martes, noviembre 27, 2007

Skyline


Paseo temprano. Me acerco justo hasta la casa de Rosario Acuña. Desde ese rincón oriental de la bahía se puede observar eso que llaman la skyline de la ciudad. Nace suave en el cerro. Se arista sobre San Pedro. Y entre Cimavilla y el rascacielos de Bankunión deja un cuenco de vacío. En medio se alza una lejana chimenea pintada en franjas rojas y blancas, como anunciando peligro. Debe de ser la térmica de Aboño. Deja una boina de humo. La gráfica urbana sigue luego febril a lo largo de todo el paseo marítimo. Tiene un perfil escalonado. El de la infame mampara de ladrillo que en los años sesenta levantó la codicia de algunos con la indiferencia de casi todos. Mirando así la playa, con rabia inútil ante el desmán irreparable, se intuye que por muy violenta que venga la mar, siempre acabará rendida. Resignada, como todo, al sin remedio de la orilla.

lunes, noviembre 26, 2007

Cómicos


El viernes vi en la 2 El extraño viaje, una película dirigida por Fernando Fernán Gómez. Se le hacía con su proyección un homenaje al recientemente fallecido actor, autor y director. Fue, desde luego, una buena elección. No había visto nunca el film y me pareció sencillamente magistral. Se hizo en 1963, aunque no se estrenó hasta unos años más tarde. A sus productores les asustó llevar a los cines una historia tan negra y narrada con tan gruesos trazos. Se mezcla en ella con singular acierto la intriga, el humor negro o la crónica de costumbres. Parece que la idea de la película surgió en una tertulia de café, cuando Fernán-Gómez, Berlanga y Perico Beltrán leyeron en El Caso una noticia sobre el llamado crimen de Mazarrón. En aquella charla de café se germinó el guión de El extraño viaje. Transcurre todo en un pequeño pueblo. Se inicia la película con un baile. En medio de la pista, la chica más atrevida del lugar se marca un twist cuya sensualidad es observada con tanta lubricidad por los hombres y con tanto escándalo por las mujeres que esa escena por sí sola ya logra describirnos el ambiente en que se desarrollará la trama, una España rural, pobre y reprimida. El final cierra el círculo, la muchacha se va en el autobús de línea hacia la ciudad. Deja ese pueblo que ha sido a lo largo de la película el escenario de una truculenta historia. En medio de la ruindad moral y del atraso social, ella ha sido el único aire fresco. Y ese soplo de vida huye finalmente del pequeño infierno provinciano. Quizás haya en todo ello la metáfora del país que eramos entonces, triste, mezquino y sometido.

De la película queda un regusto agridulce: un argumento de novela negra bien urdido en una España que para desgracia de quienes la vivieron fue la nuestra largo tiempo. Queda también el recuerdo de algunas excelentes interpretaciones, como la de Rafaela Aparicio. O la de ese personaje retraído, temeroso y levemente tarado que hace Jesús Franco, una rara avis de nuestro cine que se convirtió con el tiempo en su director más prolífico e inclasificable. Queda el guión de Perico Beltrán, que murió también hace nada, en una mala pensión y casi en la miseria. Era el último bohemio. Había hecho de todo en el cine. Ejercía de conversador ameno. Representaba la memoria de una época de amistades de café, tabernas, chicas de alterne, alcohol sin reparos y humo espeso de tabaco. Escritor, actor, guionista. Lo recuerdo hace años hablando hasta perder el resuello en un programa radiofónico del que fue colaborador. Lo sabía todo del cine español. Gabino Diego lo encontró muerto en la habitación donde malvivía. No fue tan casual que así fuera. A este otro miembro desgarbado de la farándula, al que tan a menudo han caracterizado de pasmado, le ha podido siempre la admiración por esa generación de ilustres. Debutó en el cine con Las bicicletas son para el verano de la mano de Chávarri, gracias a que se le había visto un parecido razonable con Fernán Gómez, y terminó trabajando a las órdenes de éste en algunas de sus películas, entre ellas El viaje a ninguna parte, una historia de eso que años atrás se llamó tan dignamente cómicos. Esa retahíla de ocurrentes que son capaces de despedir a un tipo recién muerto subiéndolo a un escenario y cantándole unos tangos.

