Después de todo, y todo es cuanto
se cargó sobre los hombros del alma por el tiempo exacto de una vida más que a
medias, tengo por única certeza que sólo el temblor, autoprovocado o sobrevenido
por sorpresa, merece la respuesta de un poema. Cómo se cuente esa
desorientación repentina por la que se pierde pie sobre la tierra, esa ebriedad
por la que se alcanza verdad o miedo, será la consecuencia de los modelos que
nos guiaron hasta afrontar nuestro personal dicción. Y el contar mismo será una
provocación de la necesidad, no muy distinta a la que nos lleva a la confidencia
o la oración, por lo que siempre se buscará un oído del que reclamemos la
atención suficiente que le dé sentido a nuestro esfuerzo.