DÍAS LECTIVOS
Ángel Francisco Casado
XXIX Premio Cálamo de Poesía
Erótica
Cuaderno núm. 31, Cálamo/Gesto. Gijón.
El próximo viernes, en el Antiguo Instituto
Jovellanos se presentará el libro Días lectivos, de Ángel Francisco
Casado, ganador del XXIX Premio de Poesía Erótica Cálamo/Gesto. Treinta y tres poemas
en los que el autor adopta una voz femenina para hacernos partícipes de cierta
relación amorosa que avanza desde la pregunta inicial, retórica, planteada en
los primeros versos: “¿Te imaginas
exprimiendo mis frutos / entre oraciones yuxtapuestas, / tú y yo copulativos?”;
hasta el momento final en que los
cuerpos alcanzan, a la “amanerada forma,
a lo escolar”, un progreso adecuado en el conocimiento de pieles y deseos. Todo
ello discurriendo en el período comprendido por un curso escolar, en sus días
lectivos. Y forjado a la vez que el transcurso de las estaciones, imbricándose
éstas en el propio discurrir lectivo, al modo en que se avanza en los estudios
a través de las etapas fijadas por el otoño, el invierno, la primavera y el
punto final que pone el verano. Ese decorado urdido con estaciones y
asignaturas se refleja bien en los títulos de los poemas: Primeras lluvias, Hojas que
caen, Primavera o Arquitectura de verano, por un lado; y Geografía, Lección, Estudio, Dibujo, Genética o Química, por
otro. Pero no sólo se extiende esta alegoría por las páginas del poemario, hay
también un uso metafórico recurrente de la guerra y la muerte, que transforma
en bélicos los lances del amor y en “petite morte” su consumación. Ese empleo se aprecia palmariamente en el poema
titulado Guerra Civil:
Tristemente feliz quedas entonces,
y abatido, tal vez.
Yo, no; yo seguiría planteándote batalla,
procurando de nuevo
desenvainar tu espada.
Soy guerrera.
Una guerra civil civlizada, hermano,
pondría en nuestra historia, ¿te imaginas?
Una guerra de conciliación,
una guerra de amor:
luchando cuerpo a cuerpo,
sedientos de más vida.
Como puede advertirse, se trata de una lección de
historia felizmente revisada a la luz de la ética amorosa. El autor finge la
perspectiva desde la que aborda la creación —una voz de mujer—, pero se
mantiene fiel a lo largo del libro a la verdad de su condición docente, pues Ángel
Francisco ha sido profesor durante muchos años, lo que le dota de la
experiencia precisa para abordar esta obra en un ámbito, con un léxico y en
unos tiempos propios de la práctica escolar. Pero si ese fue su oficio, la
vocación del poeta ha sido y es la musical, y de ello también se nutre con
acierto el ritmo, las medidas —clásicas, en ocasiones, cuando intercala algunos
bien abordados sonetos— y hasta el vocabulario de sus versos. En el propio
papel pautado de una partitura parece escribirse el siguiente poema, titulado,
además, Música:
Música, tú; batuta que dirige
el primer movimiento entre mi boca,
los primeros compases que preludian
el total desarrollo de mi cuerpo.
Diriges lentamente —adagio ma non troppo—
los sonidos crecientes, los audaces
colores de mi almendro; melodías
mi espalda, audaz silencias
en mi nuca un pasaje delicado;
abres al viento scherzos de mis labios,
contra mi corazón percute el tuyeo.
Hacia el final —tutti presto—, dentro,
eres yo misma y mueres porque muero,
y los violines de los cuerpos, con sordina,
en el último acorde.
Es, en fin, un placer volver a la escuela de la mano
de estos Días lectivos, apostarse en los rincones apartados donde se imparte
el aprendizaje alternativo de estos amantes que no dejan ni un instante de
estudiarse y que hasta invitan a participar a veces de su íntima experiencia —resulta
divertidamente delicioso el poema Nueva
buena—. Las ilustraciones de Chelo
Sanjurjo, de línea clara, de trazo limpio, concilian bien con el decir de Ángel
Francisco, siempre transparente en la intención, comedido en las alusiones y
diestro en la escritura de unos versos que cuentan habiendo sido antes adecuadamente
contados, ahormados al ritmo narrativo pero poético de un hermoso libro.
En la presentación del viernes no estará, por
primera vez en la historia del Premio Cálamo, quien fue su impulsor, Juan
Garay. Ha tenido el autor de Días lectivos el delicado gesto de tener
presente a Juan en uno de sus poemas, Lección,
supongo que otorgándole así a este título la doble intención de mantener el
tono escolar del libro a la vez que la de aludir al recuerdo que nuestro amigo nos legó: una
auténtica lección de vida, la que los versos le devuelven a la ceniza de su
recuerdo.
Regálame esa muerte:
la ceniza dormida que se esconde
en tus arcos salinos.
Tengo un oasis,
sé devolver la vida;
escondo manantiales,
murmullos que reclaman tu desierto.
Te daré una lección
José Carlos Díaz