Aquí se deshabilitaron hace tiempo. La cortés respuesta a que obligaban suponía un esfuerzo continuado para el que no siempre se está con ánimo o tiempo suficientes. Por otro lado, tampoco este blog pretendió nunca generar corrillos dicharacheros, por más que en esporádicas ocasiones pudiese parecerlo. Se tiende aquí a la entradilla literaria, género que no da pie al desahogo habitual de los comentaristas, que prefieren cebarse sobremanera con lo político. No hay mejor comprobación de lo apuntado que acudir a las páginas digitales de un periódico y reparar en qué se concentra el interés del lector que recurre a la interpelación. No suele apuntar, se lo aseguro, a los artículos de las páginas culturales —salvo que en ellos se alimente alguna polémica como la protagonizada recientemente por Cercas y Espada, que habiendo derivado hacia lo prostibulario, a causa del dudoso gusto con que afrontó su réplica el segundo, adquirió una repercusión algo insólita—. Pero es que además, la mayoría de los comentaristas de los diarios forman parte de eso que podría considerarse “ejército de las tinieblas”: tropa oscura (anónima) y de colmillo retorcido. Por lo que esta práctica, como en toda en la que se relega a los discretos —la vida misma—, tiene consecuencias perversas: le toma el pulso a la opinión pública justo por donde más acelerado anda su ritmo cardiaco. Siendo así que si tan torpemente se indagan las constantes vitales, es más que probable que se yerre en el diagnóstico. En La literatura nazi en América, cuenta Bolaño a propósito de Mateo Aguirre Bengoechea que odiaba éste “a Alfonso Reyes con tesón digno de más noble empeño”. Qué magnífica aplicación se le daría al primer principio de la termodinámica si esa energía oscura de la mayoría de los comentaristas se transformara en una fuerza constructiva, si ese tesón perverso se volcara en más noble empeño. Y cuánto mejor nos iría si se le diera la importancia debida a cada cosa, siendo así que la bulla nos ocupara el exacto trabajo que le lleva al dedo corazón pulsar por el tiempo preciso la tecla delete.
viernes, febrero 25, 2011
martes, febrero 15, 2011
Pie de foto
A primera hora de la mañana me fui con la cámara a la playa. Era un amanecer de jirones casi viscerales. La vida palpitaba reciente por encima del cabo San Lorenzo. Algo más tarde, en la calma del paseo, le puse pie a la imagen.
Acaso la única certeza de los días
sea la luz con que despiertan.
Pero en estas mañanas
en que el cielo amanece en carne viva
afirmamos los ojos en la tierra
como si fuera dócil,
como si fuera eterna.
jueves, febrero 10, 2011
Caxigalíne(a)s
Debe procurarse que el inevitable ruido que genera el roce con los otros ni desordene cuanto se dice, ni perturbe los silencios imprescindibles.
Por qué con desesperante constancia suecede siempre que las aclaraciones que intentan paliar los malentendidos terminan por convertirse en una suerte de agonía que las más de las veces tiene un desenlace fatal.
Qué contrariedad estos humildes orígenes míos. Nada es más distinguido que el silencio, pero uno es un villano al que le pueden las palabras.
¿No hay en toda interpretación un pecado de arrogancia?
¿No hay en toda mala interpretación un ejercicio de ignorancia —o, en el peor de los casos, de mala fe?
Por qué con desesperante constancia suecede siempre que las aclaraciones que intentan paliar los malentendidos terminan por convertirse en una suerte de agonía que las más de las veces tiene un desenlace fatal.
Qué contrariedad estos humildes orígenes míos. Nada es más distinguido que el silencio, pero uno es un villano al que le pueden las palabras.
¿No hay en toda interpretación un pecado de arrogancia?
¿No hay en toda mala interpretación un ejercicio de ignorancia —o, en el peor de los casos, de mala fe?
