jueves, septiembre 24, 2015

Cuando Marilyn Monroe, Karen Blixen y Carson McCullers bailaron sobre una mesa de mármol negro

A propósito del charme, cuenta Giuseppe Scaraffia en su libro Los grandes placeres, publicado por Periférica, que cuando Karen Blixen y Marilyn Monroe se encontraron en casa de Carson McCullers —la actriz, luciendo un ajustado y escotadísimo vestido negro y la escritora, deteriorada por la sífilis, esquelética bajo su vestido negro, con la calavera transparentándosele en el rostro descarnado por la enfermedad y sobrecargado de maquillaje—, y después de que se hubieran intercambiado algunas pequeñas historias, Marilyn y Karen, mutuamente fascinadas, empezaron a bailar juntas sobre una mesa de mármol negro.

¿Cómo se llegó a producir aquel encuentro? Según relata Eve Goldberg en Lunch with Carson, ocurrió en una fría tarde de febrero de 1959, en la casa que tenía Carson McCullers con vistas al río Hudson en Nyack, Nueva York. Allí se cumplió el deseo de Karen Blixen durante su primera y única visita a América: conocer a Carson, su  escritora favorita, y a la bella Marilyn. Así lo atestiguan algunas fotografías que se tomaron entonces.
Karen Blixen, que escribía como Isak Dinesen —y que fue sobre todo conocida por sus Memorias de África—, había sido invitada por la Fundación Ford a viajar a Estados Unidos. Tenía 74 años y una salud ya muy quebrada.
En aquel viaje, Karen Blixen comentó a sus anfitriones que los cuatro norteamericanos que más le interesaba conocer eran Ernest Hemingway, el poeta E.E. Cummings, Carson McCullers y Marilyn Monroe. Hemingway se encontraba fuera del país, pero Cummings la acompañó a la cena anual del Academia Americana de las Artes y las Letras donde, como invitada de honor, iba a pronunciar un discurso. A la cena, Karen se sentó junto a Carson y, durante una animada conversación, descubrieron que llevaban décadas admirándose mutuamente. Cuando Karen le mencionó su deseo de conocer a Marilyn, Carson se sintió realmente feliz. Como Arthur Miller estaba sentado en una mesa adyacente, se levantó y anunció: “Tengo el gran honor de invitar a mi amiga imaginaria, Isak Dinesen, a conocer a Marilyn Monroe, junto con Arthur Miller, en un almuerzo en mi casa”.
La salud de Karen Blixen estaba ya por entonces verdaderamente delicada. Era una mujer esquelética que padecía una sífilis muy desarrollada; sufría de anorexia —pesaba 36 kilos—, dependía de las anfetaminas y fumaba compulsivamente.
Cuando, con cierta inquietud, preparaba el encuentro, Carson se enteró de que Karen solo comía uvas blancas y ostras y únicamente bebía champán. Marilyn, a su vez, siempre tímida e insegura, la llamó tres o cuatro veces para saber qué vestido debía ponerse. Arthur Miller y la Monroe  se encargaron de recoger a Karen, que iba muy elegante con un conjunto gris oscuro y un largo chal a modo de turbante y alrededor del cuello. Carson pensó que brillaba con la luminosidad de una vela en una vieja iglesia. Las uvas y las ostras se sirvieron en mesa de mármol negro. Después de la comida, Karen entretuvo al grupo con una historia acerca del primer león que mató, cuya piel envió al rey de Dinamarca. Era una gran conversadora. Marilyn escuchó la historia embelesada, enfundada en un ajustado y muy escotado vestido negro. También ella quiso probar suerte en la reunión como narradora y relató algunas de sus aventuras como cocinera. A Karen le encantó la gracia de la actriz. No solo era hermosa, les dijo a los presentes, sino que además parecía el cachorro de un león, incansablemente vital e inocente.  

