miércoles, octubre 28, 2009

Ciutadella










Tenía el hotel un olor añejo,
como a cañería y hervor de guiso,
pero un mirador al que llegaba en calma
la mar durante el día
y su rumor por la noche.

Era verano,
el mejor de los tiempos,
si se tiene la dicha compartida
y los años justos para gozar
del sabor a yodo en las pieles tibias,
del milagro del sol
y de las islas.

lunes, octubre 26, 2009

Battle Creek


Hace unos días disfrutamos de El balneario de Battle Creek. Nos la prestó G., a quien le entusiasma, con razón, la película dirigida en 1994 por Alan Parker. En ella, uno asiste al desarrollo ágil de la historia y a la interpretación paródica de los personajes como si se representara la exageración fabulada de un relato vagamente real. Y sin embargo, todo ese cúmulo bien urdido de historias casi surrealistas tuvo cimientos ciertos. La comedia está basada en la novela The Road to Wellville, del escritor norteamericano T. Coraghessan Boyle y nos pone en la pista de un personaje singular, John Harvey Kellogg, inventor de los copos de cereales tostados, que comercializó tras convertirlos en parte importante de la dieta que les suministraba a sus pacientes en Battle Creek, un balneario situado al sur del estado de Míchigan. En la película, Anthony Hopkins interpreta en el film al Dr. Kellog, quien abogaba por un régimen alimenticio e higiénico basado en principios tales como la defecación sin represión; la templanza sexual, excepto para los propósitos reproductivos: "el sexo es la cloaca del cuerpo humano...", la dieta vegetariana estricta: "el consumidor de carne se ahoga en un mar de sangre..."; la abstinencia tabáquica: "el hígado es el único obstáculo entre el fumador y la muerte..."; y el evitar los colchones de plumas, las novelas románticas y, sobre cualquier otra cosa, la masturbación ("el asesino silencioso de la noche”, al que recomendaba combatir, en el caso de los hombres, “por medio de la circuncisión y sin anestesia, ya que el dolor debía tener un efecto saludable sobre la mente, especialmente si se conecta con la idea de castigo”; y en el de las mujeres propensas al placer solitario, a través de “la aplicación de ácido carbólico puro en el clítoris, un excelente medio para despejar la excitación"). Kellogg estaba convencido de que “el declive de una nación comienza con la complacencia en la comida”; y de que “el consumo de proteínas fomentaba la masturbación y hacía proliferar las bacterias tóxicas en el colon”; por ello, entre sus prácticas “científicas”, promovía remedios tan peregrinos como la aplicación de enemas de yogur. Esta terapia de las lavativas sedujo a personajes notables como John D. Rockefeller o Theodore Roosevelt. Pero la nómina de quienes siguieron las prácticas médicas del balneario de Battle Creek alcanzó también a George Bernard Shaw, Henry Ford o Thomas Alva Edison. Kellogg gestionaba en realidad una institución creada por los Adventistas del Séptimo Día como referencia del naciente movimiento naturista en Estados Unidos. Un lugar al que tuvo la ocurrencia —nunca hasta entonces se había aplicado la palabra— de denominar sanatorio (sanitarium), rebautizando así un balneario donde se procuraba remediar la autointoxicación provocada por la incapacidad intestinal para digerir las malas prácticas alimenticias que, según creía, eran la causa de casi todos los males, hasta el punto de que en Battle Creek se practicaba la gimnasia en pañales para que el paciente pudiera aliviarse cuando le viniera en gana. El poso de aquel exceso es hoy dieta aún de muchos desayunos. La película que lo narra, una delicia de cine divertido, una metáfora de lo obsesivo, una invitación al disfrute de todo lo que se tuvo por nocivo en Battle Creek.

miércoles, octubre 21, 2009

Refrán (cés)

Cada vez más a menudo aguarda uno los informativos convencido de que, como dicen los franceses, “pas de nouvelles, bonnes nouvelles”.

