Sólo unas líneas para agradecer muy de corazón a quienes estuvisteis ayer acompañándome (acompañándonos, también a Pedro Luis Menéndez, que abrió el encuentro con palabras generosas) en la presentación de El vigor de los dones. Uno de sus poemas, que habla de amistad, dice que "la vida se reanima en el afecto". Así que la vida de uno, os lo aseguró, quedó ayer reanimada por un tiempo.
Los Diarios de Rayuela
miércoles, noviembre 15, 2023
Presentación de El vigor de los dones
Sólo unas líneas para agradecer muy de corazón a quienes estuvisteis ayer acompañándome (acompañándonos, también a Pedro Luis Menéndez, que abrió el encuentro con palabras generosas) en la presentación de El vigor de los dones. Uno de sus poemas, que habla de amistad, dice que "la vida se reanima en el afecto". Así que la vida de uno, os lo aseguró, quedó ayer reanimada por un tiempo.
miércoles, septiembre 20, 2023
Las Justas
Nos recogió a las puertas del hotel la bibliotecaria.
Tan prudente como servicial. Y en nada estábamos en el ayuntamiento; y en nada
se lanzaba el chupinazo; y en nada desfilábamos por en medio de la
aglomeración, a los compases de los músicos. El alcalde acompañaba a la reina
abriendo la marcha, y muy cerca, el concejal de cultura, la mantenedora, el cuentista
y este poeta llevaban a su vera al resto de las damas. Nos aguardaba el
escenario, lleno de flores; el atril igualmente emperifollado; los sillones
escalonados por el atrezzo en los que debían sentarse las muchachas festejadas
conforme a una jerarquía electa de belleza y prácticamente engullidas por las guirnaldas;
el maestro de ceremonias, locuaz y expeditivo; y un auditorio lleno de gente,
donde se le habían reservado a las fuerzas vivas asientos preferentes —hasta un
senador vino a acomodarse junto al mando militar y los concejales de la corporación—.
La instantánea de cuando todos posamos para el respetable como el elenco de una
compañía circense que saluda a su público antes de comenzar el espectáculo, si
se hubiera tomado en blanco y negro, pasaría por una de esas fotografías que en
la sección de ecos de sociedad daban cuenta allá por los años cincuenta o
sesenta del siglo pasado, en los periódicos regionales, de alguna fiesta en los
salones de cualquier casino castellano peripuesto para el evento.
El speaker tenía voz de radio y tablas de veterano. Disertó
brevemente sobre la importancia de los libros, y los riesgos de las redes
sociales. Una suerte de homilía civil. Bienintencionada y con moraleja, como las
películas de los domingos a la hora de la siesta en la televisión pública.
Luego tomó la palabra el cuentista. Hubo suerte: el tipo era consciente de que
leer una narración de ocho páginas a palo seco, para ediles, autoridades
castrenses, repúblicos en horas extras y familiares de damas y reina de las
fiestas, podía menoscabar el ánimo celebrativo con que la concurrencia llegaba en
día no laboral, con la charanga callejera aún en vena y ganas irreprimibles de
inmortalizar a las jóvenes expuestas en el jardín rococó sembrado sobre el
escenario. Así que convirtió su cuento en una especie de monólogo de la
comedia. El argumento lo permitía: un enredo de identidades que, sobre el
papel, era una inteligente conjetura sobre el poder de sugestión de las
realidades imaginadas; pero que, en aquella improvisada versión oral, trufada
de morcillas divertidas, sedujo la atención del espectador y hasta relajó la
compostura aristocrática de las muchachas entronadas. El humor sin escarnio es
como el bálsamo de fierabrás, pero libre de efectos secundarios: pule sin dolor
las aristas de la vida.
Todo lo que vino después me ubicó como en un reverso situacionista: la acción revolucionaria, pero a la vez previsible de quien juzga caduca una tradición, consiste en situarse en un plano de superioridad moral respecto a los que la aceptan pasiva o activamente; mi situacionismo irreverente consistió, por el contrario, en traicionar mis principios acomplejados y pasármelo bien. Vamos, como Ninotchka en París.
Le tocaba turno a la mantenedora. En las justas
medievales era un caballero aguerrido el que mantenía con sucesivos combates la
plaza contra las incursiones de los aventureros. En las justas florales, el
mantenedor procura dejar el pabellón local en lo alto con un discurso que le
otorgue prestancia al evento. Se encargó de ello una profesora universitaria que
disertó, con conocimiento de causa y muy amenamente, sobre un escritor local.
