A propósito del charme,
cuenta Giuseppe Scaraffia en su libro Los grandes placeres, publicado por
Periférica, que cuando Karen Blixen y Marilyn Monroe se encontraron en casa de
Carson McCullers —la actriz, luciendo un ajustado y escotadísimo vestido negro y
la escritora, deteriorada por la sífilis, esquelética bajo su vestido negro,
con la calavera transparentándosele en el rostro descarnado por la enfermedad y
sobrecargado de maquillaje—, y después de que se hubieran intercambiado algunas
pequeñas historias, Marilyn y Karen, mutuamente fascinadas, empezaron a bailar
juntas sobre una mesa de mármol negro.
¿Cómo se llegó a producir aquel encuentro? Según relata
Eve Goldberg en Lunch with Carson, ocurrió en una fría tarde de febrero de
1959, en la casa que tenía Carson McCullers con vistas al río Hudson en Nyack,
Nueva York. Allí se cumplió el deseo de Karen Blixen durante su primera y única
visita a América: conocer a Carson, su
escritora favorita, y a la bella Marilyn. Así lo atestiguan algunas
fotografías que se tomaron entonces.
Karen
Blixen, que escribía como Isak Dinesen —y que fue sobre todo conocida por sus Memorias
de África—, había sido invitada por la Fundación Ford a viajar a
Estados Unidos. Tenía 74 años y una salud ya muy quebrada.
En aquel viaje, Karen Blixen comentó a sus anfitriones
que los cuatro norteamericanos que más le interesaba conocer eran Ernest
Hemingway, el poeta E.E. Cummings, Carson McCullers y Marilyn Monroe. Hemingway
se encontraba fuera del país, pero Cummings la acompañó a la cena anual del
Academia Americana de las Artes y las Letras donde, como invitada de honor, iba
a pronunciar un discurso. A la cena, Karen se sentó junto a Carson y, durante
una animada conversación, descubrieron que llevaban décadas admirándose mutuamente.
Cuando Karen le mencionó su deseo de conocer a Marilyn, Carson se sintió
realmente feliz. Como Arthur Miller estaba sentado en una mesa adyacente, se
levantó y anunció: “Tengo el gran honor de invitar a mi amiga imaginaria, Isak
Dinesen, a conocer a Marilyn Monroe, junto con Arthur Miller, en un almuerzo en
mi casa”.
La salud de Karen Blixen estaba ya por entonces
verdaderamente delicada. Era una mujer esquelética que padecía una sífilis muy
desarrollada; sufría de anorexia —pesaba 36 kilos—, dependía de las anfetaminas
y fumaba compulsivamente.
Cuando, con cierta inquietud, preparaba el encuentro, Carson
se enteró de que Karen solo comía uvas blancas y ostras y únicamente bebía
champán. Marilyn, a su vez, siempre tímida e insegura, la llamó tres o cuatro
veces para saber qué vestido debía ponerse. Arthur Miller y la Monroe se encargaron de recoger a Karen, que iba muy
elegante con un conjunto gris oscuro y un largo chal a modo de turbante y
alrededor del cuello. Carson pensó que brillaba con la luminosidad de una vela
en una vieja iglesia. Las uvas y las ostras se sirvieron en mesa de mármol
negro. Después de la comida, Karen entretuvo al grupo con una historia acerca
del primer león que mató, cuya piel envió al rey de Dinamarca. Era una gran conversadora.
Marilyn escuchó la historia embelesada, enfundada en un ajustado y muy escotado
vestido negro. También ella quiso probar suerte en la reunión como narradora y relató
algunas de sus aventuras como cocinera. A Karen le encantó la gracia de la
actriz. No solo era hermosa, les dijo a los presentes, sino que además parecía el
cachorro de un león, incansablemente vital e inocente.
No hay acuerdo sobre lo que sucedió después de la
comida. Carson escribió que ella, Marilyn y Blixen bailaron al son de un
fonógrafo encaramadas a la mesa de mármol negro. Miller desmintió, en cambio, aquella
escena. Carson, a pesar de su juventud, estaba prácticamente inválida. Y la Blixen era un esqueleto sin demasiadas
fuerzas. Quizás no bailaron nunca sobre aquella mesa. O sí. Las tres murieron
luego demasiado pronto.