Wislawa Szymborska

Me envían por correo uno de los poemas del nuevo libro, Aquí, de Wislawa Szymborska. Los versos que recibo se titulan Mi difícil vida con la memoria. Tienen, como todo lo que escribe la autora polaca, la difícil apariencia de lo sencillo, la permanencia de lo fundamental:

MI DIFICIL VIDA CON LA MEMORIA

Soy mal público para mi memoria.
Quiere que continuamente escuche su voz,
y yo no dejo de moverme, carraspeo,
escucho y no escucho,
salgo, regreso y vuelvo a salir.

Quiere ocupar mi atención y mi tiempo por completo.
Cuando duermo le resulta fácil.
De día, depende, y eso le molesta un poco.

Me desliza insistente antiguas cartas, fotografías,
trata hechos importantes y sin importancia,
pone la mirada en paisajes inadvertidos,
los puebla con mis muertos.

En sus historias siempre soy más joven.
Es agradable, sólo que para qué seguir insistiendo en eso.
Los espejos me dicen otra cosa.

Se enfurece cuando me encojo de hombros.
Y, vengativa, me echa en cara todos mis errores,
Graves, luego fácilmente olvidados.
Me mira a los ojos, espera a ver qué digo.
Al final me consuela con que pudo haber sido peor.

Quiere que viva ya sólo con ella y para ella.
De preferencia en una habitación oscura y cerrada,
y en mis planes hay siempre un sol presente,
nubes actuales, caminos en curso.

A veces estoy harta de su compañía.
Le propongo separarnos. Desde hoy y para siempre.
Entonces sonríe compasiva,
pues sabe que para mi también sería una condena.

martes, octubre 20, 2009

La escuela de los domingos

Las cosas que me van interesando de este rico universo de las bitácoras, tan diverso y tan sorprendente, las cosas a las que les guardo querencia, leal lectura, tengo por costumbre dejarlas cerca y a la vista, como ciertos libros, siempre a mano, por si hubieran de consultarse, por el placer de volver a lo que dicen y por simple seña de lo que nos gusta y nos forma. A ese montoncito de referencias le he añadido recientemente un descubrimiento que me tiene fascinado: La escuela de los domingos, la página donde Daniel Domínguez, guionista gallego, escribe, casi a diario —a pesar de lo inicialmente limitativo del título de su blog—, sobre literatura y cine con un estilo limpio, concienzudo y apasionado. Les aconsejo que se reserven sitio en los pupitres de esa aula pública, laica e ilustrada (qué curioso, algo así como la educación que uno desea para sus hijos).

lunes, octubre 19, 2009

Las Nanas

El año que viene se celebrará el centenario del nacimiento de Miguel Hernández. Me preguntan por la carta que Josefina, su mujer, le escribió a la cárcel contándole que ella y su hijo había días en que sólo tenían para comer pan y cebolla. La que provocó las Nanas. Decía así: Miguel, sé que estás mal aunque pretendas hacerme reír, sé que pasas calamidades, pero no vayas a creerte que aquí vivimos en la abundancia. Manolillo tiene ya siete meses y le han salido cinco dientes que me hacen daño cuando aprieta para mamar y sacar sólo un poquito de leche. El hambre aquí camina por las calles y entra en las casas de todos los pobres. Miguel, ¡hay días que sólo tengo para comer pan y cebolla!

jueves, octubre 15, 2009

El Sur

A J. H.

Hemos vuelto a El Sur. Así, sin contracción. En mayúsculas. Hemos amanecido de nuevo junto a Estrella. Acostumbrándonos a la luz filtrada por la ventana que estaba justo en la cabecera de su cama. Un amanecer lento. Una pintura intimista. En claroscuro. Toda la película resulta después como esa escena inicial. Demorada, precisa y sabia. Hemos vuelto a ver El Sur de Erice porque un buen amigo nos la trajo a la memoria. Y al final de lo que sólo era la mitad de la historia, dejamos que el propio director nos contara lo que nunca llegó a rodar. El viaje de Estrella a la tierra de su padre, a lo que allí dejó y a lo que él sólo volvía con remordimiento, a través de alguna carta o de alguna furtiva conversación telefónica. Hemos vuelto de El Sur con la emoción de todo lo que al roce abre de par en par los sentidos. De lo que cuando no se sabía inacabado se nos antojaba misterio sugerente. De lo que se completó con la confidencia de un ocasional Tusitala de café, que nos reveló el final de la historia y que aún tuvo tiempo para leernos un pasaje de Los mares del Sur.

