y a raíz del cual, además, se enamoran de la misma mujer, una Deborah Kerr rutilante que llega a interpretar tres personajes diferentes en el film. La amistad entre ambos militares permanecerá intacta a pesar de tener que enfrentarse durante la I Guerra Mundial. Y se fortalecerá aún más en los años posteriores a la toma del poder por el nazismo, al huir de su país Theo Kretschmar-Schuldorff, refugiándose, con la intercesión de Clive Candy, en el Reino Unido. La idea sobre Blimp expuesta por la película es mucho más benévola que la generalmente admitida para tal expresión. Se le aplica al protagonista por considerarlo un hombre anclado en convicciones militares demasiado caballerescas para las crueles prácticas bélicas impuestas por el enemigo en la II Guerra Mundial. Muestra, pues, esta deliciosa historia una firme manera de estar contra viento y marea, una manera noble que finalmente se desvela ingenua e inapropiada cuando el adversario no adopta modos tan versallescos de comportamiento. Asistimos por ello a una elegía melancólica de la esta edulcorada personalidad Blimp que Powell y Pressburger nos presentan en su obra. Esa melancolía de lo imposible tiene que ver con la pérdida de valores que de repente, y en el tráfago de los acontecimentos bélicos derivados del expansionismo nazi, se vuelven caducos. Hablamos, por el ejemplo, del valor o del honor. Y muy especialmente del respeto hacia el otro, aun incluso cuando circunstancialmente se halla en la trinchera de enfrente. Vida y muerte del Coronol Blimp es un película hecha en plena guerra, pero que no persigue la sensibilización patriótica a través de trampas melodramáticas o personajes hiperbólicos, sino que reflexiona elegante e inteligentemente sobre la inevitable manera en que la guerra y el tiempo transforman creencias y convicciones. Que habla, además y sobre todo, de la vida, del amor, de las esperanzas y de la amistad.

miércoles, febrero 06, 2008

UPyD

Intercambio pareceres con J. por correo electrónico. Nos vemos casi a diario. Tomamos café juntos a menudo. Y sin embargo, para este tipo de desacuerdos, siempre menores, usamos de la pulcra esgrima del e-mail. Permite un razonamiento reposado. Y en las segundas lecturas hasta cabe alguna suerte de arrepentimiento menor.
Nos escribimos esta vez a propósito de una conferencia de Arcadi Espada a la que yo le había puesto reparos. Se trataba en ella de fijar los rasgos que han de caracterizar al progresista del siglo XXI. Oponía J. a mis pormenorizadas objeciones una impresión más global y entusiasta: “La verdad es que me parece fascinante que en un acto mediante el que se intenta dar a conocer una nueva formación política se hable de cosas tales como la verdad, el conocimiento, la excelencia, la ciencia, los mitos… Me parece una auténtica revolución en la política española, aún teniendo en cuenta la modestia del intento”.
Oficialmente no son muchos los días que se llevan consumidos de la campaña electoral. Y sin embargo, hay dos sensaciones que ya dejan y que tienen que ver con el hartazgo. La sensación de haber asistido a una interminable persecución del voto desde hace meses y que sólo ahora se hace explícita. Y la sensación de que el apoyo electoral se recaba a través de unos mecanismos no sólo anacrónicos sino incluso las más de las veces ofensivos para la dignidad e inteligencia del votante. ¿Puede alguien decidir el sentido de su voto tras asistir a un mitin? O mejor, ¿asiste alguien a un mitin sin haber decidido antes su voto? En las últimas semanas, una organización política nueva ha organizado en mi ciudad un ciclo de conferencias con el título Pensar un país. La propuesta era tan inusual como atractiva. Una serie de personalidades de los ámbitos del derecho, la filosofía o el periodismo abordaron aspectos tales como la construcción de un estado viable, las razones para un nuevo partido político, la educación o el análisis del progresismo en el siglo XXI. Todas las disertaciones se cerraban con un coloquio en el que sin cortapisa alguna se planteaban dudas o se manifestaban opiniones sobre los asuntos tratados y la posición adoptada al respecto por el ponente. Asistí a todos estos actos sin advertir, para consuelo de quienes por entre el público andábamos, que en ninguno de ellos se solicitara desesperada o amenazadoramente el voto; sin que se recitaran consignas estereotipadas o imprecaciones desabridas; sin que se situaran sobre el estrado ninguna de esas tribunas de bobos obedientes que tan de moda se han puesto en todos los mítines, con esas filas de jovencitos aseados que aparecen tras los líderes y que aplauden o agitan banderas con la preocupante sincronía de una micromasa. Deduje, por tanto, de cuanto vi en esas citas que aun en plena campaña electoral es posible ofrecer algo más que rancios mensajes clónicos. Que es posible aprender, debatir, escuchar y proponer.
Supongo que esa interesante puesta en escena es la que mantenía fascinado a mi amigo. Uno, algo más receloso, agradece estas novedades, aunque tiende a temer que sólo sean posibles cuando ni se gobierna ni se aspira a gobernar. Aun incluso así, y aunque sólo se pretenda influir en quien gobierna, no es malo el camino. Y no me duelen prendas al reconocérselo a J. a través del correo electrónico.

domingo, febrero 03, 2008

Cendal

Las palabras cuyo significado
nos es desconocido
y que sin embargo nos son tan gratas al oído
como caricias,
logran en ocasiones enramarse
hasta dar sombra de poema.
Recuerdo que al leer por vez primera
la hermosa palabra cendal
la imaginé como un ungüento
capaz de dar alivio
a cualquier desengaño irremediable.

Match Point

Aquel que dijo más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control.
En un partido (de tenis) hay momentos en que la pelota golpea el borde de la red. Y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue hacia delante, y ganas. O no lo hace, y pierdes.

Woody Allen