jueves, diciembre 17, 2009

Cerrado por Navidad

Se comentó en la cumbre de Copenhague. Se dio cuenta del suceso en los informativos. Un iceberg del tamaño de un país abandonado navegaba por el Pacífico deshaciéndose más lentamente que un par de piedras de hielo en una copa de bar.
Al crucero un armador cursi le puso por nombre Navidad. Surcaba los mares en cualquier época del año, pero el muy soplapollas le puso Navidad. Iba repleto de gente. De orquestas de night club barato, casinos de monopoly, parejas ensayando una reconciliación imposible mientras se hacían el amor entre arcadas, maricas de pelo color jena, camareros cubanos, niños sin sueño y un capitán de orillas del mar Negro, de justo encima de los detritus del Danubio, un rumano francamente desagradable.
El impacto sonó como papel de regalo cuando se desenvuelve con prisas. Fue un ruido como de grieta desbocada. De derrumbe. De cataclismo. Como si se precipitaran por el suelo todos los adornos de los abetos del mundo. Los abetos mismos. Como si los renos de Santa Claus pisaran con saña el destrozo y rumiaran irreverentes los belenes. El barco fue un nuevo y luminoso Titanic. Una Navidad a pique. Náufraga. Sin supervivientes.

(Les deseo un buen 2010, si logran salir a flote.)

lunes, diciembre 14, 2009

De David Trueba

"Cada vez aprecio más la ausencia de disfraz, la antifotogenia de la normalidad. Me siento más cerca del autor literario que en lugar de balancearse con un whisky en cualquier humareda de madrugada, está poniéndole el termómetro a su hijo antes de llegar con prisa al cole. Y tanto que me siento más cerca." (Qué buen artículo.)

jueves, diciembre 10, 2009

Cruzando el puente

Días de descanso. De paseos. De comidas compartidas. De lectura y cine casero. Se le dió término a La historia del silencio, de Zarraluki. Divertida. Algo desordenada. Brillante en ocasiones. Una pareja, buscando cimentar lo suyo en un trabajo en común, se pone a escribir una historia del silencio. Mientras, alrededor, transcurren las relaciones de los amigos, de sus parejas, las infidelidades y las infelicidades. Tiene el relato ya unos años. Se escribió antes de Un encargo difícil y Todo eso que tanto nos gusta, que son mejores, más estructuradas, más conseguidas. En cualquier caso, una novela muy interesante. Vimos también una película agradable y encantadoramente rítmica: La boda del monzón. Un film indio que ganó hace unos años el león de oro de Venecia. Pero sobre todo este puente ha sido el de Apocalipsis Now, la película de Coppola que conseguimos en su versión extendida. Un portento. Una obra magistral en todos sus elementos: la original lectura que realiza del texto conradiano en el que está inspirada (El corazón de las tinieblas), la interpretación de sus personajes protagonistas y secundarios, el angustioso viaje y sus etapas, a cada cual más inquietante, la música, el horror que se masca en las más de tres horas de proyección.

Sigue la huelga de hambre de Aminatu Haidar. Pensaba en ello mientras paseaba a la orilla de la playa camino del trabajo. Pensaba en eso que pomposamente llaman causas y que a veces nos empujan como una fuerza ciega, invisible, a la que nos empeñamos en ponerle rostro, paisaje, patria. Que le da sentido a la vida, por desesperación o en la solidaridad. La causa siempre se nos antoja imprescindible mientras se brega por ella. Pero como toda utopía es ensoñación y, casi siempre, mentira. Algunos seres sagrados, decía Auden, sólo pueden definirse en términos de no ser: la Oscuridad, el Silencio, la Nada, la Muerte. La causa es para muchos un ser sagrado que sólo se define en términos de sacrificio. La tribu de la causa se ha reunido en torno de Aminatu como alrededor lo expiado. En la lejanía, sus hijos son una referencia vaga, sin movimiento, sin voz, casi sin rasgos. Causa parricida que parecen empeñados en definir también finalmente en términos de no ser para la propia Aminatu y, sobre todo, para su prole. Colateralidades de lo sagrado.

La arrogancia siempre es un argumento de exceso (pienso en Herman Tertsch). La sobrestimación de la ironía conduce a la pespectiva del picado: al menosprecio (chusco humor el de Wyoming). La violencia es yesca en la aridez cerebral de muchos. Siempre injustificable. Siempre peligrosa deriva hacia la trinchera.

martes, diciembre 01, 2009

Usos horarios

Los relojes de cuco no son suizos, se inventaron y se hacen en la Selva Negra. Tal creencia errónea sobre su procedencia quizás tenga que ver con que en ningún otro lugar del mundo se aprecie tanto esa celebración casi infantil del tiempo como en el pequeño país civilizado, pertrechado y neutral que es Suiza. No debería sorprendernos, por tanto, que desasosieguen los minaretes: van contra los usos horarios. El almuédano divide el día en cinco oraciones; el cuco en veinticuatro horas laicas.

lunes, noviembre 30, 2009

Autoescuela

Peneirar

Joäo Marchante publicó en su blog esta perla: Depuração rima com repetição. Ou seja: há que peneirar, peneirar, até restar apenas o essencial (Depuración rima con repetición. O sea: hay que tamizar y tamizar hasta que quede apenas lo esencial).

jueves, noviembre 26, 2009

Sobre el método

Sobremesa del jueves veintiséis. Radio. Julia Otero y Arcadi Espada comentan la actualidad, que viene marcada por la editorial de los periódicos catalanes, doce —apostolado de pesebre—, sobre la demorada sentencia del Tribunal Constitucional a propósito del estatuto. Hay en estas charlas entre la locutora radiofónica Otero y el periodista Espada una pose dramática que supongo que a nadie se le escape. Un reparto de papeles. Cultivan ambos un aire de actores divos. De esos a los que se les suele ir la mano con lo del método Stanislavsky. Ella metida en el papel de “yo dirijo esto y además le he contratado a usted, lo que me otorga este estatus de desparpajo y suficiencia con el que digo lo que pienso sin pensar lo que digo, luciendo, además, palmito altisonante y vestido chiné”. Y él en el de talludito enfant terrible, con argumentos brillantes y desplantes de torero figura, de los que se abren la taleguilla por enseñarle al bicho por dónde cae el hígado, mientras miran por encima del hombro al tendido y al resto del escalafón. No era plan acompañar el café y el digestivo con tal representación. Así que puse en off lo que en on resultaba ruido. Con pena, que por detrás de la pose del Espada, le encontraba uno a lo que decía la sensatez que el momento pide. Lástima que le pierda el método o le pongan tan jactanciosamente agreste las réplicas de la Bella Otero.

miércoles, noviembre 25, 2009

Libe diem

Hace unos días tan sólo me permití una pequeña maldad con un amigo. Le envié un viejo artículo, sin firma, de uno de sus pensadores predilectos. Su respuesta fue épica. Lo menos que llamaba al responsable del escrito era “indecente”. Cuando le desvelé de quién era lo remitido, no daba crédito a la autoría. Viene a cuento esto porque ayer escuchaba con enorme placer algunos temas que tenía casi olvidados de un cantante al que admiré años atrás y que he venido en los últimos tiempos apartando de entre lo que uno prefiere por parecerme absolutamente rechazables sus opiniones políticas. El precio de la fama no es principalmente, como pudiera pensarse, perder la anonimia en medio de la calle; el precio de la fama es ofrecerse, como las monedas, por ambas caras y es también dejarse a la vista, al tiempo, lo que se es y lo que se fue. En tales condiciones uno mismo llegaría, muy probablemente a ser un indeseable a sus propios ojos. Quién no se absuelve de lo que un día se avergonzó. Quién no deja a la sombra su propia cara oculta de la luna. La coincidencia en el gusto o la opinión es flor que se marchita. Líbese la dicha del instante y pétalos al viento.

jueves, noviembre 19, 2009

Del y de lo magnífico

Me había propuesto no hablar de lo que ocurrió ese día. Por un ataque de dignidad quizás mal entendida. Aclaro que debe interpretarse ésta en un doble sentido. Me explicaré. Por un lado, porque es bastante humillante relatar que a uno lo convocaron una tarde en una librería de su ciudad para firmar libros y que durante una hora —en la que permaneció semiescondido por entre estantes y columnas, casi camuflado— no extrajo de la americana ni una sola vez el bolígrafo que, previsora pero ingenuamente, se había procurado para la ocasión. Y por otro —y en sentido opuesto—, porque no queda bien alardear de que la presentación de su libro, unos instantes sólo después de la lección de humildad con que el trámite de las firmas me había fustigado y apenas a cien metros de distancia del lugar de dicho oprobio, la hizo un magnífico escritor (Ricardo Menéndez Salmón) con comedimiento y -espero- sinceridad, y que uno estuvo rodeado de familiares y amigos, y que salió del trance, cree, honrosamente. Hubo luego cuchipanda y bebercio, charla y risas. Y buena prueba de que la cosa se terminó con alegría es que cuando lo serio dio comienzo, en la mesa al efecto, con mucho rango, orden y cera mutua, al Rector, que presidía, se el antepuso el tratamiento que el protocolo requiere: “Magnífico”. Y que cuando a todos nos distendió el compartir copa y mesa, el dicho tratamiento dejó de ser tal para convertirse en una interjección: ¡Magnífico!, que hacia justicia a la maña con que el Rector descorchaba el rioja. (No sé si es una indiscreción canalla lo que cuento, pero, en todo caso, el libro que se presentaba, recuérdese, lleva por título Letras canallas.)

viernes, noviembre 13, 2009

Anacoluto y sarcasmo

El menguado arrojo de los tímidos se enreda siempre en anacolutos.