Lo que no impidió que uno sólo memorizase apenas un dato de cuanto contó la
brillante erudita, que el pobre tipo se murió cirrótico.
Al día siguiente, la flor quedó en la habitación del
hotel. En un vaso con agua. Quizás se la llevase a casa quien aseó el cuarto después
de irnos. Una reina sin trono.
Así que queda dicho: se premia en esa villa todos los
años un poemario (gracias al nuestro allí estuvimos) y una pequeña narración. Nada
más llegar a casa he buscado las bases del premio al mejor cuento. Habrá que
ponerse a ello. Sólo tengo esa posibilidad para volver del brazo de una dama a esas
justas literarias, para viajar en la máquina del tiempo.
miércoles, julio 26, 2023
24 de julio
Ya está. Ya pasó. ¿O no? Has
estado preparándote, participando incluso de las fanfarrias previas y
contaminando el corazón con agravios y esperanzas a partes iguales. Y a la
noche, después de que todo fue finalmente un instante, como todo fuego de
artificio, te quedó un vacío que no acabas de interpretar. Como si las ganas de
implicarse, de estar alerta, de prometer resistencia o celebración, se las
llevase el sumidero del alma. Es como ese cansancio que nos entra después de
una cena con amigos al quedarnos a solas con la mesa llena de vasos sucios, de
migas, de platos con restos de comida, de ceniceros aún humeantes, de manteles
arrugados y servilletas con carmín de vino. Habrá que recoger todo esto,
piensas, mientras abres de par en par las ventanas, para que se airee la casa,
te lavas los dientes y subes a tu habitación con resignación culpable. De ese
vacío hablo, del vacío de la tarea aparcada, que cuando amanezca nos reclamará
atención y esfuerzo. Aunque es verdad, no obstante, que siempre es más fácil
poner un lavavajillas que abandonar una trinchera.
martes, enero 24, 2023
Mientras traigo otras palabras, de Ricardo Pochtar
Reseña de Mientras traigo otras palabras, de Ricardo Pochtar, publicada en El Cuaderno.

viernes, enero 20, 2023
Banquisa
Reseña del poemario Banquisa, de Julio Obeso, publicada en El Cuaderno.
Banquisa, el reciente libro de Julio Obeso, publicado por Eolas, es un libro sobre la muerte, aunque no un libro elegíaco, como suelen serlo mayormente los poemarios que toman ese asunto como impulso creativo, ni tampoco un ejercicio de reflexión sobre trascendencias procuradas por la fe o por la palabra literaria, sino que se trata más bien de un exorcismo contra la humillación de saberse tan poco frente a lo ineludible.
Obeso describe la muerte, alude a cómo se manifiesta y en qué circunstancias; procura mantenerle el respeto debido, pero tratando, a la vez, no tanto de conjurarla, como de soportar su horizonte ejerciendo una suerte de dignidad irónica que atenúa ese insoportable «festín de ratas» al que estamos abocados por demasiado tiempo («la muerte nos durará más que la vida»).
«Aseguran que la muerte se espanta con palabras que sabemos, pero no sabemos cuáles». Quizás el empeño del Banquisa es buscar esas palabras y el tono adecuado en que deben ser pronunciadas. Se trataría, por tanto, de una labor de precisión en la que no caben los rodeos: urge rigor y austeridad expresiva. Para describir con tensión poética el final: «habrá un halo y tal vez un pájaro tibio que traspase el último pulso a tu muñeca». Para revelar el arma más mortífera: «el tiempo, ese golpe infinito que machaca todo el cuerpo». Para afianzarse en la vida riéndose no tanto de la muerte, como con la muerte: «El sexo es uno de los huertos de la muerte. Gime en voz alta y te prometo que hoy no morirás».
Y todo ello a través de una prosa que tiene un ritmo de verso en sus renglones: «la muerte todo lo explica con niebla» o «que nadie en tu ausencia note que faltas, vuelve loco al olvido», y que, además, tiende a lo aforístico, más que intencionadamente, por ese decantar de lo que se dice evitando sedimentos: «la muerte llama la atención más que la vida»; «A la hora de agorar los naipes se vienen abajo ante la certeza de las lápidas»; «¿Camposantos? Toda tierra es sagrada»; o «El amigo que cierra con su mano los párpados del otro en esa hora enmienda la plana a Dios».