No hay acuerdo sobre lo que sucedió después de la comida. Carson escribió que ella, Marilyn y Blixen bailaron al son de un fonógrafo encaramadas a la mesa de mármol negro. Miller desmintió, en cambio, aquella escena. Carson, a pesar de su juventud, estaba prácticamente inválida.  Y la Blixen era un esqueleto sin demasiadas fuerzas. Quizás no bailaron nunca sobre aquella mesa. O sí. Las tres murieron luego demasiado pronto.

martes, septiembre 22, 2015

Cita

"(Mi) partido político sería, si acaso, el de quienes no estuvieran seguros de tener razón."             
Albert Camus
(Diálogo a favor del diálogo, en «Crónicas (1944-1948)», dentro de Obras, 2. Madrid: Alianza, 1996)

miércoles, septiembre 16, 2015

Saliendo del armario

Decía José Emilio Pacheco: “Después de cada entrevista, me quedo pensando: ¿por qué no le dije esto...? Debería haberle dicho aquello otro... Ten en cuenta que yo estoy acostumbrado a escribir, a ver lo que pienso. Y si no veo lo que estoy diciendo, ¿cómo puedo pensar?”. Pus eso.Esto que sigue apareció ayer en La Nueva España, por gentiliza de José Luis Argüelles.
La Nueva España
JOSÉ CARLOS DÍAZ | Poeta y narrador, acaba de publicar "Convalecencia en Remior"

"Si hay ensimismamiento, la literatura es nada; hay que tener en cuenta al lector"

"Me ha intimidado siempre la vida literaria; publiqué mis novelas porque ganaron premios a los que concurrí por insistencia de un amigo"

15.09.2015 


José Carlos Díaz.
José Carlos Díaz. 