El sarcasmo es una carcajada que muestra sin pudor el sarro del alma.

miércoles, noviembre 11, 2009

Cucurrabucu

A uno, que curtió su infancia y adolescencia en bares de serrín y pincho de tortilla reseca, aún le imponen mucho las fruslerías competitivas conque los cocinillas de la ciudad se baten el cobre cuando concursan por el favor de clientela y jurado en los certámenes de tapas cada vez más al uso. El último fue la semana pasada. Y justo el viernes, a esa hora fronteriza entre los días laborales y el asueto del week-end, en torno a las dos y media, cuando J. y un servidor solemos compartir vino y charla en el Cucurrabucu, Ana —dudo que haya alguien más encantador tras los mostradores de esta ciudad— nos invitó a degustar el invento que para la ocasión ideó Jaime, su media naranja —ese tipo que aparentemente trae consigo siempre, como decía Baricco de un personaje de Seda, la indestructible calma de los hombres que se sienten en su lugar—. Pues bien, la cosa llevaba por nombre: ¡Ostrás! Y por ingredientes: ostra, merengue crujiente de algas, puré de calabaza, pimienta rosa y eneldo. Vamos, auténtica tetilla de novicia (si aún se dan las vocaciones por los pueblos costeros y se orean el escote a la rosa de los vientos las sores en ciernes). Hemos venido a saber hoy, con mucha alegría, que el pincho del Cucurrabucu ha ganado el primer premio del Gijón de pinchos 2009. Dijo el jurado que por combinar con acierto «riesgo, dificultad técnica y equilibrio». A uno lo que de verdad le gustó fue ese sabor fuerte a pedrero y yodo que se llevó agarrado como una llámpara al paladar el viernes camino de casa. Qué bueno -el premio y el pincho-.

domingo, noviembre 08, 2009

La piscina

Qué fin de semana tan lluvioso. Apenas si da tregua el temporal. Ha enfriado también y el cielo mantiene una opacidad sucia. Leo a Modiano. Pasea su melancolía escueta a orillas de un lago. En el verano. Refugiado en un hotel decadente de huéspedes añosos. Leo a Modiano y pienso en Cheever. En su nadador. De piscina en piscina. Compartimentos de agua azul en un laberinto que lleva a lo triste. Pienso en Cheever porque hoy me gustaría nadar. Oigo a través de las paredes el bisbiseo acuoso de los canalones. Vuelvo la vista a las ventanas. La lluvia, su consistencia de cortina ligera, se mueve al ritmo de las ráfagas de aire. Me da pereza echarme a la calle camino de la piscina. No sé incluso si merece la pena el esfuerzo de la brazada. El ritmo forzado de la respiración. Al final, me incorporaré cansado, torpe sobre las sandalias de goma, encogido quizás de frío, solo bajo las luces blancas que iluminan la cubeta, las corcheras de colores, las cristaleras perladas de lluvia. Quién sabe, además, si al volver a casa el mundo se habrá vuelto distinto e irreconocible.

viernes, noviembre 06, 2009

Marehaiku

Mar Cantábrico, Mariano Moré

La mar violenta,
en los días de otoño,
nos olea el alma.

martes, noviembre 03, 2009

Por ver lo que pienso

Me preguntaron hace días sobre la distinta manera de afrontar la escritura de poesía y narración. Salí del paso algo torpemente. Decía José Emilio Pacheco: “Después de cada entrevista, me quedo pensando: ¿por qué no le dije esto...? Debería haberle dicho aquello otro... Ten en cuenta que yo estoy acostumbrado a escribir, a ver lo que pienso. Y si no veo lo que estoy diciendo, ¿cómo puedo pensar?”. Así se quedó uno. Luego le di vueltas al asunto. Creo que los poemas se nos imponen y las narraciones se exponen. Que el poema va de la imagen a la idea y el relato de la idea a las imágenes. Que en el poema nos ponemos lupa de orfebre y en la narración mono de trabajo. Que el poema no busca lectores, los encuentra por empatía; y que en la novela, en cambio, nunca se pierde de vista, mientras se escribe, al probable receptor de su trama.

miércoles, octubre 28, 2009

Ciutadella










Tenía el hotel un olor añejo,
como a cañería y hervor de guiso,
pero un mirador al que llegaba en calma
la mar durante el día
y su rumor por la noche.

Era verano,
el mejor de los tiempos,
si se tiene la dicha compartida
y los años justos para gozar
del sabor a yodo en las pieles tibias,
del milagro del sol
y de las islas.

lunes, octubre 26, 2009

Battle Creek


Hace unos días disfrutamos de El balneario de Battle Creek. Nos la prestó G., a quien le entusiasma, con razón, la película dirigida en 1994 por Alan Parker. En ella, uno asiste al desarrollo ágil de la historia y a la interpretación paródica de los personajes como si se representara la exageración fabulada de un relato vagamente real. Y sin embargo, todo ese cúmulo bien urdido de historias casi surrealistas tuvo cimientos ciertos. La comedia está basada en la novela The Road to Wellville, del escritor norteamericano T. Coraghessan Boyle y nos pone en la pista de un personaje singular, John Harvey Kellogg, inventor de los copos de cereales tostados, que comercializó tras convertirlos en parte importante de la dieta que les suministraba a sus pacientes en Battle Creek, un balneario situado al sur del estado de Míchigan. En la película, Anthony Hopkins interpreta en el film al Dr. Kellog, quien abogaba por un régimen alimenticio e higiénico basado en principios tales como la defecación sin represión; la templanza sexual, excepto para los propósitos reproductivos: "el sexo es la cloaca del cuerpo humano...", la dieta vegetariana estricta: "el consumidor de carne se ahoga en un mar de sangre..."; la abstinencia tabáquica: "el hígado es el único obstáculo entre el fumador y la muerte..."; y el evitar los colchones de plumas, las novelas románticas y, sobre cualquier otra cosa, la masturbación ("el asesino silencioso de la noche”, al que recomendaba combatir, en el caso de los hombres, “por medio de la circuncisión y sin anestesia, ya que el dolor debía tener un efecto saludable sobre la mente, especialmente si se conecta con la idea de castigo”; y en el de las mujeres propensas al placer solitario, a través de “la aplicación de ácido carbólico puro en el clítoris, un excelente medio para despejar la excitación"). Kellogg estaba convencido de que “el declive de una nación comienza con la complacencia en la comida”; y de que “el consumo de proteínas fomentaba la masturbación y hacía proliferar las bacterias tóxicas en el colon”; por ello, entre sus prácticas “científicas”, promovía remedios tan peregrinos como la aplicación de enemas de yogur. Esta terapia de las lavativas sedujo a personajes notables como John D. Rockefeller o Theodore Roosevelt. Pero la nómina de quienes siguieron las prácticas médicas del balneario de Battle Creek alcanzó también a George Bernard Shaw, Henry Ford o Thomas Alva Edison. Kellogg gestionaba en realidad una institución creada por los Adventistas del Séptimo Día como referencia del naciente movimiento naturista en Estados Unidos. Un lugar al que tuvo la ocurrencia —nunca hasta entonces se había aplicado la palabra— de denominar sanatorio (sanitarium), rebautizando así un balneario donde se procuraba remediar la autointoxicación provocada por la incapacidad intestinal para digerir las malas prácticas alimenticias que, según creía, eran la causa de casi todos los males, hasta el punto de que en Battle Creek se practicaba la gimnasia en pañales para que el paciente pudiera aliviarse cuando le viniera en gana. El poso de aquel exceso es hoy dieta aún de muchos desayunos. La película que lo narra, una delicia de cine divertido, una metáfora de lo obsesivo, una invitación al disfrute de todo lo que se tuvo por nocivo en Battle Creek.

miércoles, octubre 21, 2009

Refrán (cés)

Cada vez más a menudo aguarda uno los informativos convencido de que, como dicen los franceses, “pas de nouvelles, bonnes nouvelles”.

Wislawa Szymborska

Me envían por correo uno de los poemas del nuevo libro, Aquí, de Wislawa Szymborska. Los versos que recibo se titulan Mi difícil vida con la memoria. Tienen, como todo lo que escribe la autora polaca, la difícil apariencia de lo sencillo, la permanencia de lo fundamental:

MI DIFICIL VIDA CON LA MEMORIA

Soy mal público para mi memoria.
Quiere que continuamente escuche su voz,
y yo no dejo de moverme, carraspeo,
escucho y no escucho,
salgo, regreso y vuelvo a salir.

Quiere ocupar mi atención y mi tiempo por completo.
Cuando duermo le resulta fácil.
De día, depende, y eso le molesta un poco.

Me desliza insistente antiguas cartas, fotografías,
trata hechos importantes y sin importancia,
pone la mirada en paisajes inadvertidos,
los puebla con mis muertos.

En sus historias siempre soy más joven.
Es agradable, sólo que para qué seguir insistiendo en eso.
Los espejos me dicen otra cosa.

Se enfurece cuando me encojo de hombros.
Y, vengativa, me echa en cara todos mis errores,
Graves, luego fácilmente olvidados.
Me mira a los ojos, espera a ver qué digo.
Al final me consuela con que pudo haber sido peor.

Quiere que viva ya sólo con ella y para ella.
De preferencia en una habitación oscura y cerrada,
y en mis planes hay siempre un sol presente,
nubes actuales, caminos en curso.