Banquisa es ese hielo marino que se va solidificando poco a poco hasta alcanzar una rigidez definitiva. La portada del libro, y sus tonos azules, ilustran con un paisaje polar esa imagen de frío, esa perspectiva de falta de vida. Pero de algún modo es también metáfora de la falta de sentimentalidad con la que se aborda por Julio Obeso la muerte. Una voluntad de estilo distanciado que solo se traiciona en una especie de elegía anticipada por el padre que, curiosamente, y pese a esa disonancia con el resto de la obra constituye, a mi juicio, uno de sus mejores momentos: «Cuando te vayas, padre, llevarás contigo el secreto de las herramientas, el mapa de los rincones, la perplejidad del hueco. Yo de la madera solo sé que arde».
Julio Obeso (Gijón, 1958) es una rara avis en el panorama poético. Con sus anteriores libros, Tres Tristes Trópicos (2012), Inminencias (2014) o Impajaritable (2015), ha ido construyendo una trayectoria literaria singular, que no tiene que ver con la experiencia, ni con lo simbólico, ni con más compromiso que la subversión de la reglas, sociales o preceptivas. Hace un tiempo, con ocasión de la publicación de Impajaritable, escribí que la mejor manera de explicar la poesía de Julio Obeso era acudiendo a sus propios versos, con extractos de esos versos. Por ejemplo, los de aquel poema que hablaba de una urraca que se llevó al nido un ángel en el pico. Sus polluelos no sabían qué hacer con tal presente. ¿Podría comerse? No. ¿Y, de ser así, para qué serviría aquella criatura? El poema se cerraba entonces con un verso certero y luminoso que explicaba el propósito final de la presa: «brilla». Pues bien, esa es la utilidad última perseguida, el compromiso asumido: brillar. Que no es poco. Se trata, nada más y nada menos que de poner luz en el mundo, lo que le otorga al propósito tanta trascendencia como cualquier otro fin que, a priori, se tuviese por más esencial en el oficio del poeta.
En esa luminosidad pone toda su energía Julio Obeso, en el desbaratamiento del orden establecido y a través de distintas formas: el humor corrosivo (que fue herramienta propia del surrealismo), sexualizando el absurdo, reclamando piedad hacia el dolor de los seres desvalidos (y ahí cuentan tanto los ancianos como las criaturas animales) o subrayando el absurdo final que a veces nos reserva la vida. Y de esa veta viene esta Banquisa última, que nos acerca a un libro que sigue manteniendo los rasgos distintivos del quehacer literario de su autor, pero donde, además de aquilatarse considerablemente la expresión, se ha perseguido objetivar un asunto tan crucial y tan íntimo que en el intento, para alegría de lector, han quedado unos cuanto pelos en la gatera: esos rasgos de compasión con la condición humana que no burla ni la ironía.
Selección de poemas:
Si me siento morir, si lo siento, imaginaré a una mujer frotando su sexo contra uno de mis libros. Sí, lo siento, ni la muerte ni yo damos para más.
Algunos animales para evitar la muerte fingen estar muertos. Esa táctica con humanos no funciona, la muerte llama la atención más que la vida.
FOSA ¿COMÚN?
Desenterrarlos para volver a enterrarlos. No pudieron elegir. Por eso el amor escarba con urgencia y limpia una a una las vértebras del mundo.
Antes de acostarme doy de beber a los cuadernos, escribo algo en mi perro, para que todo esté en calma mientras duermo.
Aseguran que la muerte se espanta con palabras que sabemos, pero no sabemos cuáles. Algunas las olvidamos, otras no las decimos porque el amor ya se acabó, el hijo ya no está, o el golpe, aquel estruendo, nos vació el alma. Entonces viene y decimos: colofón, pesebre, manantial, y ya más cerca gritamos: ¡luminiscencia, cóncavo, estramonio! Niega con sus oquedades y lejos de espantarse nos ocupa.
La leche en las nubes bajas que humedece al amanecer el rostro de los terneros. El óxido es otro rastro, el del caracol más grande que tiene, pero de ahí no pasa. Las flores secas, las hojas muertas, las fosas comunes, no son ni sus huellas. Es demasiado creativa para esas evidencias.
Ningún pájaro quedó en el aire. Al principio vagaron erráticos hasta que aparecieron los cuervos y comenzaron a pastorearlos. Siguiendo órdenes mentales formaron grupos y avanzaron hacia los cementerios del mundo (también los marinos). Era hora de restañar la herida, el vacío: se va a celebrar el gran juicio y a cada mujer, a cada hombre, lo defenderá su pájaro.
