Celebrar la vida. Sobre todo cuando se nos escapa de modo irremediable. Escribir por alivio. Por aventar el miedo. Acariciar como cuentas de un rosario laico el detalle de las más preciadas dichas. Apuntalando el ánimo. En eso, quizás, consiste la hermosa necrológica que escribió ayer Rosa Montero.
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