viernes, noviembre 23, 2007

Panero, Juan Luis


Llevan encima los Panero un estigma de desencanto. Una vocación fratricida. Un blanco y negro sombrío. El rigor y los fantasmas de una ciudad interior de provincias en el invierno. Hace sólo tres años se murió Michi, aquel tipo que se decía posmoderno, desordenado y descuidado con todo, excepto con su perro. Vive en el extravío mental Leopoldo María, quien escribía hace apenas un par de semanas a apropósito de Rimbaud, que la locura es la mejor poesía. Y habita en el retiro de Gerona, renunciando a esa memoria familiar despiadada, Juan Luis. Se le entrevista en el último número de EL CULTURAL. Desprende en la foto un aire de recelo dócil. Habla con una lucidez nada afectada. Y resulta muy interesante lo que dice. Extraigo: “Comprendo que el profesor y el crítico y el antólogo necesiten que el poeta esté quietecito en su rincón, pero también creo que el poeta debe sentirse ante todo libre. Cernuda decía que el carácter es el destino, y el mío jamás me ha empujado a buscar la compañía de ninguna secta poética, siempre me ha gustado ir por mi camino, huir de los grupos y la frivolidad. (…) Luis Cernuda, para mí, es el escritor más importante del siglo XX en España. Bueno, el escritor, el crítico literario, la persona... Cernuda, como Camus, como Paz, fue un ejemplo ético increíble, el responsable de que, en los tiempos más oscuros del franquismo, yo lograse evitar la tentación estalinista”. En apariencia son dos apreciaciones, la de las sectas y la de la tentación totalitaria, sin demasiada relación. En apariencia.

miércoles, noviembre 21, 2007

Las aguas silenciosas

Compré hace unos días en Paradiso el último libro de Francisco Álvarez Velasco. La casualidad quiso que al salir de la librería me encontrara con el autor. Le di a firmar el poemario. Puso en él algunas palabras amables. Iba acompañado de su mujer. Charlamos un momentito. Acababan de llegar de Barcelona. Allí viven su hija y su única nieta. La pequeña se llama Luna y los abuelos cuentan –qué van a decir ellos- que está preciosa. Lo está, doy fe, que la vi en fotos.

Las aguas silenciosas, editado por Trea, contiene un hatillo de hermosos y muy depurados poemas. Apenas se narra en ellos. Cuentan emociones. Y se alcanzan éstas a través de algunos de los temas recurrentes en la obra de Velasco: el paso del tiempo, la muerte como horizonte, la soledad, el amor o la memoria familiar. Respecto de esta última intuyo que se tiende un puente entre las hogazas de la infancia o la ropa doblada con ternura y ese eslabón último que es la niña recién nacida a la que se le vigila el sueño: “la calma de tu rostro / mientras estás soñando”. Es ese el consuelo de futuro, el del pasado son las guijas, esas piedras blancas y pulidas que refulgen en el lecho de las aguas silenciosas. Es la corriente la vida que transcurre. Los recuerdos, esos que le brillan en el fondo y atraen la mirada y provocan la evocación: “relumbran en el limo / algunas guijas blancas”. Y la salvación sigue siendo en el presente la compañía de quien se ama “donde tus pies terminan / y nace al agua viva / y el viento de los trigos / y empiezan los arroyos”; pero también las pequeñas e imprescindibles cosas que van con nosotros: “…acariciar las cosas que nos acompañaban” se dice en un verso que páginas más adelante titula un poema.

Parecen estar siempre escritos los libros de Paco Velasco con la naturaleza al fondo. De ella se entresacan de continuo apuntes bien traídos que adquieren una significación precisa. La hiedra, el bosque o la misma tierra ya fueron parte del título en libros anteriores. Ahora lo son las aguas, “la vida va por ellas”. Aguas que llegarán a la mar, frente a la que miran los viejos: “Frente a la mar sentados. / Y los barcos se alejan / por la panza del mundo”. Naturaleza y estaciones, porque aquélla se transforma al paso de éstas, siendo un tránsito inexorable como el de la propia vida, como el de los ríos; un correr que muere en el invierno cuando “noviembre se desnuda / (…) y es amargo estar solo / (…) y crece por el mundo la pleamar de la muerte”.