A veces estoy harta de su compañía.
Le propongo separarnos. Desde hoy y para siempre.
Entonces sonríe compasiva,
pues sabe que para mi también sería una condena.

martes, octubre 20, 2009

La escuela de los domingos

Las cosas que me van interesando de este rico universo de las bitácoras, tan diverso y tan sorprendente, las cosas a las que les guardo querencia, leal lectura, tengo por costumbre dejarlas cerca y a la vista, como ciertos libros, siempre a mano, por si hubieran de consultarse, por el placer de volver a lo que dicen y por simple seña de lo que nos gusta y nos forma. A ese montoncito de referencias le he añadido recientemente un descubrimiento que me tiene fascinado: La escuela de los domingos, la página donde Daniel Domínguez, guionista gallego, escribe, casi a diario —a pesar de lo inicialmente limitativo del título de su blog—, sobre literatura y cine con un estilo limpio, concienzudo y apasionado. Les aconsejo que se reserven sitio en los pupitres de esa aula pública, laica e ilustrada (qué curioso, algo así como la educación que uno desea para sus hijos).

lunes, octubre 19, 2009

Las Nanas

El año que viene se celebrará el centenario del nacimiento de Miguel Hernández. Me preguntan por la carta que Josefina, su mujer, le escribió a la cárcel contándole que ella y su hijo había días en que sólo tenían para comer pan y cebolla. La que provocó las Nanas. Decía así: Miguel, sé que estás mal aunque pretendas hacerme reír, sé que pasas calamidades, pero no vayas a creerte que aquí vivimos en la abundancia. Manolillo tiene ya siete meses y le han salido cinco dientes que me hacen daño cuando aprieta para mamar y sacar sólo un poquito de leche. El hambre aquí camina por las calles y entra en las casas de todos los pobres. Miguel, ¡hay días que sólo tengo para comer pan y cebolla!

jueves, octubre 15, 2009

El Sur

A J. H.

Hemos vuelto a El Sur. Así, sin contracción. En mayúsculas. Hemos amanecido de nuevo junto a Estrella. Acostumbrándonos a la luz filtrada por la ventana que estaba justo en la cabecera de su cama. Un amanecer lento. Una pintura intimista. En claroscuro. Toda la película resulta después como esa escena inicial. Demorada, precisa y sabia. Hemos vuelto a ver El Sur de Erice porque un buen amigo nos la trajo a la memoria. Y al final de lo que sólo era la mitad de la historia, dejamos que el propio director nos contara lo que nunca llegó a rodar. El viaje de Estrella a la tierra de su padre, a lo que allí dejó y a lo que él sólo volvía con remordimiento, a través de alguna carta o de alguna furtiva conversación telefónica. Hemos vuelto de El Sur con la emoción de todo lo que al roce abre de par en par los sentidos. De lo que cuando no se sabía inacabado se nos antojaba misterio sugerente. De lo que se completó con la confidencia de un ocasional Tusitala de café, que nos reveló el final de la historia y que aún tuvo tiempo para leernos un pasaje de Los mares del Sur.

viernes, octubre 09, 2009

Carnalia

Foto de Marcos León (LNE)

El viernes se presentó el último premio Cálamo de poesía erótica. Carnalia. De Domingo. F. Faílde. Poco público. Los que tenemos algo que ver con la convocatoria. Los amigos que por lealtad no fallan. Algún familiar de relleno. Y un matrimonio de ancianos sentados muy cerca del escenario. Este tipo de citas poéticas no varían mucho el guión de siempre. Alguien que nos pone en la pista del escritor y de su obra. Aplausos. El propio autor que explica la génesis del libro y pasa a leer unos versos. Generalmente más de los que sería recomendable. Aplausos. Firma de ejemplares. Sin embargo, Faílde nos sacudió el sopor previsible. Estuvo brillante. Terno clásico y algo grande para su esqueleto menudo. Camisa y corbata oscuras. Bigote einsteiniano. Gafitas redondas y algo caídas. Y un modo de hablar en el que se mezclaban un acento sureño domesticado, una gravedad irónica y un descaro nada impostado que le permitió leer y glosar sus poemas más lúbricos. No debe de ser fácil mantenerse tan elegante mientras se explayan las proezas íntimas en presencia de extraños. Cuando te vigilan muy de cerca dos viejos demasiado formales, de esos que van a los ateneos como quien va a misa, periódica y resignadamente, y que se miraban con espanto cada vez que a la boca del viejo poeta, casi tan viejo como ellos y sin embargo aún amotinado contra el tiempo, asomaban las confesiones de su sexo, alegre, irreverente y sabio. No aplaudieron al final. Se fueron dignos y en silencio. De camino a casa apenas hablaron. Después de cenar, se sentaron frente al televisor. En un plató de colorines se descuartizaba la intimidad de un haragán con fama. Hay a quien la carroña le produce efectos sedantes. A quien la miseria ajena le concilia el sueño. Qué desasosiego sin embargo la voz de ese viejo rijoso, sus versos obscenos, su irrenunciable deseo.

COMO un adolescente,
como quien ha perdido —sin navegar— el rumbo,
como ménade o sombra, no lo sé.
El caso es que me muero cuando te veo desnuda
y desde las cortinas, echadas, de tu sexo
advierto el tabernáculo, las ascuas que resumen
el fuego de los soles
y el calor de los números.

Mis ojos otra cosa no miran, ni los libros,
sagrados hace tiempo, ni las fotos
que guardan, ya en olvido, mi memoria
ni el paisaje que fluye, como los rascacielos,
detrás de la ventana, ni el río de la vida,
que va a darse de bruces contra la mar.

Por ti he abandonado
esos pequeños vicios que acomodan
los años transcurridos, en espera del día
en que todo se cierre, también entre tus piernas,
y no queden rincones que explorar en tu cuerpo
ni caricias, a oscuras, en sitios improbables,
ni normas que infringir; pues comienza a saberme
agrio el vino y perdieron
interés los manjares, que tanto disfrutaba.
E incluiré la poesía, pues no existen lugares
amenos, si no estás ni me huelen las rosas
sino al humus obsceno de tu vientre.

Es extraño. Lo sé
—ya sé que no sé nada— y me siento indefenso,
irremediablemente condenado
a arder en ese infierno que estalla entre tus muslos.

(Carnalia, Domingo F. Faílde. Cuadernos Cálamo-Gesto. Gijón, 2009)

lunes, octubre 05, 2009

Mercedes Sosa

En el anverso, por donde nos da el sol, fluye siempre una savia antigua que sabemos fue dulce y que sin embargo cuando nos la llevamos ahora a los labios resulta más bien amarga. La melancolía es pérdida. Añoranza de lo que nunca hubimos de arrepentirnos. Porque nos hizo mejores. Cuántas canciones nos levantaron del suelo algo más dignos. Y un poquito más sabios. Porque entender lo que nos rodea es tenerle piedad al dolor y es enseñarle los dientes a sus causas. Y llorar a quien nos lo enseñó es guardarle ley y es, sobre todo, recordar la letra y su estribillo.

Duerme, duerme, negrita...

martes, septiembre 29, 2009

Verde y humilde

Leo en El País que Juan Goytisolo sentenció en Formentor que "si no se crea un lenguaje nuevo, escribir no tiene interés". Siempre le han parecido a uno estas rotundidades de los consagrados como una (im)postura frente al espejo. La barbilla en proa, el gesto áspero, la mirada desafiante. La palabra literaria es el fruto de una combinación en la que se mezclan con proporciones diversas el sentimiento que la inspira, la experiencia sobre la que se impulsa y el medio en que se incuba y crece. Los matices que tal amalgama ofrece son casi infinitos. Y el interés que pueden despertar estará en relación con las expectativas que satisfagan. No es fin menor que, si el propio autor es exigente, lo que escriba le consuele, pues, a buen seguro, procurará igual consuelo a muchos de sus lectores —y entiéndase por tal no sólo alivio de un ánimo decaído, sino reparación de la pérdida que está tantas veces en el impulso de la escritura—. Para darle sentido a la vida, que es, según Magris, el objeto último de la literatura, debe conocerse mejor nuestra naturaleza, debe exponerse en la bonanza, pero sobre todo en medio de las circunstancias extremas que la desvelan. Y hemos de ayudarnos para ello de la ficción, de la intución o del detalle de la experiencia. Incluso de la experimentación formal, que puede abrir nuevas vías también en el proceloso acceso a la metáfora del alma. Pero el lenguaje nunca es fin sino medio. El interés de lo literario se instrumenta en la retórica, pero apunta siempre a la semántica. “Cuentan que Ulises, harto de prodigios, / lloró de amor al divisar su Itaca / verde y humilde. El arte es esa Itaca / de verde eternidad, no de prodigios” (Jorge Luís Borges).

viernes, septiembre 25, 2009

De lo inquietante

Pasa en no pocas ocasiones con los poemas, más raramente en las narraciones extensas —aunque suele ser recurso de muchos cuentos—, pasa con ciertas melodías y con no pocas fotografías, principalmente de paisajes —en particular con los desolados, con los desérticos o con los que sabemos a ciencia cierta que yacen silentes como tumbas—, y, pasa, sobre todo, con la pintura. Hablo de la inquietud. De lo inquietante. De lo que se nos pone en los ojos como una mácula obsesiva. La Lisbeth Salander de Millennium —uno cayó en la tentación de la primera de las tres partes y descubrió ese personaje fascinante en medio de muchas páginas de relleno— será siempre Tamara Villoslada. El retrato que de ella hizo quien era por entonces su pareja, Gino Rubert, un pintor permanentemente inquietante.

