En la casa del escultor. Su taller está en una vivienda rural poco cuidada, levantada sobre la pradería, con lagar donde hubo establo tiempo atrás, con cobertizo en el que trabaja el artista, teniendo a la vista la montaña y bien rodeado de limoneros y naranjos. De su perfume dulce. Andan las obras por paredes y suelos. Bellas en su dispersión caótica. En su inestabilidad de cosa inacabada. Maderas talladas o tallándose, sierras, botes de tinte, un altavoz grande y lleno de polvo conectado a una emisora musical. Habló despacio de la obra en marcha, de las exposiciones previstas, de cómo trabajaba sus esculturas, de cómo se deja moldear cada tipo de madera. Pero a uno se le iba cada poco el santo al cielo. Más que al cielo, al valle. Hermoso desde aquel altozano. Con una dispersión hipnótica de manzanos en flor, en medio del silencio y de esa tristeza húmeda que algunos días le ponen a los verdes. Una insuperable talla de luz en la estación reciente.
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