E igual que los ancianos ante el océano, otros rostros miran, pero distinto, desde la orilla de las aguas silenciosas. Son las máscaras a las que algunos versos aluden en la primera parte del poemario, rostros que hablan de la vida que no es sino a veces tan sólo una representación, percusión silenciosa de la soledad: “Ante ese hueco son de la persona / que suena a soledad / si la golpeas, / a sombra y son salobre si la auscultas, / ¿qué podemos hacer?”. Una representación que también es sinsentido de práctica religiosa ante la incertidumbre de un Dios que si no existiera dejaría en baldío: "la tristeza de la carne, / el reino del espíritu, / la ceniza del miércoles". Una ceniza, que como más adelante se recuerda -cerrando así el círculo de nuevo en torno a la naturaleza-, fue árbol antes de ser fuego.

Hay muchos buenos poemas en este libro. Déjenme que para concluir esta reseña -aunque justo sería decir más de tanto como estas aguas llevan-, elija yo de entre estos poemas dos que, de algún modo, se complementan y contienen el libro. Es uno preciso y corto, sus mimbres son sólo dos heptasílabos: “Si no haces ya preguntas / qué lejana la infancia”. El otro certifica esa lejanía al repasar desde la edad niña a la vejez la vida de quien se halla en la frontera de todos los vacíos -¿el poeta mismo?-: “Tuyo era el rostro campesino / madurado en los tiempos de la lluvia / y en los tiempos del sol. / Y el rostro enamorado / también tuyo / (por roderas de luz generosa avanzabas). / Y el rostro de la cólera / implacable, / al asalto / contra los quicios duros / de las puertas del mal. / Mas si te miran hoy, / tal vez nada descubran. / Nada en tu rostro dejan / nubes de tiempo nuevo / ni aguas, ni arenas, ni algas / que marchan y retornan. / En la frontera estás de todos los vacíos.” No llevan título estos versos. Piensa uno que bien pudiera ser el de autobiografía. Que no otra cosa, creo, es lo que se traza en ellos y en el resto del poemario, pues en eso consiste el escribir cuando se cuenta lo que se siente, en explicarnos lo que hemos sido y somos.

lunes, noviembre 19, 2007

Oxítonas

Japón y Jonás suenan parecido por la jota inicial, por ser palabras agudas, u oxítonas que se dice ahora, y bisílabas. A Japón Greenpeace, como Dios a Jonás, le rogó que tomara derroteros distintos. Que se fuera a Nínive le decía la divinidad al de Israel. Que se quede en casa le piden los ecologistas a la flota japonesa. Jonás terminó en el vientre de una Moby Dick bíblica que lo tuvo en el seco estomacal tres largos días. Hasta que se arrepintió, se le perdonó y se fue por fin a Nínive a predicar la destrucción si no enmendaban las malas costumbres los del lugar. Eran otros tiempos e historias más edificantes. El viaje de la flota nipona teme uno que no tenga final de parábola, sino el cruento remate con que se pespuntea a diario la realidad. Jonás significaba paloma. Se le extravió la razón y el vuelo lo llevó a la boca de un cetáceo. Japón quiere decir lugar del sol naciente. Debe de amanecer fuerte algunos días por allí, tanto que a unos cuantos se les ciega de repente el entendimiento y hasta se les adormece el músculo cardiaco -oxítono también-.