Unos gatos ruedan violentos, él con su pene espinoso anclado, ella con su zarpa en el lomo. Resbalan tejado abajo y en el último momento se separan. Ante la muerte más vale dejar lo que estés haciendo (nos lo enseñan ellos que tienen siete vidas).
Por si cuela
El sexo en silencio es uno de los huertos de la muerte. Gime en voz alta, querida, y te prometo que hoy no morirás.
No tenemos cuerpos para vivir, a la mínima se nos rompe el cuello o se nos sueltan las tripas. Una sola burbuja en la sangre y amanecemos de toda frialdad. A decir verdad, este mundo tampoco. Cuando no es un volcán es una ola y a más una peste aviar cierra los ojos a dos continentes. Para la muerte sí que apuntamos maneras.
La muerte todo lo explica con niebla, pero la niebla solo son nubes que han tocado fondo y no saben volver.
José Carlos Díaz
Los ‘Cantos’ de Pedro Luis Menéndez
- Canto de los sacerdotes de Noega (escrito en 1979, aunque publicado por Altair en 1985).
- Segundo canto de la ciudad (escrito en 1984 e incluido en la antología Trece poetas. Asturias 1972-1985, de Ediciones La Ferrería),
- Canto tercero (escrito en 1989 e impreso en edición no venal en 1995),
- Canto de los niños de Sarajevo (escrito entre 1994 y 1996, fue reproducido digitalmente en portaldepoesía.com).
- Ciudad varada (escrito en 2018, se publicó en la colección Heracles y Nosotros, dos años después).
- Donde sea que vayas (inédito hasta su inclusión en este compendio, se escribió entre 2021 y 2022).
Orfeo, el fulgor y la nada
Reseña de Orfeo, el fulgor y la nada, de Emilio Amor, publicada en El Cuaderno.
Y me encontré de pronto
Con la materia pura de esta página en blanco.
El poeta podía haber descrito, como dice en el arranque a ese poema final, la lluvia por las calles de París, porque esa lluvia formó parte de sus viajes, por tanto podía haber descrito su vida, pero algo más poderoso que lo meramente experiencial está en la génesis de lo que Emilio Amor ha fraguado no solo en esta obra, sino en todos sus libros. La atracción por el descubrimiento, el hechizo con que la página en blanco ceba su poesía. Ya lo dejó dicho hace tiempo: «Nunca se sabe qué nos deparará un nuevo poema. Se parte del hallazgo y la sorpresa». Esa es su manera de entender lo que escribe: casi como una revelación a la que los dioses le dictan incluso los primeros versos.
Proponerle esas premisas creativas a un aspirante a escritor en el curso de un taller literario, podría confundir su aprendizaje. Entendería quizás ese poeta en ciernes que para escribir bastaría con entrar en trance y desde esa hiperestesia darle rienda suelta a las palabras sobre el papel.
Nada más lejos de lo que en realidad sucede cuando Emilio echa mano de la poesía, por muy cautivo que en esos instantes sea siempre de lo que podría describirse como un «delirio del ánimo». Tanto esa sensibilidad conmovida como el verso alcanzado a su través son fruto de un aprendizaje largo que ha ido enriqueciendo la percepción y el reflejo que de lo percibido se traslada a la página o al lienzo (de la misma pureza se parte en ambos escenarios, literatura o pintura, en los que Emilio ejerce, indistintamente, esa suerte de demiurgia). No se escribe sin leer. No se escribe bien sin haber leído mucho. Y entre ese caudal de lecturas que ha ido, imagino, conformando la manera de ser en la poesía de Emilio Amor, es evidencia que hay diversidad, sí, pero también una querencia pronunciada hacia lo rompedor, hacia los iconoclastas. Esas influencias provienen a menudo de lo que fueron vanguardias literarias, pero también de la originalidad de obras tan singulares como la de san Juan de la Cruz o tan delicadas como las de la poesía oriental.
El estilo literario de Emilio Amor, más que describir el mundo, más que lamentar o celebrar la vida, que también, busca sobreponerse a la realidad imponiéndole un propósito de belleza: «por eso mi canto embelesa a los ciervos y a los pájaros».
Quizás de ahí viniera esa fijación que mantuvo por el personaje de Stauwton en sus primeras obras (Crónicas de Samuel Stauwton [1999. XIII Premio Cálamo de Poesía Erótica]; Canciones de Amor en los Campos de Marte [2002]; y Transgresión del Edén, [2008]); esa fijación por aquel tipo mundano, culto, amante canalla y poeta maldito, que quizás encarnó lo que Emilio Amor hubiera deseado haber sido en una vida anterior, en una época idealizada, donde se honraba el arte y se aspiraba al cosmopolitismo.