miércoles, septiembre 23, 2009

Letras canallas

A uno le da apuro hablar de estas cosas. Y sin embargo creo que debo hacerlo. Quienes seguís estos diarios desde hace tiempo sabéis que sólo con el paso de los días han ido desvelando el rostro de quien los escribe. Ya no son, por tanto, tan anónimos como nacieron. Al inicio la intención en ellos era poco más que hacer dedos. Ejercicios de aproximación a lo literario. En eso se anduvo con mejor o peor fortuna. Y en eso se anda aún. Sin dar más señas de identidad que las de la mi sensibilidad, que no es sino la manera en que se está en el mundo respondiendo a sus reclamos. No creo que me hubiera sentido cómodo en otro tipo de bitácora, dando sobre mi más allá de lo imprescindible. Pero no constituiría ya sino una discreción casi patológica tener por vez primera una novela, una breve novela en las librerías, y no dar noticia de ella. No animar a su lectura. Se escribe y se publica, entre otras razones no menores tampoco, para que se nos lea. Y hay en el resultado final del libro que llega a las manos del lector no sólo el esfuerzo de su creador, sino la apuesta de un editor. Alentado en estas reflexiones, me animo a hablar de mi novela Letras canallas, publicada por la editorial Septem y que recién empieza a distribuirse por las librerías. En ella se combina algo de humor, posesiones casi diabólicas, pequeñas dosis de tragedia en tono parco, bastante parodia y una pertinaz auto-conmiseración del narrador, que, aclaro, no es quien la escribe, aunque, me temo, algo tendrá de él. Decía en una entrevista reciente mi paisano Ricardo Menéndez Salmón que la literatura no es un oficio sino una enfermedad, que uno no escribe para ganar dinero o caer bien a la gente, sino porque intenta curarse, porque está infectado, porque lo ha ganado la tristeza. No le faltaba razón. De esa, la tristeza, o de otras carencias nace siempre lo que escribimos. El protagonista de Letras canallas cuenta por alivio, narra para justificarse, escribe para entender el mundo. No es un héroe intachable. Es, más bien, un pobre hombre. Las letras le son canallas, pero, aún así, las necesita como el aire que respira. Lo condenan, sí. Pero también lo salvan. Esta obrita es pues, dejadme que os ponga en la pista, una alegoría del propio oficio de escritor. Como aclara la cita de Claudio Magris que antecede la trama de la novela: “La literatura no salva la vida, pero puede darle sentido.

miércoles, septiembre 16, 2009

Nudos indesatables

Andar siempre con la mar a cuestas. Sentado al atardecer en una terraza de la plaza mayor de Salamanca veo retirarse el dorado de las fachadas igual que las bajamares del otoño, dejando tras de si una arena húmeda, un montón de piedras poco a poco sombrías.
* * *
El palacio Lis es como una enorme caja de música en cuyo interior, luminoso y colorista, sonara una Billie Holiday casi alegre y bailaran esbeltas criselefantinas.
* * *
En Cáceres el día de fiesta había dejado casi desiertas las aceras. La plaza mayor, a media mañana, era como la calle blanca de un pueblo en hora de siesta. Por el Arco de la Estrella se entraba al sueño.
* * *
En Mérida eran, de nuevo al cabo del tiempo, días de pan y circo. Jugaba la selección de fútbol. Nadie compite ya en torno a la antigua espina romana. Ni los gladiadores ni los aurigas son esclavos. El servicio anda ahora por las gradas. Con trompetas y pinturas de guerra. La arena, como en los relojes, se ha ido precipitando al vacío del tiempo. Se brega en la hierba. Un espejismo de oasis en medio de tanta tierra seca.
* * *
En la cripta del museo romano, bajo un techo bajo y una luz irreal, se yerguen a duras penas del olvido unas cuantas ruinas. Recuerdo al paso los versos de Miguel D´Ors: “Esto es vivir: un porvenir de polvo, / la chispa que sucumbe en el oscuro / reino de la ceniza.”
* * *
De Plasencia guardamos memoria de un rincón umbrío en la plaza. De unas cañas frescas y unas tapas sabrosas. De una conversación amable y de un amigo que no conocíamos aún, pero al que abrazamos como si acudiéramos a un reencuentro largamente esperado.
* * *
En el museo judío de Béjar, en una pequeña estancia de suelo acristalado bajo la que se abre un antiguo pozo del que no se alcanza a ver su fondo, se proyecta un breve cortometraje sobre el edicto de expulsión promulgado en 1492 por los Reyes Católicos. La voz en off que leía el ultimátum real parecía venir de lo más oscuro del suelo.
* * *
El recuerdo deshilacha los viajes. Nos quedan entre los dedos sólo unas hebras con las que urdir algún nudo indesatable.

viernes, septiembre 04, 2009

Sin argamasa

Las palabras que levantan un aforismo deberían unirse unas a otras como los sillares de ciertas obras civiles romanas que se construían sin argamasa. Precisas y complementarias.

miércoles, septiembre 02, 2009

Cita

"A mí me cuesta trabajo declarar un dato así; imagine que va uno a un hotel y en la ficha le preguntan la profesión, resulta difícil decir: "poeta", verdad, una cosa tan impropable."

Antonio Pereira, Una fobia de don Jorge

martes, agosto 25, 2009

Un perfume frío

Esta mañana, como en el cuento El estudiante de Chejov, olía a invierno. Supongo que era una sensación propia de quien madruga y descubre que la luz ha menguado, y que las calles están mojadas de lluvia, y que el cielo parece una bayeta gris por escurrir, y que en el aire sopla una brisa como de estación fría. Y todo eso, de pronto y a la vez, encoge de modo irremediable el ánimo. Porque tendemos a ver en estos signos sombríos de cambio, como ocurre a menudo con los atardeceres, un reflejo de la vida misma, el de una llama débil que tiende a apagarse. Contra esa insistencia en que se afanan las muecas de los días por recordarnos que andamos de paso, no sé de otros conjuros que poner esto que uno ve y siente en negro sobre blanco, cantando como decía Machado aquello que se pierde, que suele ser siempre luz y es siempre tiempo, y arrebujarse de paso en esas líneas como los animales que hibernan, hasta que, si hay suerte, nos sacudamos la noche de nuevo cuando escampe.

sábado, agosto 15, 2009

Renglones de playa

Este pedazo de playa, que con el paso de los años va ganando arena y perdiendo lo que fuera su hosca alfombra de piedra, nos reserva todos los veranos un lugar. No necesariamente el mismo. Aunque tan igual pese a su diversidad que nada se echa casi nunca de menos, sea donde fuere finalmente que extendemos esterillas, apoyamos espaldas y leemos. O miramos la mar. Hasta donde alcanza su gravidez. Más allá posiblemente caiga en cascada sobre un mundo desconocido. O sea sólo una duplicación en otros ojos de este mismo paisaje que aquí vemos. Sobre ese borde incierto avanzan a menudo los mercantes camino del puerto, sobre el filo del océano. A esta hora de la tarde deja hoy la bajamar al descubierto una orilla de rocas, algas y llámpares. Y el trávelin de la mirada transcurre lento por las hojas que estaba leyendo y he posado unos instantes, por la arena gruesa, el pedrero, la mar en calma, los pocos bañistas, el barco lejano y el cielo limpio. A mi lado conversa una familia francesa. Tienen un niño pequeño de cinco o seis años. Llega extasiado del agua. Dice haber visto peces. Y mientras señala hacia el lugar donde supuestamente nadaba el cardumen, repara de pronto en que a lo lejos se impone el majestuoso perfil de un grand boiteau. Su padre lleva un sombrero color caqui de explorador. Lía un porro. A su lado, su mujer toma el sol. Tiene unos pechos blancos, maternales. Teme uno que se los queme esta luz casi violenta. A mis espaldas, me concentro ahora en lo que le dice un hombre joven a la chica que lo acompaña. Emplea un tono monocorde. Sentencioso. Triste. No habla alto, pero tiene una voz grave que reverbera en el aire caliente. Qué molesta resulta esa cháchara impostada de quien habla sólo por escucharse. Y sin embargo, aun siendo esa mi queja, reparo en que algo hay de parecido en escribir por leerse. Lo que uno tantas veces hace. Vuelvo a las hojas que dejé antes. He traido conmigo los apuntes de un viaje. De Avilés a Cádiz. De José Luís García Martín. Doce etapas que ha publicado en su bitácora. Hace un rato subrayé en el texto unas líneas: “Soy una persona que nunca deja de cumplir una obligación por un capricho. Pero que he tenido la habilidad de ir consiguiendo poco a poco que mis obligaciones laborales coincidan casi exactamente con mis caprichos”. Envidiable. La confesión. Y el estilo. Pocos gozan de esa suerte. No siempre se alcanza la fortuna a golpe de voluntad. Pero no es menos cierto que a veces no se pone en la tarea el empeño preciso. ¿Fue esa mi debilidad acaso? ¿Me tuve poca confianza? Ciertamente, mi trabajo no es un capricho. Aunque tenga algunas gracias no desdeñables. Entre las que no desprecio, por ejemplo, la de los respiros a media mañana cerca del puerto, a esa hora de los jubilados ociosos y de quien deja su despacho no por un café sino por un paseo. Y si me apuran, más incluso que por un paseo, por uno mismo, pues no hay mejor sitio para encontrarse que la soledad de un cabotaje.

lunes, agosto 10, 2009

Ajedrez

Las palabras como piezas de ajedrez. Los labios como manos de jugador. Y antes de todo movimiento, la representación mental de cuanto sucederá después. La reflexión previa, el tiento con el que se acaricia la pieza a trasladar, con el que se masca lo que se va a decir. Y el vértigo de detener finalmente la vida en un escaque hasta entonces vacío, en unas pocas palabras recientes.
Jugamos demasiado a menudo partidas rápidas. Quién puede en ellas gobernar como quisiera los movimientos de las fichas, la precisión de las palabras.