Filólogo que, curiosamente, se "gana las habichuelas" (la expresión es suya) llevando asuntos presupuestarios en el Consejo Consultivo de Asturias, José Carlos Díaz (Gijón, 1962) ha ido construyéndose una muy interesante carrera literaria (poemas, novelas, comentarios en su blog...) desde la discreción. Tiene reciente el poemario "Convalecencia en Remior", publicado en Heracles y nosotros.
- "Fue después de la guerra/ y yo estaba convaleciente./ Una bala perdida/ me había atravesado el pie/ y cojeaba como un tullido". ¿Quién es el personaje que habla en este libro?
-Soy y no soy yo. El libro se escribió el verano pasado. Yo sufría una dolencia en los pies que me impedía caminar. Pasamos unos días en esa playa de Lugo, al final de la estación. Aquello parecía una playa de Normandía, así que me di en pensar en un personaje, que hace repaso de su vida hasta ese momento. Es una voz hiperbólica, por así decir, pero autobiográfica.
-En otro poema, escribe: "Concédeme la voz/ de los versos pautados/ y el decir transparente". Pide ahí una poesía clara, alejada de las tentaciones de cuño irracionalista...
-Es la línea poética en la que me siento a gusto. Me identifico con lo que ha escrito José Carlos Mainer a propósito de la poesía de Joan Margarit. Dice ahí que el fenómeno poético debe cimentarse en tres pilares: nitidez en el propósito, claridad en la forma y la certeza de que uno se dirige al lector. La literatura es nada si hay ensimismamiento; hay que tener en cuenta al lector, sin renunciar a la ambigüedad característica de la expresión literaria. La sencillez es lo más difícil.
-Publica sus primeros poemas en 1986. ¿Qué ha cambiado del poeta aquél de los años ochenta al de "Convalecencia en Remior"?
-La intención de alejarse, tal y como decía antes, del ensimismamiento. Cuando empecé a escribir, tenía la impresión de que escribía para mí, no para los demás; no tenía en cuenta la comunicación. Ahora, uno trata de expresar sus sentimientos, sabiendo que son universales.
-Empezó a publicar joven, con veinticuatro años, pero ha tenido largos períodos sin dar nada a la estampa. ¿Por qué?
-Jamás he dejado de escribir. El problema, así de claro, es que nunca he tenido facilidad para publicar, entre otras razones porque no he mandado mis libros a los editores. Quizás por prevención ante el rechazo, por timidez... La posibilidad de publicar "La ciudad y las islas", con fotos de Ana Trelles y Juan Garay, me la dio este último. Y "Contra la oscuridad", Nacho González, al igual que "Convalecencia en Remior". No participo en tertulias, no soy poeta social en ninguno de los sentidos.
-Le interesa más la literatura que la vida literaria...
-Me ha intimidado siempre la vida literaria. Las dos novelas publicadas lo fueron porque ganaron premios literarios, y me presenté a ellos por la insistencia de un amigo. Es cierto que sí envié en una ocasión una novela a la editorial Trea, pero no la publicaron.
-Pese a ese desapego, le identifico con el grupo "Cálamo"...
-Sí, pero es más un grupo de amigos. Soy amigo de Nacho (González) desde hace más de cuarenta años. Y tuve mucha amistad con Juan Garay (falleció el pasado enero). Pero no somos un grupo que tenga influencia literaria. Hicimos aquellos famosos encuentros literarios en los noventa por los que pasaron por Gijón autores como Agustín García Calvo, Luis Antonio de Villena, José Hierro o Antonio Gamoneda, entre muchos otros, pero nunca aproveché aquellas veladas porque, tenía la impresión de que era muy pobre lo que uno podía aportar. 
-Llevan mucho tiempo como grupo de amigos y con una actividad cultural importante. ¿Hay una afinidad estética?
-No. Emilio Amor hace una poesía parecida a las de las vanguardias de los años veinte o treinta, muy hermosa, con mucha imagen; Nacho González tiene ecos más épicos, con verso largo; y yo hago cosas más intimistas.
-¿La poesía fue antes, en su caso, que la novela?
-He escrito poesía siempre y es el género en el que mejor me siento, pero también he escrito mucha narración: tengo bastantes cuentos, por ejemplo. De ahí pasé a la novela. Ahora estoy escribiendo otra novela, situada en el mismo ámbito territorial que "Aunque Blanche no me acompañe".
-¿Es un escritor disciplinado?
-No, no me lo permite ni el trabajo ni mi vida personal; debería, pero no puedo.
-"Convalecencia en Remior" es un libro de madurez, con poemas de línea meditativa. ¿Está ahí el poeta que vamos a encontrar de aquí en adelante?
-Seguro. Lo que estoy escribiendo va por ahí, por esa línea reflexiva. Hay un poema que se titula "Patria", quizás algo social, pero de una poesía social distinta. La épica social me da cierto miedo después de tantas banderas arriadas y de tantos himnos amargos. Hay que hacer poesía social, pero casi como un prospecto farmacéutico: con mucha claridad y reflexión.
-En ese poema dice: "y no le encuentro fácil/ acomodo en mis poemas/ a según qué palabras". ¿A qué palabras se refiere?
-Las que están asociadas a un vocabulario social con ciertos adjetivos.
-La factura de sus versos es clásica, con los acentos rítmicos en su sitio...
-Me gusta que el poema, más que ritmo, tenga mesura. Hay medidas clásicas, pero no quiero que haya demasiada música y deseo que se lea como la prosa.
-Lleva también el blog "Los diarios de Rayuela". ¿Le interesan las posibilidades que brinda internet?
-Me interesó mucho. Creo que llegué a tener muchos lectores. ¿Qué pasó con el mundo de los blogs? Pues que se ha pasado a Facebook, sobre todo. Mantengo el mío, pero más por razones sentimentales. Estoy en Facebook, aunque me da cierto reparo; ahí todos son amigos de todos, amistades que yo no acabo de ver claras.
-Hay quien defiende las redes sociales como un ámbito nuevo para la literatura. ¿Comparte ese optimismo?
-Puede ser, aunque muchas veces lo que se publica en Twitter son ocurrencias, no aforismos. Fernando Menéndez no publica sus aforismos en Facebook o en Twitter, los publica en papel.