Tras aquella inolvidable trilogía inicial que constituye lo que podríamos llamar la saga Stauwton, tras aquellos primeros libros en los que lo elegantemente mundano se nutría de referencias culturales y se expresaba con una poesía sobre todo deslumbrante, Emilio Amor inició después una fase creativa (con Territorio perdido, Manual de pájaros extintos y El tránsito y la herida) donde los reveses vitales se abrieron paso en unos versos, que, sin menoscabar en ningún momento su voluntad de belleza, las referencias simbolistas y surrealistas o la imaginería pictórica, traslucían una fragilidad íntima muy conmovedora, que inspiró más tarde la escritura de Las libélulas sueñan con los ojos abiertos, donde se seguían referenciando las certezas aprehendidas sobre lo inevitable, sobre la derrota a que tarde o temprano estamos abocados, pero un libro que alentaba, al tiempo, cierta esperanza y una voluntad inquebrantable de exprimir el instante. Esa era la aspiración: volar durante la escasa vida de que disfruta una libélula.
Bien, pues de algún modo, ese tono expresivo se prolonga en Orfeo, el fulgor y la nada. No en vano el título alude a un mito griego que descendió a los infiernos en busca del amor que la muerte le había hurtado y que se valió en su vida de la música para conjurar peligros o ablandar corazones. Y no en vano también se alude en ese título a «el fulgor y la nada», quizás como resumen de la propia condición humana. No resulta aventurado entonces interpretar que quien sufrió el zarpazo de la grave enfermedad hace unos años, el memento mori de la vulnerabilidad, tenga desde ese instante muy presente aquel descenso a los infiernos y la dualidad de la vida, que es alguna rara vez gloria y finalmente siempre vacío. «Para decir cosas grandes hay que morir primero», escribía Huidobro en una de las citas con que se presenta el libro. O lo que es lo mismo, venir de los aledaños de la muerte le añade una sabiduría amarga, apremiante, a lo que se escribe.
Orfeo está dividido en tres partes que más que compartimentos estancos son vasos comunicantes, puesto que la expresión de todo el conjunto, quizás más minimalista que nunca, mantiene en todo momento un tono muy semejante, orbitando sobre los asuntos ya referidos y que no sólo se interpretan a la luz del título elegido para el poemario, sino también del título de sus divisiones: El fulgor y la nada (de nuevo); Los círculos concéntricos (alusivo a la estancia en el averno); y Orfeo (que como figura alegórica que explica intenciones, abre y cierra el libro).
Fijado el asunto, y por orientar la lectura del poemario, uno resaltaría la tendencia a la concisión, ya advertida antes, que le da a la mayoría de los noventa poemas que constituyen el libro una ligereza a veces casi aforística, con versos tan sentenciosos como los siguientes:
El reloj da la hora a cada instante.
El tiempo es una espléndida aventura.
El duelo es una cruel claudicación en la batalla.
El silencio es un don
que me anestesia el alma.
Gocemos del tiempo que nos queda.
Debemos ser modestos y sublimes.
El silencio es el drama de los justos.
Tal austeridad expresiva se explica bien a través igualmente de otro verso en el que se advierte del «consuelo en la belleza de lo efímero». Un endecasílabo que es medida reiterada, junto a heptasílabos y alejandrinos, en la métrica de Orfeo; una métrica que, no obstante, tiende a liberarse de corsés silábicos ante una buena imagen o un acierto expresivo concreto que puedan perder fuerza si se les sometiese a una medida forzada.
Por acotar aún un poco más la contextualización de los poemas: espacial, temática, referencial, debe señalarse que el dónde, por ejemplo, nunca está cerca en los libros de Emilio. Como no lo estaba tampoco para los románticos, ni para los simbolistas, ni para el surrealismo. Aquí los lugares son El Cairo, Budapest, una inabarcable África, la isla de Paphos, la bahía de Ushuaia, el Tibet, Islandia, Camagüey, Sangri-La, Valhalla o París. Si la propia biografía del autor se sublima siempre en sus versos, la realidad espacial más cercana se ignora sustituyéndose por un marco de idealizaciones geográficas. Ello es fruto de esa aspiración a la belleza como «objeto único, como último principio», según se escribe en un poema de Los círculos concéntricos.