viernes, julio 31, 2009

Frouxeira


Con esa calma que da el provecho de las jornadas sin preocupaciones, conduje hasta el pico Frouxeira. Uno sube a este pico intentando imaginar cómo y porqué se construyó en un lugar tan inaccesible una fortaleza. El cómo no puede ser de otra manera que con el esfuerzo inhumano de no pocas huestes aherrojadas al feudo de un señor. El porqué quizás tenga que ver con la necesidad de información que nutre cualquier poder. Cuánto más lejano sea el horizonte que se abarca, más crece la sensación de gloria, la satisfacción de hallarse en el secreto de un universo vasto nos vuelve fuertes. Eso es el gobierno y también la ciencia. Estos tipos del medioevo, como el Pardo de Cela que levantó aquí su castillo, enriscaban a unos cuantos vigías en lo más alto y se sentían protegidos y poderosos. El caso es que sobre esos penedos de granito, grandes como para que con ellos jueguen los dioses a los bolos, cimeros sobre lo más alto de la sierra, hubo, allá por el siglo XV, cierta fortaleza. De la obra casi no queda nada, salvo que algo sea lo que pareciendo sólo roca tiene sin embargo señal de hendidura precisa o contorno de labra de cantero. Indican las guías locales que conviene subir allí y disfrutar desde el mirador una espectacular vista de la comarca. Como toda carretera que deja el curso transitado y sigue en soledad, poco a poco aquélla iba mostrando al tiempo el deterioro y la angostura de lo casi abandonado. La seguí con una inquietud disculpable —eso creo—, por si en la marcha se cruzara otro raro curioso que volviera confiado por el camino en el que cabe poco más que un vehículo, o por si al motor del nuestro le diera por pararse en lugares tan solitarios. No hubo ni de lo uno ni de lo otro y llegamos a lo más alto que sobre ruedas se podía. Una vez allí, echamos pie a tierra y aún ascendimos un buen trecho más. Hasta que nos detuvo la sorpresa de oír tan arriba y en camino así de empinado el ruido de un tractor. Andaba limpiando las sendas de maleza. Se paró para que pasáramos y hasta nos indicó su conductor cuál era el remate de trepada que nos restaba, que partía justo de dónde su mujer lo esperaba sentada al sol, un poco ajena a las labores de él y a nuestra inesperada irrupción. A uno, de natural precavido, aquel esfuerzo último le pareció insalvable. Se trataba de usar por peldaños unos salientes graníticos que estaban justo al lado del abismo. Eso me pareció al menos. Opinión, no obstante, que ni mi hijo ni mi mujer debieron de compartir, pues mientras maldecía el tiempo gastado para llegar allí y luego quedarme sin hacer cima, ellos me dejaban en esas cavilaciones y funambuleaban sin recelo alguno por los riscos con unas soltura que se me antojó ultrajante. Allí me vi dándole conversación a la señora del tractorista, quien, piadosamente —aunque con un punto de refocile— me vino a confesar que ella tampoco había sido capaz de afrontar esos últimos pasos a causa del vértigo. En eso estábamos, cuando se nos unió su marido. Un tipo fornido. Y con humor. Me preguntó si ya había subido al mirador y al saber que me retenía el miedo, me llevó casi del brazo hasta arriba. Así que finalmente, con más vergüenza aun que miedo, llegué a la atalaya y disfruté de la vista, que sí merecía en efecto la pena, pues alcanzaba la costa y la montaña, el bosque, la pradería y el sembrado, las aldeas dispersas y los caminos como venas. Y mientras lo oteábamos todo iba charlando con mi improvisado guía, que era de Foz y trabajaba para su ayuntamiento, que estaba limpiando la maleza de la zona, descuidada como todo lo del país, según afrimó, pues juraba y perjuraba que no había pueblo menos celoso de lo suyo que el gallego, ni más envidioso del vecino, ni menos partidario de aunar esfuerzos y hacerse fuerte, y que no eran así los asturianos, dijo supongo por complacernos, que bien lo sabía él pues había estudiado de chaval en Gijón, en la Escuela Pesquera de Cimadevilla, de la que guardaba recuerdos de compañeros y nostalgias de la ciudad. Y al oírle, pensaba que más que del sitio y de la gente, aquel grandullón de manos como hogazas añoraba una edad. Y que más que de su gente y de su terruño, renegaba de la vida que se había dado a si mismo. Así que todo aquello que uno iba oyéndole en lo alto del Frouxeira, entre la mar y las campanas de Mondoñedo, no debía sino tomarse como el bruto envés de una elegía. Sobre el haz, por contraste y por querencia hacia esta tierra, posaría uno la voz de Álvaro Cunqueiro:

Cando as lexións románs chegaron a Fisterre —conta Valeiro Flavio— que os soldados ó ver o sol asolagarse no océano, escoitaron algo así como o runxido que fai un ferro o roxo vivo que se mete na na fragua do ferreiro e asoenllaronse e di... que estaban presos dun relixioso terror: habían chegado o fin do mundo e habían visto a morte do sol... Pero polo sur, antes de chegar ó Fisterre, cando as lexións romás chegaron ó río Lima, creron que era un río famoso na mitoloxía greco-latina, creron que era o Letheo, o río do olvido. Os que pasaban aquel río ó chegar a outra ribeira, esquencíanse a lengua que falaban, esquencíanse os nomes propios, os nomes das súas familias e os rostros, xa non sabían de onde eran, apátridas, vagabundos, sen noites nin días polo mundo. E non quixeron cruzar o Lima e tuvo que ser o propio xefe das lexiós, Décimo Xuño Bruto, quen pasou a cabalo e dende a outra ribeira empezou a chamar os lexionarios polo seu nome, a dicirlles as batallas en que habían estado xuntos, as xentes que o coñeceran e hasta os nomes das familias e os nomes das terras de onde proviñan. E entón, convencidos de que aquel non era o Letheo, de que aquelas augas mansas que van verdes entre [...] e xunqueiras creron de verdade que non era o río do esquezo e pasárono e emprenderon a conquista de Galicia, a romanización de Galicia. De modo que Galicia é nin máis nin menos unha terra que ten a cabeza onde remata o mundo coñecido e ten os pés no Río do Esquezo. Realmente non pode haber país máis estrano, non pode haber país que estea máis lonxe, e que de máis lonxe veña a entrar dun xeito ou outro na grande historia humán.

jueves, julio 16, 2009

Chaves Nogales


A uno le llegó noticia de Chaves Nogales leyendo a Trapiello. Y no hace mucho recuperó el nombre por lo que de él se contaba en Babelia, donde Ruíz Mantilla resumía acertadamente vida y obra del autor sevillano. Luego, en una cena de amigos, T. me dijo que lo estaba leyendo con entusiasmo. Así que compré A sangre y fuego. Ya puedo asegurar que las referencias no eran en modo alguno exageradas. El libro merece tenerse y recomendarse aunque sólo sea por su prólogo. En esas pocas páginas introductorias se hace el más lúcido y objetivo retrato de la contienda civil española que uno recuerde. Deberían ser estos párrafos iniciales lectura obligada en escuelas y universidades cuando se trate el asunto histórico y vergonzante de nuestro fratricidio. Deberían ser lectura obligada también para toda la hueste política. La profesional y la que atiza el quehacer del gobierno y de la oposición desde las orillas con compromisos diversos —el de la memoria y el del olvido—.
Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, de ciudadano de una república democrática y parlamentaria.”

martes, julio 14, 2009

El lector

El lector. Libro y película. Primero leí la obra de Bernhard Schlink. La extraña relación entre un adolescente sensible y maduro y una mujer áspera y sensual veinte años mayor. Se ambienta en la Alemania de los años cincuenta. Cuando se reconstruyen las ciudades y el espíritu mismo de un país en el que convive el silencio cómplice de los supervivientes y la vergüenza perpleja de sus hijos. Hanna y Michael Berg representan esas dos generaciones. La obra se interroga sobre la culpa y la comprensión. Sobre la pasividad en medio de la fuerza y sentido de las corrientes. Sobre el comportamiento de quienes no siendo nacionalsocialistas, aceptaron el horror del exterminio. Hanna pregunta al juez en el juicio (le pregunta también, intuyo, a quien lee su historia en las páginas de Schlink): ¿Qué hubiera hecho usted? Curiosamente, en ese instante el verdugo se vuelve víctima. Adquiere la apariencia de un engranaje obediente en las entrañas de una maquinaria enorme y tan poderosa que sobrepasa cualquier voluntad. Además, el analfabetismo vergonzante de Hanna le hace expiar más culpas que la propia. Esa extraña indefensión por no saber leer ni escribir la vuelve vulnerable, humana. Pese a la atrocidad de su obediencia, pese a los crímenes que pudieran atribuírsele por ella, hay, intuyo, una evidente intención en el autor de ponernos a la altura del personaje, de comprender finalmente su indeferencia. Sucedió, fue atroz, pero los ejecutores del holocausto no fueron diablos sino mortales cobardes, como muchos de nosotros, a los que al cabo del tiempo el remordimiento terminó por quitarles el sueño y hasta la vida. La adaptación cinematográfica de Stephen Daldry es bastante fiel al libro, aunque uno ve en Kate Winslet una osamenta demasiado esbelta como para darle vida a la ex celadora de Auschwitz.

viernes, julio 10, 2009

Sin ganas

Leyendo lo que escribí al llegar al hotel tan sólo un par de horas después de cruzarme con el hombre elefante, lo que días más tarde resumí en la bitácora acerca de ese tropiezo, pienso en si ese hatillo de palabras que apresaron una sensación agria, desasosegante y prolongada, en si ese retazo de diario de viaje no será sino la fotografía diferida tomada por un cobarde, el apunte de lo que me hizo huir, el remilgo atildado de un turista sensible que no se atrevió a dirigir el objetivo de su cámara, ni tan siquiera el de su ojo, hacia el rostro deforme del monstruo y que tampoco tuvo el escaso valor de acercarle unas monedas, el precio escaso de la cerveza que luego me tomé en una terraza próxima. Sin ganas.

miércoles, julio 08, 2009

El hombre elefante


Justo al lado del Nicola, en la acera en sombra de Rossío, mendigaba un hombre sobrecogedoramente deforme. Nunca había visto nada igual. Su rostro era como un enorme suflé desparramado de carne gangrenada. Nadie que se lo cruzara tendría, probablemente, reparo alguno en arrojarle al sombrero todas las monedas de su cartera. Pero qué pocos soportaban los escasos quince segundos en que, deteniendo el paso, debían acorazar coraje y mirada mientras buscaban una limosna que dejarle al monstruo en su proximidad aterradora.