miércoles, febrero 09, 2011
Memoria de la sombra
La poesía es memoria de la sombra de la memoria, dice la cita de Gelman que abre el nuevo libro de Paco Velasco, quien, además, en sus primeros versos, se afirma en la idea axial que se desprende del poema citado y de toda su escritura: Dice verdad quien dice sombra. Y pues la poesía es un andar casi a ciegas en busca de la luz, los versos de este libro no pretenden sino la verdad, buscan la narración precisa, pero a la vez elegiaca, de lo que la vida ha sido, de lo que de la vida queda en esa trocha que el poeta ha ido abriendo en las páginas en blanco de cada uno de sus días. La palabra del hombre / hacia la muerte / comienza en aquel cuaderno de rayas / y se tuerce en los versos / con que abres / la trocha entre las ramas de la página blanca. De aquel cuaderno, o de otro parecido al menos, se habla otra vez más tarde, ya en los regresos, esa parte del libro en que, de una manera honda, sentida y literariamente exquisita, se vuelve al pueblo, a la infancia, al principio de todo, pero sobre cualquier otra cosa, a la educación de una sensibilidad fraguada en el contacto con el paisaje y el hogar: La cartilla de rayas / esperándote está sobre la mesa / y la hogaza reciente / y el cazuelo de leche / que se enfría. / (…) Escucha las alondras como mil corazones palpitando / al lado del camino / al empezar el día. Ese pan es la madre, y está caliente más que de horno por el tacto de las manos que lo han amasado en la artesa. Decía Paco Velasco en las dedicatorias de su libro Noche, explicando unos hermosos heptasílabos (Hogacita caliente / que se enfría en el alba. / A trabajo del hombre / huele ya la mañana) que su madre hacía las mejores hogazas del mundo. No creo que sea casual que esta recuperación de la infancia, del pueblo, de sus paisajes, de sus pájaros, de su río, de la pizarra donde se dibujaba ordenado un mundo simple y feliz, que este hatillo de poemas que constituyen los Regresos ocupen el corazón del libro y arranquen, además, con un indisimulado tono manriqueño: ¿Qué se hizo la piedra de la honda / del niño cazador / y el aire en que la hundía? Allí se forjó, en gran medida, el hombre que luego fue, y escribió, y recopiló finalmente su camino en esta edad en la que se hace memoria, de la sombra de la memoria, justo, además, cuando otra sombra se cierne amenazante en el horizonte. Del mar viene la sombra; / desde el monte, / la luz de la mañana / que a la tarde se apaga. / (…) Sobre la mar, la muerte. Así se va armando el libro. Con la poética misma en que se constituye su primer capítulo, Palabras de la sombra: Con las luces caídas, / es más larga que el cuerpo / la sombra que te sigue. Con la evidencia de la vejez que transita los poemas de la segunda parte, Memoria de los ojos: “(…) avanzan los días / y el tiempo se te borra y las arrugas / y la mano lejana. / Y el rostro y la memoria. Hasta alcanzar su hermosísima cima en los Regresos, que uno cree que tanto tienen de aquellas “aguas silenciosas” que fluyeron por el anterior libro de Paco Velasco. El descenso de ese particular monte Carmelo se precipita con una desesperada Negación del tiempo (Llega la lluvia lenta / y la hierba que crece en las macetas / se levanta a beber.) hacia El fuego y la ceniza, la última estación que todo lo consume y ante la que sólo cabe seguir, como última esperanza (según la cita de Claudio Rodríguez), apurando la “página en blanco”. La poesía de Paco Velasco, ese viejísimo jugo de la tierra, se destila más puro que nunca, concentrado, intenso y, sobre todo, auténtico, en esta Memoria de la sombra.
Francisco Álvarez Velasco
Instituto Cultural «El Brocense»
Colección AbeZeterio, Cáceres, 2010
domingo, febrero 06, 2011
Sueve
sábado, febrero 05, 2011
miércoles, febrero 02, 2011
Tira líneas
Hace sólo unos días que se presentó el nuevo libro de Fernando Menéndez: Tira líneas. No fuimos pocos los que en el Antiguo Instituto estuvimos arropando al autor. Lo introdujeron Jerónimo Granda y José Ramón González. Se enfrentaron al libro, a la propia presentación, desde actitudes distintas: la ocurrencia y la interpretación casi académica. En medio, Fernando, con su librillo en la mano, habló de esa manera algo desmadejada, franca e incontinente tan suya, y quizás al tiempo tan paradójica para un cultivador de lo breve, de los haikus y los aforismos. De ese minimalismo da idea incluso el propio libro presentado, que se edita en un tamaño adecuado para que pueda llevarse casi en cualquier bolsillo sin que ni abulte ni pese, pudiendo así leerlo de ese modo que piden los aforismos: intermitente, como de picoteo. Los de Fernando deben además rumiarse, interpretarse. No son sentencias al estilo dieciochesco, sino pequeñas provocaciones, acicates para la reflexión. A algunos hasta les falta la predicación, como si señalando tan sólo la evidencia fuera suficiente para abrir los ojos del lector: El hundimiento del muro de la intimidad. En otros destacan sus matices poéticos: Antes de apagar la luz, piensa en qué vas a soñar. Y en la mayoría se tratan todos esos asuntos que no escapan al espíritu observador de Fernando Menéndez, y que constituyen la concentrada materia sobre la que tantas veces se construyen obras literarias o filosóficas más extensas, pero no por ello más sabias.
Las palabras ensordecen el pensamiento.
A fuerza de vivir uno acaba por ser más cínico o más ignorante.
Existen dos tipos de humanos: los concéntricos y los excéntricos.
El fanatismo es el crepúsculo que anuncia la noche.
Las palabras ensordecen el pensamiento.
A fuerza de vivir uno acaba por ser más cínico o más ignorante.
Existen dos tipos de humanos: los concéntricos y los excéntricos.
El fanatismo es el crepúsculo que anuncia la noche.
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