Querido amigo, sabes que te leo a menudo, que intuyo que esos ejercicios de bitácora que practicas, ese continuo hacer dedos, no busca sino soltura en eso que llaman literatura, una ilusión que, a mi juicio -ya hemos hablado de ello-, siempre has sobrevalorado. Eso sí, he de reconocerte al menos que hay entradas en las que hasta aciertas con lo que se necesita para hacer de unos renglones algo más que un apunte. Sabes bien qué condiciones se requieren para ello, sobremanera cuando se escribe para los demás y éstos se pretenden muchos. Se debe encontrar, sobre todo, un buen principio -siempre los jodidos buenos principios-. Y hay que desarrollarlo hasta alcanzar un desenlace adecuado, un puñetero e imprescindible final. Porque la literatura ha necesitado durante siglos de finales, de felices o infelices finales, de piezas exactas con las que concluir sus rompecabezas. Ha precisado de esos finales justamente cuando la literatura decía imitar la vida. Qué gran mentira. El único final que la vida conoce es la muerte. Y no siempre la muerte remata la obra literaria. En realidad las tragedias han sido las más fieles con la vida. Yo te escribo, en cambio, contándote siempre cosas sin final. Trocitos de vida en renglones. Sin pretensiones literarias, claro. Pero sin necesidad alguna de final. O con el solo final que sucede a lo que se cuenta cuando deja de contarse, tras la última palabra, tras el punto final que la sigue, cuando nada más puede leerse ya y todo queda quieto en la página.
Al retornar a la aldea, uno de mis primeros paseos me llevó al río. Al embarcadero. Me encontré allí con un par de pescadores, unas barcas. Las aguas estaban oscuras y remansadas. Junto a la orilla colgaba un buzón de un árbol. Ponía Lantero. Llanteiro se le dice en realidad por aquí. El lugar es un recodo de tierra al otro lado del río. Tres casas y una pradería extensa circundada de bosque. Un lugar aislado del mundo por el agua y la montaña. Cuando se construyó el embalse de Arbón les prometieron a los escasos vecinos de Lantero un puente hasta Serandinas. Nunca se tendió. Les quedó pues un largo y tortuoso camino hasta Villayón, por Illaso, y una barca para salvar la breve distancia con la margen contraria del Navia. Por eso el buzón está de este lado. El más corto. Anda aquello ahora ya deshabitado. Pero se conservan bien las edificaciones. Al menos eso parece en la distancia. Y hasta hay bestias, pacientes y solitarias, pastando en los prados. Hacía frío aquella mañana al lado del río. Sobrecogía la profundidad que se le intuía. La opacidad de su curso demorado. Las cartas esperarían antaño que llegara el barquero hasta ese buzón abandonado que cuelga aún de un pino robusto junto al embarcadero. El correo venía del otro lado del río. Como la vida misma. Del otro lado del mundo.
Un abrazo de tu amigo Xuan.
Al retornar a la aldea, uno de mis primeros paseos me llevó al río. Al embarcadero. Me encontré allí con un par de pescadores, unas barcas. Las aguas estaban oscuras y remansadas. Junto a la orilla colgaba un buzón de un árbol. Ponía Lantero. Llanteiro se le dice en realidad por aquí. El lugar es un recodo de tierra al otro lado del río. Tres casas y una pradería extensa circundada de bosque. Un lugar aislado del mundo por el agua y la montaña. Cuando se construyó el embalse de Arbón les prometieron a los escasos vecinos de Lantero un puente hasta Serandinas. Nunca se tendió. Les quedó pues un largo y tortuoso camino hasta Villayón, por Illaso, y una barca para salvar la breve distancia con la margen contraria del Navia. Por eso el buzón está de este lado. El más corto. Anda aquello ahora ya deshabitado. Pero se conservan bien las edificaciones. Al menos eso parece en la distancia. Y hasta hay bestias, pacientes y solitarias, pastando en los prados. Hacía frío aquella mañana al lado del río. Sobrecogía la profundidad que se le intuía. La opacidad de su curso demorado. Las cartas esperarían antaño que llegara el barquero hasta ese buzón abandonado que cuelga aún de un pino robusto junto al embarcadero. El correo venía del otro lado del río. Como la vida misma. Del otro lado del mundo.
Un abrazo de tu amigo Xuan.