viernes, octubre 09, 2009

Carnalia

Foto de Marcos León (LNE)

El viernes se presentó el último premio Cálamo de poesía erótica. Carnalia. De Domingo. F. Faílde. Poco público. Los que tenemos algo que ver con la convocatoria. Los amigos que por lealtad no fallan. Algún familiar de relleno. Y un matrimonio de ancianos sentados muy cerca del escenario. Este tipo de citas poéticas no varían mucho el guión de siempre. Alguien que nos pone en la pista del escritor y de su obra. Aplausos. El propio autor que explica la génesis del libro y pasa a leer unos versos. Generalmente más de los que sería recomendable. Aplausos. Firma de ejemplares. Sin embargo, Faílde nos sacudió el sopor previsible. Estuvo brillante. Terno clásico y algo grande para su esqueleto menudo. Camisa y corbata oscuras. Bigote einsteiniano. Gafitas redondas y algo caídas. Y un modo de hablar en el que se mezclaban un acento sureño domesticado, una gravedad irónica y un descaro nada impostado que le permitió leer y glosar sus poemas más lúbricos. No debe de ser fácil mantenerse tan elegante mientras se explayan las proezas íntimas en presencia de extraños. Cuando te vigilan muy de cerca dos viejos demasiado formales, de esos que van a los ateneos como quien va a misa, periódica y resignadamente, y que se miraban con espanto cada vez que a la boca del viejo poeta, casi tan viejo como ellos y sin embargo aún amotinado contra el tiempo, asomaban las confesiones de su sexo, alegre, irreverente y sabio. No aplaudieron al final. Se fueron dignos y en silencio. De camino a casa apenas hablaron. Después de cenar, se sentaron frente al televisor. En un plató de colorines se descuartizaba la intimidad de un haragán con fama. Hay a quien la carroña le produce efectos sedantes. A quien la miseria ajena le concilia el sueño. Qué desasosiego sin embargo la voz de ese viejo rijoso, sus versos obscenos, su irrenunciable deseo.

COMO un adolescente,
como quien ha perdido —sin navegar— el rumbo,
como ménade o sombra, no lo sé.
El caso es que me muero cuando te veo desnuda
y desde las cortinas, echadas, de tu sexo
advierto el tabernáculo, las ascuas que resumen
el fuego de los soles
y el calor de los números.

Mis ojos otra cosa no miran, ni los libros,
sagrados hace tiempo, ni las fotos
que guardan, ya en olvido, mi memoria
ni el paisaje que fluye, como los rascacielos,
detrás de la ventana, ni el río de la vida,
que va a darse de bruces contra la mar.

Por ti he abandonado
esos pequeños vicios que acomodan
los años transcurridos, en espera del día
en que todo se cierre, también entre tus piernas,
y no queden rincones que explorar en tu cuerpo
ni caricias, a oscuras, en sitios improbables,
ni normas que infringir; pues comienza a saberme
agrio el vino y perdieron
interés los manjares, que tanto disfrutaba.
E incluiré la poesía, pues no existen lugares
amenos, si no estás ni me huelen las rosas
sino al humus obsceno de tu vientre.

Es extraño. Lo sé
—ya sé que no sé nada— y me siento indefenso,
irremediablemente condenado
a arder en ese infierno que estalla entre tus muslos.

(Carnalia, Domingo F. Faílde. Cuadernos Cálamo-Gesto. Gijón, 2009)

lunes, octubre 05, 2009

Mercedes Sosa

En el anverso, por donde nos da el sol, fluye siempre una savia antigua que sabemos fue dulce y que sin embargo cuando nos la llevamos ahora a los labios resulta más bien amarga. La melancolía es pérdida. Añoranza de lo que nunca hubimos de arrepentirnos. Porque nos hizo mejores. Cuántas canciones nos levantaron del suelo algo más dignos. Y un poquito más sabios. Porque entender lo que nos rodea es tenerle piedad al dolor y es enseñarle los dientes a sus causas. Y llorar a quien nos lo enseñó es guardarle ley y es, sobre todo, recordar la letra y su estribillo.

Duerme, duerme, negrita...