Hace un par de días pasaron por televisión La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder. Se narra en esta pequeña joya, una aventura que Watson, el fiel amigo, confidente y cronista, no habría publicado en vida por afectar, según se nos desvela al comienzo del film, a la propia intimidad del investigador, a su vida privada. La película comienza presentándonos a un Sherlock Holmes abatido por la inactividad, incluso entregado por momentos al coqueteo con algunos alucinógenos por no tener entre manos ningún caso relevante que aclarar, una falta de ocupación de la que, no obstante, se libra pronto al verse envuelto en una trama de espionaje, en la que el mismo sirve involuntariamente a los propósitos del enemigo alemán, puesto que es engañado por una espía que logra seducirlo. El retrato del imperturbable y perspicaz sabueso no puede ser más lacerante: no sólo no acierta a descubrir la trama que investiga sino que él mismo se convierte en una de sus víctimas; y en esas indagaciones, para más inri, se deja engatusar por una mujer que resulta ser, finalmente, una fiel servidora del Káiser. Engañado y enamorado de quien le engaña. Sin embargo, en una pirueta final de la historia, se le permite a Sherlock Holmes descubrir en la prensa, como algún tiempo después, aquella misma espía alemana, en su último acto de servicio en el Japón, una misión por la que finalmente es ajusticiada al ser descubierta, había adoptado el nombre que durante algunos días compartió en Inglaterra con el propio Holmes cuando ambos debieron simular ser matrimonio en el curso de la aventura que la película cuenta. La utilización de ese apellido es un guiño que revela que el amor del detective había sido correspondido, aunque fuera imposible. Saberlo sume a Sherlock Holmes en la desesperación y le lleva a recurrir, de nuevo, a unas inyecciones con una rara solución de cocaína rebajada. Pero en ese recurso no vemos los espectadores un vicio ocioso, sino un consuelo, quizás al modo en que lo era el vino para François Mauriac, cuando afirmaba que él “conoce nuestra miseria, se compadece de nosotros y, cuando nuestras fuerzas desfallecen, nos ofrece abnegadamente su vitalidad”.
Así parece describir la soledad del héroe Billy Wilder, sus debilidades humanas, sus errores, su amor no consumado, su desconsuelo final. El más inteligente de los investigadores es, en la intimidad, un hombre que no ha encontrado una solución satisfactoria a su propia vida. Y quizás lo más sorprendente es que todo ello se narra con un guión ágil y lleno de gracia, y se asiste a esta introspección en la privacidad descarnada de Sherlock Holmes sin que perdamos la sonrisa. Supongo que no hay nada más serio que el humor inteligente.