viernes, noviembre 16, 2007

Obrero del milagro

Fue ayer leyendo a James Salter. Su cuento Contigo, Mi Señor. Se titula así porque en él se intercala un poema de Pound que contiene esa expresión O mejor dicho, un poema chino traducido por Pound y publicado en su libro Cathay de 1915. Fue leer esos versos en el relato y despertárseme en la memoria una ristra de recuerdos. Han pasado ya más de veinte años. Por entonces nos reuníamos para hablar de poesía. De la nuestra y de la de que nos gustaba. Publicábamos una revista minúscula. Hacíamos algún recital –osada mocedad-. Y hasta nos atrevimos con tres o cuatro diaporamas, que eran como un entrelazado de imágenes fijas a las que un guión y una música apropiados les daban apariencia de documental proyectado. Yo creo que el mejor de aquellos trabajos fue el dedicado a Ezra Pound. Lo recordé porque a todos nos emocionaba cómo se recitaba en él ese poema rescatado por Salter. Lo hacía una voz que sostenía sin afectación una delicada queja, una añoranza:

A los catorce años me casé contigo, Mi Señor.
Nunca me reía, siempre vergonzosa.
Bajando la cabeza, miraba a la pared.
Llamada, mil veces, nunca volteaba la cabeza.
A los dieciséis tú partiste,
Te fuiste a la lejana Ku-to-yen, por el río de veloces remolinos,
Y ya llevas ausente cinco meses.
Los monos hacen un ruido triste sobre mí.
Las hojas caen temprano en este otoño, con viento.
Las mariposas emparejadas están ya amarillas por agosto.
Sobre la hierba en el jardín del Oeste;
Me hacen daño. Me envejezco.
Si vienes bajando por los desfiladeros del río Kiang
Házmelo saber, por favor, de antemano,
Y yo voy a salir a encontrarte
Hasta allá a Cho-fu.Sa.

El mejor halago que yo he encontrado acerca de la personalidad de Pound fue el que le dedicó Joyce en una carta a Yeats: "Nunca voy a poder agradecerle lo suficiente que me haya puesto en relación con Ezra Pound, que es, sin duda, un obrero del milagro". Lo fue, sin duda, para un puñado de magníficos escritores a los que alentó, significándole en aquel patrocinio el excelente tino que puso en la elección. Pero ese tipo innovador en su obra, generoso y con buen ojo para la de los otros, tuvo, sin embargo, la infeliz ocurrencia de encoñarse con el fascio. Se empeñó antes en volverse economista, buscando en esa disciplina explicación a los males sociales. La tóxica emulsión de números y versos lo trastornó de tal modo que se volvió vocero radiofónico de las virtudes mussolinianas desde una pequeña emisora del norte italiano. Conoció por ello, al final de la guerra, la cárcel y hasta las jaulas. Y fue carne de psiquiátrico doce años hasta que recobró la libertad para pasar sus últimos años en Venecia.
Aquel diaporama que entonces le hicimos a Pound terminaba, según creo recordar, con dos hermosísimas evocaciones del poeta ya anciano y casi olvidado escritas por Felinghetti, Ezra Pound en Espoleto, y por Antonio Colinas, Encuentro con Ezra Pound. La primera se ambientaba en un verano de 1965, en el transcurso de unas lecturas poéticas en el Teatro Melisso:
Todos los de la sala se levantaron, se volvieron y miraron hacia atrás, levantando la vista hacia el palco de Pound y aplaudiendo. El aplauso fue largo y Pound trató de levantarse de su butaca. Un micrófono le molestaba. Se agarró a los brazos del asiento con sus manos huesudas y trató de incorporarse. Como no pudo trató de nuevo y tampoco pudo. Su vieja amiga no intentó ayudarle. Al fin, ella le puso un poema en la mano y después de por lo menos un minuto a él le salió la voz. Primero se le movió la quijada y en seguida la voz le salió, imperceptible. Un joven italiano le acercó el micrófono a la boca y se lo tuvo allí, y la voz pudo oírse, débil, pero tenaz, más fuerte de lo que yo esperaba, delgada, suave, monótona. La sala había quedado en silencio de un solo golpe. La voz me derribó, tan suave, tan fina, tan débil, tan tenaz aún. Recliné la cabeza sobre mis brazos en el pasamanos de terciopelo de la baranda del palco. Me sorprendió ver caer una lágrima sobre una de mis rodillas. La imperceptible, indomable voz seguía. ¡Parar en esto! Salí ciego del palco, por la puerta trasera a la vacía galería del teatro en cuya sala quedaban todos vueltos hacia él, bajé y salí al sol, llorando… En las alturas próximas al pueblo, junto al antiguo acueducto, los nogales estaban todavía en flor. Pájaros silenciosos volaban sobre el valle de abajo; en la lejanía, el sol brillaba en los nogales y las hojas como que giraban en el sol, y giraban y giraban y seguirían girando. Como su voz, que seguía y seguía entre las hojas.”

