lunes, marzo 07, 2022

Reset


Lee uno a diario la crónica de lo que está sucediendo en Ucrania, las opiniones de quienes dan su parecer sobre cuál es el origen del conflicto y de qué manera podría acometerse una resolución del mismo, y todo termina acumulándose en la cabeza como una especie de masa con tropiezos batiéndose a la velocidad del espanto. Hay quien aboga por la valentía, la resistencia y hasta el heroísmo desde el confort de un sillón orejero. Hay quien prefiere la prudencia de la rendición despreciando la dignidad ajena. Todos etiquetan ideológicamente al sátrapa arrimando el ascua a su sardina. Las fronteras nunca han sido tan permeables a un éxodo de proporciones tan enormes. Del mismo modo, la memoria de esas fronteras nunca ha sido tampoco tan frágil (cuando hasta hace nada era un tránsito imposible para expatriados que arrastraban su éxodo desde latitudes más lejanas). Y en este panorama de incertidumbres (al menos para los que abominamos de la soberbia de las verdades sin réplica), una única certeza: el miedo a la extinción reprime la respuesta que merecería el asedio ruso. Hemos conducido a la civilización a una correlación de fuerzas basadas en la amenaza nuclear, y una vez llegados a este grado de refinamiento cultural, hemos dejado en manos de psicópatas el botón de la apocalipsis. La pregunta entonces sería: ¿cómo revertir este despropósito?

JCD