Y como recurso también de belleza, pero sobre todo de libertad, de rebeldía, suelen ser los versos de Emilio Amor territorio propicio para una fauna no domesticada. Libélulas, cigarras, hormigas, tigres, gorriones, cuervos, equinodermos, palomas, salamandras, gaviotas, mariposas, delfines, lobos, águilas, colibríes, mirlos, aves lira, pelícanos, albatros, ciervos, búhos, murciélagos, vencejos, hienas, quebrantahuesos, zorros y hasta dragones y unicornios, constituyen la particular Arca de Orfeo.
Una nave, por cierto, que, a su modo, forma parte también de ese mundo marino tan recurrente en todos los libros de Emilio, donde el mar, los naufragios, las galernas, las olas, las playas, los barcos, los ahogados o los corsarios siempre son alegoría de viaje o aventura, de vida apurada, de espacio abierto y no expuesto a más restricciones que las propias del azar natural.
Queda, según lo referido, perfilado el escenario que pone fondo a un poemario que en ningún momento discurre a ras de suelo, que siempre evoca la idealización de una naturaleza, de una lejanía, que trasladan la emoción o la vivencia que genera el poema a coordenadas que podrían darse por utópicas, que huye así del infierno órfico y del que fue durante algún tiempo casi real, y que lo hace bajo la tutela de citas cuyos autores (Huidobro, Mallarmé, Vitale, Vallejo, por ejemplo) siempre se han distinguido no por testificar la experiencia, sino por indagar el mundo que el riesgo poético pone al alcance de algunos elegidos, en «una incesante lucha/ contra el extermino del alba», como bien escribe Emilio Amor.
José Carlos Díaz
jueves, junio 16, 2022
Atajos & Escaramuzas, de Ricardo Pochtar
Reseña publicada en El Cuaderno.
Su estilo defiende una poesía minimalista que atiende sobre todo a la idea, sosteniendo un ingenioso equilibrio entre el concepto y el destello poético. Esa inclinación le ha llevado a cultivar el aforismo de manera explícita, pero también de modo tácito. No en vano su poesía, como él mismo ha confesado, se ha ido volviendo cada vez más despojada («lo de ponerlo todo me parece un abuso»).
Ricardo Pochtar nació en Buenos Aires en 1942. Allí se licenció en filosofía. En 1974 viajó a Francia para realizar su doctorado. Dos años más tarde, se traslada a Barcelona. Desde entonces fija su residencia en España. Ha sido traductor de organizaciones intergubernamentales (Naciones Unidas, Organización Mundial de la Salud, Organismo Internacional de Energía Atómica, entre otras) y presidente de la Asociation Internationale des Traducteurs de Conférence. En 2010 le dieron el premio internacional de traducción literaria Claude Couffon. Desde 2004 se avecindó en Gijón buscando un clima adecuado para la salud de su mujer. Su obra poética, publicada entre 1994 y 2019, la componen los siguientes títulos: Lugar diseminado, Clinamen, El tamaño de los días, En la pizarra de la noche, El resto del azar, Beneficio del asombro y Ars Piscatoria. En 2016 publicó una colección de aforismos, Pequeñas percepciones, y en 2019 Suaños de sal, una selección de sus poemas traducidos al asturiano por Miguel Rojo. Ha sido antologado en Poemas y poetas argentinos (2013), La doble sombra (2014) y Los que se fueron (2019), así como en diversas revistas de España, Chile y México.
Recientemente, han visto la luz sus Atajos & Escaramuzas (en El sastre de Apollinaire, Madrid, 2022), un libro, como apunta Julio Obeso en su prólogo, de «paredes limpias, espacios diáfanos, palabras sugeridas». Un libro, añadiríamos, de superficies despejadas a las que asoman sus textos como icebergs que muestran de sí mismos sólo lo imprescindible. La poesía de Pochtar, una vez más, se sobrepone a la intención autoexpresiva y comunicacional que es práctica ordinaria de este oficio literario, para convertirse en un acto esencialmente creativo cuya verdad y justificación no deben buscarse sino en los propios versos, en los propios aforismos, que no pretenden, por tanto, ser un reflejo de nada, sino una imagen ex novo.