El poema de Antonio Colinas, publicado en su libro Sepulcro en Tarquinia, dice así:


Debes ir una tarde de domingo,
cuando Venecia muere un poco menos,
a pesar de los niños solitarios,
del rosado enfermizo de los muros,
de los jardines ácidos de sombras,
debes ir a buscarle aunque no te hable
(olvidarás que el mar hunde a tu espalda
las islas, las iglesias, los palacios,
las cúpulas más bellas de la tierra,
que no te encante el mar ni sus sirenas)
recuerda: Fondamenta Cabalá,
hay por allí un vidriero de Murano
y un bar con una música muy dulce,
pregunta en la pensión llamada Cici
donde habita aquel hombre que ha llegado
sólo para ver getes a Venecia,
aquel americano un poco loco,
erguido y con la barba muy nevada,
pasa el puente de piedra, verás charcos
llenos de gatos negros y gaviotas,
allí, junto al canal de aguas muy verdes,
lleno de azahar y frutos corrompidos,
oirás los violines de Vivaldi,
detente y calla mucho mientras miras:
Ramo Corte Querina, ése es el nombre,
en esa callejuela con macetas,
sin más salida que la de la muerte,
vive Ezra Pound.

Ya les digo, fue ayer, leyendo a Salter.

lunes, noviembre 12, 2007

Chitón regio

No debería. Se ha llenado todo de comentarios sobre el asunto. Qué puede aportar uno de nuevo en medio de tanta opinión. Y sin embargo me da como un impulso, unas irrefrenables ganas de terciar. Vamos, como al Rey el otro día. Y de eso ni más ni menos va el asunto. Porque a mí, y adelanto ya lo que pienso sobre ello, no me gustó la incontinencia verbal-real. Se ve que a los monarcas se les va la cabeza siempre con los supuestos revolucionarios. Cuando no se la cortan, la pierden ellos solitos. En ciertos sueldos va también un complemento de templanza. Y vale más que ésta se interprete como paño caliente y que se salga del trance con elegancia, que no arremeter como en tertulia de deslenguados o en programa de género chico. Por muy inquilino de Zarzuela que se sea.

Escándalos y soldados


La curiosidad me ha permitido, inopinadamente, relacionar la última novela que acabo de leer, El buen soldado (por recomendación de FPC) y la última película que acabo de ver, Diario de un escándalo. El nexo lo hallé en una crítica de Rodrigo Fresán en Babelia sobre la obra literaria de Zoë Heller en la que se basa este film del que recién he sabido. La reseña termina así: “Diario de un escándalo -como se autodefine El buen soldado de Ford- es otra ‘historia más triste que jamás he oído’ y que, a pesar de eso, o quizá exactamente por eso, felices de que así sea, no podemos resistirnos a que una infeliz voz nos la cuente hasta casi el más ínfimo detalle”. Efectivamente, así son ambas historias. Narraciones contadas meticulosamente. Dowell, un marido engañado, relata las relaciones de dos matrimonios, el suyo y el de los Ashburnham, durante las nueves temporadas que pasaron juntos en la intimidad convulsa del balneario de Nauheim. Se habían conocido todavía jóvenes, ricos, provenientes unos de Nueva Inglaterra y los otros de una guarnición colonial de la India. Y eran una mujer mentirosa, bella y con el corazón delicado; un capitán atractivo, un buen soldado, que se pregunta si demasiadas lecturas no serán malas para un buen jinete; una esposa decididamente católica y el propio narrador, un marido que después de que todo haya sucedido, comienza a saber qué se estaba urdiendo en su ignorancia. Eso cuenta, lo que finalmente ha sabido: "Me consuelo pensando en que se trata de una historia verdadera y en que, después de todo, la mejor manera de contar una historia verdadera es hacerlo como quien se limita a contar una historia".
En París era una fiesta Hemingway hace un retrato cruel de Ford Madox Ford. “Me esforcé por tener muy presente lo que Ezra Pound me había dicho de Ford: que no había que maltratarle nunca, que había que recordar siempre que sólo decía mentiras cuando estaba fatigado, que era un escritor bueno de verdad, y que había sufrido terribles contratiempos conyugales”. Ezra Pound podía ser un jodido fascista, tal vez un loco, pero sabía distinguir a los buenos escritores. Y respecto a los problemas conyugales, El buen soldado es sobre todo el relato de las pasiones de dos parejas, de las interioridades de unas relaciones que bajo la apariencia de su exquisita correción esconden pasiones devastadoras.
"Esta es la historia más triste que jamás he oído", se dice en la primera línea de la novela. Somos el oyente a quien se narra. Ocupamos un sillón en el salón de una casa de campo inglesa. Arde la chimenea y la noche es larga. Hay en todo lo que se nos cuenta una sutil ironía que se sirve de los mimbres del folletín para retorcer el argumento y la cronología de sus hechos hasta convertir el resultado en una verdadera joya literaria.