lunes, julio 06, 2009

Viernes

El viernes nos acercamos a Niembro. T. está allí de vacaciones. Nos esperaba en lo alto del pueblo. En el mirador. Que es como el tronco de una mariposa. Su tierra firme. A los lados, extendidas, las alas. Torimbia y Toranda. Dos playas hermosas. De las más hermosas que uno conozca. Quietas sobre la flor acantilada. La mar estaba tan mansa como el cielo. Qué envida de este retiro. De este confinamiento en una pequeña casa con antojana y jardín. En medio del pueblo. Pasando los días en la ocupación de mareas, soles, nublados y lloviznas, cháchara a última hora en el bar de la carretera y bocados frugales en la taberna del camino al arenal. Ensaladas, pescado fresco, arroz. Charlamos un buen rato. Hizo café. Demasiado espeso. Caminamos hasta Barro. Retirado el mar, las barcas encallaban abandonadas en el limo. No tenía reflejo la iglesia ni el cementerio.

jueves, julio 02, 2009

Brinquedos

O Museu do Brinquedo, en Sintra, es un encantandor lugar abierto apenas hace unos años. Reúne una inmensa colección privada. En la primera planta, dispuesta para muestras temporales, vimos la que se le dedica a los playmobil, esos minúsculos personajes de articulación rudimentaria, expresión feliz y múltiples ocupaciones. En lo que son fondos propios del museo, las sorpresas y la fascinación son continuas. Ordenados por épocas y tipos, se mezclan coches, barcos, trenes, muñecos, animales, hojalata, madera, trapo, plomo. Auténticas reliquias. Encantadoras piezas rescatadas quizás de sótanos y anticuarios, del olvido y la desatención. Amor por el juego y evolución del mundo en esas piezas que recogen usos, costumbres, novedades, inventos, penurias y desahogos. Andábamos por la segunda planta, de vitrina en vitrina, llamándonos para enseñarnos lo que íbamos descubriendo con asombro, maravillados, cuando se dirigió a nosotros un hombre mayor, hemipléjico, que deambulaba por la sala sobre una silla de ruedas que movía con sólo una mano, la derecha, cubierta con un guante de piel negra. Preguntó desde dónde veníamos y si nos estaba gustando lo que veíamos. Y como le dijéramos que estábamos admirados, nos desveló entonces que él era el dueño, el coleccionista de todo aquel prodigio. Joao Arbués Moreira, su nombre, nos acompañó desde ese momento por la exposición. Hablándonos suave y sin pausa. Desvelándonos cómo había ido reuniendo tanto juguete. Glosándonos lo que íbamos viendo a su lado. Joao Arbués Moreria tenía un abuelo, Joao Capucho, que además de poseer una fortuna evidiable, albergaba ideas peculiares sobre la educación de sus nietos. Prefería que jugaran a que estudiaran, y hasta premiaba con juguetes las malas calificaciones escolares. Aquellos pequeños fueron creciendo rodeados de juguetes. Un profesor les preguntó un día si coleccionaban alguna cosa. Cuando le llegó el turno, Joao dijo que juguetes. Sus compañeros se rieron de la ocurrencia, pero el maestro les explicó entonces que una colección de juguetes era tan importante como cualquiera otra porque a través de ellos podía conocerse la época a la que pertenecían. Desde ese momento, Joao vió sus juguetes de otra manera. Desde ese día, Joao empezó verdaderamente a convertirse en coleccionista de juguetes. Su padre, en la esperanza de que tanto Joao como su hermano, se libraran de la influencia demasiado lúdica de su abuelo, los envió a ambos a estudiar a Inglaterra. El viejo, aun en la distancia, siguió haciendo de las suyas. Dispuso tal cantidad de dinero en las cuentas bancarias de sus nietos en Londres, que hasta la propia policía llegó a investigar el asunto, pues no le daban crédito a la versión de los adolescentes que justificaban en la excentricidad del abuelo esa abundancia de recursos. Finalmente, los muchachos no sólo finalizaron sus carreras allí, sino que Joao fue incrementando, al tiempo, no poco su colección de juguetes. La familia Arbués residía en Estoril. Eran vecinos de don Juan, el monarca español que nunca llegó a reinar. Joao tenía casi la misma edad que don Juan Carlos. Eran a diario compañeros de juego en el verano. Estaban juntos incluso el aciago día en que al príncipe se le disparó la pistola con la que mató a su hermano Alfonso. “Yo estaba allï —dice Joao—. Habíamos estado tirando en el jardín. Don Juan nos dijo cuando acabamos que las armas, una vez usadas, debían limpiarse. En eso estaba Juan Carlos cuando Alfonso, que era un travieso incorregible, empezó a brincarle alrededor. La bala le entró por la barbilla. Lo fulminó. Yo, que entonces tenía sólo doce años, tuve que ir a buscar al padre para decirle lo que había pasado. Fue terrible.” Joao guarda aún una buena amistad con el rey. Juntos salían algunas noches desde la Zarzuela en moto por las calles de Madrid. Más veloces de lo conveniente. De lo permitido. En una de aquellas correrías un guardia civil les dio el alto. Cuando vio a los motoristas sin casco, terminó cuadrándose. Joao se ríe recordándolo. Empuja la silla hacia las vitrinas de los soldados de plomo. Recrean batallas famosas. Acontecimientos históricos como el regicidio de Sarajevo. Héroes y villanos. Frente a las tropas nazis, se acuerda que una vez vio llorar a un hombre ya mayor. Era un judío que había estado confinado en un campo de trabajo durante varios años haciendo soldados de plomo como aquellos que ahora tenía en frente, quizás incluso alguno de ellos había salido de sus manos. El secreto de su perfección era el miedo. Cualquier tara podía costarle la vida al artesano. Incluso para las tropas de juguete hay tiempos de guerra. Nos lleva luego Joao hasta una de las últimas vitrinas de la segunda planta. Quiere ensañarnos un par de rudimentarias reproducciones en hojalata de cocodrilos. Sobre una de ellas monta un jinete de raza negra. “¿Se dan cuenta —pregunta divertido y por probarnos— de que estamos ante un juguete racista?” Al advertir que observamos algo perplejos el enigma, nos saca enseguida del apuro: “Quien hizo esta parodia, pensaba que nadie, salvo un negro tonto, montaría un cocodrilo. Y si se fijan, el segundo cocodrilo está mucho más gordo que el primero y se relame satisfecho. Se ha comido al jinete.” La broma es como la reproducción de una viñeta en dos escenas. Tiene el encanto de la gracia ingenua y el trasfondo cruel de un racismo sin complejos. Los juguetes no son a menudo inocentes. Son imagen de la gente, de sus aspiraciones, de su manera de pensar, de su capricho.

Enzo Ferrari tenía un viñedo en el que consechaba un vino escaso, excelso, para uso propio y para regalar a los amigos. Se le ocurrió que no habría mejor cofre para aquellas botellas que una reproducción del modelo que hiciera campeón a Fangio. Un regalo que era un coche a escala con una botella de excelente vino en su interior. Siempre anduvo Joao detrás de alguna de esas escasas reproducciones. Un amigo lo llamó un día desde Florencia. Había visto una en un anticuario. Joao y su mujer tomaron enseguida un vuelo que los llevó hasta la pieza codiciada. Dice el viejo que la consiguió a un precio escandaloso. De Ferrari auténtico. Luce ahora también en el museo. Y uno la ve distinta sabiendo cómo llego hasta aquí. A veces, algunos pequeños que visitan estas instalaciones en excursiones escolares quieren saber por qué Joao no camina. Él les dice entonces que no puede hacerlo porque no le han dado cuerda. A continuación, los pequeños les preguntan a sus maestros por qué al señor de la silla de ruedas no le dan cuerda. Ese juego también le divierte a Joao. Se ríe y nos contagia. Al irnos, se desprende ceremonioso del guante de su mano derecha. Se la estrechamos agradecidos.

viernes, junio 19, 2009

Lisboa


Lisboa era neutral.
Rick acompañó a Lisa hasta el aeropuerto.
En las hélices del avión se enroscaba el tiempo
como un ovillo a los pies de un gato.
Qué hacer luego con los nudos.

Partiremos de mañana.
Viajaremos al paso escaso
con que arrastra la luz el sol.
Parábola de migas.
La hogaza del hogar a las espaldas
y la voraz turbulencia de las palomas
en la otra orilla,
sobre el estuario mismo de los atardeceres.

(Hasta la vuelta.)