Hay, quizás, en esa manera de enfrentarse al poema una actitud de escepticismo, de disconformidad hacia lo trillado, un esfuerzo de artista y no un ensayo de artesano. Al contrario de este, que reincide en la variación, el primero imagina, indaga, se pregunta, como lo hace el propio Pochtar parafraseando a Adorno en Variante I: «¿Cómo se puede escribir/ después de las palabras?»; y hasta ensaya una respuesta que incide, de nuevo en esa vocación inaugural de lo creado: «Tiene que volver de un olvido llegar desde otro idioma/ el poema no puede nacer bien sin esa ausencia». Ahí se encuentra tal vez la única certeza del libro: qué no se quiere que sea el poema.
Por otro lado, estaría el cómo ha de ser formalmente. Y en este punto, el propósito es meridianamente deconstructivo: «El placer de ir quitando/ unos líneas, otros palabras/ hasta que el dibujo o el poema poco a poco amaga un vuelo». Ligereza. Casi silencio: «No gastar el lápiz escribiendo: irlo tallando hasta que el grafito se quede sin palabras». Pero sin que en ningún momento esa simplicidad formal incurra, ni de lejos, en simpleza alguna. Nunca manca finezza, ni estilística ni conceptual, en estos Atajos & Escaramuzas, que por muy breves, irónicos e ingeniosos que se antojen a primera vista, mantienen el rigor de la mejor literatura, la que no se escribe ni por ni para distracción, sino socavando certezas y exigiendo para ello la complicidad de un lector nunca complaciente.
Esa lectura atenta curioseará a buen seguro las referencias que a modo de cebo Pochtar va dejando caer en títulos y citas, en los propios renglones de lo escrito (lo cabalístico, la incertidumbre, el santoral filosófico). Son la escarcha sobre el iceberg que nos pone en la pista de cuál puede ser la naturaleza del hielo oculto bajo la superficie.
Más arriba, a la altura del cielo, los pájaros, que con tanta levedad vuelan en algunos de estos poemas. Trasunto quizás de la ingravidez que se persigue para lo escrito. Que no pese sobre el papel, aunque gane luego cuerpo en la rumia. Y materia, como otras muchas observaciones, de esa naturaleza a la que se alude como argumento desnudo, esencial, descrito recelando del tropo, porque «la metáfora no da más de sí» y «apenas arranca un mordisco de la realidad». De nuevo, la desconfianza sobre las palabras acomodadas a las significaciones recurrentes de la poesía representativa: «Para decir algo se necesitan palabras que todavía no quieran decir nada».
Una y otra vez, libro tras libro, ese ascetismo expresivo a través del que Ricardo Pochtar pretende la precisión del estímulo, la creación del objeto singular que diga sin recurrir a lo dicho, en una labor que define bien en la Escalera de Sísifo: «Los poemas son tramos de una escalera de Sísifo/ peldaños que se derrumban para volver a empezar».
José Carlos Díaz
lunes, marzo 07, 2022
Reset
JCD
lunes, enero 24, 2022
El callejón de las fieras, José Luis Argüelles
“Hay quien cree, desde un provincianismo inverso, que los periodistas importantes sólo firman en las páginas nobles de tres o cuatro periódicos madrileños y barceloneses. Leen poco y mal. Hay también un gran periodismo español hecho desde las esquinas ciudadanas de la periferia, como enseñaron Cunqueiro y Delibes, por recordar sólo dos ejemplos notables. La universalidad es una actitud, según mostró Feijoo sin salir de su celda. Nada que ver con el nombre, el tamaño o la latitud de un terruño”.
Esto lo escribía
José Luis Argüelles en un artículo de La
Nueva España del 16 de marzo de 2014, glosando la figura de Faustino
Fernández Álvarez, fallecido poco antes. Ese y otros sesenta y seis textos más
componen El callejón de las fieras (Impronta,
2021), título que fue el de la sección a cargo del periodista y poeta mierense en
ese diario regional desde 2012 a 2016, y compendio que nos ofrece argumentos
más que suficientes como para incluir al propio Argüelles en esa nómina de
periodistas imprescindibles que convierten lo local, como pretendía Miguel
Torga, en universal.
El volumen lleva
por subtítulo Prosas de aquellos daños 2012-2016, y de eso
trata, de mostrar que en ese período fueron fondo hostigador de la vida que se
va contando los daños de la recesión que el gobierno español de entonces
gestionó al dictado del FMI y del BCE, devastando derechos sociales y
libertades colectivas, convirtiendo deuda privada en pública y ahondando en las
desigualdades entre quienes siguieron enriqueciéndose en la debacle y los que sufrieron
la dentellada de los recortes, la pérdida del trabajo o la merma de su
capacidad económica.