Por su parte, Diario de un escándalo es una película dirigida por Richard Eyre a partir, como ya se ha dicho, de una obra de Zoë Haller. Su magnífica banda sonora es de Philip Glass. Se trata también de un relato pormenorizado de pasiones, extraído, en esta ocasión, del diario de Barbara Covett (Judi Dench), una adusta y solitaria profesora de una escuela secundaria londinense que se hace respetar por sus alumnos aplicando una férrea disciplina. Barbara vive acompañada sólo por su gata, sin apenas relaciones sociales. Pero su mundo cambia cuando conoce a la nueva profesora de arte de la escuela, Sheba Hart (Cate Blanchett). Cree encontrar en ella no sólo a una leal amiga sino que llega a aventurar en esa amistad la promesa de una compañía afectiva en su cercana jubilacion. Esa ilusión se desvanece bruscamente cuando descubre que Sheba mantiene una tórrida relación con un joven alumno. Despechada, Barbara revela sibilinamente el terrible escándalo.
Dice Rodrigo Fresán que Zoë Heller (Inglaterra, 1965) “no sólo es una buena escritora sino que, además, es una excelente estudiante de Ford Madox Ford y de esa obra maestra de la ambigüedad que es El buen soldado. Por encima de todo, Diario de un escándalo es una de esas novelas cuyo verdadero tema y héroe es una voz: la poco confiable voz de Bárbara, quien nos cuenta la historia y que, por lo tanto, es la que decide qué incluir, qué esconder, qué dejar fuera y qué cambiar. Así Diario de un escándalo -como se autodefine El buen soldado de Ford- es otra "historia más triste que jamás he oído" y que, a pesar de eso, o quizá exactamente por eso, felices de que así sea, no podemos resistirnos a que una infeliz voz nos la cuente hasta casi el más ínfimo detalle”.

Confesiones

En EL PAÍS del sábado Juan Cruz charla con Jaime Salinas, quien se confiesa un gran tímido. El que fuera editor en Seix Barral y Aguilar, cofundador de Alianza Editorial e impulsor de Alfaguara, quien llevara las riendas de la Dirección General del Libro y Bibliotecas, se confiesa un enorme tímido. “Bebía para estimularme. Interpretaba en las reuniones como un actor. Yo interpretaba, recibía a la gente, la entretenía. Actuaba”. Cuánto sabe uno de esas interpretaciones y qué mal actor seguimos haciendo: cómo tiembla la voz siempre en lo más inoportuno.

jueves, noviembre 08, 2007

Alejandrino

Es el alejandrino un verso de catorce sílabas métricas compuesto por dos hemistiquios de siete sílabas cada uno. El denominado alejandrino anapéstico es el que acentúa siempre las sílabas tercera y sexta de los dos hemistiquios, es decir, la tercera, la sexta, la décima y la décimotercera de cada verso. Su ritmo, proveniente del dactílico empleado por la poesía clásica –de dos sílabas breves y una larga, UU_-, era el indicado tanto para la poesía del Mester de Clerecía como para la poesía épica. Género este último muy útil para la narración hiperbólica o fantástica de hechos históricos o para el relato de una historia fabulada que, generalmente, era protagonizada por un personaje central que movía la trama asistido por la divinidad y que en su doble faz guerrera y poética podía pergeñar versos tales como:

Ni en desiertos remotos, ni en montañas lejanas”.

miércoles, noviembre 07, 2007

Serandinas y el vino

Para M. y P.