lunes, junio 15, 2009

Tres fotografías

En ocasiones, la inquietud imprecisa que nos impide conciliar el sueño, nos sume en un estado ligeramente febril, vagamente intuitivo. Pueden entonces, de pronto, asociarse de un modo imprevisto, aleatorio, imágenes y recuerdos. Puede rebobinarse lo que trajo el transcurso del día o lo que sucedió muchos años antes y emerge de las sombras con una nitidez desconcertante. Es posible pergeñar el argumento de un cuento, dormirse con la felicidad de un endecasílabo que creemos perfecto, viajar, amar o sufrir de soledad o espanto. En uno de esos duermevelas, tres fotografías adquirieron hace unos días una persistencia algo obsesiva. La foto de la Madre migrante que tomó en 1936 Dorothea Lange, que se convirtió al cabo de los años en la representación misma de la Gran Depresión americana y que se puede ver en la actualidad en Madrid con motivo de la exposición que recoge parte de la obra de la autora americana, la correspondiente a los años comprendidos entre 1931 y 1942. En segundo lugar, la instantánea que Nick Ut tomó en 1972 en Vietnam tras un bombardeo con napalm y en la que Kim Phuc, una niña entonces de nueve años, corre desnuda con su piel ardiendo. Y por último, la fotografía de Franns Rilles Melgar, el emigrante boliviano sin papeles, que sufrió la amputación del brazo izquierdo en una panificadora donde trabajaba sin contrato por un salario escaso. Su patrono arrojó la extremidad amputada a un contenedor y, por miedo a las sanciones, dejó desangrándose a su empleado a doscientos metros de las urgencias del hospital. En la primera hay perfección formal, hay posado, tomas varias y algún retoque final. Según parece, una cita del filósofo Francis Bacon permaneció clavada en la puerta del cuarto oscuro de Dorothea Lange durante muchos años: “La contemplación de las cosas como son, sin error o confusión, sin sustitución o impostura, es en sí misma algo más noble que una cosecha entera de invención”. La cosecha de las uvas de la ira de estos blanco y negros de la Lange siguió a su modo la recomendación. Persiguiendo, uno cree, más una finalidad que una estética ética. Lo logró: la madre migrante fue finalmente icónica. La foto del Kim Phuc es, por contra, seguramente mucho más imperfecta, pero tiene a su favor la verdad incuestionable de la toma única, del instante irrepetible. Consiguió remover conciencias con la verdad desnuda y borrosa. Diríamos que hay entre ambas fotos la distancia que separa el asco refinado de la arcada irreprimible. La tercera tiene escasos días. La distribuyó la agencia Efe dándole soporte gráfico a las prestaciones que a los sin escrúpulos le rinde, en tiempos de crisis, la emigración clandestina. La imagen es en color y el encuadre deja el muñón en primer plano —levemente desenfocado, como si un asomo de pudor le pudiera en el último momento al objetivo—. El cúmulo de vendas, agujas y blanco impoluto, aséptico y hospitalario de las sábanas lava la cara de un país que demostrándose ineficaz en el filtro de las fronteras y en la garantía de las condiciones laborales, procura al menos la curación de las víctimas de esa desidia. Supongo que en esa asociación de tomas tiene mucho que ver el fondo de iniquidad que en todas ella subyace, la personificación del abandono en una madre en la ruina, en una niña abrasada y en un emigrante amputado. Habrá mil fotos más, un millón, que se pudieran añadir a éstas. Pero esa noche, en ese trance en que uno lucha por conciliar un sueño que se le hace esquivo, las que yo vi de pronto, superpuestas, fueron las de Florence O. Thompson, una madre con tres de sus hijos en medio del hambre; la de Kim Phuc, una cría que llora a gritos sobre las brasas; y la de Franns Rilles Melgar, a quien a cambio de un brazo le darán por fin sus papeles.

viernes, junio 12, 2009

Galeradas


Así comprimidas, como llegan hoy en el correo electrónico, que sólo hace falta pulsar sobre su icono para que se desplieguen todas sus páginas, les parecerán milagro todavía a muchos autores. Porque aún no hace tanto que las galeradas debían de remitírseles envueltas en papel de estraza, sueltas como hojas volanderas y apelmazadas unas contra otras por combatir el frío de no estar encuadernadas. Pero no han ser, pese a ello, muy distintas las sensaciones que provocan aquellas y estas galeradas en quienes, primerizos, se enfrentan a su repaso. Desenvolver paquete o icono suele ser finalmente como situarse sobre la rejilla de un mirador que cuelga en el aire de un acantilado. Por dentro se nos dispara el sensor de abismos. Mide el vacío y le otorga su escala de angustia. Lo que se hizo y pareció bien, provoca ahora dudas. Lo que tanto tiempo llevó, parece casi nada. Lo que era cierto, es ya equívoco. Y aunque podría verse la empresa como la inesperada oportunidad de hacer mejor lo que se dio por hecho y concluido en el pasado (no otra cosa se desea en los arrepentimientos), no deja de ser curioso que el miedo nos tome al volver sobre nuestros pasos y que aun andando por territorio conocido en este regreso, se nos antoje su suelo tan poco firme como el que nunca hemos pisado. Así que somos casi en la tarea como ánimas en pena que recelasen de la luz de la mañana temiendo que las vuelva nada.

jueves, junio 11, 2009

Culturas

El pasado sábado apareció el primer número del suplemento Culturas en las páginas del diario El Comercio. Desde el logo que se ha incorporado a la derecha, sobre los enlaces recomendados, se puede acceder directamente a él. En el estrenado suplemento se da cuenta de algunas bitácoras literarias entre las que se ha tenido la generosidad de incluir estos Diarios. Estupenda idea, desde luego, que se emprenda esta aventura por el periódico que siempre se ha tenido como cosa de casa y tan entrañable como un pedazo más de la ciudad. Se agradece, además, que se acuerden —o los acuerden (Doce mediante)— de uno para la ocasión. Suerte.

miércoles, junio 10, 2009

Discreción

La discreción es tan necesaria, en su justa medida, como el ejército en los países democráticos. Previene y protege.
La discreción absoluta es tan opresiva como el ejército de las tiranías. Reprime e intimida.
La indiscreción vuelve indefenso al mundo y lo deja a merced de los pillos.

viernes, junio 05, 2009

Magistral alquimia

Una fotografía es un instante congelado. Esa imagen adquiere trascendencia cuando sobrecoge a quien la mira por la fuerza de lo que fija. Si además se sabe de las circunstancias en que fue tomada, uno puede empeñarse en la interpretación de lo fotografiado. Llevando luz a los rincones en sombra. Glosando gestos. Volviendo secuencia lo que sólo es instante.
A partir de un gesto de coraje, la dignidad de un presidente que fija su espalda al respaldo del escaño cuando el resto de los congresistas gatea, Cercas escribe uno de los más vibrantes, emotivos y certeros libros que uno haya leído. Lo que el autor deseaba en principio era construir esta historia desde la ficción, sin embargo terminó por cimentarla en la pesquisa documental, sin que por ello el libro pierda la fuerza de las mejores obras literarias. Tiene un argumento potente. Unos personajes perfilados con verosimilitud incuestionable. Su desarrollo engancha de tal modo al lector que sus casi quinientas páginas se devoran con la misma avidez con que se aborda una bien urdida trama novelesca. Recurre a los duelos, a los paralelismos, a los héroes, a los villanos, a las traiciones, a las catarsis. Y todo ello, sin más añadido imaginario que la conjetura de unas pocas conversaciones, la motivación de algún personaje, de ciertos comportamientos; y siempre, en esos casos, advirtiendo del recuso intuitivo emprendido. Es pues un libro que cuenta fielmente un cautivador pedazo de la historia de nuestro país de la mejor manera posible y con los mejores mimbres: desde la verdad y a través de la literatura. Magistral alquimia.

miércoles, junio 03, 2009

Dos caxigalíne(a)s

La vanidad convierte en vicios públicos las virtudes privadas.

El desprecio como defensa cava trincheras y nos hunde los pies en el barro. La alegría como esgrima nos vuelve tan ágiles y brillantes como mariposas.

martes, junio 02, 2009

Modus vivendi

Adolfo Suárez. El péndulo de la historia. Primero villano. Luego canonizado. Ahora imbécil. Leo el libro de Cercas (Anatomía de un instante) con entusiasmo. No en vano se trata del pedazo más intenso de la historia de nuestro país que hasta la fecha me ha tocado vivir. Al tiempo me encuentro con una entrevista a Gregorio Morán. Ha escrito también sobre el asunto. Sobre el personaje. Ya dos libros. De este segundo (Adolfo Suárez, historia de una ambición) extrae para el periódico algunas de las ideas que lo sostienen. Una de ellas le parece a uno importante para explicar algunas cosas que le ocurren a la política patria. A la europea, también. Escándalos británicos. Desfachatez italiana. Corruptela hispana. Dice Gregorio Morán: “Suárez es un hombre sin cultura, sólo sabe de política, lo que forma parte de una larga tradición española”. Es verdad que la clase política de hoy ha pasado por la Universidad y hasta en ocasiones, aunque escasas, hay en ella personas de cierto fuste intelectual. Pero la política se les ha vuelto, por lo general, un modus vivendi de más alta alcurnia, mejor retribuido. Han elegido la trinchera como supervivencia. Y tras los sacos terreros no se perdonan los ocios reflexivos, se pierde hasta la perspectiva. Suárez era un hombre sin cultura en medio de convulsiones insoportables, al que quizás lo llevó al poder un prurito de medro, pero que una vez allí tuvo el coraje de una ambición generosa, histórica. Hoy se orilla por igual la pasión intelectual de perseguir la verdad sin la traba del rédito electoral y la trascendencia que otorga toda delegación de representatividad. Quizás tenga que ver en ello el miedo a perder la canonjía que se disfruta. Concluyamos con algo prosaico: el sueldo. Se argumenta muchas veces que un político debe cobrar lo suficiente como para que no le tiente el amaño productivo. Pero, ¿debe cobrar tanto como para que le asuste la reincorporación a su profesión —en caso de que la tenga—?

miércoles, mayo 27, 2009

Espiando juntos desde lo oscuro

Querido JC:

Ayer, por fin, fue casi un dia de verano en Serandinas. Hasta eché las contraventanas al mediodía. Se quedó en sombras el salón. Disfruté mucho de esa umbría confortable de quien sabe al sol golpeando las aldabas. Y me acordé de pronto de que esa era una costumbre suya cuando volvía en los veranos a la casa de su padre. Aquí, justo al lado. En el viejo consultorio de don Avelino. El hijo regresaba en las vacaciones después de todo un curso de internado. Pero se pasaba las tardes enteras a solas y a oscuras. Leyendo gruesos libros médicos. Absorto en nervios, músculos y huesos. Observando por dentro lo que afuera, en la distancia corta y sobre todo bajo la violenta luz estival le resultaba simplemente pavoroso. Buena gente esa familia. El padre se dedicó en cuerpo y alma toda su vida a la medicina de pueblo. Él se hizo abogado. Le horrorizaba la sangre de verdad. Desinteresado y desprendido. Nunca le fue bien en el despacho. Terminó matándolo el tabaco. Los cigarrillos con los que espantaba la soledad. Tenía siempre una tez blanca. Una mirada escurridiza. Prisa por volver a sus cosas. Y un pitillo entre los dedos. Ayer se hizo el sol y eché las contraventanas. Fue sólo un momento. Para que no me cegara la luz que refulgía sobre las páginas del libro con que andaba. Compartí con él, con su recuerdo, ese rato de cobijo. Espiamos juntos desde lo oscuro la sorpresa de un mundo que de tan iluminado parecía de repente inabarcable. Quizás no fuera otro su miedo.
X. Serandinas

lunes, mayo 25, 2009

Balnearia

Uno empieza a tenerle querencia a esa terapia de aguas que dicen viene de Roma. A ese dejarse golpear por chorros violentos que vivifican. A ese dejarse amansar en marmitas tibias. A esa dejarse exprimir por vapores hirvientes. El agua ha sido siempre una recurrida metáfora. Lluvia, oleaje y ríos; tristeza, avatares, vida. Le busco también a esta novedad balnearia su reflejo: ¿placenta?