Y ello lo hace
Argüelles con la honestidad de quien cree que el oficio periodístico es “contar
a los demás lo que nos pasa a todos sin inmolar a sabiendas la verdad” —y
no es apostilla menor el “a sabiendas” a la vista de lo que se cuece a diario
en la prensa de nuestro país—.
Así pues, tenemos en El callejón de las fieras (título que aludiendo a una calle de Cimavilla, acota en su ámbito la depredación de aquel tiempo) un mosaico historiado de lo que en esta orilla del cantábrico iba sucediendo mientras los clarines de la calamidad seguían tocando puntualmente a rebato. Y todo se refiere desde el compromiso no sólo con la verdad, sino también “con las víctimas, con los perdedores de tanta injusticia social y con los creadores de algún tipo de felicidad genuina” (como alguna vez ha explicado el propio autor). A lo que uno añadiría, porque así se paladea una vez abierto el libro, que no sólo se advierte en sus páginas la voluntad de ejercer con honestidad la crónica de lo que acontece, sino que ello se pulsa además con un impecable estilo que conjuga el bien decir con la cita oportuna, con la apropiada referencia culta —que no afectada— y con la evocación, bien traída, del entrevistador experimentado que ha tenido, a lo largo de su carrera, el privilegio de conocer y charlar con no pocos y estimables personajes del mundo de la cultura (muy entrañable resulta, por ejemplo, el recuerdo de su encuentro con Ana María Matute).
Por eso del estilo impecable, del decir con sentido, a la vez que sintiendo con empatía lo que le sucede al otro, El callejón de las fieras no es, como pudiera pensarse de una antología de artículos, un libro para picar aquí y allá con curiosidad inconstante, sino una obra en la que, una vez inmersos, vamos pasando páginas casi con la misma avidez del que persigue un desenlace. Así de bien medidos son los capítulos, así de bien escritos. Quizás, porque José Luis Argüelles aunaba en esa etapa ya veterana de su profesión la maestría de quien terminó por ser referente ineludible de la prensa cultural de esta región, a la vez que, en una vida paralela de dedicación discreta, constante y exigente, iba urdiendo una trayectoria literaria que lo ha convertido en uno de los poetas asturianos referenciales.
“Los periodistas se agarran al relato de lo que consideran hechos probados, a los datos, y los poetas cavan en su interior en busca también de alguna certeza o asidero. La diferencia entre unos y otros está en el uso del lenguaje y en la relación que tratan de mantener con las palabras, aunque he leído reportajes, columnas o crónicas que logran el mismo resultado que la mejor poesía: conmover, emocionar, iluminar.”
José Luis Argüelles explicaba así, en una entrevista publicada en La Voz de Asturias, la diferencia entre las dos vertientes de su quehacer; aludiendo, además, a esa excelencia que algunas pocas veces se vislumbra en ciertos columnistas que aciertan a estremecer el alma de sus lectores de un modo parecido al que lo hace un buen poema. Pues bien, así lo consigue, también, El callejón de las fieras. Léase, por ejemplo, Una tumba española, donde el autor viaja en laica peregrinación al cementerio donde reposa Antonio Machado en Collioure. O las evocaciones que en un par de artículos recuerdan la figura de Pachín de Melás, aquel autor asturianista que “en una ciudad bombardeada por las tropas franquistas, salvó del fuego los restos de Jovellanos”. O esa “manera decente de ser español”, que Argüelles observa en el proceder del pedagogo Eleuterio Quintanilla. O esa fidelidad emocionada con que se celebra el cincuenta aniversario de la Rayuela de Cortázar, esa novela que “ayuda a entender el amor y las ciudades, el arte y el fracaso, los mecanismos del deseo y su poesía”.
Se logra, por tanto, en esta gavilla de buenos artículos, pulsar la emoción a través de las afinidades con quienes han procurado una existencia o una creación bella y honesta, a la vez que se desprecia cuando ensucia, malbarata o ultraja la vida de la gente en aquella España de la recesión, cuando “la amenaza económica, una nueva Harpía más rápida que el viento, se había convertido en la nueva señora de la casa y había hecho de la política su ilustre fregona”.
Un libro, en fin, que milita en las palabras que nos ayudan a hacer preguntas y provocar
respuestas, porque como dijo Cyril Connolly, y Argüelles recuerda: “debemos seguir haciendo lo que más nos
guste, como si las ilusiones del humanismo fuesen reales y las realidades del
nihilismo se revelaran como una pesadilla”.