Siempre he creído que aquí, en Serandinas, podrían darse buenas uvas, parras generosas, la promesa de un vino alentada en terrazas soleadas que mirasen altivas el curso oscuro del Navia, cepas que le gritaran al río que de esa pez que arrastra como agua y entristece el mundo se ríen los mil racimos brillantes de su fruto. Y tanto se reirían que hasta terminarían retorciéndose de alegría las vides y las vidas de los pocos que por aquí andamos. Pero mientras llega el enólogo pionero que haga realidad esta ilusión mía, el encantador que le ponga un espejismo de sonrisa a este paisaje, guardo a buen recaudo, en la despensa, el vino que días atrás tuvieron a bien traerme unos amigos que por aquí se perdieron. Tres botellas de vino que en la media noche del sábado, en las sombras mismas de las calles del pueblo y casi como si se tratara de un trueque clandestino, me entregaron esos entrañables visitantes como un alijo cordial. A menudo se le asegura a quien obsequia vino que será bebido a su salud. Pero poco puede hacerse por prevenir la salud del otro. Ese deseo de quererlo sano es siempre la buena fe de quien le brinda al sol. Por eso mi intención es otra. En esas tres botellas prometo yo paladear el recuerdo de una velada amable, eso que intuyo es ni más ni menos que la exacta medida del cabal provecho de la vida.
Xuan Serandinas

domingo, noviembre 04, 2007

Aurino

Regenta una cantina en Roces. Hace años organizamos allí una cena de amigos. Sólo abre el comedor en ocasiones especiales. Prepara entonces su mujer la especialidad de la casa, poulet au vin rouge. La denominación del plato no es ningún despropósito pretencioso en su boca por dos razones. Primera, porque su pronunciación del francés es voluntariamente enfática, cómica. Y segunda, porque se presta a la traducción al momento: pitu afogau en morapio. Aurino es quien más sabe de llave en el mundo. La llave es un deporte que parece fue entretenimiento de quienes le iban haciendo los raíles al tren. Clavaban un hierro en el suelo. En su extremo superior añadían unas aspas que había que intentar girar al lanzarles los tejos. Aún hay algunos merenderos asturianos que conservan el artilugio. También Aurino es uno de los que más sabe en el mundo de Alfonso Camín, aquel poeta modernista gijonés que vivió en Cuba, se murió de viejo, casi olvidado, fue enterrado en soledad y compuso uno de los puñados de versos a cuyo ritmo más parejas se han insinuado sexo: ponme la mano aquí Macorina. Vi a Aurino el viernes. Me comentó que llevaba casi un mes de vacaciones y que había ganado tres kilos. Su intención al cerrar por descanso la cantina era pasear, hacer vida sana, cuidarse y perder algo de peso. “Tres kilos llevo cogidos, fiu. La mio voluntad ye como una alfombra y ando tol día pisándola. Ya me lo diz la santa, ‘pero qué vas a ponete Aurino si non te val ya ningún pantalón’. Non te preocupes, santina, que me pongo el chándal”.

La diferencia que cubre la trampa

Se falló hace unos días la XXII edición del Premio Cálamo de Poesía Érótica. El jurado lo componían Francisco Velasco, Eladio de Pablo y Verónica García Moreno. Eligieron como la mejor de las obras presentadas la del poeta aragonés José Antonio Conde Lafuente, titulada La diferencia que cubre la trampa. De ella extraigo ahora estos versos:

Sin más pretexto
que la ortiga incandescente,
me hospedo en el almíbar,
en la brevedad del lamento
y nadie moldea mi vientre
ni lo mancha de brasa, ni dilata su reino.