En un —quizás exagerado— cuarteto decía lo que sigue mi admirado
Gonzalo Hidalgo Bayal:
Nunca pongas a nadie en compromiso / de deleite que tal vez no apetezca, / que es ley que cada cual goce sufra y padezca / a solas en su solo paraíso. Y apunto entre guiones lo de “quizás exagerado”, porque, no obstante lo sentenciado en los versos, el propio Bayal persiste, con una intermitencia discreta y bien medida, en ponernos bajo la barba sus particulares deleites a través de su cuaderno digital. No en otra cosa consiste esa
bitacorería que tantos practicamos —aunque con menos fortuna que él— y que es arte, como el de los buenos bármanes, de combinación precisa, agite reflexivo previo y presentación corta pero visualmente efectiva. En eso y, además, en las dosis imprescindibles de la angostura (por lo amargo de su reconocimiento) que es la vanidad. En cualquier caso, a pesar de la disculpable contradicción de que adolece la estrofa trascrita en relación con la práctica de su creador extremeño, debe tenerse muy en cuenta el consejo por lo que supone de inyección bromúrica contra el rijo egocéntrico, ese que no sólo nos lleva en ocasiones a compartir lo que nos place, sino a sentar cátedra sobre lo que debería y no debería ser fuente de dicha (preceptiva estética) e incluso, en el colmo de la
sobraduría, sobre lo que está o no está bien (certidumbre teológica —no le cabe otra calificación a lo que, más que sobre argumentación, descansa sobre certezas de entradas de blogs o sobre arrogantes correos electrónicos—).