jueves, mayo 21, 2009

Vidas (profesionales) ejemplares

La de Jaume Vallcorba. Editor (Quaderns Crema y Acantilado). Pasión por los libros. Y por las cosas bien hechas. Así lo explica en la entrevista de Martín Gómez para la revista colombiana El malpensante. Aquí. Y un adelanto: "Me parece que la labor editorial se puede entender de dos modos: por una parte, el de quien se dedica a publicar libros que el público ya sabe que quiere; y, por otra parte, el de quien le ofrece al lector aquellos libros que quizás aún no sabe que quiere –que es en el que a mí me gusta trabajar–."

miércoles, mayo 20, 2009

Poética narrativa

En la muy original novela Sólo un muerto más, de Ramiro Pinilla, el protagonista, Sancho Bordaberri (Samuel Esparta), novelista vocacional metido a investigador por afición al género negro, mantiene esta conversación con Luciano Aguirre, falangista y poeta:

"-Se trata de escribir lo que se ve y lo que se oye. Nada más...
-¡Pero eso está al alcance de una máquina de fotos y un registrador de voces!
-En cierto modo, el creador debe desaparecer. Narrar es centrarse en lo de fuera, y en este fuera hay otros, hay hombres y mujeres que deben pesar en la historia más que el propio narrador. Los poetas no saben hacerlo. No porque no puedan sino porque no está en su ser.
-Así que se trata de humildad.
-Y de algo de imaginación.
-¿Imaginación en el realismo?"

jueves, mayo 14, 2009

Las noches que aún queden por venir

Cuando llegue esa edad en que se aprende
que en LAS NOCHES QUE AÚN QUEDEN POR VENIR
no habremos de buscarnos ya en la luz
sino acaso tan sólo en la memoria,
nos convendría al menos el consuelo
de no albergar entonces más deseo
que el de sabernos juntos todavía
contra el silencio insomne de lo oscuro.

lunes, mayo 11, 2009

Talla de luz


En la casa del escultor. Su taller está en una vivienda rural poco cuidada, levantada sobre la pradería, con lagar donde hubo establo tiempo atrás, con cobertizo en el que trabaja el artista, teniendo a la vista la montaña y bien rodeado de limoneros y naranjos. De su perfume dulce. Andan las obras por paredes y suelos. Bellas en su dispersión caótica. En su inestabilidad de cosa inacabada. Maderas talladas o tallándose, sierras, botes de tinte, un altavoz grande y lleno de polvo conectado a una emisora musical. Habló despacio de la obra en marcha, de las exposiciones previstas, de cómo trabajaba sus esculturas, de cómo se deja moldear cada tipo de madera. Pero a uno se le iba cada poco el santo al cielo. Más que al cielo, al valle. Hermoso desde aquel altozano. Con una dispersión hipnótica de manzanos en flor, en medio del silencio y de esa tristeza húmeda que algunos días le ponen a los verdes. Una insuperable talla de luz en la estación reciente.

miércoles, mayo 06, 2009

Una vida

Celebrar la vida. Sobre todo cuando se nos escapa de modo irremediable. Escribir por alivio. Por aventar el miedo. Acariciar como cuentas de un rosario laico el detalle de las más preciadas dichas. Apuntalando el ánimo. En eso, quizás, consiste la hermosa necrológica que escribió ayer Rosa Montero.

lunes, mayo 04, 2009

Uno de mayo


Nos acercamos a León. Salimos con el día más bien triste. Todo mejora ya a las puertas de la ciudad. Aparcamos cerca de Guzmán el Bueno. Mañana fría y cielo despejado. Ordoño. Ancha. Catedral. Subimos a las vidrieras. Se permite el acceso a las plataformas dispuestas en lo alto para su restauración. Nos explican el proceso de fabricación del vidrio en la Edad Media. Su coloración. Su engaste en plomo. La distinta manera de dibujarse los motivos. Desde la más primitiva con cristales pequeños, figuras hieráticas, ausencia de paisaje y colores mezclados en el proceso de fusión de la arena, hasta la renacentista, ya con perspectivas, imágenes que desbordan la nervatura del plomo y un color aplicado a la vidriera después de colocada en los muros. De allí al Húmedo. Empieza a templar la mañana. En la plaza de Grano no hay aún gente. Es hermoso el despertar de la ciudad por este rincón casi medieval. Se celebra el primero de mayo. Hay una concentración frente al palacio de los Botines. Malos tiempos. No será poca la impotencia que se palpará en muchos de los concentrados. No hay un enemigo único, definitivo, contra quien alzar la voz, a quien culpar de lo que ocurre. El sistema ha fallado. Pero el sistema hace tiempo que ha sido aceptado por casi todos. Nos tomamos unas cervezas. Se empieza a animar el gentío por las callejuelas. Paseamos por el barrio del Ejido hasta la Plaza de Jacinto Benavente. Un barrio de los años cincuenta. Urbanismo humanizado. Casas modestas. Patios con jardín. A las espaldas de la catedral. Comemos en El Nalgas. Bebemos un prieto picudo fresquito. Entra como agua en día de calor. Y no sólo a nosotros. En la mesa más próxima comen dos ancianas. Nos sorprende su apetito. Su incansable cháchara. Pero sobre todo, esa rítmica y constante manera de bajarse el tinto de la casa. A la salida nos las encontramos camino del centro. Van del brazo. Prosiguen su insaciable conversación. Contentas. Rodeamos las murallas. Entramos por la puerta que llaman del castillo. San Isidoro. San Marcos. Auditorio. Musac. Qué bella fachada. Tuñón y Mansilla fueron los arquitectos. Según parece tomaron como referencia una vidriera catedralicia. Trabajaron sus colores informáticamente hasta conseguir esa combinación de intensidades en la carcasa del edificio. Emblemática ya de la ciudad. En tan poco tiempo. Se tiende a tomar allí no pocas fotos. Sobre todo, supongo, en días soleados. Refulgiendo el cristal. Añadiéndose al cromatismo del edificio, el azul del cielo. Incluso, si por suerte las hubiera, esas manchas blancas que las nubes ponen a la composición como una pincelada medida. Las vidrieras de la catedral recogen, envuelven la penumbra del templo con una caricia de luz, con un aliento humano y alegre de Dios. Las vidrieras del Musac son más bien reclamo. Llaman. Incitan a adentrarse en un espacio desconocido y por tanto misterioso sobre el que generan una espectactiva de color, de emoción. Ya dentro tiene el lugar ese aire aséptico de la modernidad. Esas exposiciones desparramadas, pretenciosas, que precisan de mucho espacio y de no poca complicidad en el visitante. Nos decantamos por la visita guiada. Apenas una docena de personas. Nos condujo por las salas una muchacha algo etérea, con ese aire universitario francés que dan la tez blanca, la melenita Claudine, los zapatos bajos, la ropa negra y su nombre de refugiada, Nadia. De lo visto, lo más interesante sin lugar a dudas fue la muestra titulada Trying to Remember What We Once Wanted to Forget (Intentando recordar aquello que una vez quisimos olvidar), de Elmgreen & Dragset, un pareja artística de nórdicos que han montado doce instalaciones de considerable formato, constituidas mayormente por unas casitas agigantadas de monopoly. En cada una de ellas se recrea un ambiente algo enigmático, construido con muy escasos elementos y a través de puestas en escena que tienen, a veces, un vago aire surrealista. Fue la guía orientándonos hacia la finalidad última de la muestra en su conjunto a través de aproximaciones interpretativas de cada una de las instalaciones. Advirtiéndonos, al tiempo, de la militancia homosexual de los artistas, pues a su jucio —bien informado—, tal condición es clave en la obra; pero no cerrando la puerta a que cada espectador extrajera de lo visto sus propias conclusiones. A uno le parece que hay dos actitudes muy acostumbradas e igualmente rechazables ante este tipo de manifestaciones artísticas. La que parte de la negación, las entiende siempre como fraude y las combate con indignación o burla. La que, por el contrario, las sobrevalora hasta el cretinismo, envolviendo su fe —como toda fe— en una suerte de lenguaje para iniciados, que, generalmente, no es más que un llamativo envoltorio de la nada. Quizás deba uno abrir sus miras sin prejuicios. Sin prejuicios y sin complejos. Apreciar lo que merezca atención y reseña. Lo que deje rastro de talento y trabajo. Lo que, como en todo arte, sobrecoga por interpretación racional o intuitiva. No poco de esto que se pide encontró uno en la muestra de Elmgreen & Dragset, que junto algunos excesos vanales y una ocupación megalómana del espacio expositivo, genera, sobre todo, ciertas interrogantes y no escasa sorpresa. Vimos también los collages de Kirstine Roepstorff y los vídeos de la palentina Marina Núñez. Los primeros dejan en la retina un poso de acumulación desmedida y de intenciones torpemente explícitas. En el ambiente generado por los segundos hay una, bien conseguida, envolvente sensación de futurismo inquietante. A la salida nos acercamos hasta el paseo de la Condesa de Sagasta. Bajo la umbría de los castaños que empiezan a florecer. A la vera del Bernesga. Había muchos paseantes a esa hora. Y hasta una fiesta sindicalista en la que se anunciaba por los altavoces un concurso de baile. Cada pareja debía atreverse con tres piezas: un pasodoble, una rumba y un tango. Cuando arrancábamos el coche, ya de vuelta, sonaban las notas de un pasodoble.