lunes, septiembre 07, 2015

Entre candilejas


Quién llamaría candilejas a esas potentes luces que cambian de color e intensidad al ritmo vigoroso de una banda de rock sobre un escenario. Y sin embargo, no son más que una proyección amplificada de las antiguas lámparas de aceite con las que se iluminaban los teatros. Bajo el halo de esa llama siguen subiéndose al escenario actores y músicos. Nos han hecho felices y mejores a lo largo de la historia. Han sido nuestras dudas, nuestras culpas y remordimientos, nuestra conciencia, nuestra alegría, nuestra voz cuando ni aliento nos quedaba, el arrojo en los días mancillados. Siempre han encontrado la palabra justa que nos faltaba, que temíamos pronunciar, que no sabíamos articular ante el miedo, frente al poder o en el amor. Pero antes de pisar el teatro, de arrancar un concierto, de exponerse a los ojos escondidos en la oscuridad del espectador, a su juicio, han bregado horas, días, años, en la sombra de sus ensayos, contra el veredicto incierto de los espejos. Han modulado voces, encallecido sus manos intérpretes, fatigado sus músculos en la danza o en la exclamación. Y en la mayor parte de las ocasiones a cambio de la escasa soldada con la que se recompensa no el arte, sino un entretenimiento apenas valorado. Nos hemos malacostumbrado a la gratuidad de la cultura: tenemos a nuestro alcance, y a cambio de nada, música, cine o literatura. No sólo ya no hay que pagar por todo este caudal de creación, sino que ni tan siquiera se nos requiere a cambio el mínimo esfuerzo de salir de nuestra casa y acercarnos a una sala de proyección, a una librería, a un teatro o a una sala de conciertos. Quién puede entonces extrañarse de que esa labor oscura a la que los artistas les dedican la vida y que no es otra que formarse durante años para expresar con precisión lo que nos constituye por debajo de la piel, de los músculos y la osamenta, esa materia intangible que son los sentimientos, esa urdimbre de emociones y desasosiegos que teje el talento y el oficio del creador, quién puede extrañarse, repito, de que por ese esfuerzo se manifieste tan poco aprecio si apenas ha salido de la manos que lo gestan queda impunemente expropiado. Hay una expresión que describe bien por qué se sigue escribiendo o componiendo: “por amor al arte”. Se suele referir así lo que se hace sin esperar recompensa alguna. Pero debe recordarse que esa ceguera en la que nos sumimos cuando amamos no dura indefinidamente. Y que por mucho que una inclinación artística nos vuelque sobre el papel, la guitarra, el lienzo o el escenario, la dignidad siempre deberá embridar el generoso impulso de compartir cuanto se crea, porque de lo contrario se terminaría haciendo la calle por razones humanitarias. Son nuevos tiempos, dicen, y han de ser ingeniados nuevos canales para la comercialización de la producción cultural. Cuando eso se esgrime como solución, se está absolviendo implícitamente el latrocinio: al asaltado, presumiéndosele el pecado de la vanidad, se le previene con cuidarse de mostrar públicamente su mercancía, so pena de que ese atrevimiento conlleve la penitencia de un robo consentido, ante el que no debe llamar a las puertas de la justicia persiguiendo se repare el expolio, sino que, como en los territorios recién colonizados del Far West, ha de procurarse por si mismo la defensa. Ese menosprecio social a los creadores se manifiesta en escalas muy diversas: desde el sarcasmo con que se acogen en determinados ámbitos institucionales o periodísticos las posiciones de los artistas sobre decisiones de índole política a la displicencia con que se trata a los jóvenes músicos o actores, a los que tantas veces se les ve como meros bufones ocasionales, a los que se les pide trabajo a cambio de nada, a los que se les escatima en los escenarios hasta un vaso de agua. La utilidad con la que todo se mide para valorar su mérito tiene demasiado a menudo miras muy cortas. De qué nos sirve ese tiempo libre o vacacional al que aspiramos a cambio de nuestro trabajo sino para disfrutar de ciertos placeres que sólo se apreciarán en todos sus matices cuanto mayor sea nuestro bagaje cultural. Sin ese acompañamiento de lecturas, de música, de cine, de arte, en fin, en todas sus expresiones, posiblemente nuestras aspiraciones fuesen sólo el acopio material de bienes fungibles, el prestigio de la ostentación. Decía Charles Chaplin que la “la vida puede ser bella si no se la teme. Sólo se necesita valor, imaginación y un poco de dinero”. Los artistas no temen la vida, es su material de trabajo. La desafían con talento. Su obra nos la vuelve además más bella. Pero, a cambio, precisan de la dignidad que sólo puede ofrecerles el comercio justo de lo que crean y el respeto de la sociedad en la que y por la que trabajan.

miércoles, septiembre 02, 2015


VENTANAS

Ella suele quejarse
de que las ventanas no cierren bien,
pero después de haber repasado con mis manos los marcos,
después de apoyar mi frente en los cristales,
después de abrirlas de par en par para airear la casa,
la he traído conmigo
hasta estas viejas ventanas de las que se queja
y juntos, finalmente, las hemos disculpado
por sus pequeñas faltas de rigor:
¿quién puede mantenerse firme
bajo la dicha permanente
del sol al mediodía?

JCD